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Huellas N.11, Diciembre 2015

TESTIMONIO

Joshua es libre

Luca Fiore

Una vida partida en dos a los veinticinco años. Desde entonces ha pasado 18 años en la cárcel. JOSHUA STANCIL, ex DJ de Carolina del Norte, vuelve a un mundo en el que todo ha cambiado. Al igual que su vida, desde que cedió ante el rostro de la misericordia

Lo primero que hizo al salir después de dieciocho años de cárcel fue ir a abrazar a su madre. De camino a su pueblo, Asheboro, en Carolina del Norte, todavía en el coche de la policía carcelaria, se dio cuenta de que el mundo ya no era como en 1996. En el semáforo, miró alrededor y todos los que esperaban que el disco se abriera, en los coches y en la acera, tenían la mirada fija en un smartphone. «Cuando entré en prisión estos artilugios no existían». América ha cambiado de verdad. El 11 de septiembre, la guerra en Afganistán, la invasión de Iraq... Pero también Twitter y Facebook, Lady Gaga y Miley Cyrus.
Joshua Stancil, 44 años, tampoco es el de antes. Porque su liberación aconteció mucho antes de su excarcelación. Fue uno de los protagonistas de la exposición del Meeting de Rímini sobre la experiencia de libertad que se puede vivir en la cárcel. En estos días irá contando su historia en varios centros culturales europeos. Todo empezó con una página de un libro que leyó por casualidad. Y con una visita inesperada.
La vida de Joshua se partió en dos cuando tenía 25 años. Entonces trabajaba como DJ en una de las radios más importantes de Carolina del Norte, la Wksa, de Greensboro. «Pinchaba los discos, soltaba mis bromas, lo que se hace para entretener a la gente. Me había hecho famoso, la gente me reconocía por la calle. Lo que nosotros aquí llamamos a big fish in a small pond (un pez gordo en un charco pequeño), pues Greensboro no es Nueva York. Pero el éxito se me subió a la cabeza y empecé a pensar que las reglas que valen para todos ya no valían para mí». Para un DJ, el éxito significa también gustar a las chicas. Solo que el Estado de Carolina del Norte acababa de aprobar una ley que subía la edad mínima, por la que es punible penalmente la relación entre un mayor de edad y una menor. A Joshua se le declaró culpable: 18 años de cárcel.

Aquella noche en silencio. «Cuatro años antes me había hecho católico. De una manera un tanto curiosa. Mi familia no era religiosa. Durante un tiempo frecuentamos la iglesia metodista porque mi hermano quería recibir el Bautismo, luego nada. Yo era agnóstico». Más tarde, en el college, se encuentra con un compañero de piso protestante, muy religioso y muy anti-católico. «Pasábamos las tardes hablando de filosofía, política y religión. Un día me dijo: “Los católicos irán ciertamente al infierno, pero una cosa sí saben hacer: construir iglesias”». Una noche, fueron juntos a ver la Basílica de Saint Lawrence, una iglesia neo-románica construida en el siglo XIX. Iluminación muy dramática, un enorme crucifijo que cuelga del techo. Son las once y la iglesia está abierta para la adoración eucarística nocturna. «De la oscuridad sale un cura y nos saluda diciendo: “God bless you”, que nosotros solemos decir por costumbre, sin pensarlo. Él en cambio parecía que se lo creía de verdad». Los dos amigos salen de la iglesia a medianoche. Van a comer donuts y a tomar un café. «Estábamos tocados por la belleza del lugar y por el encuentro con ese hombre. Nos sentamos y pasamos el resto de la noche en silencio. Algún mes después fui a ver a ese sacerdote para decirle que quería hacerme católico».
Cuando ingresas en la cárcel, explica Joshua, o pierdes la fe o te conviertes en un fundamentalista: «A mí no me pasó ni lo uno ni lo otro. Mi vida cambió el 29 de diciembre de 2002, cuando Elisabetta y Tobías fueron a verme». No los había buscado él. Porque él no buscaba a nadie. Algunos meses antes había leído un pasaje de un texto de don Giussani reproducido en la revista católica Magnificat. Se trataba de una página tomada del libro Por qué la Iglesia: «La Iglesia primitiva, por lo tanto, no se considera ciertamente un lugar de gente perfecta». Esa página supone un alivio para él. Trata de averiguar si existe algún libro de Giussani traducido al inglés. Se le envían algunos números de Traces (la edición norteamericana de Huellas) y los tomos del Curso básico de cristianismo.
Luego, al cabo de unas semanas, recibe una carta de Elisabetta, por entonces secretaria de CL en EEUU: le pregunta si puede ir a verle a la cárcel con Tobías. «Yo le había pedido libros. No me interesaba saber qué era CL o conocer personas nuevas», explica Stancil: «Le contesté que sí, porque lo contrario hubiera sido descortés. Pensaba que vendrían para cumplir con alguna tarea de apostolado o para hacer una buena acción. Fue un encuentro precioso. Elisabetta vino en seguida a besarme y abrazarme. Estaban muy tranquilos, aunque era la primera vez que visitaban una cárcel. Me quedé extrañamente feliz, pero creía que no los volvería a ver». En cambio, los encuentros siguieron. La amistad se extendió a otros amigos de Elisabetta y Tobías. «Viajaban 4, 8, incluso 10 horas en coche para venir a verme. Yo me alegraba, pero lo consideraba solo una forma de voluntariado. Y para mis adentros pensaba: “No durará”». En 2009 Joshua pasó por una fuerte crisis personal. La vida en la cárcel es muy dura y él empezó a poner todo en discusión. «Pensé que a estas alturas dejarían de ocuparse de mí, pero no fue así. Siguieron estando a mi lado. Entonces intuí que yo realmente tenía algo que ver con lo que hacían. Se interesaban de verdad por mí, no por tener un preso a quien visitar, no porque querían demostrar su generosidad conmigo. Había algo que nos unía realmente. En un momento determinado, tuve que admitirlo. Sus rostros eran el modo en que Cristo había querido mostrarme su misericordia».

