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Huellas N.11, Diciembre 2016

PRIMER PLANO

«Así volvemos a la fuente»

Alessandra Stoppa

El llamamiento de la Basílica destruida y el «voto de estabilidad» mientras todo se derrumba. Habla el prior de los monjes de Nursia

«Succisa virescit». Talada en la raíz, ha vuelto a brotar. El lema benedictino es la promesa que late en lo hondo de la prueba que se ha abatido sobre pueblos enteros y comunidades, acabando con la vida en las calles, las casas, las tiendas, los colegios y los lugares de trabajo.
El primer indicio de que este centro de Italia tiene raíces profundas es la imagen que dio la vuelta al mundo la mañana del 30 de octubre: hombres y mujeres arrodillados, rezando con las manos juntas, en el aire polvoriento de la plaza en frente de la basílica de San Benito en Nursia. En un silencio irreal, rezan a Dios. La fachada sigue ahí, de pie, como el telón de una representación teatral, y obliga a levantar la mirada. Pero detrás no hay nada. Todo se ha venido abajo. La obra maestra del siglo XIII, edificada en el lugar donde en 1480 nació el santo patrón de Europa, se ha hecho añicos.
Esa mañana también el padre Benedict Nivakoff, prior del monasterio benedictino de Nursia, estaba allí de rodillas. Mientras la tierra seguía temblando, se puso en la plaza a confesar. Neoyorquino de 37 años, vive desde hace quince la intensa Regla que enseña a «habitar en uno mismo», tan vital para los que han sido arrancados de sus casas. A semanas de distancia, sigue todavía dominado por el estupor ante el milagro: «No hubo víctimas. Nos hemos sentido protegidos y amparados».
Él y su comunidad, quince monjes casi todos extranjeros, se habían desplazado a refugios improvisados en San Benito in Monte, el monasterio en los bosques sobre Nursia. La basílica y el monasterio en la ciudad ya habían sufrido daños y, con dolor, habían tenido que abandonarlos. Pero para ellos todo es un signo: «Estamos llamados a volver a la fuente».

¿Qué significó para usted ponerse de rodillas en ese momento?
Ciertamente fue un gesto para suplicar protección para todas las personas. No sabíamos todavía que no había habido muertos ni heridos… Fue realmente un milagro. Pero ponerse de rodillas es también un gesto de penitencia. Esto es muy importante, sobre todo después de una tragedia.

¿Por qué?
El Señor me ha salvado la vida, ¿por qué? ¿En qué debo cambiar yo?, es la primera pregunta que me surge. Y vale para cualquier persona. Pasar por una prueba, de cualquier naturaleza que sea, supone tener la posibilidad de cambiar de vida, Dios me ofrece una oportunidad a través de esa prueba. En medio de la prueba Dios nos ofrece la salvación. ¿Por qué y para qué vivo? Si todavía sigo aquí es para crecer en la caridad y ciertamente no para que empeore mi situación. Lo que ha pasado nos obliga a prestar atención y a mirar las cosas de manera distinta a como lo hacíamos antes. Es una llamada a la conversión.

¿Qué significa ahora conversión para vosotros?
Por ejemplo, hemos decidido levantarnos antes y rezar el matutino a las 3:45 de modo que podamos velar más por la gente. Ahora que estamos en el monte y vemos Nursia desde lo alto, en todo momento se nos hace más claro por quiénes ofrecemos nuestra vida, por quiénes ofrecemos nuestro ayuno (desde la mitad de septiembre hasta la Pascua de resurrección, toman un sola comida al día, ndr.). De todas formas la conversión personal está íntimamente ligada a la humildad. Y la humildad, íntimamente ligada a la verdad. Esto significa que lo primero es «andar en la verdad» de uno mismo, sin huir u ocultar lo que soy.

¿Puede explicarlo mejor?
No tenemos que considerarnos ni mejores ni peores de lo que somos, sino reconocernos tal como somos. Este realismo puede parecer una cosa obvia, banal, en cambio resulta mucho más difícil de lo que parece. Reconocerse verdaderamente pequeños, más aún pecadores, reconocer cuán lejos estamos de Dios, pero sin desesperanza, sin replegarse sobre uno mismo.

