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Huellas N.11, Diciembre 2015

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

PARÍS, LA RABIA Y LA ORACIÓN DE MI HIJA
Unos días después de los trágicos acontecimientos de París, estuvimos cenando en casa de unos amigos. Les preguntamos por su madre que vive en la capital francesa, y si algunos de sus amigos había resultado herido o afectado por los atentados. De vuelta a casa, mis niñas me preguntaron qué había pasado en París. Traté de encontrar las palabras más adecuadas y le pedí al Señor que me ayudara a no transmitirle el odio, el miedo y la rabia que realmente me atacaban. Les expliqué que hombres malvados habían entrado en algunos bares y habían matado a mucha gente. No les dije quiénes habían sido. Les dije solo que el Maligno había entrado en sus corazones. Se quedaron, como es obvio, muy impresionadas y me preguntaron por qué. Les dije que el Mal no se puede comprender y que lo más útil que podemos hacer es rezar por las víctimas, por sus familias, por los heridos, por nosotros y también por los malos, para que Jesús cambie sus corazones. Les conté que, gracias al hecho de que san Juan Pablo II había consagrado el mundo a la Virgen, y con las oraciones de todos, se ha evitado una tercera guerra mundial. Les dije que la Virgen María nos ampara siempre, si se lo pedimos todos los días. Y que san Miguel lucha con su espada contra el Enemigo. Luego rezamos juntas un avemaría. Al día después, mientras preparaba la cena, me llegó en el Twitter la foto de Delphine, una niña asesinada por los terroristas, que tendría la edad de mi hija la mayor. Pensé que podría ser mi hija y me derrumbé. No conseguía dejar de llorar pensando en ella, por la impotencia, el odio y la rabia que llevo dentro. Mis niñas estaban viento unos dibujos animados sobre la Creación y, de repente, la de cinco años entra en la cocina y me dice: «Mamá, si todos somos hijos de Dios y hermanos de Jesús, nosotros somos hermanitas también de los malos. Dios es también su Padre y tenemos que rezar por ellos». Le doy gracias a Dios porque nunca nos abandona, no nos deja solos con nuestra impotencia y nos acompaña en la difícil tarea de educar a nuestros hijos, sobre todo cuando experimentamos nuestro mal y nuestra pequeñez y le pedimos ayuda con confianza.
Sara, Madrid (España)

En clase
SABEN LO QUE VALE Y LO BUSCAN
Entro en clase para dar mi hora de filosofía, pero tengo que cambiar plan sobre la marcha. Los chavales quieren enseñarme unos vídeos y algunos testimonios sobre lo que ha pasado en París. Son testimonios conmovedores, tocan lo humano, lo provocan. Es lo que todos necesitamos hoy, más allá de los legítimos análisis. Esta mañana, los estudiantes de esta clase me demuestran que han ido a buscar a los que, dentro del mal, han escuchado el grito de su propia humanidad y la voz de su corazón. Me enseñan imágenes de niños, leemos la carta de un padre que ha perdido a su hija, de un marido que ha perdido a su esposa, de un hombre que se salvó de la matanza en el Bataclan. Lo que sale a la luz es que la vida es más fuerte que la muerte, porque la vida tiene un sentido y el hombre está hecho para ese sentido. Me conmueven estos estudiantes que frente a lo que ha pasado han ido a buscar lo humano y han grabado en sus móviles las frases o las imágenes que lo documentan. El que lo hayan hecho me provoca, me hace entender que debemos apostar por esta juventud que sabe lo que vale, que lo busca, mientras los adultos, a veces, nos quedamos atascados en el escepticismo o en nuestros esquemas.
Gianni

París
SER PERDONADA PARA PODER PERDONAR
Camila nació en Bolonia, tiene 26 años y trabaja en un local de París, el Candelaria, que ocupa el número 12 de los 50 mejores bares de cócteles del mundo. Perdió a un amigo en los atentados.
