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Huellas N.3, Marzo 2016

EEUU

¿Qué es lo que hay detrás?

Alessandra Stoppa

Vivir la fe en San Francisco. El testimonio de FRANCESCO BOIN, médico y profesor en la Universidad de California. Donde las evidencias más elementales están muertas y sepultadas y todo flota en una especie de religión de lo «natural»

«Aquí es bio también la pintura de los muros». Es algo que le llamó enseguida la atención. Francesco Boin nació en los Dolomitas y lleva un año viviendo y trabajando en San Francisco. Donde todo es biológico y todo está ok. Algunos bajan a la compra en pijama, otros se mudan a un árbol a vivir para que no lo talen. Todavía no has desecho las maletas y alguien te pregunta si quieres marihuana para aguantar el día. Y en la iglesia, durante el intercambio de la paz, dos hombres se besan como si nada. «Es como si todo flotara en una suerte de religión natural». La religión de la espontaneidad.
Ciertamente, aquí no parece que el trabajo lo sea todo. No es como en la Costa Este, donde para abrirse camino en el sistema americano Francesco se peleó durante dieciséis años por conseguir resultados y objetivos cada vez mayores. Vive en EEUU desde el año 2000. Antes, se licenció en Medicina en Padua, especializándose en Inmunología. Luego, tuvo que superar varias pruebas y pasar por una reñida selección con el fin de poder acceder a la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota, donde se especializó también en Medicina Interna. Otras selecciones, otra especialidad (en Reumatología) y cinco años de bootcamp (duro trabajo de campo) para entrar finalmente como profesor en la Johns Hopkins University de Baltimore y, hoy, en la Universidad de California. Una carrera de obstáculos, sin tregua. «Que no ha acabado todavía. Nunca se llega al final. Aquí los roles académicos se renuevan cada año, tienes que buscarte fondos continuamente, seguir investigando y publicando, ofrecer proyectos de investigación a las agencias gubernamentales y privadas. Es una lucha por la supervivencia». Más aún si, como él, creas un laboratorio propio. «Es un sistema basado en el mérito y la excelencia, que valora mucho las capacidades, pero también te machaca». Siempre hay una medida que te amenaza. «Sobre todo si eres un inmigrante».
Hoy Francesco es ciudadano americano y está muy agradecido por el esfuerzo que ha tenido que realizar, sin ningún descuento, ni siquiera el de pararse a disfrutar de sus éxitos. «Es una realidad tan exigente que me ha ayudado a mantener viva una pregunta: ¿dónde estoy yo en todo lo que hago? ¿Qué busco verdaderamente? ¿Qué es lo que da respiro a mi vida?». Responder a estas preguntas una y otra vez en primera persona le ha dado estabilidad en un mundo que eleva constantemente la apuesta.

