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Huellas N.9, Octubre 2017

BREVES

La Historia

Las preguntas del consejero delegado
«Pasad, el consejero delegado quiere hablar con vosotros». La secretaria sale del despacho y Giulia mira con aire interrogativo a sus dos colegas. «¿Qué pasa ahora?», piensa. La misma comunicación del día anterior, con motivo de una reunión de trabajo de los directores de las filiales del centro sur, del grupo bancario en donde trabaja, con el director de personal, le había extrañado. Y ahora, por sorpresa, esta reunión con el jefe supremo, que como mucho habrá visto tres veces en su vida. La llegada del consejero delegado interrumpe sus pensamientos.
«Buenos días. Quería conoceros personalmente, en vista de la reunión de esta tarde. Como sabéis, porque lo habéis sufrido en vuestras carnes, el último año se abatió una tormenta sobre nuestro grupo, diría casi un huracán, sembrando el pánico entre los clientes y también entre vuestros colegas. Pero me han dicho que vosotros habéis logrado manejar esta situación de forma positiva. No lo digo solo pensando en los números. Hay algo más. Os llamaré a subir al estrado para haceros alguna pregunta, porque me gustaría entender cómo fue».

Tres horas después, Giulia es la primera que sube al escenario para hablar. Los ojos de los más de seiscientos colegas la fijan atentamente. Dos palabras de presentación y arranca la primera pregunta del consejero delegado: «¿Cuál fue el momento más difícil?». «Diciembre, sin duda. La noticia de la caída que habíamos sufrido había generado un gran miedo entre los clientes. Nos crujían a preguntas. Hacía falta gestionar la desorientación general. Pero el verdadero problema fue que yo también tenía el mismo miedo. Miedo a perderlo todo y a que todo quedara arrasado por el huracán. Tuve que pararme y hacer un trabajo sobre mí misma para encontrar un punto desde donde levantar cabeza». El consejero la para y, mirando al público, le pregunta al micrófono: «¿Quién de vosotros ha hecho este mismo trabajo?». Silencio. «¿Qué es lo que permitió a los clientes tener confianza y quedarse? Y a vosotros, ¿qué os ayudó a superar las dificultades?». Giulia repara en esos meses tan agitados: los diálogos, las discusiones, las llamadas de teléfono… «Fuimos llamando a los clientes y quedamos personalmente con cada uno de ellos. Incluso más de una vez. Nos dimos cuenta de que, sobre todo, necesitaban comprobar que los acontecimientos no nos habían hundido y que, además, nos implicábamos con ellos, con su situación particular. Más o menos grave, no importaba. Surgió la preocupación por entender las necesidades de cada cual y buscar la mejor solución, la más idónea. Fueron necesarios tiempo, paciencia y estudio, teniendo delante la cara de las personas que se habían dirigido a nosotros. Un verdadero reto. ¡Mucho trabajo!».

Al final de la reunión, una señora elegante se acerca a Giulia: «Buenos días, formo parte del consejo de administración. Quería darle las gracias por lo que ha contado. Por cómo lo ha contado. Me ha llamado la atención su entusiasmo. Es algo de lo que ahora siento necesidad».
Esa palabra “entusiasmo” se queda rondando en la cabeza de Giulia. A la mañana siguiente, toma el cuaderno de los Ejercicios de la Fraternidad y lee: «Entusiasmo es una palabra que indica un modo de vivir haciéndolo todo –de alguna forma– divino. Hacer que todo sea divino quiere decir mirar a las personas y las cosas de una cierta manera, percibir a las personas y las cosas de una cierta manera, intentar tratarlas con verdad y no cansarse jamás, hasta entregar la vida. Es la fe lo que nos entusiasma». A lo mejor, se lo manda por correo a aquella señora tan guapa.