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Huellas N.10, Noviembre 2016

BOB DYLAN

Místico cantautor

Jason Blakely

De la cultura liberal a la relación con los beat, de Rimbaud a san Agustín, retrato de un icono de la música que entra por sorpresa en el panteón de la Literatura. Sobre todo gracias a su corazón inquieto

Bob Dylan es el Premio Nobel de Literatura 2016. Más allá de las discusiones sobre la oportunidad de atribuir a un cantautor los honores reservados a novelistas y poetas “laureados”, en los Estados Unidos se reabre la del peso político de su arte. Es un debate que no ha progresado desde que Dylan apareció en los escenarios, en los años sesenta. Y sin embargo hace cinco décadas que él mismo expresa claramente su sentido de alienación respecto al mundo de una cierta cultura política americana liberal y de izquierdas que lo reivindica como una de sus banderas. En una entrevista de 2004 declaró que preferiría ser visto como «un borrachuzo... un loco, un sionista, un budista, un católico o un mormón», antes que «el arzobispo de la anarquía», que es una manera de decir “portavoz” de la izquierda de los años sesenta. Esto ha creado una fuerte confusión en muchos de su fans. Y la sensación de desorientación es comprensible. Después de todo, Dylan alcanzó la fama como el más grande autor del movimiento de protesta. Y sin embargo hoy pocos entienden verdaderamente la perspectiva que subyace a sus tomas de postura.

Un niño prodigio. Es cierto que Dylan, al menos en la fase inicial, pertenece a la tradición del folk de izquierdas y del movimiento de los cantautores. Se trataba de una oleada musical populista, puramente americana, que a la mitad del siglo pasado utilizaba temas folk para crear conciencia en lo referente a problemas como el racismo, el maltrato a los trabajadores o los abusos de poder por parte de las élites económicas.
El objetivo del movimiento era, también, provocar un cambio social. Dylan era su niño prodigio. Antes de cumplir veinticinco años, había escrito ya los temas por los cuales se ha hecho famoso. De ese periodo es Blowin’ in the Wind, considerada el himno tanto del movimiento por los derechos civiles como del pacifista. Son palabras hasta tal punto conocidas que han perdido parte de su fuerza poética. Sin embargo en ellas permanece el susurro apagado de su rugido original, de alcance epocal: «¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre / antes de que puedas llamarle hombre? / … ¿Cuántas veces deberán volar las balas de cañón / antes de ser prohibidas para siempre?». Para Dylan, la respuesta sopla en el viento. El viento tiene el paso de nuestras aspiraciones, de nuestras esperanzas, de nuestros sueños de una sociedad más justa, pero una justicia tal no tiene todavía un sólido fundamento y es inalcanzable.
Pero la respuesta de Dylan, vaga y mística, se refiere a una segunda tradición que inspira su arte, una realidad que terminó por tener una influencia mucho más fuerte y ha contribuido a generar fricciones entre él y la izquierda: la poesía beat. En una primera mirada, los beat están perfectamente en armonía con los ideales liberales. Después de todo, el movimiento beat se define a menudo como el precursor de la repulsa al conformismo, al consumismo y al tradicionalismo por parte de la contracultura hippie. Como los románticos que en parte les inspiraron, los beat veían en el arte una búsqueda estática de la iluminación espiritual contrapuesta al hiperracionalismo de la edad moderna. Este objetivo se perseguía a veces a través de las religiones asiáticas como el budismo, pero todavía más a menudo con una experimentación antimoralista de drogas, sexo, arte y una continua identificación con los rechazados y los diferentes de la sociedad americana.
Dylan toma contacto pronto con los poetas beat en los mismos cafés del Greenwich Village en los que se exhibían los músicos folk. Empieza a acercarse a su sensibilidad y a sus estilos insertando en sus textos expresiones cultas y coloquiales, temáticas ligadas al consumismo rampante y al materialismo espiritualmente árido de la América postbélica. It’s Alright Ma, cuya letra se desarrolla como a pinceladas de óleo, contiene versos furibundos sobre el aplanamiento espiritual de las personas que lo rodean, a causa de la cultura comercial: «los carteles de publicidad te engañan / para que pienses que eres el único / que puede hacer lo que nunca se ha hecho / que puede lograr lo que nunca se ha logrado / mientras tanto la vida sigue su curso ahí fuera, a tu alrededor».

