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Huellas N.4, Abril 2018

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

“Rey vencedor, apiádate de la miseria humana”
A mi juicio, una característica esencial que define la época que vivimos es sin duda la falta de misericordia. El verano pasado, todavía no sé cómo exactamente, empezó a frecuentar nuestra convivencia una mujer que venía con su hijo. Comía con nosotros y colaboraba en la acogida de los que por allí pasaban. Durante este tiempo hizo amistad, sobre todo, con una de nuestras familias. En octubre me entero de que pretendía venir a vivir a Sant Hipòlit y, en enero, su hijo se escolarizó en 3º de la Eso en nuestro colegio. Yo no alcancé nunca a comprender de dónde venía todo aquello, sabía de la relación con esta familia pero nada explicaba totalmente las decisiones que estaba tomando aquella mujer que vivía sola con su hijo. Hace unas semanas, en la Escuela de comunidad, interrumpió el diálogo y dijo: «Quiero que me ayudéis a comprender qué me ha pasado. Yo no lo entiendo. En mi vida he sufrido mucho junto con mi hijo por el mal que nos ha provocado una persona. He estado 10 años encerrada en un bucle sin poder salir y en él me hacía daño y lo hacía a mi hijo. Desde que os conozco se ha introducido en mi vida la posibilidad de perdonar a esta persona, algo que no podía considerar antes, y me descubro empezando a hacerlo. De golpe ha llegado a mí una paz que antes no tenía. Mi vida ha cambiado y la de mi hijo también. Vivo con una alegría que antes no tenía y respiro. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué ha hecho posible este cambio?». Así, tal cual. Hasta donde yo sé, nadie le había dado ninguna charla a esta mujer sobre el perdón. Ningún libro sobre el sacramento de la penitencia ni ninguna referencia al cuadro de Rembrandt El retorno del hijo pródigo.
En el encuentro con la Iglesia como vida, nuestra vida, se le había dado un conocimiento nuevo. Algo que antes no tenía. Sin que nosotros hayamos hecho nada más que vivir ante ella y con ella. Después de su intervención, se impuso el silencio. Reconozco que casi estaba asustado, sobrepasado por lo que acababa de ver y oír, al comprobar una vez más que Cristo estaba actuando mucho más de lo que mi mezquino análisis es capaz de reconocer habitualmente. La ausencia de la experiencia del perdón constituye el núcleo de la posición humana habitual en nuestra sociedad. Lo vemos en todos los ámbitos, en el modo de afrontar relaciones, circunstancias, trabajo, compromisos, hay una incapacidad total de vislumbrar que el perdón es posible. Esto encierra a los hombres, porque el límite del hombre es su propio mal o el mal que sufre. El hombre de hoy dedica mucho tiempo a defenderse de todo (incluso de aquellos que ama) y la esclavitud en la que vive es directamente proporcional al número de cosas y hechos imperdonables que se hallan en su universo mental y afectivo. Todo ello viene a alimentar la subjetividad propia de la postmodernidad de la que tanto hemos hablado. En la oración que a menudo rezamos, pidiendo que don Gius interceda por nosotros, se dice: «Que el comienzo de cada día sea un sí al Señor que nos abraza y hace fecundo el terreno de nuestro corazón, para que se cumpla su obra en el mundo, la victoria sobre la muerte y el mal». Y en un mundo que vive bajo el yugo del aparente mal irreparable que hacemos y que sufrimos este es, a mi parecer, el núcleo de la batalla cultural que estamos llamados a librar.
El sí que le damos al Señor en todo lo que hacemos (trabajar, comprar, levantar un colegio o simplemente aguantarlo como se pueda, educar a los hijos, ir a sus partidos de fútbol…) es la condición para que hombre de hoy se encuentre con la misericordia de Cristo desbordante y vencedora del mal y de la muerte.
Ferrán, Sant Hipòlit

