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Huellas N.5, Mayo 2016

PRIMER PLANO

Una caritativa de nombre “Juana”

Anna Leonardi

Durante años, cada semana, las visitas a una amiga en el instituto psiquiátrico de Karagandá, para verse objeto de una ternura recíproca

Caritativa en ruso se dice “caritativa”, porque nunca se encontró un término adecuado para traducirlo. Sin embargo en Karagandá, en el corazón de Kazajistán, esta palabra ha iluminado la vida de una mujer, Juana. Aquí la caritativa nació solo para ella. En estos últimos siete años, cada semana, un grupito de amigos ha entrado en el instituto psiquiátrico de la ciudad para visitarla y llevarle comida, ropa, libros y música. Se trata de un lugar muy degradado que trae de vuelta a la memoria a los gulags soviéticos de los que esta tierra kazaja lleva marcas todavía.
«Conocimos a Juana a finales de los noventa, en la universidad. Sufría ataques de epilepsia y una forma leve de esquizofrenia», cuenta Liubov: «Pero eran dificultades leves que le permitían una vida casi en todo normal». Su hermana, al morir los padres, pidió que la internaran y de repente los amigos dejaron de verla. Tras un mes de búsquedas, el padre Edo y el padre Adelio, sus profesores de lengua italiana, lograron encontrarla. «Estaba atada, sedada y con la cabeza rapada», recuerda el padre Edo. «Había intentado huir y quitarse la vida. En medio de tanto horror le repetimos lo que le habíamos dicho cuando pidió ser bautizada: nunca te abandonaremos».
La caritativa nace de aquella promesa y de la decisión de mantener esa relación que tomaron los amigos de Karagandá.

Se organizan grupos y el sábado por la mañana con mucha sencillez se hace lo que Juana necesita, desafiando su indolencia y abotargamiento. Llegan también familiares y colegas de trabajo. Poco a poco, algo va renaciendo en Juana. «Se fue abriendo, nos espera. Quiere saber qué es de nuestra vida, qué ha pasado desde la última vez que nos vimos, se preocupa si lleva tiempo sin ver a alguien. Es la experiencia de una ternura compartida», explica Liubov.
Las enfermeras le toman simpatía y a veces los amigos de la caritativa se la encuentran ayudándolas en sus tareas. Ya no puede mirar a los enfermos como antes, ya no les considera simplemente “idiotas”, sino que les acompaña, está con ellos. Asiste también a un hombre enfermo de cáncer y cada día le cura una fea llaga sanguinolenta, utilizando su mejor ropa cuando las gasas resultan demasiado pequeñas. «Sé que no puedo salvarle, pero quiero que llegue delante de Jesús como un hombre digno», dice a sus amigos. Y así es: el hombre murió hace unos días tomado de su mano.

Natacha, otra paciente, observa ese grupito de gente que reza antes de irse y un día pregunta si puede sumarse. Junto con Juana ha empezado a rezar los Laudes. «Aquí el tiempo puede pasar sin sentido, sin que te des cuenta», le había comentado Juana a Enrico, «la presencia de Natacha me ha provocado de nuevo el deseo de caminar hacia el Destino, incluso aquí en el manicomio».
En este último año Natacha y Juana han empezado a traducir al ruso el libro de Giovanna Parravicini Libres. Las visitas de los amigos de la caritativa se transforman en debates sobre las posibles traducciones para encontrar las expresiones más adecuadas.
El pasado otoño, Juana pide al padre Adelio, mientras tanto ordenado obispo de Karagandá, poder recibir la Confirmación. «Cada vez que lo comentaba, decía que la Confirmación le daría la fuerza para vivir intensamente incluso en esa situación», cuenta Liubov. Juana vio por primera vez un crucifijo siendo niña, en una vieja película francesa, y había preguntado a sus abuelas quién era ese hombre en la cruz. Le hablaron de Jesús. «Pero luego», explica Juana, «necesité años para entender que un Dios que comparte todo con el hombre no es simplemente una fábula».
Poco antes de la Confirmación, sus condiciones de salud empeoran. El 5 de enero, por la mañana, los amigos de la caritativa reciben la noticia de su fallecimiento. La última vez que se vieron, Enrico le había preguntado: «Pero aquí donde todo es tan feo, ¿cómo puedes estar tan guapa?». Y ella, con una sonrisa abierta: «Si una persona vive confiada en las manos del Misterio bueno de Dios, su rostro refleja Su belleza».