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Huellas N.2, Febrero 2008

PRIMER PLANO - Don Giussani

Un laico ante ese “acontecimiento”

a cargo de Alberto Savorana

La fe, la educación, la política. El director del diario La Repubblica comenta la influencia que don Giussani ha tenido en la vida social y cultural italiana

La historia de la relación de Ezio Mauro con CL data de mediados de los años ochenta, cuando el entonces periodista del diario La Stampa firmó una serie de artículos sobre el movimiento. La lectura de CL oscilaba entre la sorpresa por un fenómeno imprevisto en el panorama eclesial y social –años después utilizaría el término “acontecimiento”– y los lugares comunes de una lectura política del asunto, que acarrearon a CL no pocos problemas. En los años noventa, durante una comida en el convento de las Hermanas de La Caridad de vía Martinengo en Milán, se produjo entre Giussani y Mauro un diálogo muy cordial; por aquel entonces Mauro había sucedido a Scalfari en la dirección de La Repubblica. Aquel día, quizás por primera vez, el encuentro con el movimiento y su fundador se produjo al margen de los esquemas del periodismo político. Desde entonces y durante algunos años, Mauro comenzó a publicar algunos artículos de don Giussani, especialmente por Navidad y Pascua, con el consiguiente escándalo de los que no veían con buenos ojos que apareciera la firma del jefe de los “integristas de CL” mezclada junto a las firmas históricas del principal periódico laico de izquierdas.
En esta entrevista, el director de un periódico que nunca ha sido amable con el movimiento ni indulgente con la Iglesia y con el Papa, cuenta qué es lo que todavía hoy le llena de curiosidad acerca de don Giussani y de lo que nació de él.

A mediados de los años ochenta realizaste una serie de artículos sobre CL para La Stampa. Nos conocimos en aquella ocasión. Recuerdo el pequeño despacho de la redacción romana del periódico de Turín, en vía Barberini. Ahí me presentaste a Paolo Mieli, que ocupaba el despacho de al lado y compartía contigo la responsabilidad de la información política del periódico de la casa Fiat. En el contexto de aquel “viaje” tuyo por el mundo “cielino”, comenzaste a hablar de una “vía italiana para el catolicismo”, atribuyendo su paternidad a don Giussani. Se lo recordaste en la comida que tuviste con él en los años noventa en Milán, en vía Martinengo. ¿Qué querías decir con esa expresión?
Quería decir que este país no había tenido nunca un camino nacional para el catolicismo, porque la presencia papal relegaba a la Iglesia italiana a un papel secundario, y la tradición pintaba a Italia como “naturalmente cristiana”. En realidad, cada cual tomaba de la tradición católica un Dios a su medida, un Dios cómodo en tanto que relativo y genérico, y se quedaba satisfecho si su Dios prevalecía, o angustiado si caía en declive. Me pareció que con CL emergía por primera vez un “Dios italiano”, como lo he llamado, testimoniado por católicos integrales (los he definido también como cristianos primitivos) que saben que son minoría en el país, pero que consideran que el cristianismo en Italia es una especie de “sentido común”, algo así como un sustrato antropológico, una especie de naturaleza italiana: la cual –dirá pocos años después el cardenal Ruini– se puede transgredir sólo con leyes que van contra natura, y que son por tanto discutibles en su raíz. Era el comienzo de lo que llamé un “extraño cristiano”, un híbrido de la segura y sólida fe ultraterrena y una alianza ultramundana con una derecha paganizante en su teoría y vagamente idólatra en su praxis. Pero esto sucede mucho después de don Giussani, al que yo veo en el origen del “Dios italiano”, antes de que ese Dios, por así decir, se hiciera “de derechas”.

Muchos recuerdan un editorial tuyo en La Repubblica –corría el año 2002– en el que hablabas del surgimiento en Italia de un “extraño cristiano”, y escribías: «Se aproxima una extraña figura de católico, una especie de cristiano originario en su pretensión de ser a la vez fuente y testimonio de un modelo italiano de fe y de vida. Como muchos otros católicos, considera que se ha “encontrado con Dios”. Pero no a través de la adhesión a una doctrina o a una filosofía religiosa, sino a través de ese “acontecimiento” que es el nacimiento físico concreto del cristianismo hace dos mil años». En torno al cristianismo como acontecimiento y no como discurso o doctrina abstracta, don Giussani construyó toda su propuesta. Y al igual que yo, miles de personas se han visto conquistadas por ella. ¿Cuáles son, en tu opinión, los rasgos originales de esta propuesta de don Giussani?
Un cristiano diría que encarnar la fe. Yo digo: don Giussani quiso hacer comprender que el cristianismo no es una filosofía ni una mera norma de conducta, un conjunto de preceptos. Es un acontecimiento, es decir, algo –dice Giussani– que ha sucedido realmente en la historia del mundo (esto me hace recordar las palabras de Woland en El Maestro y Margarita, cuando dice en las primeras páginas: «tengan presente que Jesucristo ha existido»), en un punto que atraviesa el tiempo y el espacio: Belén, hace dos mil años. Se trata por tanto de un hecho que influye, que da forma, que cambia la historia del mundo –explica Giussani–, no de un sistema de ideas al que recurrir como a un código de normas sociales, culturales o religiosas.