Una dolorosa búsqueda. El antimaterialismo beat tenía grandes puntos de contacto con el escepticismo de la izquierda en lo referente al capitalismo. Pero el hecho es que esa poética tenía un horizonte más amplio que la política. Los beat eran buscadores – tendían hacia lo transcendente. Su búsqueda recaía sobre la recuperación de un profundo sentido religioso, que había sido sofocado en el mundo moderno. Lo que a menudo les ponía en abierto contraste con la izquierda tradicional, que era rigurosamente laica y veía la existencia humana como un factor principalmente político. Jack Kerouac, en su novela Desolation Angels (que más tarde inspiró Desolation Row de Dylan), describía así esta tensión: «Fui a la Columbia, donde lo único que intentaban enseñarnos era Marx, como si me importase algo. Me saltaba las clases, me quedaba en mi habitación y dormía en los brazos de Dios...era... más cercano a la Rusia del siglo XIX que a esta América moderna hecha de pelos a lo cepillo y caras bronceadas dentro de los Pontiac».
Este tema beat de una búsqueda espiritual, en la desolación de una América materialista, es claramente evidente in It’s Alright Ma de Dylan. Esta canción contiene una declaración más sintética que lo habitual sobre la búsqueda espiritual de los beats, el famoso aforismo: «No está ocupado en nacer, está ocupado en morir».
El objetivo espiritual de la vida humana no era necesariamente de naturaleza política, sino que consistía más bien en el renacer continuamente, ser como niños ante la belleza del cosmos, estar abiertos y entusiastas ante la realidad. Como Dylan habría dicho mucho más tarde, una persona debe empeñarse espiritualmente en permanecer Forever Young, por siempre joven. El objetivo primario del arte era la iluminación religiosa y no la movilización ideológica.
Dylan heredó de los beat el lenguaje imaginario, el eclecticismo y los collage de fragmentos líricos modernistas. Pero para entender su poética es necesario mirar a la influencia del simbolismo francés y sus intentos de dislocar la relación entre significante y significado.
Dylan conoció el trabajo del poeta simbolista francés Arthur Rimbaud gracias a Suze Rotolo, su compañera durante los años del Greenwich Village, de 1961 a 1964.
Rimbaud pensaba que el arte debía expresar verdades trascendentes que solo se pueden comunicar de modo indirecto. Se refería a los románticos, a su crítica del culto iluminista de la razón y a la convicción de que la ideología racionalista podría salvar el mundo. En cambio Rimbaud creía que la finalidad del artista era el conocimiento místico, una búsqueda dolorosa de verdades profundas, que transcendían cualquier política o ideología. «Yo afirmo que debes ser un visionario», escribe en 1871: «Un poeta se hace visionario cuando persigue un largo, ilimitado y sistemático desorden de todos los sentidos. Todas las formas de amor, sufrimiento, locura: hurga en sí mismo, se agota en sí mismo... necesita una fe inmensa, una fuerza sobrehumana... para alcanzar lo que es desconocido».

La nota cósmica. En Mr. Tambourine Man, Dylan se amolda a la llamada de Rimbaud al viaje místico a través del sufrimiento y el amor, a la búsqueda de lo que es «indefinible». El recorrido del protagonista se hace cada vez más irreal, llevándolo a través de «los anillos de humo de mi mente / hacia las ruinas nubladas del tiempo, más allá de las hojas heladas / de los árboles malditos y aterrorizados, hacia la playa ventosa / lejos de la pena loca que se retuerce para darme caza». Pero, ¿quién es en realidad el tambourine man? ¿Por qué su viaje implica la pérdida de sí mismo? Los símbolos aquí superan el significado de las palabras. Apuntan más allá.
El uso de Dylan de los conceptos del movimiento beat y del simbolismo francés (que ven al poeta como un místico) para rechazar la reducción a ideología de la expresión del sujeto a través del arte, es evidente en una entrevista concedida en 1963 a Studs Terkel, periodista exponente de la izquierda de la época. Dylan había tocado algunas canciones durante el programa de radio de Terkel, entre ellas Hard Rain.
Terkel: «Tomemos esta canción que has cantado... me parece que será un clásico este Hard Rain’s Gonna Fall, aunque haya nacido de lo que piensas de la lluvia radiactiva».
Dylan: «No. ¡No! No es lluvia radiactiva. Otros también lo han pensado... no es lluvia radiactiva. Es solo lluvia batiente».
Terkel: «¿Lluvia batiente?»
Dylan: «No es lluvia radioactiva. Es lluvia batiente».
El intento irónico por parte de Dylan de reducir el significado de la canción a su sentido literal es en realidad un gesto de protección de los símbolos contenidos en ella. El símbolo hace referencia a un nivel de realidad que no puede ser completamente explicado por la política o en términos de lenguaje.
Esta toma de distancia nunca ha sido más evidente. En 1968, Dylan reescribió el estándar folk I Dreamed I Saw Joe Hill transformándolo en I Dreamed I Saw St. Augustine. La composición original se había convertido en una bandera del folk, un manifiesto de la izquierda propuesto por Pete Seeger y Joan Baez. Cuenta la historia de un sindicalista, Joseph Hillström, cuya muerte violenta se había convertido en un símbolo de martirio laico. Por contraste, el tema de Dylan sustituye Joe Hill por Agustín de Hipona. La canción se abre con las mismas palabras, pero los nombres han cambiado: «Soñé que veía a san Agustín / vivo como tú o como yo». Dylan llega a imaginar al santo que nos pone en guardia diciendo: «entre vosotros no hay ningún mártir que podáis llamar vuestro (hoy no tenemos idea de lo que son los verdaderos mártires) y todos sois reyes y reinas muy dotados, pero no entendeis lo que valeis de verdad». Este es el «triste lamento» de san Agustín en lo que se refiere a un mundo atrapado en la jaula del desencanto espiritual.
Es más, en la balada original está claro quién era el culpable de la injusticia, “los amos”. Pero en la reescritura de Dylan todos nosotros hemos tenido un papel en el asesinato de san Agustín (de la misma manera que toda la humanidad, en la teología cristiana, está implicada en la crucifixión de Jesús). La búsqueda espiritual incluye y constituye la búsqueda política, sin ser sin embargo reducible a ella.
Lo que a muchos oyentes de Dylan les cuesta todavía entender es esta nota suya cósmica y mística. Los problemas que subyacen a los debates entre la izquierda y la derecha americana (ambos «están luchando en la torre de mando») son mucho más profundos de lo que ambas partes reconocen. Quizá el Premio Nobel hará que escuchemos a Dylan con más atención. Para comprenderlo mejor de lo que lo hemos comprendido hasta ahora.


EL AUTOR
Jason Blakely es profesor asociado de teoría política en la Pepperdine University. Su libro, Alasdair MacIntyre, Charles Taylor and the Demise of Naturalism acaba de salir publicado por la University of Notre Dame Press.