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Huellas N.6, Junio 2017

ORIENTE MEDIO

«Nuestro refugio»

Maurizio Vitali

Sorprendió el mundo con sus palabras de perdón a los hombres del Isis. Después de tres años, MYRIAM y su familia siguen viviendo en un campo de refugiados en Erbil. ¿Qué ha pasado desde entonces? Aquí nos cuenta la vida en el campamento. Las dificultades y las esperanzas. Y la decisión de quedarse a vivir en su tierra, Iraq

La pequeña Myriam llevaba unos meses refugiada con su familia en el campamento de Ankawa, en Erbil, cuando sorprendió al mundo con la entrevista emitida por televisión en la que perdonaba a sus perseguidores del Isis por amor a Jesús. Qaraqosh, la ciudad donde vivían, fue asaltada en 2014 y devastada por los yihadistas, que causaron la masacre de la población (cristiana) y el éxodo de los que lograron huir. En el video de aquella entrevista en Sat7, la televisión cristiana de Oriente Medio, Myriam dice que no está enfadada con Dios por lo que ha pasado: «Yo le doy gracias porque cuida de nosotros. Nos ama a todos. No solo a mí, Dios ama a todos», también a los hombres del Isis: «Solo estoy triste porque nos han echado de nuestras casas. ¿Por qué lo han hecho?». Desea volver a ver a su amiga Sandra, de la que en aquel momento no se sabía nada: «Nos queríamos, nos perdonábamos siempre». «Espero que puedas volver pronto a tu casa», le dice el periodista. «Si Dios quiere», contesta ella mientras el rostro se le ilumina: «No lo que nosotros queremos, sino lo que Él quiere, porque Él sabe».
Ahora Qaraqosh es oficialmente una ciudad liberada. Sin embargo, Myriam y los suyos siguen todavía en el campo de refugiados. Poquísimos hasta ahora han podido regresar a sus casas. Es cierto que en el pasado mes de octubre el ejército iraquí entró en la ciudad expulsando a los guerrilleros yihadistas. Pero Qaraqosh sigue siendo una ciudad muy insegura y prácticamente inhabitable. En los pueblos de alrededor sigue ondeando la bandera del Daesh. Terroristas y francotiradores anidan todavía entre las ruinas de los edificios. Se han vuelto a establecer las conexiones para la luz y el agua –quizá sería mejor decir algún apaño para tener luz y agua–, pero faltan todos los servicios esenciales, incluidos colegios y hospitales.
Myriam tiene ahora casi 13 años, estudia en la escuela de Erbil, que con mucho mérito las hermanas dominicas han mantenido activa, a dos-tres kilómetros del campo. También Zumoruod, la hermana pequeña de Myriam, estudia en la misma escuela. Su madre, Alice, y su padre, Waleed, se las ingenian para buscar algún trabajillo ocasional, pues es lo único que hay, para juntar algún dinerillo que añadir a los diez mil mensuales que reciben, todavía por poco tiempo, de la organización World Vision International. Diez mil suena redondo, pero es el equivalente a 8 dólares. La madre realiza alguna traducción para la escuela de las hermanas, pero es poca cosa.
La comida no falta, porque la reparte la organización para los refugiados. Están alojados en una estructura de unos seis metros cuadrados, en donde viven los cuatro. Y todavía pueden llamarse afortunados porque, en la mayoría de los casos, viven en el mismo espacio seis personas. También tienen televisión, cuando la electricidad no se va. Y una pequeña estufa de queroseno, de las que huelen a avión, para calentarse un poco en los inviernos que aquí son muy rígidos; para compensar los veranos alcanzan los 50 grados. También hay posibilidad de conectarse a internet. De esta manera podemos comunicarnos, con la ayuda de Giacomo Fiordi, joven amigo de la familia de Myriam, que fue varias veces a visitarles a Erbil, siendo voluntario de AVSI, y que luego ha mantenido regularmente la relación con ellos.

Aquella sonrisa. Aquí están los cuatro, encuadrados por la videocámara del pc. Cuatro bellos rostros sonrientes en una caja de latón, modestísima, pero sin ser un tugurio: un reloj en la pared y un ramo de flores rojas dibujadas muestran el cuidado por el orden y el gusto por la belleza. En medio de una vida muy dura y difícil. Myriam sigue teniendo la misma encantadora carita de la entrevista que corrió por las redes, la misma voz dulce, los mismos ojos bondadosos y profundos. La lejanía de casa y de las amigas de otro tiempo le duele en el corazón. La hermana pequeña se le parece muchísimo. Está contenta porque los viernes y los domingos no hay cole, así «hoy descanso un poco y juego; mañana haré las tareas». ¿No estás contenta de ir al colegio? «No siempre. A veces hay demasiado ruido y a veces nos dan demasiadas tareas para casa». ¿Y no juegas? «Sí, con mi hermana. Especialmente al vóley».
Alice tiene el vigor amoroso de una madre en la plenitud de sus cuarenta años. Waleed es una mezcla de ternura y determinación. Tiene sesenta años, se siente cansado por «esta situación, sin dinero en el bolsillo, ni un trabajo a la vista», se enciende de indignación cuando piensa en los no pocos corruptos que «han especulado con la ayuda a los cristianos para hacer su negocio», pero goza como un niño de los encuentros y de las amistades verdaderas. Estas personas no son espíritus puros, ni gente de estampita, con la mirada puesta en las nubes y el cuello torcido. Son gente recia, de fibra fuerte, cada cual con su temperamento, su calidad humana y sus límites. Las adversidades de la vida les han arañado la piel y el alma, los dolores les han agotado las lágrimas. El corazón de Dios, y ningún otro lugar, es su verdadero refugio. A él se confían totalmente. Nada ha quebrantado su fe ni desfigurado su sonrisa.

