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Huellas N.5, Mayo 2017

PRIMER PLANO

En camino

P. Bergamini, A. Leonardi, P. Ronconi, A. Stoppa

La Fraternidad de CL nació hace más de treinta años, cuando algunos adultos, después de la universidad, se juntaron para sostenerse en «un camino de madurez de fe cada vez mayor». Mientras sale en las librerías italianas el primer volumen que recoge las palabras de don Giussani en los Ejercicios espirituales, relatamos la experiencia de la Fraternidad hoy, tanto para los que siguen caminando desde hace tiempo como para los que se incorporan ahora

GÉNOVA / 35 años juntos. Y ahora…

«El domingo hay Fraternidad. ¿Avisas tú a Paola?». Apenas ha leído el mensaje y Francesca ya la está llamando: «Hola, Dana. Yo aviso a Lella. ¿Nos vemos en la “Manuelina”?». «Sí, Gloria y Cristina pueden librarse del servicio».
La “Manuelina” es tal vez el restaurante, con una panadería anexa, más famoso de la Riviera de Levante, en Recco. La regentan Gloria y Cristina, sacando adelante la tradición culinaria de sus padres. Desde hace 35 años es uno de los lugares de reunión de este grupo de Fraternidad, que nació por la provocación de un amigo. Lo cuenta Evandro: «Era el año 1981. Yo era un joven profesor “aparcado” en la universidad de Génova mientras esperaba una cátedra para la Católica de Milán. Desde allí llevaba unos años visitando la comunidad de los universitarios Giorgio Vittadini». Evandro era el “más anciano”, llevaba poco tiempo casado con Lella. A ellos y al grupito de recién graduados, les propuso Vittadini la idea: «Están naciendo los primeros grupos de fraternidades, como experiencia de vida adulta en el movimiento. En mi opinión, por lo que yo veo, también podríais empezar vosotros. Pensadlo». Marco recuerda que «una cosa sí teníamos clara, y es que no queríamos perder la belleza de la experiencia vivida en la universidad. Queríamos crear una comunidad en la que compartir la vida ahora para que fuera una ayuda para afrontar la realidad, libres de recuerdos nostálgicos. No queríamos perder ese ímpetu de vida». Y así ha sido durante 35 años. Al igual que su amistad con Vittadini, que nunca les ha dejado y dos veces al año acude a visitarlos.
La Fraternidad vive con esta tensión desde sus comienzos. «Una vez Giussani nos dijo que la Fraternidad es como un hilo sutilísimo, el más fino, pero también el más resistente de entre todos los vínculos que uno puede tener», recuerda Evandro. De modo que contar la historia de este grupo de Fraternidad ayuda a ver qué puede suponer una amistad de este tipo.
Poco a poco se fueron casando, llegaron los hijos. La vida nunca nos ahorra nada y ellos también pasaron por sus pruebas. Así aquel ímpetu inicial se convirtió en un vínculo entre ellos cada vez más concreto y esencial.
La noche del funeral de su hermana, enferma de ELA, el marido de Dana se fue de casa y la dejó sola con los dos niños. «Sentía dolor y una gran rabia hacia él, que había participado de esta historia, que había llamado a las puertas de mis amigos. Yo, que ya era huérfana, me quedaba definitivamente sola. Al menos ante el mundo, aunque en realidad nunca lo estuve. Los amigos de la Fraternidad me ayudaron a levantar la mirada y a sacar adelante a mis hijos». Cuando una noche, ya tarde, Marco, su amigo cirujano, fue a verla para “operarla” en la mesa de su casa por un padrastro en el dedo, su hijo le dijo: «Verdaderamente os queréis mucho».
La cita quincenal resulta imprescindible en la vida de cada uno y lo que viven se refleja también en sus hijos. Una noche, Paola, psicoterapeuta infantil, oye a su hijo pequeño preguntarle a su padre: «¿Cuándo tenéis la Fraternidad? ¡A ver si a mamá le vuelve el buen humor!». Ella lo cuenta sonriendo y añade: «Somos todos muy diferentes por carácter y temperamento. Yo casi nunca me apunto a las iniciativas del movimiento. Incluso me cansa físicamente ir a los Ejercicios. Pero eso nunca ha sido una objeción para ninguno de ellos. La nuestra es una amistad que nunca puedes dar por descontada».

