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Huellas N.11, Diciembre 2016

LA BELLEZA DESARMADA / Presentación en Madrid

Más que una viruta, el árbol entero

Fernando de Haro

El 28 de noviembre Julián Carrón, acompañado del filósofo Mikel Azurmendi y el físico Juan José Cadenas, presentó su libro en Madrid. Un apasionado diálogo sobre la naturaleza del cristianismo y los retos que plantea el cambio de época. Una conversación que rompe los viejos muros que separan el mundo laico y el mundo católico

No fue una viruta de verdad. Fue un árbol entero. Por eso es fácil, muy fácil, ir detrás de Juan José Cadenas y de Mikel Azurmendi. Dos agnósticos, el primero físico cuántico, el segundo filósofo y antropólogo. Fueron los interlocutores de Julián Carrón en la primera presentación pública de La belleza desarmada en España. Lunes 28 de noviembre. Ocho de la tarde. Un abarrotado salón de actos de la Fundación Pablo VI seguía con una atención silenciosa, tensa, las palabras de Cadenas, Azurmendi y Carrón. El silencio quizá se debiera a que era una de esas extrañas ocasiones en las que las palabras son más que palabras. Una de esas veces en las que las palabras no solo traen deseos, nostalgias o propósitos. Una de esas veces en las que las palabras hacen cosas, hacen –en este caso– el cristianismo. Y no hacía falta ni ser muy listo ni entender todo lo que decían para saber que era la misma historia, la misma historia que la del principio. Porque en Madrid, ya se sabe, a las 8 de la tarde siempre te dan una conferencia, y algunas son muy interesantes. Pero esto ha sido diferente, de otra madera, de otro árbol. Cadenas y Azurmendi, “los otros”–repitieron hasta la saciedad que no son cristianos– vinieron a devolver con frescura al “nosotros” la fuerza de un cristianismo que no teme la libertad, que es aliado de lo humano, que depende del frágil encuentro con un nombre y con unos apellidos en un punto preciso de la vida. Cadenas y Azurmendi describieron el centro de la pretensión cristiana de un modo que arrollaba todos los sedimentos que deja el esto-ya-hace-años-que-lo-conozco (y sus consecuentes derivaciones políticas y piadosas), que fundía el “vosotros” y el “nosotros”. ¿Hay alguien más amigo, más nuestro, que el que te devuelve el tesoro del que te has olvidado?
Fernando Vidal, un reputado sociólogo de la Universidad Pontificia de Comillas, da la enhorabuena a los organizadores y tuitea: «El rostro del tú es lo único que puede ensanchar la razón», dice Julián Carrón en su @BellezaDesarmada. Francisco Serrano, periodista, escribe en una de sus columnas: «Ante un tiempo que se ha acabado y uno que no acaba de nacer, Carrón interpela en primera persona y nos zarandea para que no nos quedemos satisfechos en las rutinas a las que nos hemos acostumbrado». Antes había asegurado que «el libro de Carrón es la primera respuesta completa sobre cuáles son los fundamentos para la nueva forma de testimonio que exige el cambio de época en el que estamos inmersos». Las reacciones se suceden.

¿Qué lo ha hecho posible? ¿En qué ha consistido este diálogo? La conversación denuncia la inutilidad de partir de la ética que cristianos y laicos comparten, ética que ha dejado de ser evidente para unos y otros. El foco se pone sobre qué uso de la razón puede proporcionarnos un sentido, una esperanza.
Cadenas y Azurmendi se han sentado en la misma mesa que Carrón después de dos historias muy particulares, de una suma de aparentes improbabilidades infinitas. Cadenas conoció hace algunos años a una colaboradora en el centro de investigación en el que trabaja. Y, a pesar de que la distancia profesional era grande entre el uno y la otra, se implicó en una relación porque le interesaba su modo de hacer, un modo humano. La colaboradora le presentó a los amigos de Comunión y Liberación, a sus profesores universitarios, a Javier Prades, rector de la Universidad San Dámaso. Y con él, teólogo, ha compartido un intenso diálogo en Jot Down, un reciente experimento multimedia de mucho éxito, expresión de una cultura laica postmoderna. Antes de conocer a Carrón y después de haber leído su libro aseguraba verse sorprendido por la afinidad con el autor de La belleza desarmada. «Carrón no apuesta por “inculcar valores”, aunque él los suyos los tiene muy claros, sino que está convencido de que el ejercicio de la razón lleva a la verdad. Estoy de acuerdo con él a pesar de que mi verdad y la suya no son idénticas”», indicaba.
La historia de Azurmendi es aún más rocambolesca. Había participado en un lejano Happening organizado por los universitarios del CLU. Y durante largos años recibió una tarjeta de Navidad de una persona del movimiento, tarjeta que nunca contestaba. La casualidad quiso que oyera a su paciente amigo por la radio. Y tocado por lo que escuchó, decidió, esta vez sí, contestar. Después quedó fascinado por una forma diferente de vivir el cristianismo. «Esto es un nuevo paradigma, lo que propone Carrón es el paso del sentido de la ley a la ley del sentido. La teleología y la teología se anclan en un encuentro, en algo que ha sucedido», asegura Azurmendi, que ha sido profesor de Historia de las Religiones. «Este libro ancla la teleología (la vida tiene un fin) en una teología nueva. Para los que estamos enamorados, creemos que Carrón ha dado en el clavo».