Entre refugiados. El vóley es el juego preferido de Myriam. En el campo de refugiados hay alguna zona disponible para practicarlo. «Todos los días le doy gracias a Dios porque no permitió que nos mataran y por poder vivir gracias a las personas que nos prestan su ayuda. Ahora también tenemos agua corriente y luz eléctrica, así estamos mucho mejor». ¿Cómo es tu día a día? «Me levanto, rezo mis oraciones, voy al colegio. Normalmente me llevan en coche, y muchas veces vuelvo con mi madre, que hace algún trabajo en el cole. Luego juego con mi hermana, leo, estudio y hago mis tareas... Voy a misa todas las veces que se celebra (en Cuaresma todos los días, ndr.) y tomo el pan de Jesús».
Y tu amiga del alma, Sandra, ¿volviste a verla? «Sí, la vi una vez por televisión, y luego alguna vez hemos hablado por el móvil. Sé que ahora vive en Francia (su familia emigró y actualmente vive en las cercanías de Estrasburgo, ndr.) y no es fácil poder hablar. La última vez fue hace dos meses. La echo mucho de menos y me duele».
Alice nos muestra sonriendo la pizza que acaba de poner en la mesa. Tiene buena pinta. Aunque hubiera preferido cocinar el briani o el dolma, sus platos iraquíes preferidos. Está encantada de poder hacer algunas traducciones para el colegio –«gracias a Dios»– aunque esta es su última semana de trabajo. ¿Esperas volver pronto a Qaraqosh? «Deseo de todo corazón volver a casa, pero no se puede. Sigue siendo demasiado peligroso y tengo miedo por nuestras hijas. Aquí Myriam y Zumoroud pueden ir a la escuela y están a salvo. Como madre, para mí esto es lo más importante». Muchos otros refugiados han dejado el campamento y se han ido. «Sí, pero casi nadie para volver a Qaraqosh. Han emigrado al extranjero. En cualquier caso aquí seguimos cinco o seis mil personas, porque cuando un prefabricado se queda libre, enseguida llega otra familia desplazada a Erbil en alojamientos inhabitables o que cuestan una barbaridad». ¿Cómo son las relaciones con vuestros compañeros en el campo de refugiados? «Muchos vienen, al igual que nosotros, de Qaraqosh y con ellos es más fácil entenderse, charlar, compartir la vida y los problemas. Con las familias que llegan de otros lugares las relaciones son menos cercanas. En general, estamos bastante de acuerdo, aunque a veces surge alguna discusión. Pero luego nos reunimos todos en la Santa Misa, convocados por Jesús, que quiere que todos seamos hermanos. También el hecho de que muchos hijos se preparen para recibir la Primera Comunión es una gracia para todos nosotros. Las familias están compartiendo el camino de preparación y celebraremos juntos el Sacramento».

¿A dónde ir? Waleed está peleando para conseguir los pasaportes y así ser más libres de decidir si emigrar o no. «He preparado todos los documentos, mañana presentaré la solicitud y luego Dios dirá… le pedimos al Señor que todo vaya a buen puerto». Italia sería la meta de un viaje y de ciertos encuentros, pero no la tierra donde volver a empezar una vida. Waleed no sabe si podrá volver a Qaraqosh ni cuándo, pero está seguro de que quiere quedarse en Iraq. Le gustaría volver a su ciudad para inspeccionar el lugar, en cuanto las autoridades le concedan el permiso, para echar un vistazo a su casa, que «sigue en pie, no fue derrumbada por los bombardeos, pero sí totalmente saqueada». Queda excluida la hipótesis de irse a vivir al extranjero. Después de la “famosa” entrevista de Myriam, medio mundo contactó con Waleed para decenas de entrevistas y otros tantos ofrecimientos para instalarse en EEUU, Canadá, Austria o Francia. Nunca ha aceptado. Está apegado a su tierra y a su historia, y siente el deber de obedecer a Dios que, a través de esas entrevistas, «me asigna la tarea de contar la situación real de mi gente perseguida».
Alice y Waleed tendrían muchas posibilidades de abandonar la dureza de esta circunstancia. Ambos son cultos, con óptimas competencias laborales adquiridas en un país que antes de la guerra, al igual que Siria, era todo menos subdesarrollado y retrasado. Él es veterinario, ella ingeniera agrónoma. Empresarios titulares de una empresa agrícola de vanguardia con una veintena de empleados y una hermosa casa patronal de 300 metros cuadrados, hasta que la devastación provocada a la economía iraquí por las sanciones les obligó a cerrar. De todas formas, se quedaron allí trabajando como empleados con encargos importantes, hasta la tragedia de Qaraqosh.
Y ahora que no puedes volver a tu casa y que también las organizaciones internacionales se han ido de Erbil, ¿qué harás? «Alguien nos ayudará. Le pedimos a Dios que nos ayude a todos», dice Waleed. ¿Cuentas con volver a Qaraqosh? «No puedo decir cuándo. Hay rumores de que el gobierno central está presionando mucho a los funcionarios para volver a la ciudad cuanto antes. Pero quién sabe…». ¿Crees que podrás dejar pronto este campo? «El futuro depende de Dios, todo está en su mano». ¿Sigues confiando? «Dios nos salvó la vida, nos dio un techo, nos dio comida y también una iglesia para participar en la misa. Puedo tener una vida desahogada o una vida de privaciones, pero tengo fe en Jesús y esto nadie podrá robármelo. Dios nunca puede querer algo malo para mí».