Unos días después de los atentados, un compañero se acercó a preguntarme: «Has perdido a un amigo, estás esperando la fecha del funeral, ¿cómo puedes reír? ¿Cómo puedes estar tan serena?». Entonces le miré y le contesté: «Sabes, hay Uno que ha vencido a la muerte. Y después de cinco años ha vuelto a mi vida para mostrarme que no hago yo la cosas, que no las salvo yo». Vivo en un apartamento encima de Le Petit Cambodge, uno de los restaurantes donde los terroristas atentaron el pasado 13 de noviembre. Esa noche no estaba en casa, sino con una amiga que vive a unos 20 minutos de distancia. El novio de mi amiga nos recogió y nos llevó fuera de la ciudad. Así empezaron tres días que me han cambiado la vida. Llevaba cinco años sin querer saber nada de CL. Cinco años en que he ido a lo mío con muy buenos resultados. Ahora soy responsable comercial de un local importante, me he casado, tengo un hijo, me he divorciado por decisión propia... Conocí el movimiento a los 16 años. A los 18 llegué a París para estudiar en la Sorbona. Estaba en una situación personal catastrófica, totalmente perdida. Al día siguiente de los atentados, me llamaron por teléfono: «Tengo una mala noticia». En aquel momento me acordé de que entre los 350 mensajes de WhatsApp que había enviado y recibido, había uno que no había tenido respuesta: «Guillaume, ¿todo bien?». Guillaume había muerto en la puerta del restaurante La Belle Equipe. Entonces sucedió algo increíble. Sentí un dolor terrible, pero acompañado de una paz sorprendente. De repente, estaba delante de un hecho que no dependía de mí. Empecé a observar mi realidad en ese momento: estaba viva, ahí estaban mis amigos, llevaban dos días acogiéndome, porque todavía era demasiado pronto para volver a mi casa. También era un hecho. Entendí que no soy yo quien decide cómo son las cosas y que tampoco soy dueña de ellas. Algo hermoso me estaba pasando en medio de esa situación dramática: no estaba sola. Después de pasarme dos horas llorando, salí de casa y, por las calles de una ciudad presa del miedo, fui a hacer la compra. Quería preparar una buena cena para mis anfitriones. Al día siguiente, el domingo 15 de noviembre, llegaron a París los padres de Guillaume y me pidieron que les acompañara a llevar un ramo de flores al lugar de la tragedia. Cuando llegamos allí, pensé en los terroristas. Pero también en todo el mal que hago yo. Me sorprendí pidiendo misericordia, en primer lugar para mí. Se me hizo evidente que necesito una mirada de perdón para poder perdonar a mi vez. De no ser así, cualquier forma de perdón expresaría un buenismo inútil. A Guillaume le encantaba la lengua italiana y adoraba a Dante. Acudieron a mi mente los versos del Canto primero del Infierno, cuando el poeta se halla presa del miedo ante el mal, ante las tres fieras. Entonces se gira y ve a Virgilio: «Piedad de mí, le grité / quienquiera que seas, sombra u hombre verdadero». Entonces pensé: si yo puedo gritar «piedad de mí» es porque sé que hay Uno que pasó su vida haciendo el bien y que ya ha vencido mi mal. Solo por eso puedo pedir con certeza ser perdonada. Se me hizo evidente: de lo contrario estaría pidiendo misericordia a la nada. Las calles estaban llenas de flores y carteles que decían: «Même pas peur», sin miedo, o «La valeur de la vie», el valor de la vida. Yo miraba a los padres de Guillaume y pensaba: es cierto, rechazamos el miedo. Pero hay algo más. Y es que toda esta tragedia ya ha sido salvada y a nosotros nos toca elegir el bien. Dios nos ha amado tanto que nos ha dejado libres de elegir cada día. Es mi batalla desde entonces: pertenecer a Aquel que ya ha vencido al mal. Es una batalla que libro conmigo misma. El lunes volví al trabajo con mis compañeros y mis jefes, dominada por todo lo que había aprendido ese fin de semana. Pensaba en Guillaume, por supuesto, pero no podía dejar de decirles a todos que la vida es algo hermoso. Iba a ser mi cumpleaños y llevaba tres años sin celebrarlo, pues no entendía que hubiera algo que celebrar. Pero esta vez, organicé