IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.9, Octubre 2017

MÉXICO

La tarea de reconstruir

Víctor Vorrath

Una nación resquebrajada por un seísmo. La solidaridad no basta para reconstruirla. Pero, si se inserta en un horizonte más amplio, el de la caridad, puede sostener el esfuerzo para levantar de nuevo los muros caídos y propiciar las condiciones para que lo que se edifique permanezca en el tiempo

Los seísmos de septiembre han conmocionado el país. La fragilidad de la vida humana ante el alcance del desastre ha tenido, como reverso de la moneda, una respuesta solidaria desbordante. Por un momento hemos visto cómo el otro, con su necesidad, se ha puesto en el centro del esfuerzo de muchos mexicanos, olvidando las diferencias que suelen dividirnos.
«Estamos distraídos, y un acontecimiento como el terremoto nos devuelve ante la evidencia de nuestra humanidad herida y necesitada. Dentro de una circunstancia que nos obliga a mirarnos y a mirar a los demás, emerge con potencia la pobreza de nuestras personas. Si el terremoto –con todo el dolor por las pérdidas humanas y materiales– sigue siendo un evento desconcertante, al mismo tiempo tenemos que reconocer que Dios se ha servido de esta circunstancia para que descubriéramos una vez más, y con más claridad, cuánto dependemos de él», ha dicho en estos días el padre Davide Tonini, sacerdote de la Fraternidad San Carlos Borromeo.
En muchos lados se ha planteado si el despliegue de solidaridad al que hemos asistido en esta ocasión puede servir como catalizador para atender los problemas que aquejan a nuestro país. En las respuestas a este cuestionamiento ha habido, en abierta oposición, un cierto escepticismo y un entusiasmo de fundamento dudoso.
Para ir al fondo del problema, nos ayudan las palabras que don Giussani pronunció en 1986 en Tarcento, con ocasión del décimo aniversario del terremoto que sacudió la región italiana de Friuli. Allí reconoció que la solidaridad por sí misma no es capaz de construir si no se sostiene en un horizonte más amplio. Este horizonte es el de la caridad, la cual, a diferencia de la solidaridad que suele atender a un determinado particular, es capaz de valorar todos los factores y generar un sujeto forjador de obras.

El juicio de Giussani. «En la acción del voluntariado subyace una pregunta: ¿por qué lo hacemos? ¿En nombre de qué se hace esto? Porque la solidaridad es una característica espontánea de la naturaleza del hombre, poco o mucho; pero la solidaridad, por sí misma, no crea historia, no obra un cambio real; es como la respuesta a una emoción, como una reacción natural; y una reacción no basta para construir. Lo que construye es la respuesta a la pregunta de por qué secundaresta urgencia de solidaridad. Y la respuesta de cada uno será distinta: una pertenencia ideológica, o a una realidad religiosa, o al misterio del hecho cristiano en el mundo, la Iglesia. La hondura de la pertenencia es lo que estructura el impulso de la generosidad y lo hace estable –para ser más prudentes, más permanente– en sus efectos».
Tras el seísmo en México, queda el reto de reconstruir una nación, ya de por sí lastimada por la violencia y la corrupción. Y don Giussani señala con claridad en dónde radica el criterio que nos permite construir a largo plazo, para evitar que se desvanezca ese entusiasmo solidario que el drama de la destrucción y de la muerte despertó en el país.
«La caridad añade a la solidaridad la conciencia de ser imitadores del misterio de Dios, que es ley para el hombre, y por eso dispone toda la personalidad del hombre a actuar con todas sus fuerzas, con toda su astucia, inteligencia y afección en la acción que emprende. Entonces, en primer lugar, la caridad crea obras y, por encima de todo, crea un sujeto. La solidaridad, la reactividad, no crea necesariamente un sujeto; al contrario, suele contentarse con el hacer. Cualquiera instintivamente, por mucho que su grado de educación sea todavía implícito, tiene este sentimiento de piedad y compasión. La solidaridad no crea todavía un sujeto. En cambio, la conciencia del destino último, la pertenencia radical a Dios que el hombre reconoce, hace de una persona un sujeto. Y el sujeto es el creador, es decir, se vuelve imaginativo y realizador de obras. Toda obra exige un sujeto».
En sintonía con las palabras de Giussani, el ensayista Jesús Silva-Herzog Márquez nos ha sorprendido reconociendo que «la nación existe cuando, más que ocupar un mismo espacio, más que usar el mismo pasaporte o cantar el mismo himno, las personas saben que comparten un mismo destino. La nación es reconocimiento de que la suerte de uno importa a todos y que los problemas que padecen algunos preocupan al resto» («El asomo de nación», Reforma, 25 de septiembre de 2017).
Si queremos ser verdaderamente útiles en la reconstrucción debemos movernos por algo mayor que nuestra propia y fluctuante generosidad, que con el tiempo y por su naturaleza tenderá a decaer. Al igual que un sobreviviente es salvado por un rescatista, por uno que viene de fuera, en donde hay luz y aire, así nosotros necesitamos que nuestro corazón sea rescatado por Otro de la oscuridad y de los escombros en los que muchas veces nos obstinamos.

El mal de fondo. Hay otro aspecto que el seísmo ha puesto en el punto de mira. Se trata de la percepción de que el desastre que hemos vivido tiene un componente humano, independiente del fenómeno natural. Es decir, que la tragedia también se construye socialmente. El temblor evidenció, por ejemplo, que departamentos nuevos se colapsaron al no cumplir con las especificaciones de seguridad necesarias y se ha cuestionado la labor de funcionarios que otorgaron licencias de construcciones, como la de una escuela de la Ciudad de México que se colapsó con niños dentro.
Asistimos a una nueva modalidad de la corrupción que nos lastima. No hemos escarmentado a raíz del seísmo de 1985, y no se han respetado las normas que se deben tener en zonas de alta sismicidad. Esto sin considerar que la Ciudad de México, la que sufrió más víctimas mortales en el temblor del 19 de septiembre, aún sigue aglutinando a una inmensa cantidad de personas, debido a la concentración del poder económico y político. Ante este panorama de derrumbamiento material y humano, la caridad se presenta como la posibilidad de una reconstrucción efectiva y real, al generar un sujeto humano y unir al pueblo, considerando todos los factores que están en juego en la circunstancia actual, para tener la paciencia, la fuerza y la responsabilidad necesarias para afrontar los retos que nos esperan.