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Huellas N.9, Octubre 2009

PRIMER PLANO - Educación

Salir del estancamiento

Giorgio Paolucci

Abundan los análisis, pero escasean propuestas válidas y creíbles. La crisis educativa y cultural necesita instrumentos concretos. Una relación-propuesta de la CEI señala los caminos para reemprender una tarea educativa que implica, en primer lugar, a los adultos

Acoso escolar, delincuencia infantil, hechos violentos grabados con el móvil e inmortalizados en YouTube, sexo fácil, desprecio por el estudio, abandonos escolares... Son estas las señales más extremas de una emergencia educativa que tiene raíces profundas, atraviesa el universo juvenil, provoca alarma social y pone en entredicho el mundo de los adultos y su fragilidad. Una emergencia sobre la que abundan los análisis, pero escasean propuestas válidas y creíbles. Señal de que la crisis viene de antaño aunque se haya intentado encubrirla y ningunearla durante mucho tiempo. La Conferencia Episcopal Italiana ha optado por hacer una fuerte inversión en términos pastorales dedicando el próximo decenio al tema de educación. En las pasadas semanas, ha llegado a las librerías italianas un volumen que pretende abordar esta temática desde el punto de vista cultural, así como ofrecer valiosas pistas de reflexión y trabajo. Se titula La Sfida educativa (Ed. Laterza; El reto educativo, ndt.) y ha estado a cargo del Comité para el Proyecto Cultural de la CEI, presidido por el cardenal Camillo Ruini y compuesto por el Patriarca de Venecia, Angelo Scola, el arzobispo de Oristano, Ignazio Sanna, y un equipo de intelectuales y profesores universitarios: Ugo Amaldi, Paola Bignardi, Dino Boffo, Francesco Botturi, Francesco D’Agostino, Fiorenzo Facchini, Lorenzo Ornaghi, Andrea Riccardi, Paola Ricci Sindoni y Eugenia Scabini. El tema de la educación se afronta globalmente, sondeando los distintos ámbitos educativos: escuela, familia, comunidad cristiana, trabajo, empresa, consumo, medios de comunicación de masas, espectáculos y deporte.
La profesora Scabini, Decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Católica de Milán, subraya: «Es un libro que, ciertamente, hay que leer con atención. No se trata del enésimo análisis teórico, sino de una relación-propuesta, un instrumento que tiene la osadía de indicar los caminos para salir del estancamiento en el que se encuentra la sociedad desde hace tiempo. Un estancamiento que, ante todo, se debe a la crisis del adulto y a la incapacidad de seguir trasmitiendo el patrimonio moral, cultural y espiritual a las nuevas generaciones. Ha venido a menos el carácter generador de la educación». En el primer capítulo se cita una elocuente frase de la escritora Natalia Ginzburg, quien, hablando de los hijos, dice: «La única posibilidad de proporcionarles ayuda en la búsqueda de una vocación es tenerla nosotros mismos, conocerla, amarla y servirla con pasión: porque el amor a la vida genera amor a la vida». En la misma línea, Benedicto XVI recuerda que «en la raíz de la crisis de la educación, se halla una crisis de confianza en la vida», y que la emergencia educativa se vuelve inevitable en una sociedad en la que prevalece el relativismo que condena a las personas a «dudar de la bondad de su propia vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su compromiso por construir algo común junto a otros».

Un reto personal. Una mirada realista obliga a darse cuenta de que, mientras para la sociedad del pasado educar era una tarea ampliamente compartida, para la nuestra, se ha convertido en un reto. En el prólogo del libro, el cardenal Ruini escribe que «hasta ayer parecía darse por descontado que una generación tenía que hacerse cargo de educar a la siguiente, según la tradición heredada de los padres; hoy todos –unos más y otros menos– constatamos la desintegración de este automatismo, con todos los riesgos, pero también con todas las oportunidades que trae consigo. [...] Es como si la sociedad hubiera renunciado a esta tarea educativa. En nombre de una estéril neutralidad, ha abandonado a los jóvenes a su soledad, dejándolos cada vez más a merced de la violencia y la vulgaridad, incapacitándolos para tomar las riendas de su vida. Los adultos, cansados y desorientados ellos mismos, parecen asistir impotentes al malestar de sus hijos y tienen miedo de ejercer su tarea educativa; en cuanto a los que tienen el coraje de hacerlo, obtienen con frecuencia resultados decepcionantes. De aquí la creciente desconfianza en la posibilidad misma de educar».
¿Qué se puede hacer? Muchos sostienen que para recuperar el terreno perdido basta con apelar a los “valores”, volver a ciertas reglas o actualizar las técnicas educativas. «Todo esto es importante –dice Eugenia Scabini– pero para que sea eficaz es preciso ofrecer la experiencia de lo que tiene valor, de aquello por lo que vale la pena vivir. Son necesarios testimonios creíbles, personas que muevan al joven a medirse con ellas, a aprender, a comparar la propia experiencia con lo que se le propone». Por tanto, se necesitan adultos que no se limiten a insistir en los principios, sino que, encarnándolos, los vuelvan interesantes, vivos.
Por todo ello, la educación es un auténtico reto que obliga a ponerse en juego tanto a jóvenes como a adultos. Es una dinámica interpersonal que sitúa en primer plano la libertad del individuo, como recordaba hace 50 años –en tiempos aparentemente no sospechosos– un joven profesor de Religión en el Liceo Berchet. «Realmente es impresionante rastrear en las páginas de Educar es un riesgo una posición que, vista con los ojos de hoy, resulta absolutamente profética –explica Scabini–. Giussani decía a sus alumnos en los años cincuenta: “No estoy aquí para que asumáis como vuestras sin más las ideas que os propongo, sino para enseñaros un método verdadero para enjuiciar lo que os voy a decir. Y lo que os voy a decir es una experiencia que proviene de un extenso pasado: dos mil años”. En una época en la que todavía la tradición y los valores parecían aguantar, Giussani ya había comprendido que para seguir transmitiendo el patrimonio de la tradición a otra generación, era necesario asumir personalmente dicha tradición. Para pedirle a otro que responda de sí mismo, debes, en primer lugar, responder de ti. Y el otro debe poder verificar que cuanto se le propone responde a su espera más íntima. Más que indicar un modelo a imitar, se trata de mostrar un camino que recorrer y proponer la verifica de una experiencia. Hay que asumir un riesgo mediante la libertad personal».