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Huellas N.5, Mayo 2018

PRIMER PLANO

Así puede florecer la vida

Apuntes de un diálogo con un grupo de jóvenes implicados en la «caritativa», un gesto que educa para descubrirse a uno mismo y la realidad (Milán, 12 de marzo de 2018)

Julián Carrón. Como ya dijimos, hoy trabajaremos sobre la «caritativa». Los testimonios que han llegado demuestran que se trata de un gesto que os está haciendo florecer a muchos de vosotros. A veces uno expresa la experiencia que vive con tal potencia que puede resultar útil para todos.

Anna. Mi caritativa consiste en ir una mañana a la semana a servir el desayuno a los sintecho. Lo primero que noto es que ese gesto me cambia siempre, que no hay una sola vez que salga de allí igual que he entrado. Con respecto a esto, un instrumento fundamental para mí es El sentido de la caritativa (L. Giussani, Cuaderno de Huellas, julio 2009), que leemos antes de comenzar el gesto, porque es capaz de poner nombre a las cosas que suceden en ese rato. Lo segundo que he constatado es que durante la hora de caritativa estoy presente en el presente como pocas veces durante la semana. Cuando estoy allí para servir el desayuno estoy completamente atenta para responder a las necesidades que hay, desde llevar el azúcar a fregar los platos. Estar tan presente en lo que sucede me permite disfrutar más de todo y me hace estar más atenta. Amo más lo que hay, estoy más disponible a acoger todo, y descubro que estar así me corresponde infinitamente. En ese lugar vivo esa diferencia «verificable» de la que habla el texto de la Escuela de comunidad. Ir a la caritativa me ayuda a percibir mejor las necesidades de todas las personas con las que me encuentro. Una mañana un sintecho me trajo un recorte de periódico con una foto de una chica y me la regaló, diciendo que, en su opinión, se parecía a mí. Me conmovió mucho ese gesto, porque yo hago lo mismo en mi relación con Jesús: en todas las cosas que hago, en todos los rostros que encuentro, busco los rasgos de Aquel que me ama y me regala todo, porque yo necesito ese bien.

Carrón. Que una persona participe en un cierto gesto y pueda decir: «No hay una sola vez que salga de allí igual que he entrado», es sorprendente. ¿A quién no le interesa participar en un gesto a través del cual pueda suceder algo así, pueda cambiar nuestro modo de concebirnos, de vivir? Cuando don Giussani nos invitaba a realizar este gesto -para educar nuestra persona-, estaba trazando un camino a través del cual uno puede ver suceder lo que nuestra amiga ha contado: que uno está cada vez más presente en el presente, que es lo que deseamos, en lugar de estar en el presente esperando que termine para luego empezar a vivir, como tantas veces hacemos. Participar en ese gesto, decía nuestra amiga, «me permite disfrutar más de todo, me hace estar más atenta» a todo lo que sucede.
Leo a continuación algunos fragmentos de la intervención de una chica que no ha podido venir porque vive lejos. Escribe Chiara:
«Estudio Ciencias de la Educación en Catania. Participo en el mismo gesto de caritativa desde hace ya siete años, es decir, desde que conocí el movimiento en el liceo. Es más, ha sido la caritativa la que me ha mostrado la naturaleza y la belleza de lo que había encontrado. La caritativa ha ‘monopolizado’ mi vida y mis decisiones en cierto sentido, empezando por la elección de la carrera: deseaba que la novedad en la relación con el otro estuviese también en el centro de mi trabajo. La circunstancia reciente a través de la cual he descubierto el valor real de la caritativa ha sido, paradójicamente, la de las elecciones, en especial una discusión que tuve con uno de mis hermanos. Él me acusaba de ser inútil para la sociedad porque no era capaz de identificar un partido al que votar. Encajado el golpe, casi para defenderme, empecé a acusarlo porque se quedaba cómodamente en el sofá y delegaba en otros la solución de todos los problemas. Al terminar la discusión, me arrepentí de reprenderlo porque, en el fondo, la dinámica que vence en mi hermano es profundamente humana: nadie se mueve si no es por un interés personal. En el fondo, yo tampoco me muevo si no es por una conveniencia, ya sea material o espiritual. Uno puede pensar en moverse por otro, además de por sí mismo, únicamente si reconoce que el otro es un bien. Y justamente desde esta óptica la caritativa ha sido para mí en estos años la mayor ‘escuela de política’, si se puede llamar así: no solo porque es un intento de respuesta a una necesidad, sino porque he recibido de las personas a las que he conocido en estos años mucho más de lo que yo haya podido dar, y así he descubierto que el otro es un bien para mi vida».
En la discusión con el hermano se ven las dos formas de concebir la política, es decir, si la cuestión es solo identificar el partido al que votar o si es el interés por la polis, el interés por el bien común, el interés por la necesidad de los demás. El hermano la acusa de no haberse identificado con una formación determinada y ella replica con una imagen distinta de la política. De hecho, él identifica el partido, ¡pero desde el balcón! Son dos actitudes con respecto a la política. Entonces, la cuestión es qué puede hacerle a uno levantarse del sillón, de modo que pueda implicarse como protagonista en la respuesta a la necesidad: hace falta, como nos testimoniaba nuestra amiga, participar en algo que sea una verdadera «escuela de política», es decir, de interés por la polis, por el bien común, por el otro y por su necesidad. Esta es la educación que nosotros buscamos al implicarnos con el gesto de la caritativa.

