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Huellas N.3, Marzo 2016

ACTUALIDAD

La pregunta de Abdullah

Alessandra Stoppa

«No vivimos una época de cambio sino un cambio de época». Esta provocadora afirmación del Papa fue el lema del Meeting anual de la Fundación AVSI, que reunió a cooperantes de todo el mundo. Del Líbano a Sudán del Sur, el testimonio de lo que significa hoy dedicarse a este trabajo

«Trabajar aquí es ahora más importante aún que cuando empezamos». Marco Perini lleva en Líbano siete años, ayudando a personas que «hoy tienen más necesidad que antes». Refugiados sirios, iraquíes, palestinos, que huyeron de sus casas y nunca llegaron a Occidente. Siguen ahí, en las tiendas, con las mismas necesidades que al principio (gasóleo, comida, medicinas), pero con menos esperanza. «Vivir como un refugiado es dificilísimo. Se pierde toda la confianza», dice Perini recién llegado de vuelta al Líbano después del Meeting anual de AVSI. Era uno de los ochenta cooperantes que acudieron a Milán desde el mundo entero, del 15 al 19 de febrero, para cinco días de trabajo juntos y de confrontación con invitados de fuera, expertos, profesores, periodistas.
El tema elegido era la provocación del Papa Francisco en su discurso en Florencia el pasado mes de noviembre: «No vivimos una época de cambio sino un cambio de época». Entonces, dentro de este cambio, ¿qué significa ser cooperante? ¿Y por qué seguir eligiendo este trabajo en un momento como el actual? Sobre todo en lugares donde la necesidad aumenta cada vez más en lugar de disminuir, y donde el poder no garantiza nada, es cuestión de vida o muerte que haya una labor humanitaria, aunque no solo mueren cuando los matan. «Siguen en pie, pero están muertos como personas», explica Perini, que ve cómo los hombres pasan sus jornadas en los campos de refugiados delante de sus tiendas, fumando, con la mirada perdida y un café en la mano. Las soluciones más fáciles son el Mediterráneo y los Balcanes. «O enrolarse en el Isis. No porque sean terroristas», precisa, «sino porque hay que arriesgar por alguna alternativa. Si no, no llegarían a hacer lo que hacen». Como dejar que sus propios hijos se lancen al mar o ponerlos en camino bajo la nieve en la ex Yugoslavia para luego encontrarse con un alambre de espino.

Zenab y el vivero. Las ayudas humanitarias son indispensables, necesarias, «pero lo es aún más recuperar la esperanza, la dignidad perdida», continúa. «Nosotros procuramos ofrecerles momentos de vida, donde un niño pueda volver a ser lo que es: un niño». De ahí la escuela, dos horas al día, con reglas y tareas. Y para los hombres, la posibilidad de trabajar, para poder volver por la noche con su familia, de nuevo como un padre: cansado y con un sueldo. «Encontrar un empleo es muy difícil, por eso estamos llevando a cabo proyectos de cash for work: trabajos útiles socialmente, como reparar una acera, hacer una zanja o limpiar un bosque», prosigue Perini. «El trabajo es importante también para la convivencia. Los refugiados se convierten así en una ayuda para la comunidad libanesa que les acoge». Sobre todo, es algo distinto a una cierta tendencia de moda, la de proporcionar una “ayuda humanitaria” que prevé, según los parámetros, una tarjeta de 200 dólares al mes. «El resultado, aparte del asistencialismo, es una deshumanización. No porque con el cash for work ganen mucho más. Pero es muy distinto cómo lo ganan».
«Nosotros queremos saber qué es lo que verdaderamente está en juego», explica Giampaolo Silvestri, secretario general de la Fundación AVSI, después del Meeting anual. «Asumir el reto que nos plantean estos tiempos. No podemos quedarnos mirando, ser espectadores. Si no cambia nuestra forma de trabajar y de generar desarrollo, nos pasará lo mismo que ya estamos viendo. Y el que no cambia, en cierto modo, muere. Queremos estar en este cambio de época con una propuesta clara, que pone en el centro de nuestro trabajo el sujeto, la atención a la persona que es el verdadero motor del desarrollo».
Josiane Khalife, cooperante de AVSI en el Líbano, donde nació y creció, también estuvo en el encuentro en Milán. Ha vivido la guerra más de una vez en su propia piel, pero una situación como esta no la había visto nunca. «Aunque hoy terminara el conflicto, ¿qué pasa con esta gente? ¿Dónde van? ¿Qué será de una generación analfabeta?», dice. «Por eso centramos nuestro desarrollo en el trabajo y en la educación. Esta perspectiva es clave». Se trata de prepararlos para cuando vuelvan a Siria, sobre todo a los jóvenes. Por eso han creado los cursos de formación en agricultura, pastelería, carnicería, informática. Son casi 70.000 las personas que participan en los proyectos de AVSI.
Zenab es una joven refugiada que llegó desde Idlib, en la Siria noroccidental. Incluso había encontrado trabajo en una empresa libanesa, donde se encargaba del café y la limpieza. Cuando se enteró de los cursos de formación, se despidió. «Hizo los cursos y luego volvió a presentarse en la misma empresa. Hoy se encarga de los viveros, es técnico especialista», cuenta Perini. «Este es el camino». Esto es lo que le permite llevar aquí siete años. «No es un sacrificio. Mi vida es muy bonita. Si puedo hacer algo para que Zenab no viva como una refugiada, vale la pena entregar la vida». Y añade: «Yo recibo mucho más de lo que doy».
Siempre hay que poner en tela de juicio los instrumentos que se utilizan para conseguir este fin. «El trabajo cambia cada día. Empiezas pensando en unos meses y luego se convierten en años», explica Khalife. «Eso significa vivir aquí con ellos, buscar juntos y con esfuerzo la manera de imaginar un futuro. Yo nunca cambiaría este trabajo por otro, porque te da mucho. Me ha cambiado la vida». Dice que ya nada le defrauda, pues nada se le debe. «Ves a estas chicas, en la oscuridad de las tiendas, ves a niños que han dejado de hablar por todo lo que han visto… Intentamos acompañarlos uno a uno, pero no se puede llegar a todos». ¿Y cuando te asalta la desproporción? «En esos momentos salgo y voy al terreno. Estoy con la gente. Eso me ayuda siempre, me da positividad. Porque veo que me quieren. Un día me llamaron del primer campo donde empezamos a trabajar: “Tienes que venir, hay problemas”. Fui y no había pasado nada. Solo querían que estuviera allí».
Simone Manfredi viene de Catania, tiene 31 años y trabaja para AVSI en Barghel, un pueblecito en el estado de Lagos, en Sudán del Sur. La comunidad vive de pequeñas actividades agrícolas, con el apoyo de AVSI. «También gestionamos para la ONU una boarding school, donde hacemos orientación profesional con asignaturas prácticas, como agricultura, construcción, sastrería». Cuando él estaba de viaje a Italia por el Meeting anual, su equipo fue evacuado por un ataque. «Un enfrentamiento entre clanes. Llegaron de otro pueblo, empezaron a atacar a las seis de la mañana y continuaron hasta mediodía». La gente huyó a la selva, pero hubo una veintena de víctimas. «Los enfrentamientos rompieron la valla del colegio y las balas perdidas hirieron a algunos de nuestros alumnos». Los atacantes eran chavales. Allí cualquiera tiene un kalashnikov y a menudo los ataques son venganzas tribales. «El gran problema es el vacío de autoridad. Los estados federales pasarán de 10 a 20 y todavía les tienen que poner nombre. Se aprovechan de esta anarquía». Aquí no existe un conflicto en sentido estricto, pero esta violencia causa más víctimas que en los tres estados fronterizos del norte, donde hay guerra. «Es un contexto incontrolable», afirma Manfredi. «Los ataques pueden empezar en cualquier momento».
En medio de todo esto, AVSI ayuda a los jóvenes a formarse, a trabajar para pagar las cuotas escolares y a vivir en un ambiente protegido. «El Gobierno se ha felicitado por la escuela, que es muy querida por la gente. En la última guerra civil de 2013, las organizaciones internacionales tuvieron que abandonar sus sedes y lo perdieron todo. Cuando el equipo de AVSI regresó aquí, todo estaba en su sitio. La gente había venido a dormir a la escuela para protegerla. Ver el apego que esta gente siente por nosotros me motiva mucho».