Dos millones de dólares. Francesco es Memor Domini. Una vida tan acelerada, lejos de su casa y en un ambiente donde las evidencias más elementales están muertas y sepultadas, ha puesto a prueba la fe recibida de sus padres («crecí con un sentido agudo de mi vida como un don, guiado por la Providencia») y profundizada en el encuentro con el movimiento en la Universidad. Paso a paso, fue aprendiendo que el trabajo puede ser lo que acrecienta la vida o lo que acaba con ella. Para él ha llegado a ser el lugar «donde puedo descubrir más profundamente qué es lo que espero, lo que deseo, lo que me mueve en última instancia».
Y esto sigue siendo válido ahora, en la otra costa de EEUU, en California, donde el trabajo no es siempre tan totalizante. Aquí rige la idea de que no merece la pena agobiarse mucho, las reuniones se hacen en t-shirt, relajados, y el Consejo de Facultad puede seguir dando un paseo todos juntos en la playa, para “hacer grupo”. Es como si se escuchara todo el rato una sugerencia: en la vida hay algo más que el trabajo. «Pero este “algo más” permanece del todo confuso. Existe una aspiración por formar parte de algo grande, sin embargo se teme cualquier clase de pertenencia objetiva. Prevalece un fuerte sentido de la libertad individual: la posibilidad de expresarse cada cual como quiera debe ser garantizada. Pero es un valor neutro que no admite interferencias». Un párroco acabó en el telediario nacional porque no quería que las niñas hicieran de monaguillas. Niñas de ocho años, entrevistadas, se quejaban de ser discriminadas y de que sus derechos fueran violados. «Absorben esta idea de libertad», tan absoluta que acaba por enjaular a quien la sostiene. «Es una auténtica paradoja», dice: «La preocupación exasperada por el respecto del otro, se torna distancia en las relaciones».
A los dos meses de llegar, murió un enfermero de 23 años que trabajaba en su planta. Los colegas propusieron un momento de silencio: por turnos se levantaban para recordar cómo era, sus cualidades, delante de un altarcillo con un chorrito de agua iluminado por una vela delante de los desesperados padres. De fondo, música de ambiente. También Francesco se levantó para decir lo que le urgía: «Delante de la muerte emerge potente la pregunta de si la vida se acaba en nada o tiene un destino eterno. Es un momento para descubrir la perspectiva última para vivir nuestro presente. No podemos soslayar esta pregunta contentándonos con unos recuerdos». Los padres le dieron las gracias (y no es nada obvio) porque «hay una reticencia muy fuerte a exponerse por miedo a decir algo que pueda ser políticamente incorrecto». Todo esto a causa de una idea de libertad que, en lugar de lanzarte hacia la realidad, te paraliza.
«Nuestra respuesta como cristianos a semejante mentalidad puede quedarse en una reacción, un ponerse a la defensiva, o puede ser establecer una relación», una apertura al otro porque comprendes que su corazón suspira como el tuyo.
Una paciente suya muy adinerada lo invita a una gala de beneficencia en el Museo de Arte Moderno. En la pantalla, aparecen las donaciones en tiempo real. En 37 minutos, se recogen dos millones de dólares. Él mira a la gente sentada en las mesas: mientras dona, ya está hablando del próximo fundraising event. «Emerge una necesidad nunca satisfecha, una búsqueda espasmódica por hacer algo útil». En el coche, de camino a casa, con su paciente y el marido, ella suelta: «Lo siento, porque esta noche me hubiera gustado hablar contigo de muchas cosas hermosas. Siempre es una fiesta cuando podemos quedar juntos». «Reflexioné sobre esa necesidad», dice Francesco, «y sobre el hecho evidente de que el dinero no la puede colmar. Caí en la cuenta de que yo he recibido algo mucho más precioso que puedo dar a otros».
Cuando todavía estaba en la Johns Hopkins, durante un lab-meeting, la reunión de todos los investigadores donde se presentan y se analizan los resultados del trabajo, su jefe cuenta que el editor de una prestigiosa revista planteó algunas dudas sobre los resultados de un artículo. Y mi jefe dijo: «Quiero plantear una cuestión. ¿Por qué tenemos que ser irreprochables en la investigación? ¿Por qué no podemos mentir?». Silencio total. «Porque con nuestro trabajo contribuimos a descubrir un fragmento de verdad: pequeño, infinitesimal, pero queremos descubrir en la realidad lo que es verdadero, un fragmento de la Verdad con la V mayúscula». Francesco se conmueve: «Lo que es verdadero en la realidad tiene para mí un rostro: Jesucristo. Lo que para mi jefe es una intuición, es una realidad con la que yo me he encontrado». Una provocación que le da alas: «Me permitió entender de dónde nace mi pasión por la investigación científica. Pero, sobre todo, me hizo entender que cada uno se mueve en la realidad para descubrir lo que es verdadero, por ese atractivo último que tiene la verdad. Y eso vale para todo y para todos».
Una chiquilla del colegio, paciente suya, lo busca porque se ha quedado embarazada “por error”. Está tomando uno fármacos que pueden dañar al niño. Su madre le ha dicho enseguida que aborte. «Doctor, ¿usted qué dice?». «No es un problema que te puedas quitar de encima. Tomes la decisión que tomes, te la llevarás siempre contigo, porque tiene que ver con el sentido que tiene tu vida. Debes mirar dentro de ti y preguntarte qué es lo que deseas verdaderamente para este niño. Luego piensa que podría ser tu único embarazo, no eres tú la que decide. Si quieres, yo estoy aquí». Al cabo de tres días, le llama: «Desearía que este niño pudiera vivir». Y él la acompaña en lo que puede, en los pasos que va dando, también en la desesperación que la asalta cuando le llama por teléfono porque ha abortado. No aguantó la presión familiar. «Pero ella había descubierto cuál era la verdad. El valor de la vida apareció desde dentro de su experiencia, porque la realidad misma dice qué se corresponde con un corazón humano. Necesitamos una ayuda para vencer el miedo de mirarlo hasta el fondo».
También en un mundo así, donde todo lo que quieres puedes hacerlo, la realidad pone en discusión el deseo de ser felices. «Pero el que se pone en discusión soy yo. Solo así puedo acompañar a otro». Lo comprueba con sus pacientes que sufren enfermedades autoinmunes, como el lupus o la esclerodermia, que tienen tratamiento pero no se curan. Y son enfermedades crónicas, «por lo cual hay una fuerte tentación de tirar la toalla», la depresión es común. «¿Cómo puedo infundirle coraje? No porque les quito la enfermedad, puesto que no se puede, de momento. Sino porque les digo: estoy dispuesto a caminar contigo». A afrontar esa circunstancia que amenaza su tranquilidad y a tratar juntos de descubrir el sentido de la propia vida. «Compartir la dificultad lo cambia todo, incluso los aspectos médicos relativos a su condición de salud. Mi primera contribución es que ya no evite la herida que la realidad me ocasiona, que la viva en primera persona».
Un discurso no sirve para aceptar el drama que es la vida misma. «La verdadera batalla cultural para reconstruir lo humano parte de una experiencia personal. Mi tarea es ceder ante el atractivo que la realidad provoca en mí y descubrir cómo Jesús se demuestra presente y responde a mi necesidad de sentido. Los demás se dan cuenta, porque lo que les atrae es lo me hace vivir a mí con gusto. Mi testimonio es que vean en mí lo que ellos están buscando».

