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Huellas N.6, Junio 2016

ARTE

A golpes de gracia

Tommaso Ricci

Es considerado «el principal evento museológico de los últimos años». A los seis meses de su apertura, el director, TIMOTHY VERDON, traza un primer balance del nuevo Museo dell’Opera. Una de las más amplias colecciones de arte sacro del mundo se convierte en una visita en 3D a la Florencia de 1400

Hay un óptima noticia. Todavía quedan lugares donde el asombro interroga a la razón y, a su vez, la inteligencia acrecienta la maravilla en un círculo virtuoso. Todo ello en beneficio del homo vivens. Un servidor apuesta a que, al terminar la visita al Nuevo Museo dell’Opera del Duomo en Florencia, que abrió sus puertas de nuevo hace unos cien días, se sale con un espíritu reconfortado, agradecido a los que han posibilitado esta auténtica experiencia de encuentro.
Florencia es ese manantial de la historia italiana en donde, entre 1300 y 1400, aparecieron como por arte de magia las energías vitales pacientemente incubadas y cultivadas en el curso de los siglos medievales. En el Renacimiento italiano el ingenio y la fe, la habilidad técnica y el impulso creativo, la pasión y la investigación se conjugaron admirablemente.  
Primer documento de esta primavera de belleza es el Duomo de Santa María del Fiore, con su fachada obra de Arnolfo di Cambio y la cúpula obra de Filippo Brunelleschi. La majestuosa y misteriosa cúpula sigue hoy dominando el skyline de la ciudad. La espectacular fachada de Arnolfo, en cambio, fue sustituida por la actual en el siglo XIX. Ahora bien, el antiguo muro de ingreso del templo de la ciudad se puede contemplar, reconstruido a escala natural, en el museo. La intuición de recrear el mismo impacto visual que tenían los ciudadanos de hace siete siglos ha sido una apuesta portentosa. El objetivo no era solo realzar su imponente frente de 18 metros de altura, cubierto de nichos donde se ubicaban obras de gran calidad artística (tales como la Virgen de los ojos de cristal y la severa y colosal figura de Bonifacio VIII de Arnolfo, el San Lucas de Nanni di Banco o el San Juan Evangelista de Donatello…), sino devolver al espectador la impresión física del que, entonces, se encontraba en el “Paraíso”, pues así se llama la porción de plaza que separa el Duomo del baptisterio. Efectivamente, detrás de quien admira la fiel reconstrucción en resina y pasta de alabastro de la vieja fachada a escala real, se encuentra la espléndida Puerta del Paraíso. Obra de Lorenzo Ghiberti, recientemente restaurada, era la puerta original del lado este del baptisterio.
El nuevo museo recrea no solo el aura que emana de las obras maestras del incipiente Renacimiento, sino que nos devuelve la percepción espacial de entonces, las relaciones arquitectónicas originales que percibían y en las que se movían nuestros antepasados de hace más de cinco siglos. ¡Se trata de una auténtica inmersión completa en 3D en la Florencia del Quattrocento, en un museo situado en el kilómetro 0, puesto que todo este tesoro estaba realmente pocos metros más allá, en la verdadera plaza!
«Hasta unos días antes de la apertura», comenta monseñor Timothy Verdon, el jovial americano de Nueva Jersey que dirige el Museo dell’Opera y responsable del magnífico montaje recientemente estrenado, «temía que el efecto global fuera el de una especie de Disneyland del Renacimiento. Solo cuando quitamos los andamios de la fachada me sentí aliviado, pude respirar a pleno pulmón».

