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Huellas N.9, Octubre 2016

ARGENTINA

Un camino de reconciliación

Alessandra Stoppa

Cuando se cumplen cuarenta años del comienzo del régimen argentino, la ex militante MARÍA LUJÁN BERTELLA relata su historia y la de su país. El secuestro, el exilio, la exclusión. El camino de la reconciliación. Y los hechos que han arrollado los esquemas cuando lo que nutre la vida es «solo el encuentro con el otro»

La violencia de los 43 días de cárcel en el mayor centro de detención del régimen militar argentino, el cuartel de la ESMA, la marcó, herida tras herida, para siempre. Pero fue otra cosa lo que cambió su manera de pensar. El guardia que lloró con ella al final de una sesión de tortura. Los gestos silenciosos de otros prisioneros. Y sobre todo lo que pasó después de la “guerra sucia” de los años setenta.
María Luján Bertella, nacida en 1958, tenía quince años cuando empezó a militar en la Juventud Peronista, ligada a la organización armada Montoneros. Sobrevivió al secuestro de 1979 y vivió exiliada en Francia. Regresó a Argentina en 1983. Hace dos años, en su compromiso por la reconciliación, conoció la experiencia nacida en torno a la exposición sobre el Bicentenario de la Independencia realizada por la comunidad de CL de Argentina: un recorrido dedicado a los protagonistas de la guerra civil de 1800, a su humanidad liberada de las ideologías y de los bandos. Más allá de cualquier expectativa, la muestra se ha convertido en una posibilidad de diálogo entre los hombres de hoy, entre quien ha vivido la lucha y la represión de hace cuarenta años. Antiguos militares, familiares de desaparecidos, ex guerrilleros. Bertella es una de ellos, que con lealtad ha aceptado el encuentro con “el enemigo”, en una sociedad todavía muy polarizada.
En el último Congreso eucarístico argentino dedicado a la misericordia y la reconciliación, fue la encargada de presentar la exposición. Lo hizo junto a Aníbal Guevara, hijo de un ex militar condenado a cadena perpetua. Y lo hizo en Tucumán, la ciudad donde la violencia de entonces fue más feroz y las heridas siguen todavía abiertas.
«Todos estamos llamados a asumir una perspectiva amplia, completa, en la que no hay “buenos y malos” sino otras voces, otras miradas, otras razones», dice hoy pensando en la historia, suya y de su país. «El tiempo y los hechos me han abierto un camino de autocrítica». Le han permitido salir de la sacralización de su “bando” para reconocer los errores. Y aprender que, en los avatares trágicos de la historia, «solo nos nutre el encuentro con el otro».

¿Cómo comenzó su compromiso político?
Mi adolescencia transcurrió en los años previos al golpe militar de 1976. Vivía en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Eran años de intensa movilización política en el país. En la escuela secundaria se abordaban y debatían temas históricos y sociales, así fui definiendo algunas opciones con relación a la idea de justicia social, que canalicé inicialmente a través de la Iglesia. Con el Grupo Juvenil empecé a trabajar en los barrios pobres de la ciudad. Hacia 1973, algunos amigos de ese grupo habían empezado a militar en la Juventud Universitaria Peronista en La Plata, y transmitían su experiencia a los demás integrantes que todavía vivíamos en Chacabuco. Esta actividad política se presentó como incompatible con el compromiso religioso, proceso que derivó en que finalmente nos alejáramos de la Iglesia.

¿Y entonces qué pasó?
Organizamos la Juventud Peronista en Chacabuco y manteníamos el trabajo social en los barrios pero con un contenido político que hasta ese momento no le habíamos dado. Los materiales de lectura y de formación que los compañeros traían de La Plata pertenecían a la Organización Político Militar Montoneros que propiciaba la transformación de la sociedad a través de la lucha armada. Este compromiso político lo asumimos en forma clandestina, es decir, no todos los amigos ni mis familiares tenían conocimiento de ello, solo era pública nuestra militancia en los barrios. Si bien esos años había participado en reuniones de formación política, claramente influida por una visión que legitimaba la violencia, no tenía demasiada información de las acciones de violencia que llevaba a cabo Montoneros. La comprensión de lo que significaba el golpe militar del 24 de marzo no la tuve hasta el 10 de diciembre, cuando secuestraron en La Plata a Liliana Ross, integrante de nuestro grupo, que se encontraba en el quinto mes de su embarazo. En el tiempo siguiente, secuestraron a cinco compañeros más de nuestro pueblo. Mi comprensión de los hechos estaba impregnada del dolor por la desaparición de mis compañeros. No tenía todos los elementos ni la madurez emocional para hacer una lectura más comprensiva y amplia de lo que estaba sucediendo en el país.  

