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Huellas N.7, Julio/Agosto 2016

ENTREVISTA

Tender puentes

Ángel L. Fernández Recuero

Uno es sacerdote y teólogo. El otro, un científico agnóstico. Se han hecho amigos y en este cara a cara explican por qué el encuentro entre sus respectivos mundos no es solo posible sino urgente. Para todos nosotros

Javier Prades es licenciado en Derecho y doctor en Teología. Actualmente ejerce como rector de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso de Madrid. Juan José Gómez Cadenas estudió Ciencias Físicas en la Universidad de Valencia y más tardé completó su formación académica en la Universidad de Stanford. Ahora lidera el proyecto internacional NEXT, cuyo objetivo es comprender la naturaleza intrínseca del neutrino y de la materia oscura. Quedamos con ambos con el objetivo de buscar, si los hubiera, puntos de encuentro entre la ciencia y la religión. Juzguen ustedes.

Ambos habéis nacido en 1960 y dedicáis vuestra vida a la docencia y a la investigación. ¿Qué tienen en común un doctor en Teología y un doctor en Física?
Javier: Al nacer en el mismo año y en el mismo país hemos compartido una historia común, la de la España del desarrollo económico, de cambios culturales y sociales que no podíamos ni imaginar, la transición política… Probablemente, hemos percibido estos episodios con una afinidad generacional que no tendríamos con otros, mayores o más jóvenes. Y luego, en el ámbito de las inquietudes y la sensibilidad, compartimos –y lo hemos advertido con sorpresa y simpatía– una pasión por la realidad y un amor a la razón. Estas dos categorías son, a mi juicio, los primeros pilares de ese puente que queremos tender.
Juanjo: Para mí hay otro elemento, y es que a mi edad aburre un poco limitarse a conversar con la gente que piensa como uno mismo. A mí me entusiasma haber encontrado –por puro azar– a Javier y descubrir que tenemos afinidades personales, intelectuales y generacionales. Me atrae que una conversación con él empiece por la cosmología o los neutrinos, pase por nuestros recuerdos de la Transición, bordee cuestiones sobre inteligencia artificial, se pregunte por el sentido del mal y se recree en Kant, todo esto sin hacerle ascos a unas bravas con un par de cañas. Creo que esa atracción entre polos opuestos también le gusta a Javier, de hecho tengo pruebas de ello. Recientemente presentó un libro suyo sobre teología, y los tres ponentes que le acompañaron en esa presentación eran un científico declaradamente agnóstico –yo mismo–, un conocido filósofo e intelectual convertido al judaísmo y una destacada filósofa y feminista con bastantes manifestaciones anticlericales en su currículum. Cuando le pregunté a Javier sus razones para invitar a tan peligrosas amistades me contestó que prefería hablar con gente de fuera de la Iglesia porque con los teólogos ya tenía otras ocasiones. Mi lectura de esto es justamente la misma que te estoy dando. La búsqueda del otro, del otro que es a la vez tu opuesto y tu semblable, como dicen los franceses. Me parece que es una de las obligaciones del intelectual.

¿Hay verdades indemostrables en la ciencia y la religión?
Javier: Quizá sea más interesante empezar teniendo en cuenta la otra cara de la moneda, las verdades demostrables, quiero decir, el espectáculo sorprendente de que somos capaces de entender a fondo muchos aspectos de la realidad. No buscaría el encuentro entre ciencia y religión empezando por lo puramente indeterminado. Es decisivo reconocer a la ciencia, pero también a la filosofía y a la teología, la confianza sobre la capacidad de la razón humana para revelarnos cosas verdaderas. Verdades que se juegan en distintos ámbitos. La razón puede descubrir muchísimas cosas: lo hemos visto recientemente con la observación de las ondas gravitacionales. Son proezas del conocimiento, que reposan en nuestra capacidad para reconocer la verdad. Creo que un diálogo constructivo entre ciencia y religión puede partir de esa capacidad de la razón para identificar la verdad.
Juanjo: Estoy de acuerdo. El uso de la razón como instrumento de búsqueda de la verdad no es una metodología exclusiva del método científico, de hecho, me parece que lo hereda de la filosofía. La teología de Javier se basa en la misma metodología y ofrece un territorio común.