«Es la hora de la fe». Después de los hijos, los nietos. Evandro y Lella han sido los primeros en convertirse en abuelos. A las 48 horas de nacer, Matías, uno de sus nietos, por una parada cardiocirculatoria quedó gravemente inválido. Depende para todo. Vittadini, cuando va a visitar a sus jóvenes padres, dice: «Ha llegado la hora de la fe». Le dieron un año de vida y este año cumple nueve. Según Marco, «desde que Evandro nos dijo aquella frase, empezamos a repetirla también entre nosotros, a hacer memoria. En estos años ha crecido una forma de compartir la vida tan profunda que nos regenera». Un compartir que permite cambiar la mirada sobre los problemas que tenemos que afrontar a diario. «Cuando nos vemos, a la mañana siguiente, estar delante de mi hijo que no se levanta porque ha pasado fuera toda la noche supone estar ante el Misterio del que está hecha su vida y no simplemente ante todas las estupideces que hace», añade su mujer, Alessandra. Una amistad que se permite pedir a Gloria que se lleve al chaval a trabajar a la “Manuelina”. «Venía siempre entusiasmado, no tanto por el trabajo en sí como por la relación con Gloria. A los dos meses decidió irse porque le surgió una nueva oportunidad laboral, pero aquel momento supuso un punto de inflexión».
Alberto es médico de oncología pediátrica en el hospital Gaslini de Génova. Todos los días tiene que medirse con el sufrimiento. «Me descubro pensando en estos rostros cuando tengo que hablar con padres doblegados por el dolor. Somos testigos los unos para los otros de una mirada buena hacia nuestra vida. Cada vez que nos vemos es verdaderamente Jesús que acontece, más allá de nuestros temperamentos y nuestras historias».
Hace dos años, Francesca, que en la caritativa acompaña a algunos presos del centro penitenciario de Chiavari, llamó a Alessandra: «Voy a ver a un preso en Porto Azurro, ¿me acompañas?». Entonces Alessandra ideó junto con Patricia unas vacaciones de tres días en la isla de Elba. «Sabíamos que Francesca estaba pasando por un momento difícil, por una serie de problemas familiares, y quisimos acompañarla». Problemas complicados que estallan en toda su dramaticidad cuando la hija de Francesca tiene que volver a casa de sus padres. «Tenía sentimientos de odio, vivía mal, sentía que me faltaba el aliento», cuenta Francesca. Pero sus amigos la ayudaron diciendo: «Mira que el bien es posible. Jesús está contigo, no te abandona. Y nosotras tampoco te vamos a dejar». «Me sentí como Moisés, sostenido por Aarón y Hur. Y lo mismo le pasó a mi hija».

Un sms. Hace seis años, Alessandra y Marco, junto a otras dos parejas, abrieron sus familias a la acogida y a la adopción de niños. «Con estas familias vivíamos los problemas cotidianos, tanto que hubo un momento en que nos preguntamos si no merecía la pena hacer con ellos un grupo de Fraternidad. Pero nos dimos cuenta de que necesitábamos la mirada de nuestros “viejos amigos” para vivir esta experiencia de gratuidad».
Una mirada que abraza incluso a los que gozan del fruto de esta larga historia. Un día, después de misa, Gloria encuentra en su teléfono este sms de su marido, que no sigue la experiencia de la Fraternidad: «Hoy he pensado en lo bonito que es tenerte cerca, y también a tus amigos de la Fraternidad. No soy un gran hombre de fe. No entiendo el “yo”, el “nosotros”, etcétera, y me cuesta seguir las normas cristianas, pero percibo que me queréis y que os queréis a pesar de todo. No por un cálculo, sino por algo que existe entre vosotros y que yo valoro muchísimo. Saber que estáis me permite decir que vale la pena vivir con alegría e ironía la vida, aunque sea fatigosa».