Como observador laico ajeno a la vida eclesial, ¿qué contribución crees que ha aportado el carisma de don Giussani a la Iglesia de la segunda mitad del siglo XX, en una época marcada por impulsos tradicionalistas y progresistas opuestos?
Lo sintetizaría de esta manera: creer que se cree, creer que se pueden mover las montañas, creer que si te has encontrado con Dios no puedes comer y beber como antes. Como decía antes, este esquema presupone no sólo la fe, sino una fe integral. En algunos casos, he visto esta fe caer en un integrismo que separa, o al menos pone una distancia entre la fidelidad a Dios y el camino sobre esta tierra, como si obedecer a Dios absolviese o hiciese irrelevantes ciertas alianzas, ciertos o apoyos que me han parecido a menudo contradictorios.

Un autor muy querido para don Giussani era Eliot, del que citaba con frecuencia una frase cuando se preguntaba sobre las causas de la crisis religiosa del hombre contemporáneo: «¿Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia? ¿O es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad?». En la última entrevista que concedió respondió: «Ambas». ¿Qué piensas al respecto?
Ya sabes cuál es mi opinión. La respuesta depende de lo que busque la Iglesia. Si busca una fe verdadera, coherente, debe testimoniar una presencia de vida, espiritual y concreta, de altura, que impregne la existencia de las personas. Si se limita a los preceptos, tengo la impresión de que apunta a otra cosa bien distinta, es decir, a una reconquista de hegemonía, aprovechándose por un lado de ese depósito de tradición que el cristianismo tiene en la sociedad italiana, aunque esté descristianizada, y por otro lado del vacío de pensamiento y de cultura de los nuevos partidos, y en particular de la derecha. Los preceptos de la Iglesia pueden llenar un vacío de elaboración cultural de la política. Pero es una perspectiva limitada, fuertemente defensiva y a la larga perdedora.

Para don Giussani la cultura no era un asunto de estudiosos, sino la reflexión crítica y sistemática que un hombre hace sobre su propia experiencia. En tu opinión, ¿qué ha aportado a la vida cultural don Giussani?
Fe, vida y cultura unidas, movidas y guiadas por el “acontecimiento”. Esta me parece la lección fundamental de don Giussani. Y aquí, de nuevo, ciertas respuestas inapropiadas de hoy me preocupan. Porque creo que las opiniones fuertes y las creencias sólidas son un anclaje necesario, sobre todo en un país de barro como el nuestro. Siempre y cuando nos entendamos sobre la relación entre la ley del Creador y la ley de las criaturas. Quien quiere “obedecer sólo a Dios”, ¿está dispuesto a aceptar que sus valores están en minoría?; ¿se reconoce dentro de la regla democrática de la mayoría?; ¿reconoce el principio por el cual en democracia las verdades son todas parciales porque el Estado no contempla lo absoluto? El pensamiento cristiano ha vuelto a actuar en el espacio público, y esto es útil tanto para los que creen como para los que no creen, como punto de discusión, una discusión sobre valores, con tal de que ese pensamiento no pretenda también pensar por mí. Son cuestiones cruciales, que esperan una respuesta.

En este último año La Repubblica ha dedicado reportajes y editoriales (hay que recordar los numerosos artículos de Umberto Galimberti y de Pietro Citati) al mundo juvenil y al nihilismo que afecta a muchos jóvenes, haciéndoles incapaces de interesarse por la realidad y de vincularse a algo de forma estable. Son muchos los que reconocen que nuestro país se halla ante una emergencia educativa. ¿En qué aspecto puede resultar útil el método educativo de don Giussani para aquellos que buscan con seriedad un camino para afrontarla?
Giussani supo hablar a los jóvenes, supo estar con ellos, reconoció su valor y ellos a su vez reconocieron el suyo. Creo poder decir que sentían su autenticidad, y al mismo tiempo su humanidad.

¿Qué afinidades crees que se dan entre la concepción del cristianismo propia de don Giussani y el magisterio de Benedicto XVI?
Creo que existen dos afinidades en particular: la primera es la concepción de la fe como semilla que puede fructificar, practicada por Giussani y teorizada por Ratzinger. La segunda tiene que ver con el “acontecimiento”. Ratzinger no cita nunca esta imagen, ni en sus libros ni en sus entrevistas. Pero niega con determinación que el cristianismo sea una cultura. El punto de contacto me parece evidente. Pero sigue habiendo un problema: el ateísmo devoto (“ateo devoto” es una expresión de Giuliano Ferrara, director del diario Il Foglio, que han hecho propia otros intelectuales italianos; ndt.), ¿no reduce justamente el cristianismo a esto, a una cultura, a una filosofía, a un código de normas sociales sin Dios, es más, a una ideología? Lo contrario del acontecimiento, justo lo contrario.