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Huellas N.3, Marzo 2018

PRIMER PLANO

«Así me está cambiando Francisco»

Luca Fiore

Joven cardenal de Manila y hombre clave del pontificado. LUIS ANTONIO TAGLE relata qué significa seguir la propuesta de Francisco y «los signos que Dios hace»

«Santo Padre, ha estado usted aquí con nosotros y mañana se marcha. Nosotros queremos ir con usted. Pero no a Roma sino a las periferias del mundo». Las palabras pronunciadas por Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila, al término de la visita del Papa a Filipinas en 2015 dan una idea de su identificación sincera y de su afecto hacia Francisco. Un afecto compartido con su pueblo que se traduce en seguimiento sencillo a este hombre que llegó, hace cinco años, «del fin del mundo».
Tagle es un cardenal joven (en junio cumplirá 61 años) pero tiene mucha experiencia del mundo y de la Iglesia. Estudió Teología en Estados Unidos, donde vivió durante siete años. En 1997 entró a formar parte de la Comisión Teológica Internacional presidida entonces por Joseph Ratzinger, que al ser Papa le confió en 2011 la archidiócesis de Manila: 2.700.000 bautizados para 85 parroquias y 475 sacerdotes. Por su parte, el Papa Francisco lo considera uno de los hombres clave. En 2014 le nombró presidente del Sínodo Extraordinario sobre la Familia y en 2015 lo puso al frente de Cáritas Internacional.
Con Bergoglio tiene en común su afabilidad y el talento de decir con sencillez cosas muy profundas. La sonrisa con que nos recibe, que a primera vista puede interpretarse como un rasgo oriental, es algo más. Tal vez sea la marca en su rostro de eso que el Papa llama Evangelii Gaudium. Hablamos con él de dónde le está llevando la propuesta que Francisco hace a toda la Iglesia.

Eminencia, ¿qué está cambiando en su vida como creyente y como pastor desde que llegó Francisco?
Conocí al cardenal Bergoglio en 2005 durante el Sínodo sobre la Eucaristía. En aquella ocasión trabajamos juntos durante tres años, así que pude conocerle de cerca. Cuando pasó a ser Papa me di cuenta de que la elección no le había cambiado, seguía siendo la misma persona: sencillo, con el corazón y la mente siempre centrados en la evangelización. Su pregunta es ¿cómo proponer el Evangelio en nuestro tiempo? No de un modo abstracto sino concreto. Con sus luces y sus sombras. Esto me llama mucho la atención. Uno podría pensar que cuando eres Papa cambias de actitud. Darme cuenta de esto ha sido, en cierto sentido, el primer cambio que su persona me ha causado.

¿En qué sentido?
Me ha recordado que el ministerio que nos es confiado no es una posición de honor y privilegio, sino que sigue siendo una llamada, una misión. Somos siervos y seguimos siendo siervos. Esto es algo que me provoca mucho. Luego he notado un segundo cambio.

¿Cuál?
Francisco no enseña cosas nuevas, él dice que todo ya está escrito en el Evangelio: el amor de Jesús por los pobres, la llamada a la conversión y todo lo demás. Me ha dicho que admira mucho a Pablo VI, especialmente la Evangelii nuntiandi, que para mí es tal vez el documento más importante después del Concilio. Pero Francisco ha puesto el acento en la alegría, gaudium, porque hay una tendencia en el mundo contemporáneo, no solo en la Iglesia, a estar cansados y tristes. La vida familiar, el estudio, el trabajo se viven como un peso. Pero nosotros tenemos la razón auténtica para estar alegres: Jesús, muerto y resucitado, está vivo y es nuestra esperanza. Esto es lo que nos da fuerza y nos alegra. Pero se trata de una alegría que no olvida la realidad, con las sombras de la vida cotidiana. Estamos alegres porque el Señor es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios victorioso. Luego hay un último cambio que yo llamaría “conversión pastoral”.

¿Puede explicarlo?
La llamada como pastor no se limita a la proclamación del Evangelio sino que nos pide señalar a todos los signos de la presencia de Dios en la vida cotidiana. Esto es lo que hace respirar a la gente y lo que suscita la esperanza. Los periódicos y las televisiones dan espacio a lo que no funciona. La Iglesia debe buscar, en cambio, los signos de lo que Dios hace. Por ejemplo, yo les digo a los voluntarios de Cáritas Internacional que trabajan en los campos de refugiados que no vean solo la miseria y el sufrimiento sino también los gestos de amor, los testimonios de la fuerza del espíritu humano que resiste. Porque esos son los signos de la presencia de Dios.

¿Qué le ayuda a ir en dirección a esta conversión?
Lo primero es la oración que escucha a Dios. Eso es lo que me devuelve la alegría. A menudo siento que me ahogo por las dificultades y dilemas que tengo que afrontar como pastor de una diócesis tan grande. Me encuentro delante cosas que son más grandes que mi capacidad. Pero cuando me paro a rezar, a escuchar la palabra de Dios intentando sentir el impulso del Espíritu Santo, sorprendo una alegría que me devuelve el ánimo. El mundo busca la satisfacción, en las compras, en la posesión de las cosas, en la buena comida. Pero como persona y como pastor, sé que la alegría se halla en el encuentro personal con Jesús en la oración. Yo espero que llegue la noche para tener ese momento de silencio, para respirar delante del Santísimo y decirle: «Señor, aquí estoy». Le cuento las cosas que pesan en mi corazón y después, en el silencio, siento su presencia, que me indica la dirección y una perspectiva para mi vida y para mi tarea pastoral. Otra cosa que me ayuda es acercarme a los pobres, a las periferias existenciales de las que habla el Papa. Ir a las periferias para convertirlas en el centro. El peligro es seguir pensando que el centro somos nosotros. Es una forma oculta de orgullo.