Ahora estáis en el Monasterio in Monte, ¿por qué dice usted que es una llamada a volver a la fuente?
Si nuestras obras –como la presencia en la ciudad, la liturgia en la basílica, los productos del campo, las iniciativas culturales, es decir, todas las formas en que ofrecemos al mundo los frutos de nuestra oración…– ahora se han reducido a causa del terremoto, quizás quiere decir que tenemos que volver a la fuente de nuestra vida espiritual que está hecha de oración, contemplación y silencio. Así, y solo así, estaremos seguros de que volverá a manar agua de esa fuente para todos. Estamos llamados a ser cada vez más conscientes de que nuestra vida no nos pertenece y queremos entender cuál es la voluntad de Dios sobre ella. Él ha desviado nuestro camino cimentándolo en la montaña.

¿Qué supone para vosotros ver la basílica destruida?
Es muy duro. Es como ver un ataúd. Mientras la miro, me vuelve a la memoria el día en que vestí el hábito de novicio, luego el día de la Profesión solemne, la ordenación sacerdotal… Desde el mundo entero hemos recibido mensajes de cercanía. Nos ha sorprendido el vínculo profundo con este lugar. Nos dan el pésame, como si hubiera un luto en la familia. En este tiempo vuelvo a menudo a pensar en san Benito, cuando tuvo la visión de la triple destrucción del monasterio de Montecassino. Aunque sus monjes estuvieran a salvo, lloró viendo caer los muros. Sus lágrimas son las nuestras. En la Liturgia se celebra también el “cumpleaños” de las iglesias, el aniversario de su dedicación, porque la Iglesia trata los edificios, al igual que los santos, para indicar la importancia que tiene el “templo”. Es obvio sufrir por su pérdida, sin embargo, lo esencial es la vida que late dentro de los edificios.

El lugar reviste una importancia todavía mayor para quienes como vosotros hacéis voto de estabilidad.
Es cierto. Es un amor del todo particular al lugar. Si se piensa detenidamente en el voto de estabilidad, se comprende que es algo muy radical. Demuestra existencialmente la fidelidad: pase lo que pase, nos quedamos. Lo mismo debería ser para el matrimonio. En el mundo de hoy todo va en dirección contraria. La estabilidad es el meollo de lo que nos ofrece san Benito: ha creado y nutrido la cultura europea, permitiendo que se trasmitiera durante siglos, pero debemos comprender cómo lo lograron él y sus discípulos. Se asentaron en ciertos lugares y allí echaron raíces. No abandonaron la obra en los momentos de dificultad de cualquier clase: en la relación con el abad, con los hermanos, con el clima, con la enfermedad… con el terremoto. Se quedaron. Y, sobre todo, han escarbado siempre en el espesor del día a día.

En lo que ha pasado, usted ha visto una señal para toda Europa. ¿Cuál?
Espero que el terremoto, que ha azotado un lugar que está en el origen de Europa, abra una nueva ventana, una visión nueva precisamente acerca de las raíces cristianas de Europa. A menudo se utiliza la palabra «raíces», pero ya no nos dice nada. Benito es un santo que no corresponde inmediatamente al imaginario contemporáneo, un santo que no se puede enmarcar rápidamente, meter en un cliché que te lo explica todo. Es muy profundo, muy sutil. Se trata entonces de descubrirlo. Si Europa procura conocerle, podrá ir más allá de lo superficial. En todos los sufrimientos, se esconde la posibilidad de prepararse para un nuevo nacimiento.

Ahora estamos en Adviento…
Hoy más que nunca es el tiempo de la espera y del arado. El tiempo de la siembra sin saber cuándo se podrá recolectar ni quiénes recolectarán. Lo importante es que cuando renazca Nursia, encuentre una fe más fuerte y seria que la de hoy. Acordémonos que durante tres años san Benito vivió en la gruta de Subiaco, solo, lejos de todos. Hasta que Dios decidió mostrarlo al mundo. Los pastores de la zona lo confundían con un animal, pero de ahí nació el primer monasterio benedictino… pienso que para nosotros y para toda nuestra gente este es el tiempo de la gestación, como para una mujer que espera un niño y durante nueve meses no hace otra cosa que preparar la llegada del parto. Para nosotros no será cuestión de nueve meses, sino de años, pero cuanto más tiempo se tiene mejor podemos prepararnos.