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Huellas N.4, Abril 2008

PRIMER PLANO - Tres años como Papa

«Me recuerda a san Agustín»

a cargo de Roberto Fontolan

Teólogo y pastor, atrae a las masas y hace reflexionar. «Pero sobre todo, sabe que la cuestión sobre la que se juega la vida de la Iglesia es la de Jesús». Balance del comienzo del pontificado, de la mano de un observador laico

Sandro Magister es uno de los vaticanistas más autorizados y competentes, y no sólo en Italia. Escribe para L’espresso, pero sobre todo es autor de chiesa.espresso.repubblica.it, cabecera on-line del grupo editorial de la Repubblica, que cuenta con más de cien mil lectores, la mitad de ellos en el extranjero. En definitiva, la persona más adecuada para trazar las líneas esenciales del actual pontificado a tres años de su comienzo.

El 19 de abril de 2005 entra en escena Benedicto XVI...
A pesar de que el cardenal Ratzinger no figurase entre los favoritos de los mass media internacionales, entre las jerarquías de la Iglesia su candidatura como sucesor de Juan Pablo II había ido tomando fuerza paulatinamente. En los últimos tiempos algunos acontecimientos relevantes habían caracterizado el cambio de pontificado. Como la conferencia pronunciada a principios de abril de 2005 en Subiaco sobre Europa y el cristianismo. Juan Pablo II estaba llegando al final de su vida, pero Ratzinger no renunció porque lo consideraba un mensaje tremendamente importante para un momento tan decisivo. Poco antes había tenido lugar la meditación por él escrita con ocasión del Via Crucis, un texto de gran importancia. Y, por supuesto, la presidencia del colegio cardenalicio, de las reuniones de los cardenales en vista del Cónclave: la seguridad con la que condujo aquellos encuentros le granjeó el consenso de muchos. La confirmación de todo esto la ofreció su elección: rápida y casi exenta de adversarios. Pero esto no ha significado automáticamente un apoyo incondicional. El consenso inicialmente tenue se ha reforzado en los últimos tiempos.

¿Cuáles son los pasos fundamentales de estos tres primeros años?
Benedicto XVI se ha mostrado ante el mundo, desde el principio, con un perfil del todo característico: no ha tratado de reproducir las formas expresivas de su predecesor, ha usado, por el contrario, una modalidad personal que le caracteriza como lo que siempre ha sido, un teólogo convertido en Papa. Algo poco frecuente en la Iglesia. Creo que el primer Papa que podría ser definido tal (de él ha hablado recientemente hace pocos miércoles) es León Magno. Benedicto XVI usa de su extraordinaria competencia teológica no para ser escuchado por grandes teólogos o para hacerse hueco en las academias de teología, sino para testimoniar a los sencillos las grandes verdades de la fe, sin simplificación alguna. Es una de sus características fundamentales. Brillantes resultan, desde este punto de vista, esos encuentros bajo forma de pregunta y respuesta con sacerdotes, con jóvenes o con los niños de la Primera Comunión que recibió en la Plaza de San Pedro: preguntas nada simples a las que ha dado siempre respuestas muy eficaces y con desarrollos nada banales. Es un Papa que, diciendo cosas con mucho espesor, hace pensar a la gente normal. La verificación es sencilla, basta meterse entre las masas que le escuchan mientras habla –yo lo hago muchas veces. Reina siempre una atención impresionante, las palabras llegan en un silencio sobrecogedor; lo único que se oye, además de su voz, es el rumor de la fuente. Esperan sus palabras, la gente espera siempre escuchar algo importante. Es un dato muy revelador de un Papa tildado de frío: la presencia de personas en sus encuentros es altísima, superior incluso a la de los encuentros con Juan Pablo II.

¿Cómo se explica una popularidad tan poco “ruidosa”?
Hay, desde luego, un elemento autobiográfico. Pienso, por ejemplo, en la catequesis sobre san Agustín. Benedicto la ha desarrollado recorriendo su aventura espiritual. Al subrayar que Agustín, una vez que se hubo convertido al cristianismo, soñaba con retirarse junto a algunos amigos a una especie de gruta monástica en la que dedicarse íntegramente al estudio y a la contemplación, sueño que no pudo realizar al ser elegido obispo de Hipona... A mi parecer, ¡esta es la biografía de Ratzinger! El profesor que habría querido concluir su vida dedicado tranquilamente al estudio ha sido llamado a guiar la Iglesia universal. Pero, como Agustín, teólogo y pastor, ha tratado de trasvasar toda su riqueza interior y de estudio a las personas sencillas. Sabe a la perfección que hay una pregunta enorme dentro de la gente, presa hoy de una desorientación cultural tremenda: cultura de masa que tritura las certezas y nos lleva al descarrío.

