IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.8, Septiembre 2016

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

Meeting/1
LOS PLATOS SUCIOS Y LA MADRE TERESA
Lavar los platos con Erasmo y Vera en el restaurante de Bérgamo en el Meeting me ha brindado la oportunidad de hacer un descubrimiento: el trabajo más aburrido puede resultar hermoso. Se lo debo a la Madre Teresa. Después de verla en un vídeo y escucharla decir: «No es importante lo que hacemos, sino el amor con que lo hacemos. Como seres humanos que somos, nos parece poca cosa, pero cuando entregamos a Dios lo que hacemos, Él que es infinito otorga un valor infinito a nuestra pequeña acción. Debemos buscar la santidad en el trabajo que Dios nos encomienda como un “regalo especial”. Sí, a cada uno de nosotros Él entrega un regalo especial. A lo mejor solo me toca pelar patatas, pero puedo hacerlo de manera hermosa. Este es mi amor a Dios en mis acciones». A lo mejor solo me toca lavar platos, como en esta semana de Rímini, pero es decisivo cómo lo haces y a quién tienes en mente mientras lo haces. Procurando hacerlo así, me di cuenta de que prestaba una mayor atención a cada detalle y, cuando notaba que un plato no se había quedado “perfectamente limpio”, no pasaba de largo, lo volvía a lavar pensando: «Tú, Señor, me das todos estos amigos; ellos van a comer en este plato, no puedo dárselo limpio a medias». El ritmo de trabajo era duro, pero curiosamente se canta, se mira a los ojos a la gente, se toma iniciativa y, cuando alguien llega con una montaña de platos sucios, a veces te acercas a él y le dices: «Si quieres, lo hago yo. Descansa un rato». ¡Cómo me gustaría vivir así todos los días poniéndome manos a la obra teniendo en la cabeza a Alguien, a personas queridas! Pido entender cada vez más este regalo recibido en Rímini 2016.
Tecla, Como (Italia)

Meeting/2
UN INVITADO QUE REZA EL ÁNGELUS
Querido Julián: Este ha sido mi cuarto año como azafata en el Meeting. Esta vez me asignaron a Guido Piccarolo, un chico que trabaja en EEUU con personas minusválidas y veteranos de guerra que han sufrido algún trauma. Desde el primer contacto telefónico me llama la atención la familiaridad que se establece. Se sorprende de que le hayan asignado una azafata, no da nada por supuesto y está muy agradecido. Mientras caminamos por los estands de la feria, sus amigos le preguntan si soy su azafata, pero él contesta: «No. Es una amiga mía». Cuando nos cruzamos con algunos de mis amigos, quiere saber sus nombres, se interesa por cada uno y ellos se extrañan porque, normalmente, tratan de pasar desapercibidos cuando me ven con un invitado del Meeting. Pero el mejor regalo para mí llega un minuto antes de que empiece el encuentro donde él tiene que hablar. Rodeado por los chicos del servicio de orden, las azafatas y los demás ponentes, nos acercamos a la sala del encuentro y, de repente, oigo a Guido que empieza a rezar el Ángelus. Le doy un abrazo y rezo con él esa oración que brota tan espontáneamente justo antes de poner el pie en la sala. Justo en el momento en que uno debe mostrar la seguridad en sí mismo propia del que va a hablar, Guido la manifiesta poniendo familiarmente todo en manos de la Virgen. Yo, que a diario empiezo el día rezando el Ángelus, desde que había empezado el Meeting no lo había hecho, porque el deseo de rezar estaba sepultado bajo las miles de cosas que tenía que hacer. Jesús se sirvió de Guido para que yo pudiera ser más libre y feliz, sumándome a ese único gesto de confianza radical que puede dar un sentido pleno a mis jornadas.
Federica, Varese (Italia)