VENEZUELA / El valor de pedir ayuda

Para Guillermo, la experiencia de la Fraternidad digamos que es algo sangrante: «No es fácil depender de los amigos para poder comer». Vive en San Antonio de los Altos, una ciudad cercana a Caracas. Tiene dos hijos pequeños, Samuel de seis años y Alicia de poco más de uno. Su mujer, Daniré, que es médico, dejó de cobrar su salario al quedarse embarazada de la pequeña. Él da clase en una escuela católica, es decir, trabaja mucho y come poco, lucha por mantener a su familia con 50 dólares al mes y una inflación del 500%.
«A principios de este año empecé a prepararme para los que sabía que iban a ser los meses más duros de nuestra vida. En cambio, están siendo los más bonitos». Nada ha cambiado en Venezuela, la sensación constante es la de sobrevivir. La crisis se agrava día tras día, igual que la tensión y la falta de alimentos y medicinas. Pero sucedió que un amigo, al oírle hablar de su situación, le sugirió que pidiera ayuda. «Yo pensé: “¿Más? ¿Qué más debo pedir? La Fraternidad ya me entregaba una cantidad mensual y, gracias a la caritativa que pusieron en marcha nuestros amigos, la Bolsa solidaria, recibía una caja con comida», cuenta. «Pero la verdad es que necesitaba más ayuda». Y la pidió. «Los amigos venían a verme, me acompañaban a comprar comida y me ayudaban a pagarla. Pero lo más bonito es que nos la comíamos juntos. Han sido de los días más felices en mi familia».

La elección. Guillermo conoció el movimiento al terminar sus estudios de enseñanzas medias. Venía de una familia católica pero no era practicante. «Cuando conocí CL tuve un impacto muy fuerte. La amistad que nació con el padre Leonardo, que era el párroco de mi pueblo, era cada vez más hermosa». Desde entonces su vida se comprometió totalmente con esta experiencia «a medida que iba dando pasos: la universidad, el estudio y el trabajo para poder pagarlo; el descubrimiento de mi vocación a la enseñanza; el matrimonio… Pero en estos últimos tres años la situación social se hizo muy dura. La mayor parte de los venezolanos, como yo, o pasan hambre o se han marchado». Cuando habla de sí mismo, dice: «Yo no sé cuánto he entendido en todos estos años de movimiento, pero en una cosa sí me ha educado, y si algo he aprendido es el valor de pedir ayuda sin sentirme humillado».
El apoyo económico que recibe de la Fraternidad se ha convertido en un juicio constante sobre su vida. «Es una ayuda que permite un juicio. Ante todo, no me deja vivir la necesidad como un fracaso. Al contrario, me desvela la gran dependencia que tenemos todos. Todos dependemos. Pero este depender tiene que convertirse en conciencia de depender totalmente de Dios. Entonces me da paz, me libera. Me hace más feliz».
También ha aprendido que no toda la ayuda es igual, por la forma en que viene dada. Habla de Henry, el responsable de la Bolsa solidaria, que hace un trabajo enorme para encontrar comida y poderla repartir. «Un día mi mujer estaba muy preocupada y él le dijo: “Nosotros estamos aquí para acompañaros en el momento que estáis viviendo”. Ayudarnos o acompañarnos. Es una pequeña diferencia en la palabra, pero la experiencia es enormemente distinta. Hay una forma de ayudar que forma parte de una relación. No se limita a dar dinero, es una compañía, y experimentas algo que no es humillante, que no te mortifica sino que te libera. Puede que sea fácil encontrar a alguien que te ayude dándote dinero, o alguien que, con buena intención, al ayudarte termine sustituyéndote de manera invasiva». Dice que la ayuda que llega de la gente que tiene viva su necesidad es diferente, es signo de otra cosa. «Es signo de la elección de Dios, como me recordaba un amigo. Dios eligió hacerse necesitado él mismo para acompañarnos de la manera más humana y plena».
La situación de caos del país hace que la gente sea más reactiva. «Es como si la jornada fuera una carrera en la que hay que ganar a la realidad. Yo doy gracias porque lo que estoy viviendo me está madurando como persona. Al menos así lo pido, pido no seguir siendo lo que era antes, sino mejor. Sé que lo que estoy atravesando es un punto de partida hacia una conciencia mayor».

