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Huellas N.2, Febrero 2018

IGLESIA

Por esto he venido

Stefano Maria Paci*

El encuentro con los indios de la Amazonía: un signo fuerte para todo el mundo. Denuncias de políticas perversas y de corrupción, llamamientos en defensa de la vida, una policía que cae del caballo, 21 discursos y una boda en el avión… Esto y mucho más en los seis días del Papa en Chile y Perú. Para enjugar las lágrimas. «Vuestra fe me ha contagiado»

«Cristo entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno». En la explanada costera de Huanchaco, Perú, sopla la brisa del mar, un mar que nutre y acompaña las jornadas, pero que hace solo un año mostró su rostro más feroz, desencadenando la terrible sacudida del Niño, una tempestad que arrasó vidas, casas y ciudades. El Papa Francisco vino hasta aquí desde el otro lado del mundo para hablar a los hijos de esta tierra, y sus palabras llegan como una caricia desde los altavoces hasta aquellos que están más lejos, que quizá no pueden oírlo todo pero perciben lo esencial, tal vez como sucedía a la multitud que siguió a Jesús hasta la colina cuando habló de las bienaventuranzas y los que estaban más lejos solo le oían repetir: «Bienaventurados los que… Bienaventurados…».
En esta explanada, aquel hombre que habla a lo lejos se dirige a cada uno, no a una muchedumbre abstracta. Sus palabras resuenan en el corazón y son como un bálsamo. «Estas tierras tienen sabor a Evangelio», le oyen decir. Los compara con los apóstoles. «Los discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca. Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen saliendo en los caballitos de totora», refiriéndose a las sugerentes embarcaciones monoplaza que ellos mismos construyen con la madera que obtienen de la planta de totora. «Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del Niño costero, cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes».

PRINCIPITO. No ignora la realidad, el Papa Francisco habla de lo que están viviendo ahora, de la fatiga, del llanto, de las casas aún por reconstruir, incluso de las dudas que llegan a afectar a las creencias más profundas, que minan el alma y la esperanza. «El dolor pone a prueba la fe, y entonces nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida, como las muchachas del Evangelio que llenaron de aceite sus lámparas». Ante el dolor y las dificultades, señala Bergoglio, «vosotros habéis respondido con innumerables gestos concretos, porque la fe nos abre a tener un amor concreto, sabe construir. Así nos volvemos partícipes de la acción divina. Teníais el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda. Qué linda pregunta la que nos puede hacer el Señor a cada uno de nosotros al final del día: ¿cuántas lágrimas has secado hoy?».
Enjugar lágrimas. «Por esto quise estar y rezar aquí con ustedes», afirma Francisco en un momento dado en la explanada. Para esto. Para enjugar las lágrimas. Y para ayudar a descubrir que «Dios les tiende las manos y les pone sueños en el corazón», como explicó el día anterior en un encuentro festivo con los niños del Principito, la casa dedicada al famoso personaje de Saint-Exupéry que los jesuitas han construido en Puerto Maldonado, en el corazón de la foresta amazónica, atendiendo a los pequeños que se han quedado sin familia o que sufrían de explotación, víctimas de violencia física, sexual o psicológica. Los jesuitas también construyeron “obras” para financiar el Principito: una heladería, un hotel, una papelería. La concreción al servicio del bien.

«¡PARA NO CREER!». Chile y Perú, un viaje ciertamente fatigoso para un hombre que ha superado los 80 años. En seis días ha visitado seis ciudades diferentes, ha hecho 30.000 kilómetros en avión, muchas horas en coche y considerables paseos a pie saludando a la gente, ha pronunciado 21 discursos y homilías, cada uno de sus gestos y palabras ha pasado por la criba de los poderosos y de una cantidad inimaginable de personas en el mundo entero. Este hombre ya anciano ha pasado de un clima fresco al calor de las zonas desérticas y a la humedad de la Amazonía. «He sido pasteurizado», bromea con los periodistas en el avión de regreso a Roma, «como se hace con la leche: se hace pasar del frío al calor, del calor al frío, todos los climas. Y esto cansa». Sin embargo, en sus palabras al término de la visita solo dedica un instante al cansancio, quiere poner el acento en la belleza de este viaje y en la fe de las grandes multitudes de personas que participaron en las misas y en otros encuentros, o que se apiñaron durante horas a lo largo de las calles solo para ver pasar por unos segundos al vicario de Cristo. «El calor de la gente aquí hoy era como para no creer. ¡Cómo estaba Lima! ¡Para no creer! Este pueblo tiene fe y esta fe me la contagia». Contagiar la propia fe al Papa no es poco. Luego Bergoglio habla de la conmoción que sintió en tantísimos encuentros, como con las mujeres en la cárcel. Y cita «Puerto Maldonado, ese encuentro con los aborígenes, no hace falta decir porque es obvio que es conmovedor, es dar un signo al mundo».
El Papa y los nativos de la Amazonía, el guía en la tierra de la religión más difundida en el planeta y los indios que viven en el corazón de la foresta tropical. El encuentro tiene lugar en una ciudad fundada antes del Imperio inca, un encuentro lleno de color, de música, de tocados con plumas y de danzas, pero también lleno de llamamientos de Francisco en defensa de la vida, la dignidad y la cultura de los pueblos amazónicos, en defensa de su tierra, atacada por tantos intereses. Tanto los de multinacionales que, dice Francisco, explotan con avidez sus recursos –petróleo, gas, oro, madera– como de los Estados que consideran la Amazonía como si fuera una despensa inagotable, sin tener para nada en cuenta a sus habitantes.
Pero esta tierra, con su biodiversidad, es bendecida, afirma Francisco, tanto que eleva a Dios el himno Laudato si’ «por esta obra maravillosa de los pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras envuelven». Pero ese canto de alabanza se quiebra al ver y escuchar las profundas heridas que la Amazonía lleva en sí. «Por eso he querido venir a visitarlos y he deseado mucho este encuentro, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos. Ustedes son un grito a la conciencia».