una fiesta e invité a mis amigos y compañeros, entre ellos, también a Silvio. Cuando llegué a París estaba sola. Tenía un montón de amigos, pero estaba sola. Un día me dieron el teléfono de Silvio, el responsable de la comunidad de CL en París. Le llamé y me invitó a tomar un té. Me senté y me eché a llorar: «No me basta nada en la vida». Él me invitó a conocer a sus amigos, pero yo no lo hice. En fin, Silvio es la única persona de la que he huido en estos años. Huí de él porque me reclamaba a ser leal conmigo misma. Pero después de ese fin de semana ya no tenía nada de qué defenderme, así que pensé: está bien, voy a llamar a Silvio. Ahora entiendo que necesito una mirada como la suya en mi vida. Y él respondió a mi llamada, vino a la fiesta de mi cumpleaños porque quien te ama está siempre dispuesto a acompañarte.
Camila, París (Francia)

ESOS DOS DÍAS SIN RESPUESTAS
Querido Julián: Quizás por estar aquí sola en Southampton, estudiando para mi tesis de fin de carrera, los hechos de París me han provocado particularmente. Después de leer tus palabras en el comunicado de CL (ver aquí p. 17), lo primero que hice fue responder a la pregunta acerca de si vale la pena vivir. ¿Estoy segura de que merece la pena vivir cada uno de mis días? Está claro, en la vida suceden muchas cosas hermosas, lo compruebo día tras día, pero luego todo se pasa. ¿Para qué estudiar, pasar una estancia en el extranjero, casarse y trabajar si todo esto podría acabar en un instante? Te confieso que durante un par de días no pude responder a estos interrogantes. El domingo tuvimos la asamblea de la comunidad de Londres sobre el comunicado de CL. Me llamó la atención un amigo que dijo: «Para mí merece la pena vivir porque Cristo ha resucitado». Su respuesta me ha acompañado silenciosamente en estos días. Cuando murió mi amigo Marcos, intuí por primera vez la grandeza de la esperanza que la Resurrección introduce en la vida. Que Uno haya derrotado a la muerte, y comprobarlo en mi experiencia presente, es lo único que da verdadero sentido a la vida. Es dramático esperar que en cada momento se manifieste esta victoria sobre la muerte. Si no creo que es posible ver esta victoria en el artículo que estoy leyendo, en las personas que tengo alrededor, en los que acabo de conocer, la realidad pierde sentido. Nunca como en estas mañanas he rezado el Ángelus con tanta sinceridad: «Para que por su pasión y cruz alcancemos la gloria de la Resurrección». Siento la necesidad de aferrarme a esta oración porque a veces la tristeza y la angustia pueden conmigo. También surge en mí el deseo de rezar por los hombres que han perpetrado los atentados y por los que siguen matando. Evidentemente ellos no han encontrado nada por lo que merezca la pena vivir. Le pido a Dios que sane sus corazones del veneno de la muerte.
Francisca, Southampton
(Inglaterra)

Del Trentino al Kurdistan
UN BELÉN PARA ERBIL
Manuela está en contacto con una pequeña comunidad monástica del Trentino. Hace unos meses, recibió una insólita petición. Las monjas de esa comunidad mantienen relaciones con un campo de refugiados en Erbil, donde viven miles de cristianos desplazados en el Kurdistán iraquí. Las monjas preguntaron a esos cristianos y al padre Jalal, su párroco, qué deseaban para las fiestas de Navidad. Les contestaron: «No tenemos un belén. ¿Podéis regalarnos uno?». Las hermanas, sabiendo que Manuela se ocupa de arte, le preguntaron si podría encontrar uno muy bonito. Entonces Manuela habló con Oriana, que es escultora: «Encantada de hacerlo yo». Con la ayuda de un grupo de amigos de Padua, de una pequeña Escuela de comunidad, que recogen los fondos, Oriana compra el barro, plasma las figuras y las lleva al horno para cocerlas. El belén está listo. Bien empaquetada, la Sagrada Familia llega al Trentino y desde allí sale rumbo a Iraq. Ahora están rezando para que el belén llegue a destino y pueda alegrar a los niños cristianos de Erbil. El mérito es del boca a boca y de un abrazo que se ha ensanchado hasta los confines del Kurdistán.