Decía Francisco Vázquez que la única manera de interesarse por Dios era mediante la razón humana. Entonces, la verdad revelada, ¿qué papel tiene?
Javier: Puedo coincidir con la observación, porque si no se respeta la razón no se honra a Dios. En cuanto a la revelación (me refiero al cristianismo) tiene un papel singular sobre el que luego podemos volver. Pero querría insistir en algo previo. En nuestro mundo occidental se ha vuelto problemática la relación entre el conocer y el creer. Parece inevitable lo que llamaría una mutua exterioridad. Si una cosa es acorde a la razón, no tiene nada que ver con la fe revelada. Y si algo pertenece a la revelación, es ajeno a la razón. Esa división tiene raíces antiguas y ha generado dificultades de envergadura. Es uno de esos temas que debemos reconstruir con un diálogo paciente para rescatar una manera de concebir la razón que pueda contemplar distintos ámbitos, y que permita entender por ejemplo que la religión no es algo puramente arbitrario o sentimental, aunque su forma de conocer sea diferente de la de las ciencias o la filosofía, precisamente por lo singular de su objeto.
Juanjo: A mí, en este sentido, me resulta interesante echar la vista atrás y caer en la cuenta de que no hace tanto tiempo, esta dicotomía no existía. Isaac Newton, que es probablemente el físico más importante de la historia, no tiene ningún conflicto en proponer las leyes de la gravitación universal y asumir las verdades reveladas y la religión cristiana. Da la impresión de que esta evolución hacia la confrontación es una cosa reciente y desde luego no me parece necesaria. Un diálogo razonable admite diferencias de puntos de vista, pero no se recrea en la confrontación y mucho menos en la descalificación del otro. Por el contrario, se interesa en averiguar si el otro punto de vista tiene algo que ofrecer. Se trata de dialogar para aprender, más que para rebatir.

Actualmente se considera que el método científico es la única vía adecuada para obtener conocimiento. Sin embargo, tras cada revolución científica la verdad alcanzada se demuestra incompleta o directamente falsa. ¿Cómo evaluamos la validez de un método de acercamiento a la verdad?
Javier: Necesitamos ensanchar la noción de la razón para comprender que el método científico aplicado al conocimiento de la realidad se ha adaptado en función de su objeto. Hay un largo camino en el que el pensamiento occidental ha explorado las características del método científico. Pensemos en la preocupación de Descartes o de Kant y luego de Husserl… Sienten la necesidad de identificar las características de un conocimiento universal objetivo, que funcione sin contaminación ideológica o pasional. Y los motivos de esa preocupación vienen de una historia compleja que concierne a Europa y donde desde luego estuvo implicada la religión. Uno de los resultados fue el progreso extraordinario del conocimiento tecnocientífico, así como su aceptación social, hasta alcanzar el prestigio que tiene hoy en día, en que es el único modo incontestado del saber socialmente compartido. Si tú quieres publicar una cosa, basta que digas: según un estudio científico… [Risas]. Es curioso que haya adquirido la credibilidad que tenía la doctrina religiosa. Ahora bien, ¿eso significa que no hay que contextualizar ese método para darnos cuenta de que los hombres podemos conocer la realidad en más aspectos que los accesibles a la tecnociencia? Aspectos que son los más importantes para la vida de cualquiera: los afectos, la convivencia social y política, el conocimiento íntimo de las personas. Imagínate que se quisiera explicar lo que es una persona o sus relaciones solo en términos de ADN y funcionamiento neurobiológico. ¿No hay una manera razonable de acceder a otros aspectos de la realidad? Yo creo que sí. Ahí es donde se especifican los métodos que permiten decir qué tipo de evidencias y de certezas son posibles. Y son distintas las certezas morales que las evidencias científicas. Normalmente, la gran ausente de estos debates es la filosofía.
Juanjo: En efecto, el hecho de que la ciencia, hoy en día, sea tan predominante a la hora de explicar el mundo tiene mucho que ver con el gran éxito que ha tenido en su ámbito. Pero eso no implica que no tenga limitaciones. El teorema de Gödel asegura la existencia de proposiciones que son a la vez ciertas e indemostrables. La cosmología moderna ignora de qué está hecho casi todo el Universo, llamamos “materia” y “energía oscura” a nuestra ignorancia. Nadie sabe lo que hay más allá del horizonte de sucesos de un agujero negro ni cómo emerge la conciencia. Y por supuesto nadie sabe qué había antes del big bang. Sabemos que la velocidad de la luz es una constante del universo, pero no sabemos por qué. Sabemos también que vivimos en un universo de proporciones gigantescas en el que ocupamos un lugar aparentemente insignificante. Nuestra ciencia nos informa de todo eso y mucho más, pero no nos dice quiénes somos ni por qué estamos aquí, no nos conforta con el propósito de nuestra existencia –aunque tampoco nos ofrece pruebas irrefutables de que tal propósito no exista–. El universo es asombroso y sobrecogedor y a la hora de explicárnoslo la ciencia nos acompaña solo un trecho del camino. La búsqueda de la verdad más allá de las fronteras hasta las que puede llevarnos tiene que utilizar otras herramientas. Religión, intuición, literatura… con esto no quiero decir que la noción de Dios sea inevitable. De hecho, para mí no lo es. Pero reconozco que para otros sí puede serlo.

