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Huellas N.11, Diciembre 2018

PRIMER PLANO

Los rasgos de una presencia cristiana.

Ignacio Carbajosa

El libro de Mikel Azurmendi es el diario de una investigación sobre la "tribu" de CL. El sociólogo vasco, que había abandonado la fe, describe lealmente la realidad con la que se ha topado y revisa muchas de sus categorías culturales, llegando a afirmar que «en este pueblo está la esperanza para nuestro país»

Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, verdaderamente creer, en la divinidad de Jesucristo?». Esta pregunta de Dostoievski, lanzada hace más de un siglo, adquiere hoy, en el contexto cultural en el que nos encontramos, un valor nuevo. De entre las muchas implicaciones de esta pregunta, una es especialmente actual: ¿qué presencia cristiana es capaz, hoy, de atraer la razón y el afecto hasta favorecer la confesión de fe?
El recién publicado libro de Mikel Azurmendi, El abrazo. Hacia una cultura del encuentro (ed. Almuzara) viene a responder, seguramente sin pretenderlo, a esta pregunta. De Azurmendi se puede decir, ciertamente, que es un «hombre culto, un europeo de nuestros días». Forjado en las batallas contra la dictadura de Franco, activista en el primer nacionalismo vasco, participante en los acontecimientos de Mayo del 68 en París, luchador infatigable contra la violencia de ETA, profesor universitario perseguido por sus ideas, observador lúcido de los procesos sociales, autor literario. Todo ello aderezado con un ingrediente que no podía faltar en un intelectual de peso en nuestro país: un agnosticismo nacido del rechazo de la tradición católica en la que él mismo había llegado a participar activamente (fue expulsado del seminario ya en los estudios de teología). ¿Qué es lo que ha hecho que un hombre así recuperara la fe? ¿Qué es lo que Mikel Azurmendi se ha encontrado?
Su libro es un estudio "de campo", una especie de "libreta de apuntes" que acompaña al sociólogo y antropólogo que estudia una tribu, la tribu cristiana de Comunión y Liberación en España, una realidad comunitaria sociológicamente identificable. Contra todas las reglas de la antropología cultural y de la sociología, Mikel se ha dejado tocar por su objeto de estudio hasta abrazar la fe. No estamos ante una experiencia "privada" o "sentimental". En las páginas de este libro el sociólogo, delante de lo que le sale al paso, revisa muchas de sus categorías culturales y llega a afirmar, para el que lo quiera oír, que «en este pueblo está la esperanza para nuestro país».
¿Cuáles son los rasgos de esa presencia cristiana con la que se ha topado Azurmendi? ¿En qué se diferencia de aquella cristiandad, omnipresente en España, que él abandonó como algo sin interés? Repasémoslo de la mano de este libro.

El valor cognoscitivo del encuentro... con una presencia con propuesta cargada de significado.
Toda la aventura de Azurmendi parte de tres encuentros: la voz diferente de un locutor de radio, la mirada de un hombre bueno y razonable, el abrazo de un voluntario. Son estos tres encuentros "fortuitos" los que le acercan con interés a ese extraño pueblo y favorecen su camino de conocimiento. Azurmendi ha podido encontrar una humanidad distinta (digna del estudio de un sociólogo) porque esta se pone públicamente (en el trabajo -radio-; en las relaciones personales o institucionales; en nuestros gestos públicos). Se trata de una presencia identificable, con la que uno puede toparse. No cualquier presencia. El sociólogo se topó con una presencia con propropuesta cargada de significado: "¡Aquí está pasando algo!", dijo después de pocas horas en EncuentroMadrid 2016. Y allí mismo decidió que iba a dejar su novela para escribir un libro sobre aquellas gentes. El mismo Azurmendi en la obertura de su libro se encarga de ilustrar qué es esta presencia con propuesta cargada de significado (para él y su mujer), que implica una novedad radical, algo que antes no estaba y ahora está, imprevisible e imprevisto:
«En estas páginas trato de narrar la existencia de un vecindario que me era completamente extraño hace tres años. Relatar también su consistencia vital. Si bien esa gente vecina habla nuestra misma lengua y vive entre nosotros, la red de significados en la que tiene sus experiencias e interacciona mutuamente apenas tiene que ver con nuestra gran red cultural (...). Adentrarme entre ellos y, según los iba entendiendo, encontrarlos envidiables: ese ha sido el viaje que este libro adopta como hilo narrativo» (p. 15).
Resulta evidente, leyendo las páginas de este libro, que esa presencia con propuesta implica en el significado que expresa a la persona que lo porta. Así ha llegado el significado a Azurmendi: a través de personas transformadas, renovadas. El libro está lleno de nombres propios, de personas descritas en su novedad, como sucede en los evangelios o en los Hechos de los apóstoles, libros con los que comparte género literario.