Sin esquemas. AVSI lleva en Kenia treinta años. Ha construido una decena de colegios, todos gestionados hoy por personal local, y ha realizado muchos proyectos, entre ellos, un inmenso trabajo educativo en el campo de refugiados deDadaab, que es el más grande del mundo (600.000 desplazados), abierto desde 1992: generaciones enteras han nacido allí. Para ellos, AVSI ha construido aulas y clases, y ha formado sobre el terreno a los profesores (casi todos musulmanes) que hoy siguen a 60.000 chavales.
«Nosotros estamos acostumbrados a vivir siempre con una perspectiva, ellos no», apunta Andrea Bianchessi, responsable de proyectos en Kenia. «La pregunta que nace en tu corazón es cada vez más fuerte: ¿para qué merece la pena vivir?». Allí no todo es “bonito” como en Europa, la mayor parte de la gente no disfruta del sistema sanitario («si estás enfermo, no llega la ambulancia») y siempre saltan las alarmas por los atentados. «Dicen que se las esperan de un momento a otro. Y eso me ayuda a vivir más intensamente la jornada, los encuentros que tengo. A no vivir inconscientemente. Además, este trabajo es precioso porque implica acompañar a esa persona concreta».
Ignatius viene del slum de Kibera, su madre está enferma de SIDA y fue uno de los primeros alumnos del colegio Little Prince. Ahora prepara su tesis en Ciencias Políticas. Cuando celebraron los 15 años de la escuela, contó delante de todos el gran esfuerzo que hizo y cómo siempre le apoyaron. Terminó así: «Me gustaría llegar a ser presidente de Kenia».
La nueva perspectiva también es esto. No un final feliz, sino «la posibilidad de recorrer juntos un trecho del camino de la vida», afirma Bianchessi: «Y la herida siempre está abierta». Está pensando en Abdullah, un chavalito que está creciendo en Dadaab después de escapar con su familia de Somalia. Un día se le acercó y le dijo: «Es la reunión nacional de los scout en Nairobi, pero somos refugiados y no hemos podido ir». Silencio. «Pero yo tengo la insignia de los scout...». Orgulloso, le mostró el hombro. «¿Por qué no puedo ir?».
Andrea sabe muy bien que las autoridades no permiten salir del campo por motivos de seguridad. Pero esa no es la respuesta. No tiene la respuesta. No tiene nada más que su estar allí. «Aprendiendo a cambiar día a día, sin esquemas. Abierto a todo».


CESAL CON LOS REFUGIADOS
La Campaña “Los refugiados y nosotros, todos en el mismo camino” apoya la labor humanitaria en Alepo, Siria, y en los campos de refugiados del sur del Líbano.

Más información en www.cesalrefugiados.org