Tommaso. En estos años he descubierto que la caritativa no es un gesto separado del resto de mi vida, sino que permea hasta el fondo todos sus aspectos. Cuando empecé a hacerla estaba todavía en bachillerato, y había una profesora que cada vez nos recordaba que íbamos allí para aprender a amar como ama Jesús. Durante un año me quedé con esta frase sin comprender su sentido, pensando que era una de las típicas frases hechas. Hasta que, por circunstancias de la vida, me he sorprendido teniendo dentro de mí un bien para otra persona que me estaba tratando mal, y a la que no sabía cómo querer, pues ella hacía de todo por alejarme. Ahí me resultó evidente qué quería decir aquella frase. Cuando voy a la caritativa tengo delante a personas que quizá no me soportan o a las que yo mismo no soporto; de hecho, no decido yo a quién ayudar a estudiar esa tarde: solo puedo decidir si quedarme o no. Se me ocurre un ejemplo relacionado con esto, que permite entender por qué digo que la caritativa permea todos los aspectos de mi vida. Tiene que ver con este periodo de exámenes. He estudiado con un amigo, aunque no me guste demasiado estudiar con otros, sobre todo cuando estoy con el agua al cuello, porque me hace perder tiempo. Hace un año me habría buscado cualquier excusa para escaquearme y poder asegurarme tiempo para estudiar solo. En cambio, esta vez me he quedado hasta el final, no siempre de buena gana, porque efectivamente tenía el agua al cuello, y me he preguntado por qué. Y el porqué me ha resultado evidente. Desde hace dos años la caritativa no es un gesto bonito «en sí»: cada semana, cuando vamos a ayudar con los deberes a un grupo de chicos a vía Martinengo, me encuentro con que tengo que hacer estudiar a chicos que no tienen ningunas ganas de hacerlo, ni tienen ganas de estar conmigo, y con los que no siempre se crea una relación; con algunos sucede, pero después de muchos intentos y de muchos meses. Sin embargo, ahí no puedo escapar, estoy «obligado» a mirarlos, a reinventarme y a reinventar modos para acercarme a ellos y a sus necesidades. Por eso la caritativa es para mí una escuela en la que aprendo un nuevo modo de vivir cualquier cosa, incluso el estudio -que se ha vuelto más productivo-, y que me permite vivir las relaciones de forma más verdadera, desde la familia al compañero de curso más antipático. Reconozco que necesito vivir de este modo. Es un reconocimiento que es fruto de dos factores: de mi experiencia de vida y de confrontarme con las personas que van por delante de mí -al principio la profesora de la que he hablado, ahora otras personas-. En segundo lugar, han sido fundamentales otros dos elementos: el cuadernillo de El sentido de la caritativa, guía imprescindible, y la fidelidad a la caritativa, que nace tanto de la confianza hacia quien me propone el gesto como del interés por esta propuesta.

Carrón. ¿Por qué citas estos dos elementos? ¿Cómo has descubierto el valor del cuadernillo para vivir el gesto?
Tommaso. Durante algún tiempo no entendía casi nada, es más, las primeras-veces me parecía solo una cosa «cielina», algo formal. Poco a poco me he dado cuenta de que lo que ponía en el cuadernillo es verdad:la experiencia que estaba -viviendo allí no habría podido expresarse con palabras más adecuadas.
Carrón. ¿Y la fidelidad? ¿Qué ha significado para ti la fidelidad?
Tommaso. Solo el hecho de haber ido allí todas las veces sin hacerme concesiones ha hecho posible un cambio en mi forma de estar en la familia, por ejemplo.
Carrón. Miremos lo que nos testimonia Tommaso. ¿A quién no le gustaría hacer un gesto que, como él ha dicho, incida, permee, haga florecer verdaderamente, renueve cada aspecto de la vida? No es un gesto separado de lo demás, sino que es lo que llena de luz los demás aspectos de la vida. Cuando a alguien le sucede algo así, es un bien para todos nosotros. Con dos condiciones. En primer lugar, es preciso no vivir el gesto, como muchas veces sucede, simplemente como la respuesta a una necesidad, como si fuésemos una ONG, sino según el planteamiento que se nos propone. Cada uno debe descubrirlo, poco a poco, como lo ha descubierto él a través del cuadernillo El sentido de la caritativa. Hoy en día hay muchas personas que hacen voluntariado, pero ¿cuántas pueden decir que ese gesto permea toda su vida? No es un añadido secundario, ¿entendéis? Por eso don Giussani quiso que el gesto estuviese guiado, como decía nuestro amigo hablando de la profesora. Durante un cierto tiempo, como le ha pasado a él, uno puede no entender -supongamos- por qué la profesora lo guía, o por qué insistimos en ser fieles a esa sugerencia de don Giussani; pero con el tiempo, si uno es fiel -he aquí el segundo elemento-, lo entiende y descubre todo el alcance del gesto que realiza. Entonces, al igual que ha hecho Tommaso, tenemos que darnos el tiempo necesario -aquí está la fidelidad- para que pueda salir a la luz toda la promesa que encierra un gesto como la caritativa. En cambio, si vivimos todo con prisa, si preferimos algo mecánico -echamos la moneda en la máquina de bebidas y cae la Coca-Cola-, nos perdemos lo mejor, es decir, no hacemos experiencia. Hace falta darse un tiempo para que el gesto que aceptamos realizar muestre toda su capacidad para cambiar y para incidir en la vida. Al participar en el gesto, es importante no perder los dos factores que acabamos de resaltar, es decir, vivirlo tal como lo ha planteado don Giussani -porque en caso contrario no produce lo que estamos diciendo-, y con fidelidad.