El caramelo de Samuel. Ver aflorar esta conciencia en su hijo Samuel es lo que más le conmueve. Un día tenía muchas ganas de caramelos pero le dijo que lamentablemente no tenían. Entonces el pequeño le respondió: «¡Tranquilo, papá! Ya verás cómo en la caja que nos traen nuestros amigos hay algún caramelo». Para Guillermo, «es doloroso y humillante que tu hijo sepa que su padre no puede satisfacer sus necesidades y que dependemos de la ayuda de los demás. Pero ahora, en cambio, soy yo el que da gracias por tener esta posibilidad de educar a nuestros hijos en estas circunstancias. Crecerán con una conciencia más clara de su necesidad y de su naturaleza. Esto significa decirles que la vida se vive con amigos. Que lo que te dan tus padres no es suficiente, que papá no es el héroe que a ti te gustaría y que la vida está llena de dependencia».
Hace tres años, la Fraternidad no era tan esencial para él como ahora. «Después de tantos años, aún no había entendido qué era realmente. Estaba inscrito, tenía un grupo y me ayudaba a juzgar las cosas, sí… pero solo ahora me doy cuenta de hasta qué punto resulta vital». Y no se refiere a la comida sino a la conciencia de todos los días. Por las mañanas se levanta pensando en lo que tiene que hacer. «Vivir sería un esfuerzo siempre, pero está la presencia de los amigos. Que no es física, no nos vemos casi nunca, no tenemos un grupo formal, formalismo cero. Pero siempre estamos en relación. Incluso con algunos que ni siquiera conocemos, con toda una compañía que está aunque no la veamos. Estoy aprendiendo la unidad de la Fraternidad, que es una. La misma aquí que en España, en México…».
Su mujer le aguijoneó con una pregunta: «¿Cómo podremos devolver toda esta ayuda?». La respuesta va resonando poco a poco gracias a la Escuela de comunidad con el libro Por qué la Iglesia. «Giussani dice que la Iglesia nos educa en la postura adecuada ante los problemas, no nos los resuelve. Esto me ha salvado la vida porque he empezado a preguntarme en qué me estaba educando Dios con toda esta necesidad. Es amargo y dulce a la vez. Podría limitarme a decir que el movimiento me da una ayuda económica, pero estaría muy equivocado. Porque detrás está Dios, que ha puesto sus manos para que crezca mi relación con Cristo, para que sea más verdadero. Qué inmenso valor tiene entonces cada instante de dificultad».
Aquella pregunta de su mujer ha cambiado: «¿Cómo podremos devolver a Cristo toda esta ayuda?». Y responde: «No lo sé. Pero, al igual que Zaqueo, puedo esperar que Él me llame y me conceda responder que sí a lo que me pide».

COMO / “Los maltrechos”, abiertos a todos

La casa de Patricia y Fabio es un pequeño chalé al final de la calle. Estamos en Carate Brianza y al entrar no te esperas encontrar tantas sillas en fila, todas ocupadas. Hay unas cincuenta, orientadas como en un pequeño cine hacia el centro del salón, todos los puestos están ocupados, también los sofás. Hombres y mujeres, algunos peinan ya canas, también hay un anciano al que pasan de su silla de ruedas a la butaca. Siempre tiene alguien al lado acariciándole la mano.
Cuando entramos está hablando Michele. «El sábado decidimos ir al cine a ver La bella y la bestia. Mi hija preparó tostadas para todos y nos fuimos. Cuando volvimos no había nada en su sitio, la casa estaba totalmente revuelta. Una ventana rota. No quedaba un centímetro cuadrado de pavimento en condiciones, pero en compensación los ladrones no tenían nada que robar…». Desde un rincón de la habitación se oye una voz: «¿Eran albaneses? Zef, venga, confiesa que has sido tú…». Carcajada general. Michele continúa: «Al día siguiente nos pusimos a limpiar. Mi hijo pequeño recogió el cuadro del padre Pío: “Habrá mirado al ladrón a los ojos”, me dijo, “y quién sabe lo que le estará haciendo pasar desde el cielo…”. Pero se detuvo un instante y volvió a decir: “No, le habrá amado, y seguirá queriéndole aunque haya hecho algo malo. Igual que nosotros queremos a nuestros amigos aunque se hayan equivocado, pero son nuestros amigos igualmente. Además, él es santo…”».
¿Pero quiénes son estos «amigos que se han equivocado»?
Uno es Ed, Edmundo. Está sentado junto a la ventana con su mujer, Rosanna. Hace poco perdieron a un hijo antes de nacer. En aquellos días también murió el padre de ella y un tío de él. «No estoy contento, pero sí alegre», dice Ed. «Estos hechos tan dolorosos me hicieron perder un poco el norte, pero estoy en esta compañía que, cuando te desvías, agarra el timón y lo endereza». Ed y Rosanna tienen ahora a Francesco, de año y medio. «Ya no mido el cansancio porque es mucho», continúa. «Pero lo que recibo desde que os conozco es tan grande que no tiene medida. Es una suerte haber aterrizado aquí. Hemos sido preferidos».
Ed es uno de los que Patricia conoció trabajando en el Bassone, la cárcel de Como. Ella llegó allí hace años como profesora de lengua. Él, porque había hecho de todo. Patricia empezó aquel trabajo tras el fracaso de la empresa familiar. Ella y su marido Fabio, con cinco hijos, vieron embargados por el banco su casa, su coche y su dinero. Para redondear su sueldo como directora de una escuela infantil, Patricia aceptó el empleo en la cárcel, en el Centro de Prensa, donde se enseña un oficio a los presos. Fue así como entró en contacto con gente «que se ha equivocado», algunos muy gravemente. Todos hombres, algunos peligrosos, pero ella comprende que el dolor por la situación de su familia no es muy distinto al de los presos que va conociendo. El sufrimiento de cada uno necesitaba el mismo sentido, el mismo abrazo.
Mientras tanto son los amigos, especialmente los de la Fraternidad de Varese, los que les permiten volver a empezar y comprender que nada es casual y que Dios también se sirve de todos nuestros fracasos.