Alma democrática. Se trata de una operación magistral bajo muchos puntos de vista para quien conoce las malas costumbres itálicas ante semejantes empresas: rapidez (tres años de obras), transparencia (45 millones de euros de presupuesto, 46 de gasto total, un incremento insignificante con respecto al presupuesto inicial), coherencia interna dentro de los distintos espacios del museo. «Mi suerte ha sido no tener que trabajar con “estrellas” caprichosas», confiesa Verdon, «sino con grandes arquitectos que se han puesto al servicio del proyecto con la humildad de los verdaderos artistas, en lugar de anteponer sus genialidades». Así que presentémoslos: el estudio de Adolfo Natalini y Guicciardini&Magni que han dado cuerpo y elegancia a la idea del director americano que viste de clergyman, renombrado estudioso del arte afincado en Florencia desde hace medio siglo. El New York Times ha alabado mucho la que podríamos llamar la hazaña de su vida: «Mire, aún no ha llegado el momento de jubilarme», bromea Verdon, «sigo como director del museo. Aún hay mucho que hacer». ¿Llevabais mucho tiempo planeando esta operación? «Pues sí, desde finales de los 90 cuando empezamos a ahorrar dinero para el proyecto, todo recursos exclusivos de la Opera, sin ninguna financiación externa. Son los visitantes procedentes de todo el mundo los que han hecho realidad este sueño; y nosotros les hemos recompensado ampliando e intensificando la experiencia que se puede vivir aquí en el museo. Ahora ha mejorado sensiblemente la posibilidad de percibir ese mundo florentino del Trecento y Quattrocento».
Aquí los lazos entre creatividad artística y fe religiosa son determinantes… «Está claro, sería irracional negarlo. Pero me gustaría subrayar un aspecto para mí esencial, que explica por qué los americanos amamos visceralmente Florencia», añade el director de la Opera: «Aquí el maridaje con la belleza constituye el alma “democrática” de la ciudad. O sea, la magnificencia de gran parte de la Roma cristiana depende de la corte pontificia, del poder que la Iglesia ejerció durante siglos y meritoriamente encargando obras maestras a los artistas de su tiempo. En Venecia, todo su esplendor se debe a la oligarquía que gobernaba a la Serenísima. En Florencia, todo lo que de bello se contempla tiene su raíz en el espíritu de la res publica, de los comunes y la democracia». La misma Opera del Duomo, un organismo existente desde 1296, no es obra de clérigos sino de laicos; las autoridades civiles nombran a los miembros de su consejo de administración, el obispo tan solo nombra a dos de sus representantes. «Por esto, tanto los recursos como la gestión no dependen ni del Estado ni de la Iglesia; gozan de una naturaleza profundamente “laica”, en una mezcla peculiar de fe y orgullo civil. Y esto es algo que los americanos entendemos y valoramos muchísimo. También a esto se debe nuestra predilección por Florencia».
Además de la ampliación y organización de los espacios –6.000 metros cuadrados, 25 salas en tres pisos, el aumento de la superficie (el doble) gracias a la compra de un viejo teatro adyacente que se había utilizado como garaje– se han restaurado extraordinarias obras de arte ya conservadas en el museo y otras nuevas, conformándose así la mayor colección del mundo de escultura medieval y del Renacimiento florentino; 200 obras, sobre un total de 750, se pueden contemplar ahora como nunca se habían visto antes.