Colombia
LA SENCILLEZ ES UN BIEN PARA MÍ
Hace unos días, estuve conociendo el batallón de Sanidad de Colombia. Deseaba hacer una caritativa durante estas vacaciones y, acompañada por mi sobrino Santiago, fuimos a este lugar, donde están tanto militares profesionales como soldados regulares. Me impresionó ver a tantos jóvenes con amputaciones deambulando por todas partes. Recorrimos el complejo militar donde hay una cárcel, una escuela de ingenieros, un centro médico y una iglesia, luego nos dirigimos al centro de rehabilitación terapéutico. Las terapeutas nos hablaron del drama cotidiano con el que se enfrentan, no solo porque reciben a diario a jóvenes que llegan con amputaciones causadas por las minas antipersona, sino porque con ellos llegan las madres, muchas de ellas muy pobres, venidas de regiones lejanas del país. Sufren el drama de sus hijos y, además, no tienen recursos para hospedarse en Bogotá. Una de las terapeutas me comentó: «Aquí hay muchísimas necesidades, pero uno aprende que lo que más necesitan estas personas es una propuesta humana, una educación, un acompañamiento en lo espiritual, porque carecen de ello. Estos jóvenes no experimentan solo los traumas físicos, sino que muchos pierden el deseo de vivir. Al verse limitados físicamente, ya no son útiles al ejército, los sacan con pensiones tan bajas que apenas les llegarán para comer». Antes de salir de casa, pensé en algo que pudieran leer y les llevé nuestra revista, Huellas. Recolecté todos los números anteriores que tenía y, con Santiago, empezamos a regalarlas. Les mostramos el contenido invitándoles a leer las cartas y los artículos. Una a una, las entregamos a todos los que estaban allí. Regresé a casa contenta y deseosa de volver a verles. Seis días después, les llevé más revistas, incluido el último número. Se las di a Diana, Esperanza, Eliana... a todas las terapeutas que conocí. Por supuesto, se alegraron y me preguntaron más acerca del movimiento. Una de ellas se interesó por mi trabajo de docente en el colegio “Alessandro Volta”. Me habló de sus hijos, me dijo que conocía el colegio y que podíamos vernos allí, pues vive cerca y quiere asistir a la Escuela de comunidad. Después conocí a Moisés, un soldado profesional, que estaba esperando su turno para hacer la terapia. Tiene la pierna izquierda totalmente lesionada y la otra amputada a la altura de la canilla, por lo que se mueve en silla de ruedas. Me contó que pertenece a un comando del ejército que opera en Arauca. Un día salió a cumplir una misión. Tenía que rescatar a una persona que había quedado atrapada en una mina, en una zona de oleoductos: «Allí los guerrilleros del ELN ponen minas antipersona; ellos no combaten, se dedican a minar todo el recorrido del oleoducto; cuando llegamos, hacia las cuatro, supimos que esta persona llevaba allí desde la una de la tarde; fue un milagro encontrarlo vivo; se trataba de un civil. Procedí a limpiar la zona de minas, pues estoy especializado en esto; creé un corredor que permitiera llegar hasta el herido y, junto con otros compañeros, lo alzamos, lo montamos en una camilla y, finalmente, iniciamos el regreso; luego de unos metros, yo, al salirme del corredor, pisé una mina y caí herido, aunque la persona que llevábamos afortunadamente no sufrió daños». Así termina su relato, con sencillez, sin queja ni lamento alguno. Con un pequeño gesto de satisfacción, añade: «¡Logramos salvarlo!». Y me dice: «Mi misión ya terminó». Casi por impulso, le digo: «No, tu misión no ha terminado, has cumplido una parte, pero aún no ha terminado». Él me mira con un gesto de interrogación: «Tú te llamas “Moisés”. Esto debe recordarte la tarea que Dios encomendó al profeta Moisés, un hombre que no era capaz de hablar bien y que debió enfrentarse al faraón para sacar al pueblo de Israel de la esclavitud. Lo hizo y sucedió realmente, todo con la ayuda de Dios. Fue posible cumplir esta misión porque Dios mismo se lo pidió y no le dejó solo, estuvo con él... ¿Conoces la historia?». «Sí, algo me acuerdo». Entonces le entregué la revista con el deseo de que la leyera. Al salir, vi a un compañero que empujaba la silla de ruedas de Moisés. Me conmoví viendo que, en todo este drama, estas personas tienen algo excepcional, un “plus” del que quizás no se dan cuenta: una extraordinaria sencillez de corazón. ¿Qué hay más grande que la sencillez? ¡Qué gracia! Me dijo que se llamaba Salvador y que está allí recuperándose, pues recibió seis disparos en un atentado. Trabaja como escolta, se siente deseoso de mejorar, piensa en sus cinco hijos que lo necesitan. Para él está claro que por ellos vale la pena luchar. Con una experiencia como esta es posible comenzar de nuevo. Me sentí nuevamente deseosa de aprender a vivir. Aprender de ellos la humildad, la sencillez necesaria para vivirlo todo, sin distinción; aprender la acogida y la gratitud por todo y por todos, como ellos han hecho conmigo. En mis manos tengo la revista con el título “El otro es un bien para mí”. Y es verdad. Se la entrego agradecida.
Doris, Bogotá (Colombia)