LIBRO DEL MES
De rodillas

He acabado casi de leer el libro Réquiem por Nagasaki. «Tratemos de estar agradecidos porque haya sido elegido como un sacrificio agradable a Dios», dice más o menos el protagonista. ¿Qué hay más realista que una posición como esta? El domingo pasado, en la iglesia, me llamó la atención cómo estaba arrodillada una persona delante de mí. Siempre pensé que arrodillarse era una simple expresión de respeto o como mucho de devoción. Por primera vez, viendo aquel hombre arrodillado, con la cabeza baja, me vinieron a la cabeza muchas imágenes de la iconografía cristiana. Ese gesto se me hizo elocuente: «Heme aquí, Señor. Te ofrezco mi vida, al igual que tú en este momento, en la Santa Misa, la ofreces por mí». Ya no podré dejar de pensar en esto en el momento de la Consagración.
Livio

PUERTO RICO
Vivir acompañada
Querido Julián: Vivo en Puerto Rico y este 2017 fue un año duro, intenso y dramático. Jamás pensé que podría vivirlo con alegría a pesar del dolor, la fatiga y el cansancio. Gracias a la Escuela de comunidad pude enfrentar acompañada mi realidad. En determinados momentos no comprendo, pero es como un aire fresco que me da respiro. El año empezó con la enfermedad de mi madre a la que le diagnosticaron un tumor y que, si bien salió de la operación, a los 12 días falleció.
Fue difícil estar con mi madre, porque siempre ha existido una brecha entre nosotras. Sin embargo, quería estar con ella, porque era mi oportunidad de ser hija. Gracias a mi amigo Daniel, había entendido que independientemente de las diferencias, yo soy su hija. Al residir en Puerto Rico, no pude estar con mi padre cuando falleció en Argentina en 2009. También por eso, quise estar al lado de mi madre. La cosa tenía sus complicaciones, porque implicaba ausentarme del trabajo y otras dificultades. Para mi sorpresa, mi novio ayudó muchísimo en facilitar gestiones, transportarnos para ahorrar en gastos de estacionamientos, cocinar para no gastar dinero en comidas fuera, etc. Descubrí cómo el Señor me primerea con cada uno de los rostros que estuvieron acompañándome. Las enfermedades no se pueden entender, pero haciendo un juicio sobre diferentes experiencias, he descubierto que son oportunidades para descubrir de nuevo a Cristo, a mí misma y a la persona que tengo al lado. Después sufrimos el paso de un huracán terrible. Los meses de septiembre a diciembre fueron una locura. El agotamiento físico extremo. Todo costaba el doble o el triple. Se hace difícil el business as usual cuando no hay infraestructura. Las misas cambiaron de horario para evitar que las personas estuvieran en la calle, los supermercados carecían de suministros, la escasez de gasolina o diésel, transitar en las calles sin semáforos, todo era complicado.
La vida como la conocíamos cambió para siempre pero, gracias a Dios, a pesar de las dificultades, no perdimos la esperanza. Al contrario, hasta sentíamos alegría de las cosas pequeñas, como por fin comunicarte con esa persona que no sabías cómo estaba, conseguir una botella o gaseosa fría, no tener que hacer fila para comprar algo... Las filas han sido una gran oportunidad para ver cómo el otro es un bien para mí. En mi caso particular, las filas de gasolina eran largas y cargar con los bidones no era fácil. Sin embargo, siempre había una u otra persona dispuesta a ayudar, con una sonrisa y un abrazo. Sin caminar juntos, sin reconocer a Cristo presente, sin ver cómo a través del movimiento maduro mi fe frente a la realidad que me toca vivir, no sé cómo hubiese afrontado estos cambios. Antes, las incertidumbres me producían miedo y ansiedad. La dependencia me aterraba. Pero, desde que pongo mi seguridad en Él y en las personas que me ayudan a descubrirle, empiezo a superar el miedo a vivir la realidad con todo su drama.
Alisa