¿Ve usted en esto las razones de la hostilidad tan grande que se le tiene?
Le responden sin escucharle. Intuyen que dice cosas demasiado grandes por lo que prefieren evitar la discusión; evitan, incluso, transmitir lo que dice, comunicar. Y se refugian en el manido prejuicio contra un Papa que llaman “antimoderno”. Benedicto no sólo argumenta grandes temas que Juan Pablo II había anticipado (y me permito recordar que también él fue duramente atacado y que sólo al final de su vida fue “reconocido” por los medios de comunicación), sino que muestra cómo tales temas están enraizados en las cuestiones capitales de historia de nuestro tiempo. Él está argumentado todo, está permitiendo ver que todo tiene fundamento, que todo tiene conexión. Habla de Dios y de la muerte, ¿qué hay más decisivo que esto? Sólo con artificios se puede evitar discutir sobre estas cosas, y el artificio que usan es, ni más ni menos, ignorarle, no tomarle en consideración, ningunearle. Pero no hay color, la verdad. Es él quien dicta el éxito comercial de sus enemigos, basta pasarse por las librerías. Una paradoja.

El Papa y los grandes de la tierra... ¿Cómo dialoga Benedicto con los poderosos?
Ciertamente, la gran autoridad que ha adquirido la Iglesia gracias a Juan Pablo II no se ha debilitado, a pesar de que Benedicto no haga de la “geopolítica religiosa” una de las líneas fundamentales de su pontificado. Sus discursos más importantes no son los que dirige al cuerpo diplomático o a los embajadores que recibe en audiencia, ni siquiera los que pronuncia en sus viajes. La intención que le mueve está más centrada en la teología de la historia que en la geopolítica. Desde este punto de vista es más agustiniana que tomista; es la visión del De civitate Dei: la ciudad de Dios se entrelaza con la ciudad terrena de manera inseparable en la Iglesia que peregrina. En este mundo, en el que todo está entremezclado y confuso, él despierta las conciencias para que sean capaces de discernir. La relación con el mundo externo es fundamentalmente de tipo religioso y cultural, no político. Pensemos, por ejemplo, en la relación con los países islámicos. Su tesis es que entre las religiones, de modo particular entre Cristianismo e Islam, el problema no es el de intentar una imposible e insensata mediación teológica; cada religión posee su propia fe y debe mantenerla sin concesiones. La comprensión debe florecer en ese terreno que es común a todos, se pertenezca a la fe que se pertenezca: los grandes principios escritos en el corazón de todos los hombres y que constituyen la ley natural, o lo Diez Mandamientos, o los derechos humanos. Se pueden llamar de muchas maneras, pero para él es ahí donde puede darse un entendimiento fecundo.

Dos encíclicas, la caridad y la esperanza. Dentro de algún tiempo aparecerá la tercera. ¿Cómo están marcando el pontificado?
Las dos encíclicas son ciertamente los dos pilares fundamentales de la arquitectura de su magisterio. A ellas yo añadiría algunos grandes discursos. El que dirigió a la Curia romana en diciembre de 2005, sobre el tema de la tradición en la Iglesia, Ratisbona y el famoso discurso de La Sapienza. Estos cinco pasos constituyen el núcleo esencial del pensamiento de Benedicto (tengo que decir que, a mi juicio, la Spe salvi es una obra maestra). Pero este recorrido no estaría completo si no añadiésemos a la lista, además, el Jesús de Nazareth. Escribir un libro sobre Jesús significa apercibirse de que la cuestión sobre la que la Iglesia se juega la vida es la cuestión de Jesús, darse cuenta de que ese Hombre es el centro de todo. Significa comprender que la figura de Jesús está en peligro, en el sentido de que por un lado encontramos una fe que tiende a oscurecer su verdadera identidad (pensemos por ejemplo en las protestas que suscitó la Dominus Iesus, y no sólo desde fuera de la Iglesia) y, por otro, un rechazo frontal. El Papa ha percibido la urgencia dramática de responder a estas posiciones. Y ha querido afrontarlas sacando pecho, presentando lo esencial de Jesús. Lo ha hecho con un libro, con un instrumento universal que llega a todos, sin filtros ni mediaciones. Sabe bien que sus enseñanzas no llegan a todos con facilidad. Tomemos como ejemplo las catequesis del miércoles o las homilías: discursos de una belleza sobrecogedora que, desgraciadamente, llegan a un pequeño círculo de destinatarios.

Uno de los grandes temas de Benedicto XVI es la libertad religiosa: hay que decir que, a este respecto, en la mayor parte del mundo islámico no se han dado muchos pasos. Si pensamos en Irak, por ejemplo, deberíamos hablar incluso de persecución...
La cuestión es muy seria, porque podemos dejarnos llevar por un optimismo fácil si miramos únicamente lo que sucede entre estudiosos y líderes religiosos como ha sucedido, por ejemplo, con “la carta de los 138”, pero en los lugares concretos la situación es mucho más preocupante hoy en día que en épocas precedentes. Durante siglos, los cristianos han podido sobrevivir en zonas de mayoría islámica mientras que en muchas de esas zonas hoy están a punto de desaparecer. Hay muchos lugares en los que la Iglesia no es siempre consciente de esta situación, muchos se muestran desinteresados y ajenos a este problema. Por no hablar de los medios de comunicación y de los gobiernos: todos se mueven por la causa budista, lo que está muy bien. Pero, ¿quién da la cara por los cristianos?