Walter

UNA BODA MUY ESPECIAL
El sábado mi hijo Juan se casó con Lucía, la hija de nuestros amigos Niso y Luisa (ya también nuestra hija). Antes de la boda, que tuvo lugar por la tarde, ocurrieron dos hechos que nos interpelaron hasta el fondo sobre lo que íbamos a celebrar. El día anterior, por la noche, se consumaron los atentados de París, en donde la barbarie, la sinrazón y la deshumanización del hombre parecían no tener límite. El propio día de la boda, la madre de Luisa tuvo un grave derrame cerebral y tuvo que ser ingresada de urgencia en la UVI del Hospital Puerta de Hierro. Como se puede imaginar, la pregunta sobre el aparente sinsentido de la situación era patente en todos nosotros. Por un lado, un dolor enorme y, por otro, la alegría inmensa con motivo de la boda. Y todo el mismo día. Parecía una contradicción. Luisa optó por dejar a su madre, que no estaba consciente, al cuidado del personal en la UVI y asistir a la boda. Luisa y yo no éramos padrinos y nos sentamos juntos en la Iglesia. Ella tenía el móvil en la mano porque una noticia del Hospital podría llegar en cualquier momento. En esta situación, la ceremonia se desarrolló con una belleza excepcional y era evidente la alegría de todos junto con la preocupación y el dolor. El espectáculo era ver la cara de serenidad de Luisa: dolida, alegre, confiada, entregada. Me venía insistentemente a la cabeza la pregunta: pero ¿quién eres Tú que permites esta paz de fondo en una situación que se podría denominar de locos? ¿Quién eres Tú que haces que vida y muerte puedan convivir en armonía con un sentido último? Realmente, eres mi Señor que estás presente aquí y ahora, que eres el dueño de la vida y la muerte. Tú que nos has acompañado a lo largo de la historia a través de este pueblo cristiano que hoy está aquí presente. Y pienso: ¡qué regalo más bonito ha hecho Dios a los novios! Es como si les hubiese dicho: «Juan, Lucía, Yo soy el dueño de todo, de la vida y de la muerte, del mundo, hasta el último de los cabellos de vuestra cabeza están contados y yo cuido de vosotros, dádmelo todo y os lo devolveré multiplicado por cien en forma de una alegría que no podéis ni soñar». Pido al Señor que lo que vivimos ese día madure en nosotros una conciencia nueva: somos tuyos, todo es tuyo, nuestros hijos son tuyos y la vida es plena y cobra sentido cuando te la entregamos a Ti.