Meeting/3
«ESTÁIS LOCOS, PERO TENGO GANAS DE VOLVER A VEROS»
Mi tarea era vender los catálogos de las exposiciones. Una noche llega un chico marroquí al que había vendido uno y me pregunta: «Los catálogos serían gratis, pero tú los vendes para ganar un pico, ¿verdad?». Me quedo mudo. ¿Es esto lo que piensa de mí y de mis amigos? Le explico cómo están las cosas: todo lo recaudado es para sostener el Meeting. «No me lo puedo explicar. Trabajas más de media jornada, siempre estás con la sonrisa puesta, no sacas nada de dinero para ti y encima pagas por estar aquí. Estáis locos, pero tengo ganas de volver a veros. Para comprender». Jamás había reparado en lo que puede transmitir nuestro trabajo a otras personas.
Francesco, Monza (Italia)

LO MÁS FASCINANTE
En la última Escuela de comunidad nos preguntamos: ¿cuándo experimentamos la piedad, la misericordia de Dios sobre nuestra vida en los últimos días? Queríamos ser concretos, evitando la vana oratoria. Dos personas testimoniaron cómo, a través de la compañía, habían experimentado la misericordia de Dios en dos momentos de agudo dolor y prueba. Entonces, otra preguntó: «¿Hay entonces que estar sufriendo para experimentar la misericordia? ¿Qué pasa entonces conmigo, que no tengo una especial tribulación?». Me vi reflejado en ambas posturas. En mi juventud, terminados mis estudios secundarios, estudié veterinaria. Años después, habiendo vivido una profunda crisis existencial (ideológica y política) en los 70, retomé mis raíces cristianas y estudié filosofía en la Universidad Católica. Ahí me enseñaron que «el asombro (o “la crisis”) es el origen del filosofar», es decir, de la búsqueda de sentido. Lo que dice una de nuestras canciones: «a veces nos cuesta darnos cuenta, como el tiempo pasa y nuestra vida está tan quieta, como espectadores de una historia que no es nuestra». Don Giussani, en El sentido religioso, escribe ¡tres capítulos! acerca de cómo podemos bloquear o censurar nuestro sentido religioso... ¡y vivir como adormecidos! Así estaba yo cuando a los 35 años (hace ya 30) encontré a don Giussani. Y encontrándome con Jesucristo por medio de él, ¡me encontré a mí mismo por primera vez! Y desde entonces, ¡nunca más volví a “estar tranquilo”! Para ese entonces –yo ya había sido ordenado sacerdote después de completar mis estudios teológicos– experimenté (siendo ya cura y adulto) lo fascinante que significa ser hombre, y lo más fascinante aún que significa que esa humanidad sea alcanzada, sanada, redimida por Cristo. ¡Con cuánta razón podría yo también decir con san Agustín: «Tarde te amé»! Pero, ¡cuánta misericordia se derramó y sigue derramándose sobre mi pobre humanidad, a partir de ese «nuevo nacimiento» que se ahonda día a día al lado de los que Jesucristo pone a mi alrededor para librarme de caer en «el peor de los pecados, que es el olvido de Cristo». Con cuánta verdad y dramatismo pronuncio desde entonces varias veces al día, todos los días, la súplica: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme».
Francisco, Buenos Aires, (Argentina)

UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA VIDA
El sábado estuve en la boda de unos amigos. ¡Cuánta belleza! ¡Tanta que casi no supe reconocer que las lágrimas que tenía permanentemente a punto de salir de mis ojos eran de alegría! Y es que la belleza alegra el corazón y lo ensancha. María y Alessandro se casaron en la parroquia de la novia. Llamaba la atención que hubiera tres sacerdotes y un diácono, todos amigos de los novios. Se veía que la celebración había sido preparada con cuidado. Cuando estábamos ensayando antes de la misa, uno de los sacerdotes nos preguntó: «¿Pero vosotros para quién estáis cantando?». Y menos mal que nos hizo la pregunta, porque a veces pasamos por la vida, incluso por los momentos más bonitos y no nos damos ni cuenta de lo que está sucediendo. La novia, a la que el Señor ha regalado una preciosa voz, quiso cantar en el ofertorio: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?». Un canto, una petición, que me hizo entender más que nunca la frase de otro querido amigo: «El canto es la expresión más alta del corazón humano». ¡Madre mía! ¡Cuántas cosas me han enseñado María y Ale en un solo día! Durante el banquete me puse a hacer fotos y a observar sobre todo a los esposos. ¡Qué sonrisas, qué alegría! De pronto, los amigos del novio rodean la mesa principal que los novios compartían con los testigos y hacen un canto bonito y divertido. Los padres del novio abrazando a la novia. El abuelo de la novia bromeando con el novio. En el postre, el novio nos dio las gracias por acompañarles en ese día tan importante y nos pidió que no dejemos de pedir por ellos. Pasamos luego al baile, aunque no empezó a sonar la música disco hasta casi cuatro horas después. Y es que los amigos de los novios querían participar en primera persona de aquella alegría. Los primeros bailes, incluso el de los novios, fueron al ritmo de la guitarra y de las voces de sus amigos. Hubo un momento en que me sentí sobrepasada, tuve que pararme y observar. Lo que allí había era un pueblo que celebraba el nacimiento de una nueva familia, consciente de que ese matrimonio es para siempre y consciente de Quien lo hace posible. Y es que solo hay Uno que puede hacer que un día así marque un antes y un después en la vida.
Kenia, Madrid (España)

LA LLEGADA DE ALEX
Hace más o menos dos semanas conocí a un amigo de mi hermano. No fue exactamente a través de una presentación formal, sino que lo vi caminando en la calle medio alterado porque lo habían echado de casa. Él ni siquiera me vio, pasó rápido, le dijo eso a un amigo que estaba al lado mío y se fue. Al verlo, mi corazón se conmovió y rápido le fui a pedir a mi madre que rezáramos por él. Pasaron un par de días y una tarde mi mamá me llama desde la cocina. Allí estaba ella, junto a Alex. Le contó que unos días antes, yo me había preocupado y que habíamos estado rezando por él. Luego tuvimos una larga conversación. Le dijimos a Alex que a nosotros nos importaban todos los amigos de mi hermano, que nos importaba él como persona y nos preocupaba todo lo que le estaba sucediendo. ¡La verdad es que nunca olvidaré su mirada en ese momento! El sentirse mirado con amor creo que le conmovió el alma. Ese día se fue con un brillo en los ojos que se reconocía con solo observarlo. En los días siguientes nos empezó a visitar todos los días y a ser uno más de la familia. Él estaba agradecido por el simple hecho de haberle mirado bien. Poco a poco fuimos conociendo más su historia y la verdad es que, con solo 15 años de edad, pasó por muchas cosas duras. La más cruda fue encontrarse a su cuñado ahorcado. No le fue nada fácil vivir semejante hecho. Y lamentablemente para superar este trauma no se rodeó de gente muy buena y estuvo metido en muchos líos. Entonces comenzaron las peleas con su padre y la violencia aumentaba cada vez más. Por eso se fue de casa. Ante esta situación, viendo a un niño que necesitaba contención y mucho amor, no nos podíamos quedar sin hacer nada. Alex empezó a quedarse unos días en mi casa. Fueron días llenos de muchas emociones fuertes. Fue sorprendente ver las distintas reacciones que generó su llegada, tanto en mi familia como en los amigos de mi hermano Juan. Todos estábamos llenos de incertidumbre, pero decididos a abrirle nuestros corazones a Alex. Y esto no sucede por casualidad. Esto sucede solo por una cosa y es que en su rostro pudimos reconocer a Cristo. Cuando veo su cara veo reflejada en mí una herida, que también reconozco en todos los demás, que es la necesidad de ser mirados y abrazados por Él. Solo Él nos puede dar algo grande que corresponda a nuestro dolor. A partir de ahí, con mi familia emprendimos un nuevo camino. Hoy nos dieron la custodia de Alex. No sé cómo será esta nueva etapa, pero tengo la certeza de que este es un regalo que Dios nos dio a cada uno de nosotros. Así que simplemente les pido oraciones por Alex, para que pueda sentirse abrazado para siempre, y por mi familia, para que caminemos con él.
Flor, Córdoba (Argentina)