POLÍTICAS PERVERSAS. Francisco, causando cierta sorpresa, no se limita, como todos, a acusar de explotación a los grandes grupos económicos e introduce un nuevo elemento. Acusa a los que se erigen en falsos paladines de la Amazonía exigiendo explicaciones exhaustivas a ciertas políticas ambientales. «Por la perversión de ciertas políticas que promueven la “conservación” de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano», señala Bergoglio. «Sabemos de movimientos que, en nombre de la conservación de la selva, acaparan grandes extensiones de bosques y las vuelven inaccesibles para los pueblos originarios. Esta problemática provoca la migración de las nuevas generaciones ante la falta de alternativas locales».
Queremos plasmar una Iglesia con un rostro amazónico y con un rostro indígena, concluye Francisco, recordando que ha convocado el año próximo en Roma a todos los obispos del planeta para un sínodo dedicado exclusivamente a la Amazonía.
También se ha encontrado con los presidentes y con las autoridades políticas y sociales, denunciando en Chile que se haya dejado al margen, con el rápido desarrollo económico, a grupos enteros de población, y en Perú con palabras indignadas contra la corrupción que ha llegado a los niveles más altos del Estado. Ha habido ataques con incendios en las puertas de algunas iglesias de Chile para protestar contra los gastos de la visita y contra la pedofilia en el clero, y esas pocas y veloces palabras del Papa dichas sobre la marcha mientras entraba a un encuentro a una mujer que él creía que era una parroquiana pero en cambio era una periodista que las puso en circulación como si fueran una declaración oficial a la prensa, y por las que Bergoglio pidió perdón, en un gesto inédito, durante la conferencia de prensa en el avión («mi expresión no ha sido buena, lo dije sin pensar y debería haber usado otro término: “evidencias” y no “pruebas”»). Y luego están el matrimonio celebrado inesperadamente en el avión, el pinchazo en la rueda de su automóvil y la policía que se cayó del caballo y a la que el Papa se paró a socorrer.

PEDRO Y LAS PIRÁMIDES. Todo esto y, como siempre, muchísimo más en un viaje pontificio, pero también palabras que si bien no llegan a asumir la dignidad de “noticia” marcan en profundidad un viaje. Como las que Bergoglio dirigió, tanto en Chile como en Perú, a los sacerdotes, es decir a aquellos que han tomado la misma decisión que él tomó a los 17 años, cuando entró en una iglesia y descubrió que Dios le estaba esperando. «El estupor de encontrarse con alguien que te está esperando».
El encuentro con los sacerdotes de Chile tiene lugar en la catedral de la capital, de fachada barroca. Les habla de la extraordinaria aventura de Pedro, un hombre impulsivo con buenas dosis de autosuficiencia pero que tuvo que plegarse a reconocer su propio pecado, debilidad y traición. «¿Qué es lo que nos fortalece? Fuimos tratados con misericordia. La conciencia de ser hombres y mujeres perdonados». Como Iglesia, la conciencia de tener llagas nos salva de la autorreferencialidad, de los planes apostólicos expansionistas. Lo que debemos amar, dice Francisco con palabras que parecen tomadas de Charles Péguy, «no es la Iglesia ideal sino la Santa Iglesia de todos los días, con rostros de pobres hombres y mujeres, la Santa Iglesia de todos los días».
Al norte de Perú, en el seminario de Trujillo, a pocos kilómetros de las huacas, las pirámides incas construidas con arcilla, arena y paja seca, pide a los sacerdotes que no desprecien la fe sencilla del pueblo, que no se transformen en profesionales de lo sagrado, que no suplanten al Señor sustituyéndolo por demasiada actividad. «Nuestra fe es rica en memoria», les dice. «Sean como Juan, que recordaba hasta la hora del encuentro con Jesús. “Eran las cuatro de la tarde”. Hace bien recordar siempre esa hora en la que fuimos tocados por su mirada». Para terminar, se dirige personalmente con ironía inteligente a cada sacerdote: «Relájate, no eres Dios. Aprende a reírte, incluso de ti mismo».
Pero las palabras que ha querido dejar como sello de este viaje a su Sudamérica las pronuncia Francisco en su último encuentro antes de regresar a Roma, durante la misa en la base aérea de Las Palmas, en Lima, celebrada ante más de un millón de personas. «Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad. Él sigue caminando por nuestras calles y mientras camina la ciudad con sus discípulos les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto, a no tener miedo de hacer de esta historia una historia de salvación».
*vaticanista de SkyTg24