Ángel, Villanueva de la Cañada/Madrid (España)

Cada día
«ID Y ABRAZAD EN MI NOMBRE»
Desde septiembre, después de veinte años de enseñar latín y griego en un colegio privado, estoy dando clase de otras asignaturas en un instituto público. Cuando supe del nombramiento, pensé que había terminado un periodo de mi vida y con cierto entusiasmo me dispuse a entrar en otro que percibía lleno de novedad. El contexto es obviamente muy distinto del de antes. Cada día entro en una clase de veintiocho o treinta chavales, muchos de los cuales han repetido por lo menos una vez. Proceden de familias que presentan situaciones sociales y culturales complicadas. Algunos son extranjeros que ni siquiera entienden nuestra lengua… En una clase había pedido a los alumnos una redacción en la que tenían que trazar una breve descripción de sí mismos. Uno de ellos, que era repetidor, empezó su tarea preguntándose por qué el mundo da tanto asco. Después de un intento de argumentar su tesis, empezó a hablar de sí mismo como en lucha contra todos y contra el mundo, y terminó diciendo que todos somos como piezas de Lego: podemos cambiar los colores y el tamaño de las piezas, pero al final todos somos de plástico. Me impresionó mucho la lucidez del chaval a la hora de ofrecer su punto de vista. Cuando les devolví los deberes, no quiso saber su nota, pero me preguntó si me había gustado. Esta pregunta me descolocó porque expresaba la necesidad de ser querido. Le respondí que me había gustado mucho. Luego le pregunté si durante este curso quería comprobar conmigo que la vida es algo hermoso. Para mi sorpresa, me contestó que no confiaba mucho, pero que aceptaba el desafío. En otra clase, después de un momento en que me costaba conseguir silencio en clase, me dirigí al alumno que más estaba molestando, pero, en lugar de regañarle por enésima vez, le sonreí. Y él se paró, se dirigió a los compañeros y dijo: «¿Habéis visto? La profe me quiere». ¿Es esta la chispa que salta cuando algo corresponde al propio corazón? El Papa en Washington ha dicho: «Id y abrazad en mi nombre. Id a todos los que han perdido la alegría de vivir, id a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Id a anunciar que los errores, las ilusiones engañosas, las incomprensiones, no tienen la última palabra en la vida de una persona». Esta frase me ha permitido ver que no existe situación humana, empezando por la mía, que no desee y busque ese secretum illud del que habla don Giussani. Entiendo que es posible percibir una Presencia que acontece hoy, esa misma Presencia que yo necesito volver a ver cada día. Y uno de los signos que me la hace presente ahora es el silencio que obtengo con mucha mayor facilidad que antes en mis clases.
Angélica

ALGO QUE NOS DESBORDA
El jueves pasado mi mujer y yo tuvimos la suerte, o mejor dicho la gracia, de poder asistir junto con algunos amigos de Villanueva a una cena con tres amigos de la Fraternidad San Carlos. La cena, una de tantas, por decirlo así, donde uno comparte su vida, mientras reconoce que allí se da algo extraordinario. Todo estaba cuidado en sus detalles: desde la decoración de la mesa al menú y al procurar tener una única conversación única durante la cena. Pero había “algo” más. Me estuve fijando en la atención con la que nuestros amigos sacerdotes atendían lo que decíamos cada uno de nosotros. Hablaban poco y escuchaban mucho, señal de inteligencia. Los tres estaban en uno de los lados de la mesa cuadrada, y nosotros, que éramos once repartidos en los otros tres lados. No todo fue sesudo. Hablamos de cosas que cualquier corazón desea: de la amistad y de las relaciones, de cómo afrontar la realidad, de la vida. Todo ello con bromas, risas y alegría. Otra señal de inteligencia. Personalmente, tenía una extraña sensación, como de ser desbordado por tanta humanidad. No entendía a qué se debía. Me seguía fijando en las caras de estos tres sacerdotes y en las de mis amigos. Hacia las doce de la noche y sin mucho más que decir, después de todo lo allí escuchado, un Memorare y algo de efecto puerta, nos marchamos a casa. Esa noche pude dormir poco, estaba muy impactado por algo que no acertaba a identificar. Mi mujer según me dijo, tampoco. Lo mejor vino el día después. Al despertar, comencé el día como mareado y con un gran dolor de cabeza. La sensación de haber recibido el impacto de una presencia más allá de esos tres amigos tomaba fuerza físicamente. A pesar del mareo, empecé el día de trabajo como pocas veces, con gran energía y motivación. Entonces me di cuenta de que “eso” que había visto y constatado, no podía ser más que el propio Jesus, nuestro querido Señor, que allí estuvo mirándonos a través de esas personas, comiendo con nosotros, compartiendo con nosotros la vida. Guardo en el corazón lo recibido como el regalo más grande y lo escribo para dar gloria al Señor.
