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Huellas N.2, Febrero 2018

LECTURA / EL LIBRO DEL MES

Rusia, 1917

María Martínez López*

Mientras las lecturas historiográficas de la Revolución rusa «ignoran o reducen su novedad» radical, algunos autores rusos exmarxistas –Nicolás Berdiaev, Serguey Bulgakov, Semion Frank y Piotr Struve– la detectaron ya antes de que ocurriera. «Descubrieron cómo la ideología sustituía a la realidad. Y, por otro lado, que la ideología vence solo si el individuo no encuentra dentro de sí la fuerza para combatirla. La revolución no tuvo éxito porque Rusia fuera un país atrasado, sino porque se había creado un vacío de legitimidad, de motivación. La gente ya no sabía por qué valía la pena vivir y vivir en paz». ¿Qué quería decir Berdiaev al afirmar que «los bolcheviques vencieron porque “yo” soy lo que soy»? Que no se había sabido mostrar una auténtica alternativa. Por ejemplo, Rusia vivía un terrorismo muy parecido al actual [solo en 1907 hubo más de 3.000 víctimas, ndr].
La sociedad estaba dividida: unos querían acabar con los terroristas y otros, en el fondo, les daban la razón. Estos autores indican que la solución no es ni una verdad usada para destruir al enemigo ni un relativismo irresponsable. La clave es una verdad que libera. En Cristo y la Iglesia descubren una verdad que supera el relativismo sin ser usada para condenar, sino para invitar a la conversión, al encuentro, a respetar la realidad y a asumir libremente la propia responsabilidad. En aquel vacío social jugó un papel importante la vinculación de la Iglesia ortodoxa con los zares, y el fracaso de la idea de la monarquía como gobierno cristiano. ¿Causa de ello fue la reforma de Pedro el Grande, que en 1721 sometió la Iglesia al Estado? No solo. Fue algo muy anterior. La reducción de la Iglesia ortodoxa rusa a una Iglesia nacional se inició con el cisma entre Roma y Constantinopla en 1054, y prosiguió cuando Moscú se apartó también de la relación con Constantinopla. Perder una referencia universal debilitó a la Iglesia frente al poder civil. Pero esto no es una enfermedad estructural de la Iglesia rusa, que es una Iglesia en sentido pleno, y estaba viva, aunque débil. Intentó reencontrarse a sí misma en un concilio que comenzó en agosto de 1917. ¿Llegó tarde y, como dijo Bulgakov, «la sangre de los mártires lavó los pecados de la Iglesia»? Seguramente. Estos autores subrayan que la Iglesia ortodoxa preparaba para vivir en el cielo, pero no en la historia. Por eso, cuando llegó la revolución, el pueblo mostró su debilidad. Algunos permanecieron fieles hasta el martirio, pero no la masa. En cierto sentido, la
Iglesia era muy potente, marcaba la vida de todos, pero no tenía autoridad moral. Cuando en 1916 la confesión dejó de ser obligatoria en el ejército, en un año los que se confesaban pasaron del 100% al 10%. La fe no puede imponerse. Porque entonces no sería una verdad que libera. Dejaría de ser el encuentro con una Persona, para acabar siendo una idea que impongo. La diferencia fundamental se da entre un cristianismo reducido a ideas y valores y un cristianismo que se afirma por lo que es: la experiencia de un encuentro. El marxismo llevó al triste resultado que conocemos porque fue una ideología, una idea que sustituyó a la realidad. Berdiaev y sus compañeros advertían claramente el peligro de que también el cristianismo pueda transformarse en una ideología. Eso sí, para él constituiría una traición en toda regla, mientras que en el caso del marxismo esto forma parte de su esencia. Hoy no faltan quienes presentan a Rusia como una reserva espiritual donde, a diferencia de Occidente, gobierno e Iglesia defienden valores cristianos. ¿Son realistas? Esa alianza, si existe, es suicida. Una Iglesia que se reduce a eso pierde su capacidad de encontrarse con el mundo y de atraer a los hombres. Dostoievski decía que no salvará el mundo la enseñanza de Cristo, sino el hecho de que el Verbo se hizo carne. El socialismo ateo corresponde a las virtudes cristianas sin Cristo. ¿Cuál es entonces el secreto de una sociedad realmente cristiana? Una Iglesia que eduque en la libertad y el encuentro con los otros. En este sentido, el magisterio del Papa Francisco es ejemplar. Berdiaev dijo que «debemos amar a Rusia y a su pueblo más de lo que odiamos a los bolcheviques». En su respuesta no hay relativismo: el mal es mal. Pero la cuestión no es identificar al enemigo, sino encontrar al otro y con él construir algo auténtico. Y esto no es posible si la Iglesia se enroca en la defensa de… ¿qué?
¿Unos valores que nadie entiende? La idea de volver a una época de cristiandad es irreal. En primer lugar, ya no existe y, en segundo lugar, cuando existía, no funcionó. Rusia no se salvó de la revolución.
*Reseña publicada en Alfa y Omega.

Adriano dell’Asta (1952) es profesor de Lengua y Literatura Rusa en las universidades católicas de Milán y Brescia, y vicepresidente de la fundación y asociación pública de fieles Rusia Cristiana. Esta entidad nació en 1957 para dar a conocer y ayudar a los cristianos que vivían bajo el régimen soviético, así como para construir, desde la cultura, la unidad visible de las Iglesias de Oriente y Occidente. Después de la caída del Telón de Acero, puso en marcha en Moscú la Biblioteca del Espíritu.