¿Hay incompatibilidad entre aceptar el modelo de creación del universo inflacionario y que exista Dios?
Javier: No tiene por qué haber incompatibilidad entre una teoría propia del saber científico y una afirmación filosófica o religiosa. Y los modelos científicos van cambiando con el tiempo. En el XIX ni se consideraba la idea de un universo singular y en expansión, idea que en principio cuadra mejor con una visión religiosa de creación, y se pensaba que el universo era eterno, inmutable y estático. Quien hubiera dicho lo contrario en el ámbito de la ciencia hubiera sido poco menos que desterrado, ya que el universo era una magnitud infinita. Por eso se añadía, pasando a otro ámbito, que junto a ella no podía caber un Dios, porque eran dos infinitos que se excluían. La hipótesis del big bang surge en el ámbito científico y lleva a revisar profundamente la noción del universo físico. No sugiero con ello que debamos ir a posiciones del llamado «creacionismo» en el ámbito científico, sino que sencillamente observemos la evolución de los modelos de astrofísica que se van proponiendo, para comprender cada vez mejor la realidad en su dimensión cosmológica, física. Y sigue siempre abierta la pregunta, digamos metafísica, que requiere la intervención de otros modos de usar la razón. Para evitar un falso concordismo hay que hacer el trabajo fundamental, al que me vengo refiriendo, de un ejercicio global de la razón, atendiendo a los presupuestos epistemológicos del saber científico. A mi modo de ver, es en ese ámbito donde será más fácil encontrarse.
Juanjo: Inevitablemente, además, el científico se pregunta: ¿y qué hubo antes del big bang? La tendencia natural del pensamiento, y en particular de los modelos científicos y matemáticos, es seguir buscando un porqué, y no son pocas las posibles respuestas, algunas muy atractivas intelectualmente.
Javier: El científico es un hombre, y en cuanto tal busca una explicación unitaria de lo real. Si el científico está investigando la antimateria, o el neutrón o el protón, a veces se concibe como un especialista tan enfocado en lo que estudia que no quiere oír hablar de nada que no sea su objeto de estudio, como si no hubiera nada más.
Juanjo: Y algunos no salen de ahí.
Javier: Y luego tienes otra posición, que es la del hombre que tiende a buscar una explicación global de su vida y del mundo. En este caso, entran en juego muchísimos más saberes que los que se siguen de la observación científica de un fenómeno dado. Los hombres tenemos una exigencia de explicación unitaria, que nos es muy propia. Habermas tiene una observación interesante a este respecto. Dice que intentar pasar desde la explicación científica de un punto particular a una tesis totalizadora no es ciencia sino mala filosofía. El hombre de ciencia puede y debe hacer ciencia, y de ahí se seguirán normalmente consecuencias buenas en su ámbito. Pero si en cuanto científico transita de este punto de la explicación científica a una explicación completa de la realidad, se produce un salto injustificado. Y si lo que se quiere sostener es que la ciencia en cuanto tal es la explicación universal de todo, esa no es una afirmación científica. Y se reabre el debate…

El ejemplo lo tenemos con el famoso teorema de Gödel. Se saca siempre de su ámbito de aplicación para explicar otras cosas.
Javier: Estuve hace tiempo en una mesa redonda en la universidad con un físico de primera categoría. En el diálogo posterior venía a sostener, a partir de la explicación del principio de indeterminación en la mecánica cuántica, que a su hijo no le debía orientar o indicar nada como verdadero porque su libertad era indeterminada. Supongo que cabrá concebir así la educación de un hijo… pero no es razonable hacerlo en virtud del estudio del teorema de Gödel.

