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Huellas N.5, Mayo 2008

EDITORIAL

Empezar a decir “tú” a Cristo

¿Qué significa decir “tú” a Cristo? Era una de las preguntas que más se oía en los pabellones del recinto ferial de Rímini, entre los veintiséis mil que habían escuchado a Julián Carrón hablar de la fe, «la victoria que vence al mundo».
Estos, junto a los que se habían conectado vía satélite desde 62 países para seguir los Ejercicios de la Fraternidad, siguieron conmovidos el vídeo que mostraba el acontecimiento de São Paolo, con Cleuza y Marcos Zerbini y los cincuenta mil miembros del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra que se confiaban a CL. ¡Con qué fuerza entra el Misterio de Dios en nuestra historia! Con qué arrolladora iniciativa el Misterio impulsa nuestra razón a seguirle hasta reconocerle presente. La fe, «tú sólo tienes palabras que explican la vida», permite conocer verdaderamente la realidad. Nuestra esperanza está puesta en este hombre, que nos abraza cada día a través de una compañía, pero que está dotado de un rostro propio, con una fisonomía «en última instancia singular, de trazos inconfundibles». Por ello, nos conmovía la imagen de don Giussani leyendo en una casa de los Memores Domini en Madrid una hoja donde dominaba una sola palabra dirigida a Cristo: Tú.

¿Qué significa decir “tú” a Cristo? Es una pregunta que casi nos desarma por su sencillez, pero que está cargada de fascinación.
En efecto, por una parte delata nuestra debilidad, el dualismo en el que estamos instalados, la obstinación con la que seguimos pensando en Cristo como algo añadido a la realidad, cuyo rostro no vislumbramos, mientras nos parece obvio «decir “tú”» a la mujer que amamos o a nuestros hijos.
Pero también encierra una perspectiva nueva, la de una familiaridad. Dios entra en nuestra vida y la acompaña con tenacidad, haciéndose contemporáneo con su iniciativa continua. Con su sonrisa paciente despierta nuestra sonrisa, espera nuestro reconocimiento, y con él, el florecimiento de nuestra humanidad. Carrón recordó cómo don Giussani describía la fe como «una flor de gracia que florece en el límite extremo de la dinámica de la razón y a la que el hombre se adhiere con su libertad». Su gracia nos alcanza mediante los hechos y obtiene nuestro reconocimiento.

Es cierto que, para que esta flor crezca, es necesario cultivarla. La Escuela de comunidad es el instrumento privilegiado para este “cultivo”. Los Ejercicios, cuyo texto publicaremos como suplemento a Huellas, junto con una larga cadena de hechos, forman parte de la gracia que nos acompaña. Basta con seguir y, simplemente, empezar a decir: «tú».