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Huellas N.3, Marzo 2016

ACTUALIDAD

«Yo trabajo donde la guerra es lo normal»

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AVSI es una de las 16 ONG presentes en Siria. Anton Barbu describe el trabajo que realizan para la población local. «No decidimos nosotros a qué necesidades hay que atender»

Anton Barbu es rumano. Tiene 29 años y hace unos meses se trasladó a Damasco para gestionar la primera oficina y los proyectos de AVSI en Siria. Respondiendo a una petición de los hermanos de la Custodia de Tierra Santa, llegó a una ciudad que vive en la destrucción y el peligro constante. Las balas de mortero no dejan de caer, «nunca sabes cuándo ni dónde». Una mañana, mientras iba al trabajo, le explotó una a 100 metros. Se tiró al suelo aturdido, asustado, sus oídos parecían estallar. Cerca de él, un chico se tomaba el desayuno, una manaish, una especie de pizza. Sin pestañear. «Aquí la guerra es lo normal».
Mientras escribimos, asistimos al inicio de la tregua (y de sus violaciones), sin saber si verdaderamente supone algún avance. Lo que es seguro es que la gente está al límite. La libra siria se ha hundido. «Si en 2011 el salario de un funcionario del Gobierno era de 400 dólares, hoy es de 60. Ni siquiera llega para pagar el transporte público. Vas a una tienda y cuatro días después la encuentras cerrada». En la calle se ven solo mujeres y niños. Los hombres están combatiendo. «Las cifras son impresionantes», prosigue Barbu. «De 20-22 millones de personas, hoy 13,5 millones (de los que seis millones son niños) necesitan ayuda humanitaria. Es más del 60% de la población. Más de cuatro millones están refugiados en países vecinos, sin contar a todos los que intentan llegar a Europa. También aumentan los desplazados internos: la Damasco rural ha superado los dos millones». Y después de cinco años de guerra, han perdido la vida más de 250.000 personas.

¿En qué trabaja AVSI?
Nos dedicamos a recoger fondos para la comunidad cristiana de Alepo, apoyando a los hermanos de la Custodia de Tierra Santa, que hoy acogen a 200 desplazados. Para ellos la situación es todavía más grave, porque la ciudad entera está asediada. Aquí, en Damasco, hemos empezado colaborando con el hospital italiano, con las hermanas del Buen Pastor del barrio de Babtuma, con las agencias de la ONU y la Media Luna Roja siria. Nos hemos centrado en la ayuda a la cooperación para peticiones de primera necesidad, como rehabilitar los servicios higiénicos, las infraestructuras de agua, las letrinas, los pozos, para más de cinco mil personas en Sahnaya. Es una ciudad al sur de Damasco controlada por el Gobierno, pero cercana a zonas controladas por los rebeldes. Antes de la guerra su población era de 100.000 personas, hoy son 350.000.

¿La gente se siente abandonada?
Es una buena pregunta. Sí, la gente está resignada. También porque, desde el punto de vista político, con excepción de Rusia e Irán, el país se ha quedado solo. El embargo está machacando al pueblo, que ya no puede vivir normalmente. Harán falta treinta, cuarenta años de ayudas para recuperarse. En Europa la gente no lo entiende, dicen: «Pero estos no son refugiados, tienen un iPhone, un Samsung Galaxy...». Pero ellos no son emigrantes económicos. Son profesionales, trabajadores, estudiantes, que están huyendo de un conflicto. Siete de cada diez niños sirios solo han conocido la guerra. Y si tantas personas deciden marcharse, hay que comprenderlas. Al este tienen el terrorismo y al oeste Europa, con la esperanza de una vida segura y un trabajo.

¿Hay una solución real?
La solución solo puede ser política. Un acuerdo entre los grupos gubernamentales y los grupos rebeldes moderados, que son muchísimos. Las últimas informaciones que tenemos hablan de 2.700 grupos distintos. Pero se trata sobre todo de bandas no organizadas. Hay que negociar con quien esté dispuesto a hacerlo, porque los terroristas rechazan cualquier negociación. Su posición es contra el mundo entero. No solo contra Siria. El gran califato que pretende el Isis comprende España, Francia, Italia, los Balcanes…

¿En qué situación está la ayuda humanitaria?
La ayuda humanitaria llega de dos formas: directamente aquí, es el caso de las 16 ONG internacionales, entre ellas nosotros, que el Gobierno sirio acoge en las zonas bajo su control; y luego con operaciones de asistencia cross border, convoyes que se mandan desde los países vecinos pero sin saber realmente dónde y a quién llegan. Las principales agencias del mundo están haciendo cross border, pero no pueden trabajar en Siria. Hay que tener en cuenta que el año pasado toda la ayuda humanitaria ascendió a dos mil millones de dólares y cubrió el 25% de las necesidades.

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención en estos meses?
Las mujeres que me encuentro por la calle. Están desesperadas. Miran a sus hijos y no saben qué darles de comer. Pero no mendigan, no está en su cultura.

¿Qué te da la fuerza para trabajar allí?
El mero hecho de hacerlo. Si trabajo bien, ayudo a estas personas. Si me paro, pierdo esta oportunidad para ellos. Pero la cuestión es ayudarles sin mortificar su dignidad. La ayuda humanitaria no puede coincidir con la ayuda logística. No puede ser solo comprar quintales de arroz de la FAO y repartirlos. Eso no es un proyecto. Nosotros tratamos de ayudar a las personas implicándolas totalmente en los proyectos, para que sean ellos los protagonistas. Por ejemplo, yo he podido dejar el campo de refugiados de Dadaab, donde estuve cuatro años, porque nuestros colaboradores locales habían aprendido y ya podían trabajar de manera autónoma.

¿Cuál es la situación de la comunidad cristiana de Alepo a la que ayudáis?
El corazón de la comunidad es la presencia de los hermanos. Ellos son el punto de referencia. Y no se van: eso es darlo todo por la gente. Aquí, en Damasco, la comunidad católica es pequeña, son sobre todo greco-ortodoxos, maronitas, coptos. Pero no ves grupos separados, ves una unidad que la necesidad fortalece todavía más.

¿Por qué aceptaste ir a Siria?
Porque alguien tenía que hacerlo. Mi mujer está en Rumanía y no sé cuándo podré traerla aquí. Cuando acabe la guerra, empezará el trabajo más difícil. La reconstrucción será muy dura. Esperemos que los grandes donantes, me refiero a la ONU y a los gobiernos de los países, sigan ayudando. Esta es la mayor crisis mundial después de la Segunda Guerra Mundial. Comprendo que para los pequeños donantes ayudar dando dinero para un generador no es muy atractivo. No es como ver la foto de un niño que, gracias a tu ayuda, va a la escuela y te lo cuenta en una carta. Pero nosotros no decidimos qué es lo más necesario.
(A.S.)