Hechos y palabras intrínsecamente unidos.
Azurmendi combina la narración de "hechos", que ve y que describe con el rigor del sociólogo, y "palabras", no tanto las suyas (que también las tiene preguntándose por esta novedad) sino las palabras con las que los miembros de esta tribu explican el origen de esos hechos. Si Azurmendi ha dado audiencia a las palabras cristianas, y hasta crédito, es en función de los hechos que veían sus ojos y su razón deseaba explicar. A su vez, han sido las palabras de los cristianos que iba conociendo las que le han dado la clave hermenéutica para entender el origen de los hechos. Sin esas palabras jamás habría llegado a la conversión, como se ve bien en el capítulo que él titula "Jesús de Nazaret". Empieza así:
«La corta estancia en Madrid para la presentación del libro de Julián Carrón fue larga en encuentros. Uno fue capital. Nos hallamos cenando alrededor de una mesa con diez consagrados a Cristo...» (p. 165).
Comienza un diálogo con aquellos consagrados, profetas con su misma forma de vida. Escribe Azurmendi: «Ellos hablan de Jesús. Me queda claro que, si Él es Dios, merecería la pena seguir su trazado como lo hacen estos. Pero ¿lo es? ¿Era Dios aquel hombre excepcional? Al despedirnos, Enrique me regala Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI). (...) La lectura del libro me ayuda a terminar de entender qué es lo que está diciendo este poblado de cris-tianos cuando dice eso de “la belleza del rostro de Cristo”» (p.166).
Y al revés. Después de leer el libro de Carrón, La belleza desarmada, escribe:
«¿Cómo saber si hemos entendido de verdad el libro? Lo habremos entendido vi-viendo como se indica en él. Andando en bicicleta. Voy a fijarme en cómo andan en bicicleta algunos que ya conozco de este poblado. También en cómo fue que comenzasen a pedalear» (p. 156).

El límite de una cierta tradición católica.
En varias ocasiones, dentro del libro, Azurmendi presenta el contraste entre lo que él conoció como propuesta cristiana, la cristiandad que abandonó por no ser significativa ni razonable, y lo que ahora ha encontrado. Cuando era joven era más interesante asistir a una manifestación prohibida del 1 de mayo que seguir la disciplina del seminario. Hablando del libro de Carrón, La belleza desarmada, dice:
«A la actual religión cristiana, acantonada en doctrinas, reglas, normas y prohibiciones, le inyecta el libro lo más originario del sentido común: el asombro. Una inocencia estremecida. Como si desde el sinsentido de la ley pasásemos a la ley del sentido» (p. 148).
Hablando de la forma comunional que encuentra en unas familias que visita (los amigos catalanes de la Masía), se pregunta sobre la experiencia que él vivió cuando todavía se consideraba católico, y concluye que: «no habríamos “constituido Iglesia” cuando vivíamos en una fe de creencias y rituales, que siempre nos señalaban en pecado. He aquí un apunte causal de por qué muchísimos fuimos abandonando la fe cristiana desde esos años sesenta» (p. 194).

El origen del juicio nuevo. La revisión cultural.
A menudo es objeto de polémica la forma con la que se debe dialogar en la sociedad. En ocasiones se dice que la apertura a todos se hace a costa de diluir la propia identidad. Se insiste en que es necesario presentar explícitamente la verdad cristiana sobre el hombre, sobre la moral, sobre la sociedad, sobre la vida. El encuentro con Azurmendi presenta la genealogía de los factores que constituyen una personalidad nueva. En este sentido, son memorables los ejercicios de "revisión cultural" que realiza Azurmendi en tres campos: la educación, la caridad y la fenomenología de la religión. La entrada en dos colegios no tarda en producir en Azurmendi, arrastrado por el espectáculo de humanidad que contempla, una percepción nítida de la revolución cultural que implican las obras educativas ligadas a la experiencia de CL. "Me hubiese gustado mucho haber sido como son estos profesores", afirma el sociólogo que durante años se dedicó a la enseñanza. La frase "Tú eres un regalo", encontrada en el pasillo de infantil del Colegio Newman, le introduce en la raíz de la relación con el otro y con la realidad que establece la educación. Es el origen de una revolución social:
«Significada de esta manera la realidad, su sentido vacuna al alumno ante el inexorable encuentro que ha de tener con los tramposos axiomas de Rousseau, como por ejemplo, aquel tan falaz de «odio la servidumbre como la fuente de todos los males del género humano». Axioma del que pendieron como racimos en agraz los Marx, Engels, Bakunin y toda esa facundia de remediadores del mal que se suministra a los bachilleres en los institutos. ¡Siempre el mal viniendo de fuera de uno mismo, por lo general de la sociedad mal estructurada y mal gobernada, pero siempre a causa del otro, sea capitalista, gitano, judío, inmigrante o quien fuere!» (p. 86).
Después del tremendo choque con la miseria y el escándalo del poblado gitano de la Cañada Real, supermercado de la droga en Madrid, Azurmendi masca un lucidísimo juicio sobre cómo la sociología en general (y la sociedad española en particular) había querido despachar el acontecimiento cristiano como irrelevante sin mirar a la caridad:
«Creo saber por qué los sociólogos de la religión y yo mismo no hemos querido mirar hacia la práctica colectiva de la caridad. Me apercibo también de que era necesario haber mirado hacia ahí antes de dictaminar que en la época actual de secularización ya “no se dan formas de religión cristiana con oferta de identidad” sino únicamente ofertas de servicios rituales”. Y creo saber por qué tampoco hemos echado una vista a la múltiple acción caritativa cristiana a la hora de calificar el cristianismo como “una creencia sin pertenencia”o, al revés, “una pertenencia sin creencia” (según novísimas hipótesis sociológicas)» (p.134).
Por último, después de convivir con la experiencia de Dios de este pueblo, Azurmendi está en condiciones de rechazar la postsecularizada idea del "Dios personal" tal y como lo concibe la sociología actual: el hombre postmoderno se moldea un dios personal a su medida. «El Dios personal es divisible y recomponible como el individuo mismo, garante de la independencia del individuo y de la independencia de Dios (...). El Dios personal podría ser la versión religiosa de la vida personal, del espacio personal» (Ulrich Beck). Así despacha la sociología los rebrotes de religiosidad contemporáneos. Azur mendi ha visto otra cosa.

