IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.2, Febrero 2017

BREVES

La Historia

Cenando con Antonio

Filippo aparca el coche, toma una carpeta de trabajo del asiento posterior. Hace todo con calma, esta noche no le toca correr para ir a preparar la cena para sus hijos. Nada de pizza congelada o cosas por el estilo. Su mujer, Ida, acaba de volver después de una semana fuera para cuidar de su padre en el hospital. Filippo saborea ya la velada que le espera. Solo tiene una preocupación: sus padres, que llevan unos días con gripe. Pero su madre le ha dicho por la tarde que la situación iba mejorando. Le espera un merecido descanso.
Cuando baja del coche, un escalofrío le recorre el cuerpo. En la tele habían dicho que bajarían las temperaturas. Unos pocos pasos y está delante del portal de su casa. Hay un hombre apoyado en la pared. Sus miradas se cruzan durante unos segundos. Filippo está a punto de meter la llave en la cerradura cuando este se le acerca y susurra: «Perdone, ¿no tendría una manta? Duermo allá en ese soportal. La mía ya no sirve…». Filippo se acuerda de que en Navidad le regalaron un edredón nuevo y que nadie lo utiliza. «Espere un momento, subo a buscarle algo». El sintecho amaga una sonrisa: «Vale, he entendido. No importa». «No, no has entendido. Lo digo en serio, vuelvo enseguida».

En casa la comida huele que alimenta. Su mujer le ha preparado su plato preferido. Filippo entra en la cocina donde Ida está poniendo la mesa. «Hola. Necesito ese edredón que nos regalaron». La mujer lo mira con aire interrogativo: «Está en el cuarto de las chicas. ¿Qué vas a hacer con él? ¿Por qué tienes tanta prisa?». «Es para un indigente que acabo de encontrarme en el portal». Antes de salir, vuelve a pasar por la cocina. Todo está listo: sus hijos están ya en la mesa y la sopa humea. «También tendrá hambre… A saber si habrá comido hoy». Ida no dice nada.
Baja corriendo y le entrega el edredón todavía sin abrir. «Toma, para ti. ¿Cómo te llamas?». «Antonio». Y tomando el bulto: «¡Pero si está nuevo!». «Sí, todavía sin abrir. Bueno, que tengas buenas noches». «Muchísimas gracias».
El hombre, con su paquete bajo el brazo, hace ademán de irse cuando Filippo le para: «¿Quieres subir a cenar algo con nosotros?». Antonio se mira y luego: «Mejor que no. Mira cómo estoy. Llevo días sin poderme duchar, déjalo». Filippo no cede: «Venga, vente. Mi mujer es una fantástica cocinera y mis hijos… los conocerás». Al final, el hombre se convence.
En la mesa, los chicos se presentan. Luego le toca a Antonio: «Tengo 42 años. Hasta hace unos años trabajaba en una empresa de paquetería, luego perdí el trabajo». Giacomo, el pequeño, pregunta: «¿Cómo fue?». «Es una larga historia». «¿Y ahora dónde vives?». «No tengo casa, no tengo nada. Pero procuro como puedo mantenerme aseado, en orden». Luego Giacomo cuenta lo que ha hecho durante los días en los que no estaba su madre. Curiosamente no se pican ni se pelean entre los hermanos. En un momento de silencio, Antonio exclama: «¿Cómo podéis ser así? Parecéis una familia… ¡de anuncio!». Filippo mira a Ida antes de responder: «Somos así porque Cristo nos ama». Es la única respuesta que le sale. La única que tiene. La más concreta.

Después del café, Antonio toma su paquete y se dispone a irse. Toda la familia le acompaña hasta la calle. Filippo le da un apretón de manos: «Buenas noches. Nos vemos». Antonio sonríe: «Claro. Yo estoy siempre por aquí. Buenas noches y gracias, de verdad».
Volviendo a casa, Filippo piensa en a quién dirigirse para que le eche una mano a Antonio. Suena el móvil. Es un SMS de su madre: «Papá tiene una pulmonía». Corriendo a por las llaves del coche, luego al hospital. Casi seguramente pasará la noche en urgencias. La velada tranquila se ha esfumado. Mientras cruza la ciudad le viene a la cabeza una frase de la carta del Papa: «No vamos hacia el pobre porque ya sabemos que ese pobre es Jesús, sino para volver a descubrir que aquel pobre es Jesús».