Leo otra intervención que llega desde Reggio Calabria.
Escribe Santina:
«Hace algunos años me propuso un amigo si quería hacer la caritativa como catequista. Yo respondí enseguida que sí porque me fío de él. Sin embargo, con el tiempo he tenido que darme las razones de mi ‘sí’ para poder seguir haciéndolo. En todos estos años he tenido claro que la caritativa me ha servido sobre todo a mí, y me he dado cuenta de que se ha producido un cambio en mi persona...».
Es interesante ver que todos subrayáis esto: la primera «conveniencia» del gesto de caritativa es para quien lo hace. Y entonces no es solo que alguien con autoridad te dice: «Haz esto», sino que tienes la oportunidad de verificar en tu experiencia si lo que te dice es verdad. Siempre me asombra que Jesús une el llamamiento a seguirlo con el ciento por uno: «Si quieres vivir, sígueme; sígueme y tendrás el ciento por uno aquí». No te dice: «Sígueme porque lo digo yo», no, sino: «Sígueme porque yo te prometo algo que, al seguirme, podrás verificar en tu vida». ¿Y qué es? El ciento por uno, un cambio que puedes ver suceder en ti. El ciento por uno no es el éxito que yo pueda tener en la caritativa, por ejemplo; a veces, si uno trabaja con personas enfermas o que tienen una cierta discapacidad, no se ve éxito alguno, entendido en el modo habitual. El verdadero éxito es el crecimiento del yo que sorprendes en ti, es una intensidad de vida cien veces mayor en las relaciones, en el estudio, en el modo con el que afrontas la realidad. Continúa el texto de Santina:
«Se ha producido un cambio en mi persona que no creía que fuese posible». Se ha producido en ella un cambio que antes no se podía imaginar. Atención, uno no puede ver este cambio, no puede ver el ciento por uno antes de implicarse: lo ve solo cuando sigue. Si dijese: «No, yo quiero verlo antes», entonces no lo vería nunca, porque se trata de algo que debe verificar en su experiencia. Añade nuestra amiga:
«Si miro cómo era antes y cómo soy ahora no puedo dejar de asombrarme. Antes me limitaba a mirar, delegando en los demás, no quería responsabilidades, mientras que ahora me sorprendo siendo protagonista, y ha cambiado todo en mi vida, porque al meter las manos en la masa y adherirme a la propuesta he podido constatar que no es todo fruto de mi capacidad o de mi actuación. A través de mi ‘sí’ hay Uno que me cambia a mí en primer lugar, y también las cosas, y que no deja que me pierda nada. ¿Quién eres Tú que me buscas siempre para hacerme crecer, Tú que nunca te cansas de mí? Estoy agradecida por todo esto, pues he comprendido que no puedo quedarme en lo que tengo yo en la cabeza, sobre todo en los momentos de dificultad en los que creo que no lo -voy a conseguir, porque en el fondo hay Uno que a través de mi sí viene a aferrarme y a hacer que todo sea distinto».
¿Cómo es posible que, escuchando un testimonio como este, no nazca en nosotros una curiosidad, un deseo de realizar la misma verificación, de ver cómo cambia la vida siguiendo a alguien? En nuestra cultura, como dice don Giussani, resulta inconcebible que, siguiendo a alguien, mi vida pueda cambiar, que yo pueda comprender y pueda cambiar. En cambio, esta chica muestra justamente que solo siguiendo a alguien ella cambia, se vuelve protagonista de sus jornadas y entiende mejor qué es la vida. Quien no quiera perderse esta oportunidad que decida.