«¿Por qué te ríes?». En estos meses Joshua ha leído las palabras que el Papa Francisco dirigió a CL el 7 de marzo: «El lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo hacia mi pecado». De primeras, dice, le pareció solo una frase muy bonita, sugestiva. «Luego entendí que describía la experiencia que he tenido yo en la cárcel. A través de estos amigos, la caricia de la misericordia de Cristo me ha alcanzado. Es algo que no he merecido. Durante 14 años han sido fieles y yo no había hecho nada para ganarme su confianza. Para mí, el rostro de la misericordia han sido sus rostros».
Hoy Joshua es un hombre libre, aunque en sus cartas escritas en estos años ha demostrado ser libre desde hace tiempo. Se dieron cuenta sus compañeros. «¿Por qué te ríes? ¿Te has chutado?», preguntaban. «En la cárcel las personas se quejan continuamente. La comida es mala, los compañeros son malos, los vigilantes son malos. Todo es negativo. Si no te quejas das la nota. Figúrate si se te ocurre decir algo positivo. Yo aprendí de mis amigos del movimiento a ver lo positivo. Ellos tenían una particular levedad. Ellos también tenían sus problemas, pero estaba claro que en su vida dominaba otra cosa. Ya desde la primera visita se abrió camino en mí esta percepción».
En la cárcel se hacen las cuentas con el sentido de culpabilidad. Pero el de Joshua era muy especial: «Me preguntaba si era justo que estuviera tan feliz después del mal que había hecho, de todas las personas que había defraudado. Una vez lo comenté con Teresa, Mary Ellen y Michel, las memores de la casa de Washington. Y Michel me dijo: “Pero Jesús lo redime todo”. Jamás olvidaré esa respuesta. ¿Tiene algún sentido que Dios desee que yo sea infeliz toda mi vida? No. Es Jesús quien salva también a las personas que yo herí y defraudé».
Y para un hombre que ya es libre es más fácil volver de nuevo a la vida fuera de la cárcel. Los psicólogos del centro penitenciario le dicen: «Ten cuidado, porque ahora cuesta reinsertarse». Muchos empiezan a beber y basta un instante, basta una pelea, para volver al trullo. «Gracias por vuestros consejos, pero no temáis. En los últimos 14 años no he estado solo. Si no fuera así, debería estar más preocupado».
¿Cómo se reinventa la vida de un ex DJ y ex preso? «Me apunté a la universidad que había dejado para trabajar en la radio. Para mí es muy importante. Me gustaría llegar a ser profesor para trabajar con los presos. Quisiera restituir algo de lo que yo he recibido. De todas formas, haga lo que haga, quiero que tenga un significado. Quiero ser serio con la vida, como los amigos que he conocido. Ellos saben por qué viven, saben qué es lo que llena sus días. Lo cual no significa que no disfruten de la vida cuando se toman en compañía una buena hamburguesa». No todas las heridas están cicatrizadas. El pasado todavía está allí. Su hermano, por ejemplo, sigue sin dirigirle la palabra. «Nunca se ha equivocado gravemente en su vida. Pero quizás tampoco ha tenido la experiencia de lo que significa ser perdonado». Joshua cita a don Giussani: «El perdón es lo más difícil de aceptar, porque supone aceptar que otro corte de raíz nuestra presunción». Y añade: «Yo lo sé muy bien, porque durante mucho tiempo me he resistido. Pero cuando por fin cedí, fue una verdadera experiencia de liberación. Fui libre. En ese momento, cuando cedes, comprendes que eres amado de verdad».