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Huellas N.7, Julio/Agosto 2018

BREVES

La Historia

Vía chat

Brasil. Los camioneros llevan once días de huelga. Las protestas contra la subida de precio del carburante encienden la mecha. Hay un montón de problemas: la comida escasea, se acaba la gasolina, centenares de puestos de control entorpecen el tráfico, se cancelan los vuelos, el transporte público se bloquea. Y, sobre todo, el pueblo se rompe en dos bandos: los que apoyan la huelga y los que condenan una protesta que pesa sobre la vida de todos, entre las declaraciones y amenazas del Gobierno de Temer, la intervención de las fuerzas armadas y el miedo que cunde cada vez más en un país ya de por sí en crisis.
Al comienzo, Gleyson reacciona como todo el mundo. Es director de ventas en una multinacional, tiene 42 años y cuatro hijos. Solo se preocupa de encontrar comida para su familia y gasolina. Sigue los análisis y los debates que hierven en la tv, la prensa, las redes y los grupos de WhatsApp. Cuanto más lee y escucha, tanto más se desanima. El colmo llega cuando la protesta está a punto de calmarse y empiezan a levantarse reproches contra "el pueblo brasileño". Contra su propio pueblo.
En un chat entre amigos, llega un duro mensaje que se queja de que «solo los brasileños se comportan así», «aprovechándose de sus connacionales, subiendo los precios con la excusa de la crisis», mientras que «la gente en otros países, en situaciones similares, reacciona de manera muy distinta». Todos se suman a este mensaje con los tonos reactivos del instant messaging. Pero Gleyson se percata de un mensaje distinto, arrollado por la avalancha de los demás: un amigo ofrece una cama hospitalaria para quien lo necesite. «La compré para ayudar a la abuela de un amigo», escribe, «pero acaba de irse al cielo y, por tanto, ahora esa cama está disponible». Nadie en el grupo parece darse cuenta, ocupados todos en hablar mal de los brasileños. Gleyson decide simplemente escribir esto: «Es cierto que hay quienes explotan la situación de crisis. Pero existen también muchas personas que están haciendo el bien». Y cuenta algunos hechos que le han llamado la atención estos días: gente que pone a disposición su coche, que se ofrece para dar un pasaje a otros, que presta su ayuda, que recoge en el colegio a los hijos de sus vecinos, hasta llegar a esa cama hospitalaria para una persona enferma.
De repente, todo cambia. Se paran los comentarios, las reacciones. Uno tras otro, los amigos empiezan a contar los gestos de ayuda que han presenciado, pero a los que no habían prestado atención, comparten sus necesidades o las de los demás. Una mujer que tiene a su tía enferma acepta el don de aquella cama y un amigo cuenta que su padre ha muerto hace una semana: estando con él cuando estaba ingresado, vio a su alrededor muchas necesidades, sobre todo de la gente más pobre, así que pensó en donar al hospital la silla de ruedas de su padre y otro material sanitario. Y concluye: «Al final, siempre vence el bien».
«Es algo muy sencillo, pero llamativo», piensa Gleyson, «y no porque en una situación dura uno mire "el vaso medio lleno". Es el surgir de una nueva conciencia de mí mismo, fruto del camino de fe que estamos haciendo, que me ayuda a reconocer los rasgos de Cristo en la realidad». Es el verdadero bien que puede ofrecer.