En la caja fuerte. La jornada en prisión empieza con el Ángelus, por los que creen, por los que no creen, por los no cristianos… Y poco a poco allí se aprende a trabajar bien, a mirar a los demás por lo que son y no por lo que han hecho, a querer y a sentirse querido. Para Ed también es así. Y cuando sale de la cárcel, lleva en el bolsillo el número de teléfono de Patricia: «Mi padre ya no quiere verme», le dice. Fabio va a buscarle y se lo lleva a casa. Vivirá con ellos tres años.
Antes de él, ya había crecido el número de platos en la mesa de Fabio y Patricia con Bing, el chino. Él también vivió en “casa Mazzoleni” durante tres años al salir de la cárcel. Hoy tiene esposa, dos niñas y un trabajo importante en China, pero cuando viaja a Italia pide a la empresa alojamiento en un hotel de Carate, para poder “volver a casa”. Luego estuvo Paolino, que murió por un tumor en el hígado y que al final de su vida decidió dejar de seguir a los de pasamontañas y pistolas, para seguir la misericordia de Dios en su complicada vida.
Después llegó Zef, que salió de Albania hace 17 años en una lancha de goma en busca de un lugar mejor. La vida le llevó a prisión. Ahora está aquí, en este salón, pero esta noche volverá a su celda. Tiene un pasado oscuro, con varios robos, pero aquí le acogen porque saben que él ahora es otro. También él declara haber sido «preferido». «Todo lo que hacemos es para buscar la verdad, hasta escribir en la pared cuando estaba aislado», afirma. «Todo es para buscar nuestro rostro. He pasado once años en la cárcel, cuántas veces he pensado que yo solo podía y siempre he salido derrotado. Pero luego llega Jesús y te dice: “¿Tú me amas?”. Vuelve a preguntártelo y tú no le respondes. Entonces baja a tu nivel, al nivel de la simpatía humana: “¿Me quieres?”. Y te lo pregunta cuando haces el café, cuando hay ladrones en casa, cuando pierdes a un niño en el seno materno. Como dice el Cartel de Navidad: “Los que yacéis en el polvo, despertad jubilosos; el médico se acerca a los enfermos... Se aproxima el que arroja todos nuestros pecados al fondo del mar…, el que nos lleva en sus mismos hombros para devolvernos nuestra propia y original dignidad... porque así quiso venir Aquel que podía contentarse con ayudarnos”». Y Zef ha respondido a Jesús.
La última en intervenir es Patricia. Cuenta una excursión al monasterio de clausura de la isla de San Julio, en el lago de Orta, con 150 niños de la escuela infantil que dirige. Uno de ellos preguntó a la madre superiora que les recibió: «¿Por qué estáis en la cárcel?». Ella respondió: «No estoy en la cárcel sino en una caja fuerte, porque para Jesús somos perlas preciosas. Y cuanto más mantengamos esta pureza, más llegaremos con nuestras oraciones hasta tu casa».
Toda esta gente en el salón de “casa Mazzoleni” (y otros que esta noche no están, o que tal vez se incorporen la próxima vez) son los llamados Maltrainsema, los “maltrechos”, presos, antiguos presos, sus familiares, madres de la guardería de Patricia, amigos encontrados por el camino… una Fraternidad destartalada. O sencillamente abierta a todos aquellos que están empezando a entender cómo responder a la pregunta: «¿Tú me amas?».

