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Huellas N.1, Enero 2018

EXPOSICIÓN

En el surco de nuestra más genuina tradición

M. Cristina González

El Museo del Prado presenta una gran exposición antológica, dedicada a un artista del XIX que, por su talla y su profundo arraigo en la gran escuela española, gozó de una temprana e ininterrumpida repercusión internacional

La exposición Fortuny (1838-1874) se estructura en un recorrido articulado de forma cronológica por las aportaciones de Fortuny como pintor, acuarelista, dibujante y grabador. Junto a ellas se exhiben ejemplos de la extraordinaria colección de antigüedades que atesoraba en su atelier: preciosos objetos que demuestran su interés por la observación detenida y explican el extremado refinamiento en la captación de las calidades, el color y la luz en sus propias creaciones artísticas y el asombroso virtuosismo de sus obra, que extendieron rápidamente su fama entre los grandes coleccionistas de Europa y EEUU.
La primera sección de la exposición, dedicada a su formación en Roma, incluye ya ejemplos de madurez tanto en sus academias a lápiz como en sus trabajos a la acuarela (Il contino) y al óleo (Odalisca). Si bien se trasladó a África para pintar los episodios de la guerra hispano-marroquí (La batalla de Wad-Ras), le atrajeron en cambio los tipos árabes y sus costumbres (Fantasía árabe), que nutrirían toda su carrera posterior y confirieron singularidad a su aportación al orientalismo europeo. Entre 1863 y 1868 abordó el retrato (Mirope Savati, no expuesto antes en Europa), el gran cuadro decorativo (La reina María Cristina y su hija la reina Isabel pasando revista a las baterías de artillería, mostrado ahora en su posición original) y las copias de maestros del Prado (el Greco, Ribera, Velázquez y Goya), que contribuyeron a dar a su arte mayor profundidad y alcance. Su obra triunfó en los años finales de la década de 1860 a través de óleos y acuarelas de motivos del siglo XVIII (El aficionado a las estampas y La vicaría) y árabes (Jefe árabe, Un marroquí, El vendedor de tapices, Calle de Tánger y El fumador de opio). Esta última vertiente tuvo un desarrollo especial durante su estancia en Granada entre 1870 y 1872. Allí también abordó escenas de género en marcos arquitectónicos compuestos (Pasatiempos de hijosdalgos, Almuerzo en la Alhambra y Ayuntamiento viejo de Granada).

UN COLOR NUEVO Y FRESCO. La mayor novedad deriva de sus trabajos del natural ante objetos, figuras (Viejo desnudo al sol), jardines y paisajes tanto al óleo como a la acuarela, la tinta y el lápiz. Obras como La Carrera del Darro, nunca vista fuera del British Museum, revelan su capacidad para la captación del ambiente con un color nuevo y fresco.
De vuelta a Roma, en 1873 trató los temas árabes con una ejecución más sintética (Árabe apoyado en un tapiz y Fantasía árabe ante la puerta de Tánger), atendió a la vida cotidiana en Carnaval en el corso romano y en 1874 finalizó cuadros de género iniciados antes, como La elección de la modelo. En ese año una estancia en Portici supuso una inmersión en la naturaleza que le hizo plenamente consciente del color local y de las sombras coloreadas en sus pinturas de desnudos de niños en la playa, de los que se incluye un grupo de cuatro, dos de ellos inéditos, y en sus paisajes, como Calle de Granatello en Portici y Paisaje napolitano, recién adquirido por el Prado. Su trabajo a la acuarela dio entonces sus mejores frutos en los dos ejemplos de Paisaje de Portici –uno presentado por vez primera– y en sus retratos de Cecilia de Madrazo y Emma Zaragoza.
Del Museu Nacional d’Art de Catalunya llega quizás su obra más conocida, La vicaría. El cuadro es una escena de género muy española. Fascinadora en su misma intrascendencia por el embrujo de los pinceles de Fortuny, que la acomete aderezada con gracia española. Sus personajes son chispeantes y garbosos, y el cuadro una fiesta de colores limpios y vibrantes. El suceso es nimio: en el interior de la sacristía de una iglesia madrileña, se firman las formalidades de una boda. En este cuadro de pequeñas dimensiones conviene observar cómo la técnica pictórica puede resultar prodigiosa.
En el verano de 1874, la producción de Fortuny, casi como si previera su fin, es muy intensa. De ese verano es Cecilia Madrazo, el retrato de su mujer que se conserva en el British Museum de Londres. Es un retrato muy delicado y a la vez intimista. La representa centrada en su labor de costura, con un rostro muy detallado y un delicioso traje de rayas azules y blancas. Los detalles minuciosos contrastan con la modernidad inacabada en muros y muebles.
Los colores, el mar, el aire libre y la gracia, el cuerpo humano y la luz otorgan presencia a la creación y a la historia, en el surco de la experiencia vital del pintor. Porque vida y arte siempre van de la mano.