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Huellas N.2, Febrero 2017

IGLESIA / Padre Scalfi

«Todo se hace luminoso»

Luca Fiore

La pasión por el mundo ortodoxo, los viajes más allá del Telón de acero, la amistad con don Giussani. Hasta la fecundidad de hoy. El padre ROMANO SCALFI murió el día de Navidad albergando «la espera ardiente de Simeón». Deja a los suyos una tarea: «Amad a Rusia a pesar de todo». Entrevista a su sucesor, el padre Francesco Braschi

Amaba el oro de los iconos y el incienso de la liturgia bizantina. Joseph Ratzinger, probablemente, lo definiría: «Un hombre herido por la belleza». Unía la espiritualidad a la acción. Cruzó el Telón de acero para llevar Biblias de contrabando y amistades. Fue uno de los mayores difusores del pensamiento del disenso soviético en occidente, el samizdat. Se enfrentó cara a cara con la KGB. Fue amigo del mártir Aleksandr Men’ y de muchos otros protagonistas del siglo XX. Era dulce, paciente, pero capaz de dar batallas públicas –tuvo que defenderse de la acusación de ser sostenido por la CIA– y, a veces, no comprendido por parte del mundo católico. Pocos lo saben, pero pasó sus últimos treinta años confesando a gente común en su pueblo de adopción, Seriate, en la provincia de Bérgamo. Como un verdadero starets.
El padre Romano Scalfi, nacido en Tione (Trento) en 1923, murió el día de Navidad. A su lado estaban sus colaboradores históricos con los que recorrió durante muchos años la aventura de Rusia Cristiana, asociación que fundó en 1957: Adriano y Marta Dell’Asta, Giovanna Parravicini, las Memores Domini y muchos otros. Como sucesor, hace unos años, había elegido al padre Francesco Braschi, director del curso de eslavística en la Biblioteca ambrosiana. La barba larga es la misma, pero la historia es distinta. Le pedimos a él un recuerdo del padre Romano que, en su testamento espiritual, ha dejado esta oración: «Pido a los amigos de Rusia Cristiana que amen a Rusia a pesar de todo».

¿Por qué «a pesar de todo»?
Rusia es una paradoja: te fascina, pero te cuesta. Basta nada para que lo que aparecía como una apertura se torne cerrazón. Los católicos necesitamos verdaderamente aprender de la tradición ortodoxa. Pero cuando los rusos se alejan de esa raíz suya, se encuentran ante un vacío existencial más hondo del que experimentamos nosotros. O al menos les cuesta más esconderlo.

¿En qué sentido?
En occidente el cristianismo creció sobre un terreno abonado por las culturas griega y romana que, de distintas maneras, tenían una consideración muy alta de la persona humana. En Rusia no fue así. Lo que había antes era la barbarie. Cuando en aquellas tierras se olvida a Cristo, vuelve a aparecer en seguida la violencia. El icono bizantino no conoce el claroscuro. Rusia es esto: la posibilidad de distinguir netamente los colores y los contornos de la realidad. Si observas los ojos de Cristo, todo se hace luminoso. Pero si desvías la mirada, emerge la ideología más tremenda. Amar a Rusia «a pesar de todo» significa estar dispuesto a correr el riesgo de encontrarse ante esta violencia.

En su intervención al final del funeral usted dijo que Rusia Cristiana y CL son dos carismas coesenciales. ¿Qué quería decir?
El padre Romano contaba siempre que, justo en los primeros años de su actividad, don Giussani supuso una corrección de rumbo fundamental. El ecumenismo, le dijo Giussani, no se hace con las conferencias, sino con una experiencia, es decir, ofreciendo una compañía en la que se experimenta lo que es la unidad. Scalfi dijo que de ahí nació Rusia Cristiana. Por ello pienso que el carisma de CL es coesencial para nosotros. Y no es una casualidad el hecho de que esta corrección viniera precisamente de don Giussani que, ya desde el seminario, había cultivado una gran pasión por la Iglesia y la teología orientales.

A comienzos de los años setenta el padre Scalfi se adhirió también formalmente a CL.
En un cierto sentido podemos decir que su obra es el movimiento de CL que se dirige hacia Rusia. Quizás la vida del padre Scalfi fue la circunstancia que le permitió a don Giussani llegar a Rusia. Y debe continuar siendo así también hoy. Naturalmente, no toda la actividad del movimiento en los países ortodoxos coincide con la obra de Scalfi. Pero creo que mucho de lo que está pasando en Rusia, Bielorrusia y Ucrania, con los ortodoxos que se han hecho de CL o que son amigos del movimiento, de manera más o menos encubierta, debe muchísimo a las relaciones mantenidas por Rusia Cristiana a lo largo del tiempo. Pienso en el encuentro con Aleksandr Filonenko en Járkov, Constantin Sigov en Kiev, el padre Georgji Orechanov en la Universidad San Tijon de Moscú, y en muchos más. El trabajo de Rusia Cristiana ha llevado, misteriosamente, a un florecimiento que se ha dado a través de otras personas. Pero no tenemos ningún celo: vemos cumplirse el sueño que compartieron el padre Scalfi y don Giussani.

