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Huellas N.9, Octubre 2009

VIDA DE CL - Brasil

Como el primer día

Isabella Alberto

«¿Hay alguien acaso que no quiera ser amado así?». Una pregunta dirigida a cincuenta mil personas reunidas en el corazón de São Paulo. Julián Carrón vuelve a encontrarse con los Trabajadores Sin tierra. El encuentro, los testimonios de Natalia, Camilo e Ivone... Vidas cambiadas por una amistad que «no se explica sin Dios»

«Debemos ayudar a estos jóvenes a recorrer un camino educativo». Julián Carrón lanzó esta provocación el pasado mes de febrero durante su visita a Brasil, en un acto público multitudinario celebrado en el palacio de los deportes de Ibirapueira, en São Paulo. En esa ocasión algunos chicos de la Asociación de los Trabajadores Sin Tierra contaron su experiencia y, después de escucharlos, Carrón propuso a Cleuza y Marcos Zerbini que asumieran este reto. La provocación no cayó en saco roto. Junto a los amigos, los Zerbini reflexionaron sobre cómo, hasta entonces, habían organizado las reuniones de la asociación. Decidieron comenzar todos los encuentros con una asamblea de preguntas y testimonios, luego, la presentación del nuevo texto de Escuela de comunidad y la propuesta de un trabajo personal. Desde entonces, cada mes preparan una hoja con las indicaciones que Julián Carrón va marcando para todos. Esto supone un cambio de ruta y la mayoría de los miembros de la asociación lo está siguiendo, de modo que en cada reunión se ven personas que han empezado a comparar todo con las exigencias de su corazón, a plantearse preguntas sobre la forma de trabajar y estudiar o de vivir las relaciones. Algunos adultos han pedido recibir los sacramentos, y el pasado 9 de julio el cardenal arzobispo de São Paulo, monseñor Odilo Scherer, celebró el Bautismo de nueve jóvenes y la primera Comunión y la Confirmación de treinta y dos miembros de la Asociación. «Son los primeros. Vendrán otros», dijo Cleuza mirándoles.
Tras lo que siguió a la provocación de aquel día de febrero, el pasado 13 de septiembre Julián Carrón asistió a una de estas reuniones. El tema era la «correspondencia». Después de una breve introducción de Marcos, los chicos contaron lo que habían vivido tratando de responder a la pregunta: «¿Qué experiencia de correspondencia has tenido en este mes?». Una joven contó cómo se sentía amada por su padre que, a pesar de estar enfermo, sigue luchando y sacrificándose por su familia. Una estudiante de Pedagogía habló de su relación con un niño autista, que se calma y sonríe cuando escucha determinadas melodías. Un joven en paro habló de su deseo de aprovechar esta situación para tomar iniciativa y ser útil. Había multitud de manos levantadas, pero no hubo tiempo de escuchar a todos. Luego habló Natalia. Es una chica evangélica de la Iglesia Metodista. Está terminando la Universidad y está muy agradecida por haber conocido la Asociación. Cuando dijo a qué Iglesia pertenecía, nadie la consideró distinta: «He sido acogida, amada y respetada como no lo había sido en ningún sitio. Nunca podré devolver lo que han hecho por mí. No sólo la ayuda para ingresar en la facultad, sino todo lo que he aprendido acerca de Dios». Entonces Carrón intervino: «Natalia ha tenido una verdadera experiencia. Ha venido, ha comenzado una relación con las personas de la Asociació, y ha comprobado que la trataban bien. Entonces ha dicho: “Nunca me he sentido tan acogida y tan respetada”. Y esto le ha llevado a decir: “He comprendido que aquí está Dios”. Pero, ¿qué tiene que ver Dios con las personas que ha conocido? Acercarse a la asociación, ser acogida y respetada no puede venir de otro sitio más que de Dios. Al igual que los discípulos se encontraron con un hombre, ella se ha encontrado con personas. Viendo lo que Él hacía, viendo cómo Él miraba y trataba a las personas, los discípulos decían: “Jamás hemos visto una cosa igual”. Esta es la experiencia completa: que no se puede explicar una cosa sin implicar en ella a Dios. En esto consiste la correspondencia, porque el deseo que tenemos en el corazón es infinito. Y por eso nada nos basta, nada nos satisface. Cristo ha venido al mundo para que nosotros pudiéramos encontrarnos con un hombre del que pudiéramos decir: “Éste sí que corresponde a mi deseo”. Y sólo lo puede reconocer aquél que usa el corazón».