¿Por qué dijo que se sintió «víctima» de su propio grupo?
Por el hecho de ser adolescente pero también debido a las características que adoptó el grupo. La organización de Montoneros, en todas sus ramas, replicó la estructura jerárquica y autoritaria de las Fuerzas Armadas que combatían. Al menos por la modalidad que adoptó la militancia política en los años setenta en una ciudad como Chacabuco: la persona desaparecía para ser dominada en su pensamiento político, en sus actos privados y hasta en las opciones más insignificantes de su vida por la ideología que sustentaban. Toda mi adolescencia quedó bajo vigilancia, los amigos, el amor, la música, la ropa, los lugares a donde concurríamos. Todo se controlaba y se castigaba. Enamorarse de cualquier hombre que no fuera de nuestro grupo era enamorarse “del enemigo”. El rock era colonialismo cultural; Borges nos estaba prohibido, claro, así como escritores americanistas e intelectuales del pensamiento nacional. De algún modo la militancia en Chacabuco reproducía los errores que, a escala nacional, cometía la dirección de Montoneros. Uno de ellos que derivó en gravísimas consecuencias fue la falta de cuidado que tenían los responsables políticos para con los integrantes más jóvenes.

¿Cómo fue su detención?
Se produjo el 11 de octubre de 1979. Tenía 21 años. Llegaron a las cuatro de la mañana seis o siete hombres armados, nos secuestraron a mi hermana, que tenía 19 años, y a mí. Nos detuvieron porque querían llegar a otras personas. Me liberaron de la ESMA el 21 de noviembre.

Luego sufrió la “culpa” de haber sobrevivido.
Sí, después de mi liberación, los compañeros no me permitían participar en reuniones políticas. Era sospechosa de permanecer con vida y estar en libertad. Esa sospecha la percibía también en algunos familiares que tenían hijos secuestrados. Los supervivientes parecíamos no tener lugar, ni voz. Mucho tiempo sufrí la necesidad de explicar el hecho de estar con vida, de que no dudaran de mí… ¡que me perdonaran! El tiempo transcurrido, el apoyo psicológico, algunas personas cercanas, algunas lecturas, me ayudaron.

¿Qué le permitió madurar un pensamiento crítico sobre lo que había pasado?
La vuelta al país, la inserción laboral en un grupo técnico con profesionales que pertenecían a distintas extracciones políticas, constituyó un espacio donde por primera vez tuve la oportunidad de intercambiar puntos de vista, diferentes miradas, otras experiencias.

¿Cuáles son los encuentros que más la han marcado?
La amistad con personas que tenían un pensamiento político diferente al mío; los escritos de ex militantes que realizaron una autocrítica; el encuentro con ex compañeros que me discriminaron por haber evolucionado y modificado mi posición política de entonces; el relato de los mellizos Regiardo Tolosa acerca de la restitución a su familia biológica… (uno de los casos más dramáticos de tráfico de niños del terrorismo de Estado, ndr.). Y en particular los encuentros con los que trabajan por la reconciliación de todos los argentinos.

Usted dijo que lo que le ayudó a conformar una nueva línea de pensamiento fueron «momentos personales y sociales que me conmovieron profundamente».
Los momentos emotivos que he relatado me han interpelado en cuanto a la conducta de categorización de los hechos y las personas en términos de buenos y malos, justos e injustos... Sin lugar a grises. Sin ninguna contradicción. Tampoco fuimos formados para aprender esa complejidad. Siempre tuvimos una mirada esquemática de la realidad, abstracta con respecto a la humanidad que nos hace a todos personas.