Cursos de leadership. «Bueno, ¿ya está aquí tu familia?», le preguntó uno de sus jefes al mes de llegar, invitándole a cenar fuera. «No, no estoy casado». «Ah, ¿estás divorciado?». «No, no me he casado». «Bueno, tendrás compañera». «No, no tengo mujer». El otro se para: «Bueno, no te preocupes, aquí en San Francisco encuentras enseguida a un hombre. Puedes incluso casarte con él». Francesco corta por lo sano: «No, mira, no soy gay...». Al poco tiempo, empiezan a trabajar juntos en un proyecto, todos los días, durante unos meses. Hasta que llega la segunda invitación a cenar.
En mitad de la cena, el colega le dice: «Debo preguntarte realmente una cosa. Me tienes que explicar. No tienes una mujer, no te interesan los hombres, pero tú en la vida tienes un punto de estabilidad, se ve. ¿Qué es lo que hay detrás?». «Mira, mi vida no es así por casualidad», le contesta Francesco: «Es una vida dedicada a Dios. Soy católico y para mí la experiencia de la fe es el encuentro con una Presencia tan viva y atrayente que le he entregado mi vida. Mi punto de estabilidad es esta relación». El colega se queda en silencio. Luego: «Gracias. Entiendo que es algo así lo que a mí me falta. Digo apuntándome a cursos de leadership sobre cómo motivar al personal para que den lo mejor de sí. Pero estos cursos me parecen sofocantes, inútiles, abstractos. Mi mujer y yo no somos religiosos... pero últimamente, mirando a nuestros tres hijos... se me hace un nudo en la garganta porque pienso: ¿pero yo qué perspectiva les ofrezco? ¿Qué punto de apoyo les doy para su vida? Lo que me dices me ayuda y entiendo que es lo más importante. ¿Podemos seguir hablándolo?».