Los Laudes a las 5:30. En esta Fraternidad donde no es difícil retratarse porque se intuye que el límite de cada uno, por pequeño o grande que sea, no es motivo de escándalo, hay una regla: la oración de Laudes a las 5:30 de la mañana, unos en casa, otros en su celda. «Vivir la Fraternidad con los que viven en la cárcel, un lugar tan complicado, nos permite unir nuestras voces y nuestro deseo. Nuestra petición se vuelve una sola», dijo Patricia en una ocasión. «Tengo sus rostros delante de mí, y ellos el mío. Eso nos permite ser aún más amigos».
La reunión llega a su fin. Es hora de cenar. Pero Fabio tiene que dar unos avisos: los Ejercicios espirituales y la excursión del lunes de Pascua. Y otro más: «Nos han dado el permiso para entrar todos (algo extraordinario) en la cárcel el 28 de mayo para celebrar juntos una fiesta por nuestros hijos que recibirán la Comunión y la Confirmación. Luego iremos todos a cenar a Cometa. Preparad los carnés de identidad. Con los antiguos presos nos encontraremos directamente en la cena. También pueden ir nuestros hijos. No les llevamos para decirles: “Mira lo que no tienes que hacer en la vida”. Les llevamos para que conozcan a gente a la que queremos, gente que se siente perdonada».

LONDRES / El comienzo de la Fraternidad (sobre dos ruedas)

Los cuatro llegaron a Londres movidos por una pasión. Saverio por las bicicletas, Paola y Teresa por el arte contemporáneo y Tommaso por Teresa. Hoy son un pequeño grupo de Fraternidad en el corazón de la ciudad. Es lo último que hubieran imaginado cuando llegaron a Inglaterra. Teresa fue la primera, hace cinco años. «Después de graduarme en Bellas Artes en la Academia de Brera, en Milán, me apunté a un máster en artes visuales en el University College London», cuenta teresa. Hoy tiene 26 años y un pequeño estudio donde realiza sus proyectos expositivos y workshop para museos. A los tres años de su llegada a Londres, llega Tommaso que en Caravaggio (Bergamo) tiene una taller de carpintería. «Queríamos casarnos y así, en 2015, cerré el taller y me vine aquí para abrir otro taller». Nada más aterrizar, se da cuenta de que aquí la vida corre a 300 km por hora. Lo contratan en seguida en una empresa de muebles de lujo para las grandes oficinas de la City. A la vez, empieza un taller propio. Luego, encontrada una casa, se casa con Teresa. Al poco tiempo, esperan su primer hijo. «Mientras, iba creciendo la amistad con Saverio y Paola», cuenta Tommaso. Paola es una amiga de Teresa desde los tiempos de Bellas Artes en Milán. Se mudó hace un año a Londres, donde actualmente trabaja para algunas galerías de arte. A Saverio, en cambio, lo conocieron casualmente. Alguien le había pasado el móvil de Teresa y él la buscó para pedir información sobre un posible alojamiento. Saverio, 28 años, es de Turín. Se licenció en Historia en la Universidad Statale de Milán, pero su pasión son las bicicletas. «Pensé que me gustaría trabajar en ese sector y, tras unos años de aprendizaje en Italia como mecánico de bicicletas, me vine a Londres a probar suerte. En menos de dos semanas, me contrataron en la cadena de tiendas de bicicletas más grande de la ciudad».