Federica. Desde hace tres años voy a hacer la caritativa a Precotto, un barrio de Milán. Es una actividad para ayudar con el estudio a chavales de secundaria. El primer año -lo admito- fue un gesto muy superficial; el motivo que tenía para ir era la posibilidad de conocer a algunos de mis compañeros, dado que acababa de llegar a la Universidad Católica. Mi posición con relación a la caritativa cambió cuando una amiga me pidió que ocupara su lugar como punto de referencia del turno y que invitara a los alumnos de primero a empezar juntos la caritativa. Esto me ‘obligó’ a tomarme en serio ese gesto en primera persona, pues si no fuera así no podría proponérselo a nadie. Don Pino nos dijo una vez que la caritativa es quizá el gesto más educativo de todos los que hacemos, y que es como un Ferrari: si deseo un Ferrari, lo quiero bonito, entero, sin que le falte un retrovisor o con una ventanilla rota. La caritativa se nos propone como un gesto completo: no se elige un aspecto u otro, se llega con puntualidad y no se falta, porque faltar o irse cuando uno quiere es construirse la caritativa a la medida, y entonces es mejor no hacerla para no desperdiciar el tiempo. Me he fiado y he intentado tomarme en serio la propuesta. Poco a poco, después de tres años, empiezo a reconocer la importancia que ese gesto está adquiriendo para mí por encima de otros, y me he dado cuenta de ello durante el periodo de exámenes que acabamos de tener. Todos los exámenes que tenía caían en miércoles, y los martes por la tarde tengo siempre caritativa. En estas semanas no me resultaba evidente «desperdiciar» la tarde de estudio anterior al examen, sobre todo en un periodo en que la caritativa me costaba un poco más, no tenía ganas de ir y los niños a los que ayudo tenían dificultades para entender. Tuve un par de conversaciones con Sofía, una amiga mía. Ambas estábamos pensando faltar aquel día a la caritativa para estudiar el examen del día siguiente. Pero según hablaba con ella, la conversación fue centrándose en la verdadera pregunta: ¿qué nos interesa en la vida? ¿Nos interesa decidir nosotros qué hacer con el tiempo que tenemos, y por tanto decidir que la única perspectiva del día es estudiar e ir bien al examen, o nos interesa otra cosa? ¿Por qué hemos decidido hacer caritativa este año? ¿Qué estamos descubriendo incluso en la fatiga de adherirnos y de ser fieles a la propuesta? La cuestión se había desplazado desde el «¿qué hacemos? ¿Qué nos conviene más para el estudio?» al «¿qué me interesa hoy de verdad? ¿Qué puedo descubrir y estoy descubriendo en la caritativa?». Cuando nos despedimos no teníamos ninguna duda, no porque lo más adecuado, en términos moralistas, fuese ir a la caritativa -«no se puede faltar a la caritativa»-, sino porque para mí ir allí es ante todo volver a plantearme la pregunta de qué es lo que me interesa realmente en la vida, y yo me olvido de ello cada día. El sentido de la caritativa, aquel martes, volvió a ponérnoslo delante de los ojos y del corazón, porque en un pequeño párrafo titulado Consecuencias, se lee: «Precisamente porque los queremos, descubrimos que no somos nosotros quienes los hacemos felices;y que ni siquiera la sociedad más perfecta, el organismo legalmente más sólido, el planteamiento más inteligente, la riqueza más ingente, salud más férrea, la belleza más pura y la civilización más ‘educada’ podrán jamás hacerlos felices. Es Otro quien puede hacernos felices. ¿Quién es la razón de ser de todo? ¿Quién lo hace todo? Dios. Entonces Jesús deja de ser simplemente quien me anuncia la palabra más verdadera, quien me explica la ley de mi humanidad y de la realidad que me rodea, ya no es solo la luz que ilumina mi mente: descubro que Cristo es el sentido de mi vida. El testimonio de quien lo ha experimentado es precioso: ‘Sigo yendo a la caritativa porque espero que tengan un sentido su sufrimiento y el mío’. La esperanza es Cristo. Todo tiene un sentido: Cristo. Esto es lo que descubro finalmente yendo a la caritativa. Precisamente experimentando la impotencia última de mi amor, mi inteligencia ahonda en la sabiduría, se adentra en una verdadera cultura». Al volver a casa, Sofía y yo nos pusimos a estudiar hasta bien entrada la noche sin desperdiciar un solo segundo. Mas allá de que el examen nos fuera bien, estaba contentísima por cómo había estudiado.
Y si lo pienso, veo que mi afecto por la caritativa crece cada vez más, porque veo que está estrechamente conectada con mi vida, con los demás días de la semana, me ayuda a organizar el tiempo, el estudio, me permite descubrir que en el fondo el tiempo no es mío, y que mi estudio no va mejor porque quite cosas a la vida: es más, cuando me implico en ciertas cosas, puedo ponerme después a estudiar con una perspectiva nueva, que no es solo aprobar el examen. ¿Qué es lo que me interesa? Descubrir que Cristo es el sentido de mi vida, ver si esto es verdad no solo en la caritativa, sino en la relación con mis padres, en mi examen, con mi novio y en mi piso. Al ir a la caritativa aprendo poco a poco a amar al otro por el hecho de que existe: no porque cambie mi humor, porque sea simpático o porque haga bien los deberes, sino porque existe. Y esto es lo que deseo de verdad con todos. Me parece demasiado fundamental para mi crecimiento como para faltar a la caritativa incluso el día antes de un examen. Sigo sin comprenderlo todo, pero tengo muchas pequeñas intuiciones, respuestas y nuevas preguntas que me permiten seguir apostando por ese lugar.