¿Cómo concebía el padre Romano la relación entre el trabajo cultural y la experiencia eclesial?
Deseaba que procedieran de la mano. Había un riesgo de que se produjera una distancia entre el Centro de estudios y la revista, por una parte, y por otra el grupo de Fraternidad de CL que seguía el padre Scalfi y el coro que animaba las liturgias bizantinas. Durante los días que siguieron a su muerte hemos visto muchísimos testimonios de gente de Seriate y de las zonas cercanas que atestiguaban su paternidad. Personas que no tienen nada que ver con Rusia. Era un gran confesor. Construía la comunidad cristiana con su ser sacerdote. Todas nuestras actividades, desde los congresos a los cursos de iconografía, existen para que se pueda comunicar una experiencia de Iglesia. Lo que sorprende a los ortodoxos que pasan por Seriate es ver una vida de fraternidad. La ven en acto entre nosotros y en los que beben de nuestra experiencia. Precisamente esto es lo que nos distingue de otras iniciativas similares a Rusia Cristiana. En el fondo, también la Fundación Feltrinelli conserva un archivo sobre el samizdat comparable al nuestro. Otras realidades, como la YMCA Press de París, cerraron con la caída del comunismo. Es la existencia de una comunidad cristiana viva lo que ha permitido que el trabajo sobre Rusia no se repliegue sobre sí mismo.

Al padre Romano se le ha comparado con un starets. ¿En qué sentido lo era?
Son muchos los ejemplos. Me ha llamado la atención el relato de una madre de familia de la zona rural de Bérgamo. En un momento de prueba por la enfermedad, los hijos pequeños, el marido violento, fue a ver a Scalfi para desahogarse. Él la miró y con dulzura le dijo: «¿Y si fuera el momento para ti de empezar a amar sin reserva y sin pedir nada a cambio?». La mujer nos contó que, tras una primera rebelión, aquellas palabras le cambiaron la vida y poco a poco le permitieron recuperar la relación con su marido. Es un episodio que me recuerda la sabiduría de los Padres del desierto. No era casual que todos le llamaran “padre”.

La vida del padre Romano tiene tintes de spy story. Sin embargo, con el fin de la Guerra Fría, Rusia Cristiana no suspendió su misión.
Fue un cambio en la continuidad. El padre Romano decía siempre que el ecumenismo consiste en el ofrecimiento sincero y gratuito de una amistad en Cristo. Esto es lo que permanece intacto. Antes llevábamos clandestinamente Biblias, luego se trató de responder al hambre de textos y publicaciones cristianas. Hoy existe el Centro cultural Biblioteca del Espíritu donde pueden encontrarse católicos, ortodoxos y laicos.

¿Qué necesitan hoy estos amigos?
Necesitan ver quiénes somos. La hospitalidad en nuestra sede de Villa Ambíveri en Seriate, los cursos de iconografía, los viajes, las estancias para estudiantes ortodoxos en la Biblioteca ambrosiana, el sostenimiento a estudiantes rusos para que puedan participar en el Meeting de Rímini… Son todos intentos de promover relaciones y profundizar una amistad.

Se habla mucho de Rusia en este momento…
El riesgo que advierto, a veces ya en acto, es el de una ideologización de la fe ortodoxa y de la pertenencia a la “nación Rusa”. Por otra parte, es una herencia que no viene solo del período soviético; existía ya en tiempos de Pedro el Grande y bajo Iván el Terrible en el siglo XVI.

¿Cómo vivió el padre Scalfi el encuentro en Cuba entre el papa Francisco y el patriarca Kirill?
Con preguntas y estupor. A los que se sumaba la gratitud. El encuentro llegó en un momento de estancamiento en las relaciones por rigidez ideológica. Cuando llegó la noticia del encuentro en La Habana, a él también le surgieron algunas preguntas sobre las intenciones reales de Rusia. Pero sobre la preocupación prevalecía la disponibilidad ante el hecho que se había producido. Incluso cuando por parte ortodoxa llegaban reacciones que minimizaban la importancia de lo ocurrido, él repetía: «Pero se ha dado».

La obra de Rusia Cristiana nace como ayuda a la Iglesia perseguida al otro lado del Telón de acero. ¿Qué nos enseña respecto a lo que está ocurriendo hoy en Oriente Medio?
En primer lugar a no medir los resultados de lo poco que podemos hacer y a aceptar las condiciones en las que estamos llamados a obrar. El padre Scalfi iba a Rusia pocas semanas en verano, no podía hacer más. Además, hay que acordarse de que nos movemos por una necesidad que tenemos, por un amor; nuestra acción no puede partir de un voluntarismo. Nosotros necesitamos ser confirmados en la fe por el testimonio de aquellos que tratamos de ayudar.

El padre Scalfi vivió una entrega total. Gastó su vida por Rusia.
Es cierto, pero su entrega total, como él mismo decía, hundía sus raíces en el reconocimiento de que su vocación sacerdotal se fundía con la llamada a evangelizar Rusia. Fue su camino hacia la santidad.

¿Cómo vivió sus últimos momentos?
No puedo violar el secreto de Confesión, pero puedo decir que en los últimos tiempos el padre Scalfi era una sola cosa con la espera de Cristo. Deseaba ardientemente este encuentro. Murió el día de Navidad. En su entierro, con un golpe de genialidad, el obispo de Bérgamo lo comparó con Simeón: el hombre justo que espera al Mesías, que se despide de la vida solo después de haber tomado en sus brazos al Niño Jesús.

¿Qué será Rusia Cristiana a partir de hoy?
El intento de responder al llamamiento del padre Romano a amar a Rusia. Con las formas y los modos que las circunstancias del presente nos vayan dictando.