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Huellas N.1, Enero 2017

BREVES

La Historia

Mi hermano y yo

«Vale, papá. En cuanto sepáis algo, me llamáis. Cuida de mamá». Verónica cuelga la llamada y se derrumba en el sofá de su pequeño piso en Nueva York. Trata de metabolizar la mala noticia. En Italia, Marco, su hermano, ha sido detenido mientras se encontraba en arresto domiciliario. Escuchar a su padre tan dolido, pensar en la pena de su madre, con el océano de por medio, la hace sentir totalmente impotente. Pero en el fondo encuentra una suerte de último refugio en esa distancia. Porque a ese hermano que se mete siempre en líos y que no consigue cambiar, no lo querría volver a ver.
En efecto, es lo que hace cuando, terminada su estancia en América, Verónica vuelve a Italia. Le espera otra noticia: la compañera de Marco, justo después de que le detuvieran, supo que estaba embarazada. «¡No es posible! Ahora esto también», suelta Verónica mientras lo comenta con sus padres. «Ya tiene dos niños de otro hombre y ni siquiera tiene un trabajo…». La rabia es demasiada y Verónica no quiere saber más de su hermano. Además, acaban de contratarla como diseñadora en una prestigiosa empresa y quiere dedicarse a su profesión. Los fines de semana ayuda a sus padres con la limpieza y la compra, mientras ellos visitan a Marco y se ocupan de su familia.

Los meses vuelan uno tras otro. Hasta que Marco consigue de nuevo el permiso domiciliario, justo a tiempo para el nacimiento de su hijo. La noche del parto le conceden un permiso especial. Los abuelos corren a su casa para ocuparse de los niños. Avisan a Verónica, que está cenando fuera con unos amigos. Ella lo duda un momento, pero luego se da la vuelta y se dirige al hospital donde está su hermano.
Se encuentra con él en el pasillo. «El niño ya ha nacido. ¡Es precioso! Anda, ven. A lo mejor nos lo dejan ver», le dice Marco. Luego, delante del cristal del nido, le dice: «¿Sabes, Vero? Antes bajé a la capilla. Me acerqué a la estatua de la Virgen, saqué de mi cartera todo lo que tenía, un billete de cincuenta euros, y le dije: “Por este niño y su madre, por mí y por mi vida te doy todo lo que tengo”».

En un instante el muro que les separa se derrumba. Verónica ya vuelve a sentirlo como su hermano. «En ese momento sentí todo el dolor por los meses pasados lejos de él», cuenta a sus amigos después: «Desde lejos no me daba cuenta de que sigue habiendo bondad en su corazón y que algo bueno puede acontecer en esa vida destartalada. Y por tanto también en la mía, aunque parezca tan perfecta…».
Lo abraza y le dice riéndose: «Te diría que eres tonto porque no tienes trabajo y con tres hijos que alimentar ese dinero lo necesitas. En cambio me conmueves porque lo das todo para pedir lo que tú no puedes darte por ti mismo». Marco baja la mirada y asiente con la cabeza. Luego levanta la cabeza, le guiña un ojo y le dice simplemente: «Bueno, ahora acompáñame a casa porque no me queda ni un céntimo para el autobús…».