Carrón. Cada uno de vosotros nos ofrece elementos que no podemos perder. Federica subraya un dato fundamental, que es la totalidad del gesto: «No se elige, se llega con puntualidad y no se falta», que es una forma distinta de recalcar los dos factores de los que hablábamos antes: la necesidad de estar en la propuesta tal como se nos hace y la fidelidad. El gesto de la caritativa tiene la eficacia de cambiar la vida solo si lo vivimos tal como se nos propone. Ella empieza a ver ya, como ha dicho, que ese gesto es más decisivo que otros para cambiar todo lo demás. Es interesante observar que la invitación a una fidelidad le haya obligado a preguntarse: «¿Qué me interesa en la vida?». Es imposible que en un momento dado, ante el examen que tiene al día siguiente, no surja esa pregunta: la misma vida no se la ahorra. La cuestión de la fidelidad es crucial porque te obliga, lo quieras o no, a preguntarte y a decidir. Y es interesante, además, verificar si adherirse a este gesto hace que decaiga el estudio, o es lo que hace crecer más el deseo de estudiar y de aprovechar el tiempo. Si esto no es así, soy un buen cristiano, pero luego no estudio, descuido el estudio. Sin embargo, ella descubre que la caritativa está estrechamente ligada a la vida, y entonces empieza a ver el nexo entre el gesto de la caritativa y el estudio, se da cuenta de que el gesto de la caritativa no va en detrimento del estudio, sino que es una ayuda para vivir de forma distinta el estudio y para percibir una utilidad del tiempo que nunca habría imaginado.

Anna. Yo hago la caritativa en Bresso, en donde ayudamos a los chavales con los deberes desde primaria hasta secundaria. En estos meses han sucedido dos cosas muy importantes para mí. La primera sucedió en un turno en el que estaba estudiando con tres niños de primaria. Uno de ellos era chino. Estaba muy alterado, no me respondía, no conseguía sacarle una palabra, y cuando me respondía decía cosas que no tenían nada que ver. Me estaba poniendo nerviosa: lo intentaba de todas las maneras posibles, con distintas estrategias, pero no encontraba el modo de conquistarlo y de hacer que hiciera los deberes. Tenía un muro ante mí. En cambio, los otros dos niños hacían sus deberes solos y me preguntaban mil cosas, tenían también muchas preguntas fruto de la curiosidad. En un momento dado, agotada, consciente de mi impotencia frente a él y mirando a los otros dos, me dije: «¡Cuánto deseo que esta realidad te conquiste, que tú puedas disfrutar de las cosas como los otros dos!», convencida de que no podría conquistarlo yo, de que tendría que suceder algo para él. Lo único que podía hacer era estar con los otros dos que me reclamaban. Empecé a mirar a esos dos sin preocuparme por él. Después de un rato, él me preguntó: «¿Está bien así?», y me enseñó la hoja en la que había hecho el ejercicio. A partir de ahí empezamos a hacer juntos los deberes. Me impresionó mucho este hecho por dos motivos. El primero es que ese deseo sincero de que otro se vea conquistado es nuevo para mí. A final del turno me decía a mí misma: es extraño, porque antes de hoy este niño no era nadie para mí, no sabía ni siquiera que existiese,y en un momento dado he deseado su felicidad. Me pregunté: ¿es solo un impulso natural? Diría que no, porque muchas veces prevalece el nerviosismo por encima de ese deseo. Entonces, ¿qué me ha sucedido, que ha hecho que surja en mí ese deseo? El segundo motivo es que ha sucedido algo -no sé muy bien qué- que lo ha despertado sin que yo hiciese nada. En los Ejercicios espirituales de noviembre decías: «Es impresionante la potencia de la realidad cuando dejamos que hable al corazón (...). ¡Qué impresión! ¡Qué capacidad de trastocar lo cotidiano tiene la realidad!». El segundo hecho sucedió algún tiempo después. Una tarde estaba allí con otros tres niños que desde el principio eran estupendos; nunca me había pasado, y por eso estaba allí con ellos, mirándolos mientras hacían en silencio sus cosas. En ese momento me sentí inútil y me pregunté: «¿Qué estoy haciendo aquí?». Pero enseguida mi pregunta se transformó: «¿Puede tener valor el mero hecho de que yo esté aquí, de que yo exista? Lo único que les estoy dando en este instante es que estoy aquí con ellos». Entonces me acordé del punto de la caritativa que dice: «La ley suprema de nuestro ser es compartir el ser con los demás, compartir nuestro ser con los demás». Es lo que me estaba pasando. Intuí que el simple hecho de estar ahí podía ser útil, no porque hiciese algo, sino porque estaba compartiendo su ser, estaba compartiendo mi ser con ellos. Lo que he visto en estos dos episodios es que en la caritativa descubro mejor la verdad de mí misma. Y cada vez me pasa más, ante las cosas que suceden -la relación con los amigos, el estudio, la relación con mis padres, con mis hermanas, con mis compañeras de departamento- que me sorprendo diciendo: necesito volver a la caritativa. Cuanto más percibo la promesa que hay ahí, es decir, cuanto más empiezo a ver que algo cambia en mí, más cuenta me doy de la necesidad que tengo de ese gesto para mi vida.