Razón moderna y fe. Azurmendi y Cadenas abandonaron el cristianismo sin violencia, porque no era interesante, porque se presentaba como un límite para la vida. Y ahora, con La belleza desarmada aparece de otro modo. «Este libro presenta un modelo nuevo, un cambio de lo que yo vivía en la Iglesia, plantea una posibilidad de vivir la fe de una forma razonable», señala Azurmendi. Y Cadenas añade: «Este es el catecismo que me habría gustado que me enseñaran de niño. Tiene mucho que decir y es interesante incluso cuando uno no lo suscribe. La osadía que tenéis me atrae mucho».
El físico es leal. No tiene la certeza de que la belleza lleve al bien o la verdad. «Más allá de la lógica y la razón se encuentra el bosque oscuro, el misterio», asegura Cadenas. «Existe el riesgo de que el arte sea engaño y la belleza una ilusión», y añade haciendo referencia a la Divina Comedia: «la belleza solo aparece cuando en el paraíso Dante se encuentra a Beatriz, ella es su pasaporte hacia la eternidad, es una belleza que emana de la divinidad». Pero «puede que la belleza no sea más que la ilusión, y la verdad no es siempre halagüeña». Carrón recoge el guante sin censurar la provocación, la gran pregunta de la razón moderna frente a la fe. «Ante la pregunta de si todo es fruto de la sugestión, la respuesta es obvia: en nuestra vida ha sucedido, habéis encontrado personas que os llenan de curiosidad, de asombro. El cristianismo ha comenzado por este asombro delante de alguien que hacía la vida más interesante y que tenía que ver con todo (...) Solo quien acepta que el nexo con la realidad se genera así, desarmado, puede comprobar si la vida se llena de sentido y de plenitud. ¿Es la fe el origen del hecho o el hecho el origen de la fe? Ese será el debate entre quien se ha encontrado con un hecho y quien lo considera posible».

El tú que ensancha la razón. Cadenas expresa con sencillez su dificultad para adherirse a una verdad que pasa por la encarnación y al tiempo manifiesta el interés que le suscitan los cristianos que acaba de conocer. Reclama el valor de la razón científica y, a continuación, asegura: «Pero no soy tonto, y la evidencia más grande es el amor por mis hijos». El físico cita a Rilke: «¿Quién si yo llorara me escucharía?». «Si es verdad que Cristo ha resucitado hay que quitarse la boina», concluye Azurmendi. Y después cita a Zaqueo, a la Magdalena y otros personajes del Nuevo Testamento. Carrón resalta lo que acaba de suceder, la coincidencia en la afirmación del valor del tú. Y concluye: «el tú del que estás enamorado, el tú de tus hijos, es la energía que puede ensanchar la razón. ¿Qué es lo que puede responder a los muros? El muro no puede prevalecer sobre el tú, sobre la belleza de enamorarse, la belleza de un hijo, la belleza de un testigo que hace posible lo imposible. Por eso la Iglesia tiene que desarmarse».
Sin duda a estos dos agnósticos, que recuperan un cristianismo limpio y fresco, hay que seguirles. Más que una viruta, un árbol entero. Lo que sucedió en Madrid no fue una anécdota, fue un hecho que indica un camino, que indica cuál es el paradigma que permite al cristianismo no estar condenado al fracaso o convertirse en el consuelo de los que no aman la vida.