Jorge, Villanueva de la Cañada / Madrid (España)

El Salvador
LO CURIOSO
Estoy lejos de mí país, de mi familia y de mis amigos, lejos también del entorno de CL en el que comencé mi experiencia en la Iglesia. Aparentemente, no tendría que estar a gusto. Pero es curioso, porque estoy contento. Me doy cuenta que aquí todo cambia, la gente que me rodea, el responsable de la comunidad y tantas cosas que hacen que la vida en este país sea distinta. Pero no me deja de sorprender que todo es distinto, pero la propuesta que hay de fondo no cambia. La circunstancia cambia, pero mi camino hacia Cristo continúa, mejor dicho, el deseo de encontrarle es más grande. Me doy cuenta de que la propuesta que nos hace don Giussani es una forma de vida que no depende de la gente que te lo propone o te acompaña, es un camino que uno puede hacer en cualquier parte del mundo. Aunque seamos tan solo ocho personas en la Escuela de comunidad, o que el ambiente en el que me desenvuelvo sea más hostil, no son un obstáculo a la hora de confirmar que la experiencia cristiana se cumple incluso a 8000 km de donde se dio mi primer encuentro.
Pedro

AMIGO PARA SIEMPRE
Un amigo muy querido ha estado a punto de morir. Ahora, al cabo de un tiempo, los médicos dicen que ya no pueden hacer nada más por él y le han mandado a casa para que pase el resto de sus días en compañía de sus familiares. Un día voy a visitarle y le pregunto: «¿Y ahora, en manos de quien crees que estás? ¿Quién sostiene tu vida? ¿Quién determina si mueres o vives? ¿Tu resistencia, tu naturaleza, La naturaleza? ¿Con quién hablabas la noche en que viste llegar la muerte y pediste que si superabas ese instante harías unas u otras cosas?». Me contesta: «Dios». Lo tiene claro. Sin embargo, él quiere saber algo más, necesita a su lado personas para las que Cristo sea algo real, alguien presente. Yo le comento que por supuesto, que ¡Dios existe! y que, además, en su enfermedad, en su dolor, cuando aparentemente uno se considera una “carga”, Dios le ha permitido vivir porque tiene una misión para él. Hasta que no cumpla esa misión no iniciará su viaje hacia el Padre. Me pregunta que ¿qué misión es esa? Ahora no lo sé pero Dios dirá. Le comento que en la larga enfermedad de mi hermana Belén se produjeron hechos inesperados, diferentes a los que podían presumirse “milagrosos”, y que, a modo de ejemplo, la persona que le atendió en sus últimos días de hospitalización, un familiar alejado de la Iglesia y de Dios, volvió a encontrar la fe a través de la enfermedad y el testimonio de mi hermana. Al día siguiente, mi amigo me comenta que «el día de ayer fue especial, estuve muy feliz y me ayudó mucho lo que me dijiste». Desde entonces le acompaño a días alternos durante la semana y los sábados. Normalmente, a las 12 dejo el despacho para ir con él, hablamos durante una hora, le acompaño mientras come y después, si es necesario, le ayudo a llegar a la cama, porque solo ya no puede. Allí nos despedimos. Se le ve “feliz”, algunas veces, asustado otras. En todas las visitas, a mi llegada, tengo la sensación de que me espera. Su cara transmite una alegre sorpresa. Aunque el dolor en su pierna derecha le atormenta, se le ve satisfecho, contento, la alegría en su cara es notable. Cuando me marcho, me mira fijamente a los ojos con una mirada limpia, transparente, profunda. Parece como si me traspasara. Es una mirada que no corresponde a su estado físico ya muy deteriorado. Me da las gracias, apoya la cabeza en la almohada y se queda tranquilo, sereno, en paz. La certeza de la presencia de Cristo le ha cambiado en sus últimos días. Hoy sábado, 24 de octubre, ha culminado su misión y ha vuelto al Padre. Dos meses intensos acompañando a un amigo me han permitido descifrar cuál era su misión. Pensé que era convertir a su esposa, a algún hijo, a su amigo Manolo. ¡Pues no! Su misión era mucho más sencilla de ver. En estos dos meses “robados” a su muerte, su misión era mi propia conversión. He percibido sobre mí una mirada, la suya, que ha despertado toda la espera de mi corazón y la posibilidad de ser yo mismo. Ahora comprendo que yo no le he acompañado a morir: ha sido él quien me ha acompañado a vivir. Gracias, amigo. Descansa en paz.