La fe y la historia. La sala del Paraíso que acoge a los visitantes casi en la entrada del museo es un grandioso íncipit del poema museológico. Abandonando esta “plaza externa” recreada en un espacio interno (donde recientemente se ha colocado restaurada la Puerta Norte de Ghiberti y donde falta solo la Sur de Andrea Pisano, que llegará al museo en 2017), se accede a un espacio dedicado a la piedad íntima, personal.
Abismarse contemplando la Magdalena penitente de Donatello, con su mirada a la vez contrita y pacificada, con su cascada de cabellos que la visten como un manto, supone dejarse embargar por la emoción. Se percibe el respeto, la reverencia que Donatello sintió por ella al esculpir su imagen en la madera: es a ella a quien Cristo resucitado se manifestó primero y la tradición la quiere “Apóstola de los Apóstoles”, transcurriendo el resto de su vida penitente en las soledades cercanas de Marsella.
Dejando la Magdalena, en la sala siguiente aparece como única obra la Piedad Bandini de Miguel Ángel, obra maestra del genio de Caprese en su vejez, quien la imaginó para su tumba esculpiendo su propio retrato en la figura de Nicodemo, junto a la Virgen y a una de las Marías, sosteniendo el cuerpo exangüe de Cristo. Obra inconclusa, ya que el trozo de mármol, al tener demasiadas impurezas, desató la ira de Miguel Ángel. Este descendimiento transmite un sentimiento dramático, un desconsuelo, y una invitación magnética a contemplar en silencio, sentados en el banco colocado delante adrede.
La visita podría terminar aquí, porque tantos sentimientos que dilatan el ánimo en el asombro y la admiración no se ven todos los días. Y sin embargo, no estamos más que al principio y después de cada cumbre de belleza alcanzada aparece en seguida otra. Nos limitamos a enumerar: la galería del campanario, es decir, la decoración escultórica (estatuas, paneles, relieves y losanges) que originariamente se encontraba en el Campanario de Giotto. Es otro lugar del museo donde el tiempo se detiene y captura nuestra atención. Por ejemplo, con el Habacuc de Donatello, llamado coloquialmente “Zuccone” (cabezón, ndt.), y sus 15 compañeros de piedra obra de Nanni di Bartolo y Andrea Pisano; en el mismo pasillo, en la pared de enfrente, se contempla una delicada, graciosa y portentosa serie de 54 escenas y símbolos. ¡Cómo no detenernos delante de Platón y Aristóteles que discuten animadamente en una joya de Luca della Robbia o delante de las alegres cantorías donde Donatello y Della Robbia se retan cuerpo a cuerpo a golpes de gracia juvenil!
La prensa internacional y la especializada consideran esta remodelación como el principal evento museológico de estos últimos años. Y es preciso darle la razón, porque aquí no se respira nada de confesional: «He acompañado a visitantes judíos, musulmanes, protestantes, ateos… y todos se han llevado algo personal. Este museo es un himno a la humanidad que compartimos todos», explica Verdon, que dirige también el Centro para el Ecumenismo de la Archidiócesis de Florencia. Un dirigente comunista chino, por tanto más acostumbrado a consideraciones “ideológicas”, ha comentado: «Aquí resulta patente de qué modo vuestra fe ha incidido en la historia de Florencia».

Dimensión personal. Monseñor, ¿cuál es el balance de estos tres meses después de la apertura? «Positivo es poco. La afluencia de público nos ha obligado a tomar decisiones que no habíamos previsto. Hemos realizado un esfuerzo para transformar una visita en una experiencia interior y, precisamente para salvaguardar esta posibilidad, nos hemos visto en la obligación de regular el flujo de las entradas. No somos un museo que mira a incrementar indiscriminadamente el número de visitantes o a batir el record de afluencia o a ganar más dinero. El número de visitantes ya se ha triplicado, además en un momento en el que crece el miedo al terrorismo y estamos en la temporada baja, ¿qué sucederá esta primavera? Una invasión masiva desnaturalizaría el sentido de nuestro trabajo. Quien entra en este museo no se suma a una masa anónima que avanza por inercia y al final sale exhausta. Queremos mantener una dimensión personal, lo cual exige espacios de libertad y tiempos que se adapten a cada persona. Es verdad que el recorrido está pensado siguiendo una lógica, a lo largo del museo se encuentra diverso material audiovisual que explica con sencillez los contenidos, contamos con unas guías jóvenes muy bien preparadas, disponemos de una guía impresa del recorrido entero (óptima, ndr.), pero la visita es “tuya”. Y para garantizarlo hemos ampliado los horarios e introducido un sistema escalonado de entradas». En la entrada (15 €) habrá un horario establecido para regular equilibradamente el flujo de visitantes. Una atención muy concreta a la persona que contribuye a crear esa atmósfera contemplativa que reina en las salas. Un clima de devoción a la belleza que se asimila al silencio de la oración.