Casa y fútbol. Por la tarde tuvo lugar otro acto público imponente. Cincuenta mil personas llenaban el Vale do Anhangabaú, una plaza en el centro de São Paulo, bajo un sol de justicia. Todas las miradas se dirigían a un pequeño palco, que se ha montado muchas otras veces para mítines de partido o discursos ideológicos sobre las luchas sociales. Pero lo que sucedió en esta ocasión sí que fue una verdadera revolución: se escucharon los testimonios de vidas cambiadas gracias a un encuentro concreto. La reunión comenzó con un gran coro que cantó Povera voce. Palabras aprendidas en los encuentros de los últimos meses. Ahí se hallaban los miembros de la asociación que habían aceptado la invitación de Marcos y Cleuza para ver y escuchar a este «querido amigo que nos ayuda a vivir la vida con seriedad». Ivone, una coordinadora de los Sin Tierra, fue la primera en contar su historia. Después de veinte años de lucha empieza a descubrir el verdadero significado de sus acciones y las acciones de Dios en su vida: «En 1979 me tocó la lotería. Presté el dinero que había ganado y no volví a verlo. Ahora, después de haber conocido a Comunión y Liberación, he comprendido que si me hubiesen devuelto ese dinero, habría comprado una casa para mí, y mi historia habría sido distinta. Acuciada por mi necesidad me acerqué a la asociación y conocí a Marcos y a Cleuza. Pude comprar una casa en 1992, y ahora estoy aquí. Hoy tenéis ante vosotros a una persona entusiasmada por pertenecer a este movimiento. Me siento acogida cada día y soy muy feliz aquí». Camilo, de Aracaju, vino a São Paulo a propósito para este acto. Relató a todos la vida sobreabundante que ha brotado a raíz del encuentro con don Giussani a través de la lectura de ¿Se puede vivir así?. Él ya era católico, pero fue tal el impacto que enseguida buscó a la comunidad de Salvador con la que hoy comparte su vida. A continuación, Carrón saludó a todos en portugués: «Estoy contento de encontrarme con vosotros en este día hermoso. Una verdadera amistad significa compartir el camino hacia el mismo destino. Estoy aquí como compañero de viaje». Ante ese pueblo Carrón mostró de nuevo la belleza de ser cristianos: «El cristianismo es fácil, como el primer día. Basta encontrar a alguien que nos ame así, que nos respete así. Este cristianismo es para todos. ¿Conocéis acaso a alguien que no quiera ser amado, que no quiera ser respetado así? ¿Conocéis a alguien que no quiera vivir una vida así? Nosotros somos cristianos por este motivo. No somos ni simples ni tontos. Somos personas que usan la razón. Y sabemos reconocer perfectamente quién nos trata bien y quién se burla de nosotros. Cuando lo reconocemos, empezamos a seguirlo porque no queremos perderlo. Por ello somos amigos, para participar en esta vida. Hace veinte años, cuando era profesor, decía a mis alumnos: “Os conviene encontrar a Cristo para que las cosas más hermosas que os suceden –por ejemplo, enamoraros– no terminen, sino que permanezcan; para que los amigos lo sean de verdad; para que la vida sea cada vez más interesante”. Cristo ha venido para esto. Para que tuviésemos vida y la tuviésemos en abundancia».

«Pensé en mi mujer». Muchas de las personas que escucharon estas palabras, entre la multitud del Vale do Anhangabaú, no conocían el movimiento. Habían acudido al encuentro invitados por amigos o familiares, y tenían curiosidad por saber quién era el sacerdote español del que Marcos y Cleuza hablan tanto. Al final del acto, una señora que había acudido con su marido, se acercó a Miriam, una de las coordinadoras, para agradecerle la invitación: «Ha sido muy emocionante conocer al padre Carrón. Lo que ha dicho ha sido para mí como un alimento». Camilo también expresaba su agradecimiento: «Quiero dar las gracias a don Giussani porque me ha hecho amar a Cristo en lo concreto, tal como se manifiesta en los rostros amigos, y también a Carrón, que me ayuda a ser hijo de don Giussani. Cuando he abrazado a Carrón pensé enseguida en mi mujer, en cómo me hubiera gustado que estuviese allí conmigo. Él ha traído a mi vida una bondad que me gustaría que también viviese mi mujer, a la que tanto amo». He aquí, Dios mediante, un cristianismo vivo que sigue atrayendo el corazón del hombre, hoy como hace dos mil años.