En tres etapas. Los cuatro amigos no tienen muchas ocasiones de verse, la ciudad es grande y el ritmo frenético. Dos cosas los unen: la Escuela de comunidad, los miércoles por la noche, y el hecho de que, para ahorrar tiempo y dinero, los cuatro se mueven en bicicleta. «Podríamos decir que las etapas más importantes del nacimiento de nuestro grupo de Fraternidad las hemos recorrido en bici», comentan bromeando.
Primera etapa, comienzo de 2016. Teresa tiene un problema con su bici y la lleva a la tienda de Saverio. «En esa ocasión, simplemente le dije que por qué no quedábamos una vez por semana para leer juntos el libro de la Escuela de comunidad», cuenta Saverio. «“Me estoy haciendo vago y, solo, al final no lo hago”; y ella, muy sincera: “Vale, porque a nosotros nos pasa lo mismo”. Luego, invitamos a Paola».
Segunda etapa, durante una vuelta por los parques londinenses. Teresa acaba de recibir la carta en donde se le comunica que su petición de pertenecer a la Fraternidad de CL ha sido aceptada. No había sido un gesto formal, se lo pensó más de un año. «Deseaba una compañía grande para mi vida, pero me sentía inadecuada frente a una pertenencia tan radical. Cuando recibí la carta, mis preguntas sobre el significado de la adhesión a la Fraternidad volvieron a surgir». Durante la vuelta por el parque, lo comenta con Saverio, que ya es miembro de la Fraternidad. «Todos me decían que era algo muy sencillo: una compañía, los Ejercicios anuales, los retiros en Adviento y Cuaresma, el fondo común mensual…», recuerda Teresa. Esa tarde le pregunta a Saverio: «¿Cómo cambia la vida pertenecer a la Fraternidad?». Él le contesta: «Nuestra amistad es lo que me ha sostenido desde que llegué aquí. Lo compartimos todo. Quizás ya somos un grupo de Fraternidad».
Tercera etapa. Una noche llueve a cántaros, los cuatros se pertrechan con impermeables, suben a sus bicis y se van a un pub en el barrio residencial de Balham. Allí los espera Pepe, el amigo de los Memores Domini que guía la Escuela de comunidad. Quieren preguntarle acerca de la amistad que viven entre ellos. «Nos contestó con su experiencia. Nos dijo que hacer un grupo de Fraternidad no se decide abstractamente, sino reconociendo lo que está aconteciendo», recuerda Paola. En ese momento, cualquier duda se esfumó.
No son solo las palabras de Pepe lo que les convence. En estos cincos meses desde que empezaron la Fraternidad ha crecido la familiaridad entre ellos. «Aquí todo corre rápido, también los encuentros con las personas. Suceden cada día, aunque a menudo se quedan en simples episodios. Vuelves a tu casa por la noche y te llevas dentro una mirada, un rostro», comenta Teresa. Como con Hafida, una joven musulmana que, junto con Tommaso, conoció en el gimnasio donde se entrena para escalar. «Se acercó ella y empezó a contarnos su vida, sus estudios y su trabajo en una famosa consultoría. Luego nos confió su tristeza por la dificultad de hacer amigos en Londres». Espontáneamente, Teresa la invita a cenar con ellos. «Ahí me di cuenta del valor de nuestra compañía, porque dos minutos después de haberla invitado, mi cabeza empezaba ya a dudar. Tenía la tentación de dejarlo caer… pero me acordé que habíamos programado una barbacoa con Paola y Saverio, y quedamos en vernos allí».

La barbacoa con Hafida. La cena resulta una sorpresa para todos. Para Hafida que se implica en la compra para encontrar carne halal, que también ella pueda comer; y para los chicos que en los ojos y en las preguntas de Hafida descubren que su unidad es profundamente original. «Hafida no paró de preguntarnos sobre nuestra vida y nuestra religión». Se ve en seguida que son personas libres. No tienen reparo en decirse las cosas. Al contrario, las comparten sinceramente. Su amistad es un puntito, pero lo ilumina todo. «Londres es una ciudad que parece engullirte. Una jungla en la que es fácil sentirse solos», explica Tommaso. «Me sorprendo, yo el primero, de que exista un lugar como este, donde puedes encontrar verdaderamente al otro y darte cuenta de que eres querido».
Al día siguiente de la barbacoa, pedaleando hacia su estudio, Teresa está muy agradecida: «Sin Hafida, no me habría dado cuenta de lo que vivimos juntos; es lo que sostiene mi deseo de apertura y ensancha mi horizonte. La Fraternidad abre mi corazón de par en par».