Carrón. Es impresionante: con toda la dificultad que ha descrito que tiene en muchos momentos, justamente por lo que sucede en ella, le han entrado ganas de no perder el gesto de la caritativa. Si no llegamos a este nivel, antes o después dejaremos de ir. Es cuestión de tiempo.

Margherita. También yo hago la caritativa en Martinengo ayudando a los chavales a estudiar. Hace algún tiempo tenía problemas con una chica. Por eso, poco antes de ir hablé con una de las hermanas que guían el gesto y ella me dijo: «En cualquier caso, tú no sabes de qué modo, pero ella es para ti y tú eres para ella». Esto arrojó una luz nueva en mi forma de ir allí. En las semanas posteriores, delante de las mismas chicas, teniendo en la cabeza la hipótesis de que ellas eran para mí y yo para ellas, me di cuenta de esto: ellas no son mías y yo no estoy ahí para dominarlas. Del mismo modo, su necesidad no es la que yo pienso que es, sino que está ahí para mí. Esto mismo está sucediendo también con las chicas con las que comparto el piso, con mis amigos o con las personas con las que me encuentro en la universidad: no son mías y no soy yo la que las domina. Las necesidades de los demás, que con frecuencia ni siquiera comprendo hasta el fondo, las percibo cada vez más como un camino para mí.
Carrón. Vemos cómo descubrir estas cosas haciendo un gesto tan sencillo es crucial para todas las relaciones: con el novio, con la novia, con los amigos, con los demás. Cuando no entiendes cuál es la necesidad del otro, del novio o de la novia, y crees que eres tú la respuesta, empieza la tragedia. Parece algo insignificante, pero valdría la pena ir a la caritativa aunque solo fuera para aprender esto. El noventa y nueve por ciento de las peleas entre novios tienen lugar por no haberlo comprendido. Reprochas al otro que no te da lo que no te puede dar, porque tu necesidad es infinitamente más grande que él o que ella. El otro es como una gota que nunca podrá llenar el vaso. Y esto uno no lo descubre porque repita sin más la frase justa, sino porque al toparse una y otra vez con la necesidad del otro empieza a mirar al otro por su verdadera necesidad, y empieza a percibir de igual modo también su propia necesidad. ¡Todo sería más humano si entendiéramos estas cosas de verdad!

Paolo. Aprender la gratuidad en las relaciones es quizá lo más grande que me ha sucedido al ir a la caritativa. Una tarde estaba ayudando a estudiar a una niña con la que trabajaba ya desde hace algún tiempo y a la que le caía bien. Ese día no quería hacer nada. Traté de estimularla: «¡Venga, -vamos, que puedes hacerlo!». Nada. Entonces usé el plan B: la llevé a ver a la hermana, cosa que habitualmente funciona. Nada. Y entonces tenía dos opciones: seguir insistiendo con lo que yo tenía en mi cabeza, es decir, pensar que sabía cuál era su bien y su necesidad, o bien amar el punto del camino al que había llegado esa niña. Esta alternativa ha sido fundamental para mí en las relaciones. Salía con mi novia desde hacía dos años, y mientras yo empezaba a apreciar más el movimiento, ella en cambio empezaba a distanciarse, hasta que lo dejó todo: movimiento, Iglesia, etc. Para mí fue muy difícil y también doloroso. Al principio, me salía forzarla: «Venga, ven a la Escuela de comunidad, sé que tú necesitas esto». Tiramos así durante dos meses, sin que ella se sintiese mirada. Sin embargo,yo mismo percibía que algo no funcionaba. Un día la llevé conmigo a una Escuela de comunidad: para mí había sido preciosa, pero cuando la acompañé a casa, ella estaba triste. Ahí me vi nuevamente ante esa alternativa, y le dije: «Te lo ruego, ¡no vuelvas a venir a ninguno de estos gestos si vienes solo porque yo insisto!». Me sorprendí amándola por el punto del camino al que ella había llegado. Y esto fue lo que hizo que todo volviera a empezar, y quién sabe cómo habría terminado la relación si no hubiese sido por este paso. Esta es la mirada más bonita que yo pueda tener sobre los demás, y puedo tenerla solo porque es la que recibo en mi vida. Cuando en El sentido de la caritativa leemos: «Nosotros vamos a la caritativa para aprender a vivir como Cristo», esto es posible no porque uno se sienta que es Dios bajado a la tierra, sino porque esa mirada de amor, como la del preso del que nos has hablado, la percibo en mí, la experimento sobre mí, y es lo que más deseo dar a los demás, sobre todo a mi novia. Y la fidelidad a la que antes se hacía referencia es necesaria porque no es que cuando has comprendido esto una vez ya lo has comprendido para siempre: yo necesito siempre que esa mirada vuelva a ser educada.