¿Existe una minusvaloración de la sociedad actual sobre el cristianismo?
Javier: En estos tiempos es la religión más perseguida violentamente. No en Occidente, pero sí en el resto del mundo, donde decenas de miles de personas mueren al año por el puro hecho de ser cristianas. Es muy impresionante. Los europeos tenemos el conflicto de sabernos herederos del cristianismo y de estar a la vez incómodos con el cristianismo, por eso nos cuesta mucho a nivel institucional y cultural decir una palabra en favor no digo del cristiano como yo, que no me siento perseguido cruentamente, sino del cristiano de Pakistán o de Iraq o de Egipto o de Nigeria… Hoy el cristianismo no es una fuente de intolerancia, al contrario, es un factor de educación para la paz.
Juanjo: Estoy de acuerdo con Javier en que los europeos nos sabemos herederos del cristianismo y nos sentimos incómodos siéndolo. En España, suscribimos nuestra herencia católica y a la vez renegamos de ella. Conviene no olvidar que la Iglesia católica es un sistema humano y sus miembros son humanos también. Todos conocemos las limitaciones que eso conlleva, y ahí están filmes imprescindibles como Spotlight para dejarlo bien claro. Pero, al igual que no negamos la democracia a pesar de sus múltiples problemas, no hace falta apresurarnos a negar nuestra herencia cristiana por los problemas que se derivan de la estructura y limitaciones de la Iglesia católica. Un agnóstico como yo se siente razonablemente cómodo en el sistema de valores éticos y estéticos judeo-cristiano-griego-romano, aunque no lo suscribo incondicionalmente ni tampoco lo considero exclusivo. Pero es una buena referencia.

En cada época hay temas que son tabú, no se pueden hablar.
Juanjo: Exactamente. Yo abandoné la práctica activa de la religión católica siendo un chaval de once o doce años. Y fue por razones múltiples. Me aburría en misa y era incapaz de creerme la realidad de los sacramentos, así que abandoné la práctica de la religión sin dudarlo y sin remordimientos y, como aquel que dice, no volví a pensar en ello. Treinta años más tarde publiqué mi primer libro de relatos, La agonía de las libélulas, y uno de mis amigos, profesor de universidad, tras hacer una crítica muy valiosa, anota: este libro de relatos podría haberlo escrito un cura. No lo hace de manera peyorativa. Se limita a recalcar que los relatos de ese libro reivindican una serie de principios éticos, una colección de valores, un posicionamiento vital que refleja mi educación cristiana, o si se prefiere judeo-cristiana-greco-romana. Descubrir al cura que me escribe los cuentos no me ha hecho dejar de ser agnóstico. Pero hay que reconocer que me llevo bien con él.

Estás en la búsqueda.
Juanjo: ¿Y quién no lo está?
Javier: En los episodios que citaba Juanjo está la grandeza y el riesgo del método cristiano. El cristianismo dice que Dios se ha hecho hombre, lo cual es de una audacia descomunal. Se trata de una pretensión inaudita sobre quién y cómo es lo divino, que pudo resultar inaceptable en el pasado y también ahora. Se afirma nada menos que la presencia de lo divino, que sería lo más lejano e indescifrable para el hombre, se ha hecho carne y la puedes encontrar fácilmente, de modo casi familiar. Yo redescubrí a Dios gracias a que encontré personas en las que reconocí una diferencia, un plus de humanidad, una calidad distinta que me hacía desear esa forma de vivir. Es como si vieras una diferencia de potencial. Y te dices: aquí hay algo más, que me atrae. Volví al cristianismo de una manera consciente, por atracción. Y eso da un valor extraordinario al testigo, al mediador humano. Es como la gratitud que tienes hacia las personas que han sido para ti grandes maestros, o al padre y a la madre. Son experiencias impagables porque solo a través de relaciones así se adquieren cosas esenciales en la vida. Por eso, cuando esas relaciones se tuercen, y una experiencia de paternidad o maternidad, o la de un maestro, se traicionan, el daño es mucho más grave que si te engaña el quiosquero que vende los periódicos. Pues bien, esa misma es la grandeza y el límite del método cristiano: Dios ha querido apostar tanto por la libertad humana como para pasar a través de la libertad de otros hombres. Y eso que desde Nietzsche para acá habitualmente se presenta el cristianismo como la antilibertad. Creo que es lo contrario; si es que Dios se la ha jugado apostando sobre nuestra libertad…
(© JotDown, a quien agradecemos el permiso de publicación)