¿También siente usted que corre ese riesgo?
Claro. Y necesito recordarlo siempre: vayamos a las periferias dispuestos a aprender el Evangelio de los pobres.

¿Cómo se lo enseñan, siendo usted teólogo?
No con palabras sino con su actitud. Con su alegría, que para mí es una gracia del Señor.

¿Puede poner un ejemplo?
En Filipinas hay al menos veinte tifones al año. Es una de las razones por las que el país sigue siendo tan pobre. Los pescadores y campesinos trabajan duro, pero cada vez que llega el tifón tienen que volver a empezarlo todo de cero. Una vez fui a visitar uno de estos lugares devastados. Estaba muy dolido, veía casas destruidas, cadáveres por las calles. Una larga fila de personas buscando agua, comida y medicinas. Una miseria sobrecogedora. Pero aún más sobrecogedoras fueron las palabras que oí salir de su boca: «gracias a Dios brilla el sol», «gracias a Dios he podido encontrarme con el cardenal», «gracias a Dios ayer recuperé a mi hijo» (se conmueve). Cosas sencillas se convierten en un milagro. Pero pienso en mí… que me quejo cuando el agua no está lo suficientemente caliente, cuando la comida no tiene bastante sal… Los pobres me enseñan a recuperar el verdadero sentido de la vida, que es el horizonte del don.

Dice el Papa que los pobres son una categoría teológica, ¿qué significa para usted?
Es un discurso únicamente cristiano. En todo el mundo la pobreza es un fenómeno social, cultural, económico. Mientras que la Biblia, la palabra de Dios, ha hecho de la pobreza una elección. No una pobreza impuesta por ley sino una decisión, como la de los religiosos y religiosas… Una vía para ser niños en el Reino de Dios. Por otra parte, Jesucristo, el hijo de Dios, se encarnó convirtiéndose en parte de la creación. Hermano de tantos pobres y pecadores. Él nos dijo que lo que hacemos o dejamos de hacer a un pobre se lo hacemos o dejamos de hacer a él. Esto es un discurso teológico. La presencia del Señor se ve con los ojos de la fe, por eso los pobres son un locus teológico.

A menudo al Papa Francisco se le malinterpreta o no se le entiende, ¿es un Papa difícil de seguir?
¡Para nosotros no! Tal vez porque viene de América del Sur y Filipinas estuvo 300 años bajo el dominio de los españoles… Será su forma mentis, su sensibilidad por la religiosidad popular… Cuando vimos su primera imagen orando ante el icono de Salus Populi Romani, en Santa María la Mayor, aquí se decía: «Es un Papa como nosotros». Es un sentimiento compartido tanto entre los fi eles como entre los sacerdotes.

Pero sobre ciertos temas se discute mucho.
Sí, está la enseñanza de la Biblia y de la tradición, pero también la situación humana de la gente, que no está siempre clara. Hay un enfoque que parte de la doctrina y trata de aplicar la doctrina a la vida. Luego hay otra tradición, especialmente moral, que parte de la situación concreta y trata de acompañar a la gente partiendo de ahí. El Papa valora mucho este enfoque.

También nos reclama a no ser elitistas. Dice que el riesgo es que los cristianos se sientan mejores que los demás, ¿cómo trata usted de vencer esta tentación?
La tentación existe aunque, a decir verdad, para nosotros en Asia, donde la Iglesia siempre ha sido una pequeña minoría, las tentaciones son menos. Tenía un alumno en el seminario que se ordenó hace unos años. Su primera tarea ha sido en Camboya, al frente de una parroquia que tiene un solo fiel. En muchos lugares, incluso numéricamente, no hay sitio para la soberbia. Es triste ver que en Europa, por ejemplo, el número de cristianos caiga de tal manera. Pero tal vez sea también una oportunidad. Sentirse en minoría ahorra la tentación del elitismo.

¿Qué diría a los cristianos europeos en este momento de transición?
La presencia de la Iglesia no se mide por los números sino por la calidad del testimonio. A mi antiguo alumno, párroco en Camboya, le pregunté si no le desanimaba el hecho de que, después de diez años estudiando filosofía y teología, se encontrara guiando una comunidad de un solo fiel. Y él me respondió (vuelve a conmoverse): «Quiero dar toda mi energía por este parroquiano. Él es la presencia de la Iglesia, es la presencia de Jesucristo, su cuerpo místico en este lugar de Camboya».

QUIÉN ES
Luis Antonio Gokim Tagle
nació en Manila en 1957. Es arzobispo de la capital de Filipinas desde 2011. Al año siguiente fue creado cardenal por Benedicto XVI. En 2015 el Papa Francisco le nombró presidente de Cáritas Internacional. Está considerado uno de los máximos exponentes del pensamiento teológico asiático y ha formado parte de la Comisión teológica internacional. En 2005 fue el obispo más joven en participar en el Sínodo sobre la Eucaristía y fue elegido en el consejo post-sinodal.
Entre sus libros traducidos al español figuran Comunidad pascual (Herder), Hablar de Jesús (Publicaciones claretianas) y la autobiografía He aprendido de los pobres.