Rogelio, Tenerife (España)

FRENAR EL AVANCE DE LA NADA
Después de los atentados de París, mis compañeras de apartamento y yo nos quedamos sobrecogidas. Yo, que soy la mayor, notaba tal clima de miedo y aprensión que una noche, con una amiga de Ciencias Políticas, intentamos explicar a las demás lo que estaba sucediendo en Oriente Medio, improvisando incluso “estrategias militares” para entender cómo poder combatir concretamente contra los terroristas. Pero era evidente que nada de eso bastaba, no me fui a la cama contenta. No dejaba de preguntarme: ¿basta con hablar?, ¿qué resolvemos así? Mi mayor compañero era el silencio. El jueves por la noche sucedió algo que lo aclaró todo. Estábamos cenando y de pronto llamaron a la puerta. Vivimos en un cuarto piso sin ascensor y no esperábamos a nadie, así que nos miramos preguntándonos quién podía ser. Cuando una de nosotras abrió la puerta vimos aparecer a un sacerdote que venía a bendecir la casa. Nos levantamos de un salto, dejando caer los cubiertos, y salimos corriendo a recibirle. Él nos miró conmovido. Nos dijo que después de un edificio entero de puertas cerradas con gente que le rechazaba, recibir una acogida como la nuestra era un regalo de Dios. Empezó a hacernos un montón de preguntas: «¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué estudiáis?... Ah, ¿estás haciendo la tesis?, ¿sobre qué?». Y a cada respuesta replicaba con más preguntas, y así empezamos a hablar. Venía con él una chica que le estaba acompañando en su visita por las casas. Entró en silencio y en un primer momento se quedó a un lado. Luego ella también empezó a preguntar. En un momento dado el cura nos preguntó si pertenecíamos a algún movimiento y cuando le dijimos que éramos de CL ella se sorprendió. Nos contó que estudiaba en la Universidad Católica y que no tiene gran simpatía hacia el movimiento. Pero a pesar de los prejuicios y las experiencias pasadas, se sentó con nosotras y allí estuvo media hora, junto al sacerdote, que no dejaba de repetir que tenía que irse a cenar con su madre pero que permanecía como pegado a la silla. ­Cuando se fueron, nos pidieron el número de teléfono para volver a quedar otro día. Y ella nos invitó a ir juntas a misa y quedar a comer. Mientras fregaba los platos, hablé con la chica de Políticas y le dije: «Creo que esta es la forma concreta que nosotras tenemos para derrotar al Isis. Lo que nosotras podemos hacer no es entender el envío de misiles, sino vivir. Y viviendo, encontrarnos con aquellos que el buen Dios nos pone delante». En aquel momento, en ese apartamento de Milán, nosotras estábamos contribuyendo a frenar el avance de la nada y del mal que están invadiendo este mundo. Sin sermones, sin grandes palabras, sino saliendo al encuentro del corazón abierto y lleno de curiosidad de aquellos que el buen Dios nos ponía delante. Eso es lo que necesita este mundo, lo que busca el mundo es esta forma de vivir, es lo que desea, aunque no lo sepa. Seis chicas de veinte años que viven así son «algo de otro mundo, en este mundo».
Francesca, Milán (Italia)