ARGENTINA
El ofrecimiento de Roxana
Querido Julián: Te escribo con una enorme gratitud por el encuentro y camino que compartimos. Una querida amiga, Roxana, con la cual compartimos todo el CLU, se encuentra padeciendo un tumor cerebral en una fase complicada y delicada, en un sanatorio de la ciudad de Córdoba, Argentina. Está en una sala de cuidados especiales por lo que se la puede visitar solo una hora y media y en un horario muy difícil, porque es al mediodía cuando todos trabajamos. Roxana ha perdido el habla, la capacidad de deglutir y la movilidad de toda la mitad derecha de su cuerpo. Está entubada para recibir la alimentación y esto le produce mucha molestia, además de padecer una grave neumonía. Ayer la visité y estuve una hora junto a ella. La forma de comunicarse es dándole la mano y su mirada; a veces intenta hablar pero emite solo sonidos. Le contaba y nombraba a los amigos que me llaman preguntando por ella y entonces me apretaba fuerte la mano y me miraba.
He aquí lo impresionante; ante una situación de extrema gravedad, su mirada es tranquila, transparente, transmite muchísima paz. Tiene junto a ella una estampita de don Gius y se la recé. Lo estaba esperando. Ella está viviendo en permanente oración y ofreciéndolo todo por sus hijas, su familia y el movimiento. Es una certeza que experimento cuando estoy junto a ella. Trabajo en salud, sé de estas situaciones. Saliendo del sanatorio pedía el milagro de su recuperación. Roxana es muy jovial y alegre, vivimos intensamente el CLU, junto a Aníbal, Alver y los demás. Todo se vuelve tan real y verdadero hoy como hace tantos años. El ofrecimiento de Roxana nos hace atentos y suplicantes ante Aquel que nos pensó juntos en esta historia particular y frágil, pero decisiva. Y brota la gratitud por poder vivir una situación triste y dolorosa con una tensión hacia el Misterio, mendigando su compañía y su ternura.
José Alberto, Córdoba (Argentina)

«Te basta mi gracia»

Leo en la Escuela de comunidad: «Si uno se toma en consideración el fenómeno de la Iglesia, si lo vive de verdad, si se compromete con él, entonces llegará a ser diferente de manera comprobable». Aquí me siento identificada. Me veo cambiada y creo que el cambio es palpable. Sin embargo, hay algo que me inquieta. Hay ciertas cosas en las que mi “hombre viejo” aparece de nuevo y, a veces, dudo del cambio. Cuando aparece mi debilidad, mi incapacidad, de algún modo, invalida todo lo demás y me bloqueo, me enfado con el Señor. Toda esta semana he estado dándole vueltas a esto. Con este run run, me estaba releyendo el libro El refugio secreto sobre la historia real de dos hermanas en un campo de concentración, que se convierten en un punto de referencia en el barracón; sobre todo una de ellas tiene una fe increíble, pero empieza a ver que su alegría disminuye por peque ñas mezquindades, egoísmos y de repente, leyendo la carta de Pablo a los Corintios, le llama la atención lo siguiente: «Tres veces le rogué al Señor que me la quitara [se refiere a su debilidad]; pero él me dijo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”». «Por fin Pablo sabía que su debilidad podía ser algo por lo que dar gracias, porque ahora Pablo sabía que ninguna de las maravillas y los milagros que siguieron a su predicación podía deberse a sus propias virtudes. Toda la fuerza residía en Cristo, no en Pablo», dice textualmente el libro. Y la protagonista se da cuenta que su tristeza no viene ni siquiera por sus egoísmos y mezquindades, sino porque creyó que el cambio que se estaba produciendo en el barracón al leer el Evangelio era mérito suyo. Al leer esto me di cuenta que esto mismo es lo que me pasa a mí, porque creía que las cosas cambian por mí (aunque sean cuatro chorradas que no se pueden comparar ni por asomo con los milagros de san Pablo, ni con lo que hacían las protagonistas del libro en el campo de concentración).
Me estaba anticipando a la iniciativa del Señor, pensando que ya había encontrado la fórmula perfecta. Por eso me doy cuenta de lo importante que es reconocer que los cambios que se producen los realiza Él y que, si existe en mí esa debilidad, el Señor la permite para que no me crea que yo soy la que determino cómo tienen que ser las cosas. En mi debilidad, Él se manifiesta con más fuerza.
Ana, Madrid