Carrón. Es preciosa esta conexión que ha hecho Paolo. Es una documentación de lo que decía antes. Si uno está en la vida creyendo que sabe -«ya sé cuál es tu necesidad»-, incluso cuando «arrastra» a su novia a la Escuela de comunidad, lo único que obtiene es que ella esté triste. Amar la libertad del otro, amar el punto del camino en el que el otro se encuentra significa esperar el desarrollo de un designio que no es nuestro. Me acuerdo de un episodio que cuenta Giussani y que se puede aplicar a lo que dice Paolo. Le preguntaban: «¿Si, en la lógica de esta presencia fuerte, de este abrazo a la necesidad, me dirijo al otro, al compañero que me encuentro en la universidad, y este en un momento dado me dice: 'Mira, esto es una necesidad tuya, pero yo no tengo esa necesidad'?». Es asombroso ver cómo reacciona don Giussani ante ciertas provocaciones. Cada uno de nosotros puede decir: «¿Cómo me habría movido yo?», y puede después comparar su propio movimiento con el de Giussani. En lugar de animar a tratar de convencer al otro de que también él tenía su misma necesidad, don Giussani dice: «Tú sabes lo que hay en el corazón del hombre, porque lo ves en ti. [...] Y tú comprendes que el otro no entiende lo que tú sí entiendes porque está bloqueado». ¿Cómo ayudarlo, entonces? El punto de partida no es una discusión («ahora te convenzo de que tienes esa necesidad»), sino la conciencia de que el otro tiene que hacer un camino, igual que nos ha pasado y nos pasa a nosotros. Entonces, continúa don Giussani, lo primero de todo es «pedir al Espíritu Creador que renueve la faz de la tierra de ese hombre, ¡porque no podemos hacerlo nosotros!», empezar a pedir para que el otro se dé cuenta y, segundo, «tienes que estar delante de él, no insistirle» (L’io rinasce in un incontro. 1986-1987, pp. 364-366). Pasa lo mismo con los niños: es necesario obrar delante de ellos, porque solo si obráis delante de ellos, como habéis dicho, sucede algo. Lo contaba antes nuestra amiga hablando de los tres niños: dos estaban allí atentos haciendo sus deberes y el otro no; ella insistía con el último, sin obtener nada; en cuanto lo dejó un poco en paz y se puso a trabajar con los otros dos, a través de lo que ellos vivían le entraron también ganas al tercero, y pudo ponerse a trabajar. Pero este es el método de Dios: Dios elige a uno -esos dos que empiezan a trabajar- para atraer al otro. Por eso no hay que empeñarse diciendo: «Le tiene que pasar a ella lo mismo que me ha pasado a mí». No. A Paolo se le ha dado algo para que pueda llegar también a su novia, pero según un designio que no es el suyo. En un momento dado también él empieza a ver: no se trata de insistirle a ella, sino de estar delante de ella. Esto quiere decir empezar a familiarizarse con la humanidad del otro, que no es un mecanismo que puedo manipular. El otro no se mueve porque yo encienda el motor, igual que Paolo arranca la moto y se va. La novia no es como la moto, tiene un motor autónomo, y no se pliega a esta insistencia, y entonces es necesario provocarla de otro modo, poniendo delante de sus ojos una vida, de modo que en un momento dado, según un designio que no conocemos, pueda desencadenarse una chispa. Como el testimonio que leí en la última Escuela de comunidad: durante años el marido vivió la experiencia del movimiento y la mujer no quería saber nada de ella, hasta que ella misma -después de treinta años- mandó una carta para inscribirse en la Fraternidad. El marido esperó todo el tiempo necesario. Solo Dios ama así la libertad. No es que pase de todo: manda a su Hijo, y después a todos aquellos que Cristo elige para permanecer en la historia como presencia -la multitud de los testigos- y para hacernos ver que existe una posibilidad de cambio; no se queda en el balcón, sino que sigue actuando, sigue desafiando a los hombres, pero amando su libertad. De igual modo, nosotros seguimos viviendo delante de los demás, pero no sabemos cuándo se darán cuenta y se adherirán.
Entonces, es una gracia que se nos haya ofrecido el gesto del que hemos hablado esta tarde, con esa potencia que tiene para cambiarnos, para hacernos comprender la naturaleza de nuestras necesidades y de las de los demás y para incidir en el resto de la vida. Por tanto, sigamos proponiéndoselo a todos, según la modalidad con la que don Giussani lo ha concebido. Cada uno debe vivir el gesto en su totalidad. Si va de forma intermitente y luego dice: «A mí no me ha pasado nada de lo que he escuchado esta tarde», lo entiendo, pero es como si dijera: «Quiero que la moto funcione sin gasolina, porque la gasolina es cara». No es posible. Es preciso acoger el gesto en su totalidad: tiene una naturaleza propia, y si se nos propone de un cierto modo es porque solo así puede dar fruto en nuestra experiencia. Lo que la autoridad, la perso¬na autorizada nos dice, nosotros lo verificamos por el ciento por uno que introduce en nuestra vida. Es la confirmación de que nosotros, cuando seguimos a alguien, no lo seguimos de forma irracional, sino que estamos llenos de razones. La verificación del seguimiento es el ciento por uno. Se ve entonces por qué seguir es conveniente humanamente ha-blando. Cuando no florece el ciento por uno tenemos que preguntarnos: ¿estoy siguiendo? Podemos partir del segui-miento para verificar el ciento por uno o del ciento por uno para verificar si estamos siguiendo. Si no experimentamos el ciento por uno, quizá es porque me estoy gestionando las cosas por mí mismo, no estoy acogiendo el gesto en su tota-lidad, tal como se me propone. Todos hemos tenido la posi-bilidad de ver, a través de los testimonios de esta tarde, que cuando el gesto es vivido tal como se nos propone, el ciento por uno sucede. Si a alguien no le sucede, que verifique si se está tomando en serio el gesto.