¿Puede relatar alguno de estos momentos?
Yo me fui de la ESMA con una poesía de Víctor, compañero de secuestro, y una poesía de un guardia. Todos los detenidos nos dábamos las manos en el momento de ir al baño, porque pasábamos por el borde de los colchones donde estábamos acostados, eso nos permitía comunicarnos. Una madrugada Víctor cantó para todos una zamba, mientras en ese preciso momento en el sótano estaban torturando a otros compañeros. La vida y la muerte se confundían todo el tiempo. Mis compañeros me dijeron que hiciera con los dientes un agujero en la capucha gris que todos llevábamos en la cabeza, un agujero para ver el horror, pero también para extender la mano en alguna madrugada y que otro compañero repitiera el gesto como diciendo: «Acá estoy». Fueron pequeños gestos de comunicación entre los detenidos, pero también con quien nos vigilaba y se atrevía a conversar con nosotros, a conocernos. Los esquemas ya no servían, solo nos nutría la posibilidad del encuentro con el otro.

Como con el guardia que lloró con usted después de una tortura.
Pocos entre mis antiguos compañeros, al igual que entre los militares, aceptan este hecho. Muchos rechazan asumir la complejidad de los hechos. No a todos les interesa. Creo que el relato del guardia llorando conmigo provoca malestar en algunas personas porque es en sí misma la imagen de la misericordia por el dolor del otro y la culpa, ensambladas. Las emociones contribuyen a modificar nuestra forma de pensar, no quizás en lo inmediato, pero quedan resguardadas del olvido en nuestra memoria y, en algún momento del transitar de los años, las pude recuperar, las escribí sin censuras, las expuse como testigo en el juicio de la ESMA el 19 de marzo de 2014. Que mi declaración se divulgara en internet me permitió conocer nombres y apellidos de “otras” voces insospechadas. Y descubrir varias irregularidades en los juicios de lesa humanidad o la falta de garantías constitucionales para quien cumple condena. Todo esto también me llevó a encontrarme de acuerdo con ese “otro” considerado enemigo.

¿Qué es lo que puede ayudar a la reconciliación?
El trabajo educativo sobre el valor de la diversidad. El testimonio de las personas. La difusión de miradas completas sobre los hechos históricos. Personalmente, todo lo que he vivido, incluso el dolor de verme excluida, fue un aprendizaje de vida que me acercó al perdón.

En su opinión, ¿qué contribución ofrece la exposición sobre el Bicentenario y la experiencia nacida a su alrededor?
La exposición tiene el mérito de ser una reflexión original que se extiende incluso al pasado reciente. Pone en evidencia que los enfrentamientos históricos y las categorías “amigo-enemigo” siguen estando vigentes hoy en día. Y plantea nuevos interrogantes. La provocación que lanza, de hecho, ha tenido un impacto: resulta significativa la respuesta de algunos protagonistas de los derechos humanos, de políticos y personas implicadas en las consecuencias del golpe militar, así como el interés del público. Los promotores de la exposición son un testimonio de compromiso por la verdad. Se trata de la primera institución de nuestro país que ha tenido el valor de abrir espacios públicos para repensar la historia de manera completa.

¿Cómo conoció Comunión y Liberación?
Conocí a Lola Ruiz de Galarreta durante un encuentro del grupo Justicia y Concordia, que trabaja por la reconciliación. El vínculo se fue profundizando y así conocí el movimiento. Representa para mí una fuente de reflexión, de enriquecimiento, un lugar en el que me siento reconocida y valorada. También protegida. Ningún grupo me ha recibido así. En una jornada donde me invitaron a dar mi testimonio, me recibieron con la canción Como la cigarra: «A la hora del naufragio y la de la oscuridad, alguien te rescatará, para ir cantando». Con mucha emoción y agradecimiento pienso que estoy volviendo 44 años después al inicio de todas mis inquietudes espirituales y sociales.

¿Cuál es su relación con la fe?
Volví a creer en Dios cuando estaba secuestrada. Si bien no volví a participar de la Iglesia como lo hice en mi adolescencia, tengo presente todo el tiempo Su existencia y necesito agradecerle cada día que pasa. Me desafía sin pausa el interrogante acerca de qué es lo que espera Dios de mi vida, que Él me ha conservado.