Lo típico, sin embargo…

Hace años, ante la perspectiva de un viaje en un momento difícil, una amiga me dijo: «Ojos y corazón abiertos». Desde ese día, cada vez que salgo de casa con la maleta a cuestas recuerdo sus palabras. Este fin de semana estuve con unas amigas en Tenerife. Reconozco que no esperaba mucho del viaje: estar con ellas, ir a la playa… Lo típico. Sin embargo, desde el momento en que pusimos pie en la isla, todo ha sido un regalo y una sorpresa. La acogida de la gente de allí, rostros conocidos y desconocidos que nos han abierto sus casas y sus corazones, la alegría de estar juntos, la intensidad y la belleza de las conversaciones y la frescura de la comunidad de Tenerife han hecho que volviera a casa con el corazón lleno de alegría. Cuando salimos un poco de nuestra rutina y de nosotros mismos, volvemos a ver esa vida nueva de la que habla la Escuela de comunidad sobre el misterio de la Iglesia, la vida de quien tiene el corazón lleno de Cristo. Y no es una cuestión de ser perfectos, no tener problemas o dar la talla, sino de tener los ojos y el corazón abiertos a lo que se nos pone delante. Y yo quiero esta vida nueva también en los días áridos de trabajo, en los que parece que nada sucede. Doy gracias a Dios por haberme puesto en un lugar donde se me ayuda para que no me conforme con una vida sin esta alegría que viene del Señor.
Kenia, Madrid

Cuando caen las lágrimas…

«Disculpe, padre, veo que mi hijo se siente atraído por este grupo de chicos y ansía por venir todos los sábados con vosotros. Me alegro de que haya decidido frecuentar la parroquia, a lo mejor cambiará un poco ese mal genio suyo. A veces, le miro a él y también a todos vosotros y me pregunto: ¿Cómo estoy educando a mi hijo? ¿Quién me ayuda a mirar más a fondo lo que acontece en él? Quisiera entender mejor cuál es mi lugar como padre y lo que Dios me pide. ¿Podemos vernos la próxima semana?». Son palabras del padre de uno de los chicos que han hecho con nosotros el campamento de la ESO. Son adultos que buscan un lugar donde poder abrazar la fe, a menudo reducida a un gesto ritual, casi mágico, sin vínculos con lo que acontece en la vida de todos los días. Desde hace más de tres años sigo la catequesis para adultos en la parroquia: un grupo de unas quince personas, nacido de la necesidad de continuar una relación con la Iglesia para entender mejor cómo ser “padres” a través de la fe. Les he propuesto leer juntos el catecismo para profundizar lo que la Iglesia enseña.
Me he reunido con un grupo de madres cuyos hijos se preparan para la primera comunión. Me han hecho un montón de preguntas sobre la fe y la enseñanza de la Iglesia. Por ejemplo, no entendían por qué una persona divorciada y vuelta a casar o que usa regularmente métodos anticonceptivos no puede acceder a la comunión. Pensando en la bondad de Jesús, consideran injusta la posición de quienes, como nosotros, administran los sacramentos. Mientras hablaban, veía una herida profunda en su vida y la necesidad de algo que pudiera llenar ese vacío. Así, empecé a relatar la historia del pecado original, de la herida y del profundo deseo que tenemos dentro. Y, mientras intentaba explicar, veía lágrimas caer de los ojos de una de ellas, como si no hubiese ya nada que defender, como si la respuesta fuese sentirse mirada y abrazada.
Muchas de las familias que encontramos son católicas, pero su conocimiento de la fe es ambiguo, no conocen el significado de la Eucaristía o del Bautismo. Solo tienen la idea de algo sagrado que hay que respetar. A veces me pregunto qué sentido tiene proponerles el catecismo. Pero luego veo que tienen una profunda necesidad de una verdad que les pueda ayudar a mirar la vida no como una batalla que afrontar, sino como un desafío por descubrir juntos. De hecho, muchos continuaron viniendo aun cuando los hijos ya habían hecho la primera comunión. Les empuja la necesidad de alguien con quien confrontar sus preguntas y deseos concretos. Piden tener cerca a una persona que les ayuda a volver a fijar la mirada sobre un punto del cual brota la vida verdadera. Incluso para mí, la belleza de esta catequesis es la oportunidad de una relación personal, de acompañarnos en un camino donde la vida de cada día es algo más de lo que parece.
Diego, Santiago de Chile