Dima. Una última pregunta, que tiene que ver con la naturaleza del gesto. Antes has dicho: «La caritativa no es un voluntariado». ¿Podrías retomar rápidamente esta observación?
Carrón. Es una pregunta que dejaría abierta. Sin embargo digo: una cosa es responder simplemente a una urgencia, a una necesidad, y otra cosa es descubrir la naturaleza de la necesidad y quién puede responder a ella. Uno puede decir: «Voy allí, hago algo por los demás». Es algo bueno, por supuesto, pero la cuestión es comprender cuál es la necesidad del otro, descubrir la naturaleza de su necesidad. ¿Es solo necesidad de desayunar? Empezamos siempre por las necesidades más ex-ternas: el desayuno, el estudio, el ser acompañados debido a una discapacidad específica, etc. Se empieza por ahí, pero poco a poco emerge, como hemos visto, toda la profundidad de la necesidad, y entonces uno entiende que el mero voluntariado no puede responder, porque la necesidad es incomparablemente más grande que lo que yo puedo hacer. De este modo, uno empieza a entender que es preciso aprender otra cosa. Y es aquello en lo que don Giussani nos quiere introducir a través del gesto y del texto de la caritativa. Es como si nos dijese: «Fijaos bien, porque hay muchas cosas que aprender dentro de este gesto». Si nosotros lo reducimos a lo que lo reduce la mentalidad común, con el tiempo nos encontraremos desilusionados, nosotros y los demás, porque antes o después saldrán a la luz de verdad las necesidades, y si el gesto en el que participamos no nos hace entender quién puede responder a la verdadera necesidad nos volveremos escépticos o nos desesperaremos. Jesús respondió a su modo al aspecto inmediato de la necesidad, el hambre, por ejemplo. Enseguida habría podido crear una ONG pero, ¿por qué hace la Iglesia? Porque sabe que esa gente tiene una necesidad aún mayor. No es que las personas que fueron saciadas con la multiplicación de los panes y los peces no estuviesen contentas: ¡estaban tan asombrados que querían hacerlo rey! Pero Jesús, que comprende la naturaleza del hombre, dice: «¿No os dais cuenta de que esto no os sirve, no os basta? Si no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no podréis estar verdaderamente contentos. La necesidad de alimento que tenéis es solo una introducción para comprender la verdadera naturaleza de vuestra necesidad». Ahora bien, si también vosotros empezáis a comprender la profundidad de la necesidad humana, al mismo tiempo os resultará claro que no sois vosotros los que podéis responder a vuestra necesidad y a la de los demás -la del novio, la novia, los niños, etc. La mayoría de las personas que hace voluntariado piensa -de buena fe- que responde a la necesidad del otro, no ve esta profundidad, y por ello al final lo que hace no es amar real¬mente el destino del otro en su totalidad. Solo si empezamos a ver la naturaleza de la necesidad, a darnos cuenta de que no somos nosotros los que respondemos y que se trata de abrirse a Otro («Es Otro quien puede hacernos felices»), podremos realmente estar delante de nuestra humanidad y de la de nuestros hermanos sin miedo, más aún, abriéndola constantemente. Quizá empezamos a captar cuál es la diferencia entre la caritativa y el voluntariado. Pero son solo sugerencias que la próxima vez podemos desarrollar. Dejo abierto este punto: ¿qué diferencia veis entre lo que viven algunos compañeros vuestros de universidad cuando van a hacer voluntariado y lo que vivís vosotros en el gesto de la caritativa? Empezad a ver qué experiencia tienen ellos y qué experiencia tenéis vosotros, porque más allá de la explicación es necesario verificar en lo concreto lo que habéis escuchado esta tarde. Solo si esto emerge en vuestra experiencia podréis entender que el gesto de la caritativa, tal como se propone, tiene una densidad y una capacidad educativa infinitamente más potente que una actividad de voluntariado. El voluntariado es algo bueno, entendámonos: hacer algo es mejor que perder el tiempo. Es necesario reconocer su valor, pero al mismo tiempo es preciso comprender -gracias a lo que habéis dicho hoy y a lo que percibiréis al seguir adelante- dónde está la diferencia con respecto a la caritativa. Que cada uno compare. Lo único que os convencerá para seguir el gesto tal como se propone sin reducirlo, por influencia de la menta¬lidad común, a una actividad de voluntariado, será la experiencia y la comparación con lo que vemos a nuestro alrededor. Para evitar que pueda ser reducido, el gesto está guiado, y el hecho de que lo esté no es un añadido externo. Junto a ello, nos ofrecemos un instrumento, un texto que nos facilita el no reducirlo. El gesto com¬pleto está por tanto hecho de gestos y palabras intrínsecamente unidos: para no reducir el texto y para no reducir el gesto. ¡Ánimo!