Cristo está en medio de nosotros.
Ciertamente Azurmendi, con la capacidad del sociólogo acostumbrado a estudiar los fenómenos humanos y de pueblo, describe como pocos lo han hecho la excepcionalidad que porta esta "tribu". Se llama humanidad resucitada de Cristo. Estos son dos botones de muestra que han llevado a Mikel a reconocer a Cristo presente. Con frecuencia se dan por descontados. El primero se refiere a la unidad de vida implícita en el relato que una persona ofrece a los demás ("testimonio"). No podemos pensar que es algo normal. «¿Por qué en la masía todos escuchan, inundados en una adhesión silenciosa, el relato de vida de un colega? ¿Qué significa que ya desde mi primer encuentro en la masía me invitasen a hablarles de mí? ¿Es acaso sensato aspirar a unir la vida personal en un continuum que vaya de la infancia a la madurez? ¿Es uno siempre el mismo? ¿Puede ser para alguien la vida un continuum vital en el que lunes sea lo mismo que jueves o domingo?» (p. 186).
El segundo se refiere a la existencia de un pueblo cuya generación, unidad y comportamiento se antojan imposibles. Describe así unas vacaciones de familias en montaña (La Masella):
«La estancia misma en Masella, el mero comportamiento durante los seis días demostró sin equívoco posible que en aquella gente había un don que no puedo calificar sino de “espiritual” (...). A las pruebas me remito. Junte usted a vivir durante seis días en libertad absoluta a setecientas personas, desconocidas entre sí en una buena parte. Junte usted a familias y a gente soltera (...), a bebés, niños, adolescentes, jóvenes, mayores (...). ¿Creería usted posible que en ese poblado de ocasión nunca se diese un altercado, nunca un niño se quejase de otro en la piscina y acudiese ante su papá a que le pidiese cuentas al papá del niño “contrario”, o que alguna vez niños o mayores no se zarandeasen en la fila del comedor o se colasen para servirse antes el buffet? ¿Verdad que esperaría usted ver la hectárea de suelo de esa comunidad de vecinos llena de papeles, plásticos, colillas y que, para tenerla decorosa a diario, hubiera que habilitarse un servicio de limpieza? ¿Acaso no se esperaría usted asistir a alguna discusión acalorada (...)? Pues nada de eso sucedió en aquel pueblo entero que formábamos setecientas personas» (pp. 277-278).

En este pueblo está la esperanza para nuestro país.
Al principio y al final de su libro, Azurmendi explicita el bien que esta tribu cristiana representa para España y para el mundo entero. En el prólogo indica a todo el que se acerca a su obra el papel de CL en nuestra democracia:
«De esta manera a escala social Comunión y Liberación sirve para solucionar el conflicto y, en particular, el apremio educativo y el del abandono de los niños y de los marginados; y ello a base de invitar a sus miembros a una constante transformación personal» (p. 17).
En la parte final del libro, en un largo excursus de crítica a la sociología que no se quiere implicar con su objeto de estudio, cita al gran pensador agnóstico, todavía vivo, George Steiner. Este intelectual afirma que nuestra sociedad occidental vive en un "largo sábado", haciendo referencia a la noche oscura de espera en el sepulcro, y se pregunta: «¿Habrá un domingo para el hombre? No lo veo nada claro» (citado en p. 304). Así le responde Azurmendi:
«A los penúltimos ilustrados, como Durkheim y Weber, también les tocó vivir en sábado perpetuo pese a su consideración de vivir en sociedades racionales a machamartillo. A diferencia de ellos este poblado de encristiados sostiene que no solamente habrá domingo, sino que ya lo hay cada día de la semana. (...) Cada día es resurrección para quien se injerta en Cristo resucitado. Eso afirman y eso reafirma también su estilo de vida diaria (...). Yo le diría a Steiner que todavía está a tiempo de mirar hacia gente de alma endomingada y cara de resucitados. Gente cuya vida apunta hacia la verdad de lo humano» (p. 304-306).