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Huellas N.10, Noviembre 2015

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

UNA VEZ MÁS, SIN PALABRAS
Este verano ha sido increíble. He visto cosas increíbles, he crecido mucho y me he dado cuenta de que esto va a más, al contrario de las cosas de la vida que suelen ir a menos. Cristo se ha convertido realmente en mi centro afectivo. Empiezo por el campamento de Picos de Europa. He podido verificar la propuesta cristiana a través de personas que acababa de conocer. En tan solo dos días, ya me contaban su testimonio y yo el mío. Se estableció una amistad mucho más verdadera que con tantos amigos que conozco desde hace quince años, y esto sencillamente porque tenemos en común el mismo camino. Después de Picos, fui a un campamento militar en Alicante al que no tenía muchas ganas de ir. Allí todo era diferente, pero en esa diferencia puede darse también el encuentro con Cristo. El último día, los chicos se iban llorando a su casa, porque decían: «Ya se acaba, ahora toca volver a lo de siempre y no volveremos a ver a estos amigos». En cambio, en Picos nos íbamos felices porque sabíamos que estas amistades son para siempre y que lo mejor que ha sucedido en Picos sigue sucediendo aquí y ahora. Luego pude ir a las vacaciones de los adultos de CL en Masella. La verdad es que los primeros días estaba un poco desanimado, pero una vez más me quedé sin palabras ante lo que aconteció. El tercer día se me cayeron todos los esquemas: primero los juegos que fueron tan divertidos que me obligaron a pensar en el ciento por uno que nos promete el Señor; luego una conversación con Rose, su mirada y su presencia. Ella me hacía presente a Cristo. En la cena, me senté con Pepe Marqués, un hombre que había dado su testimonio hace dos años y que me había impactado. Me contó que este año había sido el peor de su vida y, sin embargo, el más feliz. ¿Cómo es posible? Me dijo que la compañía, que es Cristo mismo, le ha sostenido literalmente. Esa cena fue un auténtico milagro. Por la noche, hubo un acto sobre los cristianos perseguidos, que nos dirigen un mensaje: ¡despertad! Y es verdad, con qué intensidad están viviendo ellos su fe, mientras aquí en Europa estamos dormidos. Al final del acto cantamos Reina de la Paz, una canción que ha marcado mucho mi historia. Me hizo recordar toda mi vida y, al ver el milagro de ese día, rompí a llorar.
Javier, Tenerife (España)

LA CERTEZA DE JAHIR
Hace unos meses, a pesar de que le hubieran diagnosticado un cáncer, todo iba por buen camino en la salud de mi amigo y compañero de casa, Jahir. Pero, la semana pasada, le desahuciaron. A los pocos días, falleció en su ciudad. Fue un camino lleno de drama para él, para su familia y para nosotros, que compartimos con él el día a día con el deseo de construir un mundo mejor, estudiando nuestras carreras profesionales. Deseo que compartimos los treinta y tres universitarios que vivimos juntos, pues nos desplazamos desde nuestros pueblos hacia Bogotá para poder estudiar. Treinta y tres compañeros que fuimos testigos del dolor y del drama de Jahir. Pero que también fuimos testigos de su camino, a partir de la amistad verdadera que surgió. Cuando supo el origen de sus dolores físicos, Jahir regresó a su pueblo natal para atender mejor su enfermedad; y ya no era obvio que nos pudiéramos volver a ver. Cada vez que nos visitaba yo no podía dejar de mirarlo a la cara sin preguntarle por el don de su vida. Nuestros diálogos estaban llenos de preguntas y deseos de profundizar en lo que Dios le pedía a través de la prueba. Así le escribía en una de mis primeras cartas: «Jahir, aunque suene irónico para usted, si lo aprecio, debo hablarle con verdad. Dios permite esta enfermedad para que descubras qué es lo que realmente “te basta” para ser feliz». Así, creció una amistad verdadera e intensa a partir del deseo de entender el sentido de la vida, un don que ya no podíamos dar por descontado los dos. Y lo que se hizo evidente en él es que estaba siendo abrazado, estaba experimentado la caricia de la misericordia de Cristo, una caricia que experimentó hasta sus últimos días, tal como me lo hizo saber en una carta que me envió dos días antes de su muerte: «Estaré orando por cada uno. Gracias por vuestras bellas palabras. “Ya morí una vez” [se refiere al momento en que supo de su enfermedad] y Dios me devolvió la vida. Por ese simple hecho, puedo vivir cada día como si fuese el último. El de arriba sabe cómo hacer las cosas, Dios les bendiga. Nos veremos pronto». Jahir estaba frente a una Presencia que le daba certeza, una esperanza que sólo puede venir de Cristo presente: ante los médicos que le desahuciaban era imposible que mantuviera en pie por una idea vaga o un intento meramente humano. Jahir me permitió ser testigo, a través de sus mensajes por chat, de que Otro le daba la certeza de que su vida, y por consiguiente su drama, tenía sentido porque era la forma de dejarse amar, de decirle sí a ese Otro que sabe «cómo hacer las cosas». Pude acompañar a mis amigos de la casa, que estaban destrozados por las noticias que llegaban de Paipa, su tierra querida. Dado que para él la enfermedad y el dolor no fueron la última palabra, pude leerles lo que me escribía constantemente. El mayor bien que Jahir nos ha dejado es su sí, lleno de alegría y certeza, el sí a Uno que lo abrazó hasta el último momento.
Davian, Bogotá (Colombia)

En Tucumán con Carlos Podazza
DONARSE AL MUNDO A TRAVÉS DE LO QUE AMAMOS
Soy profesora de Lengua y Literatura y, junto a mis grandes amigos de años, cantamos en un grupo llamado Sud Terra, con el fin de recaudar fondos para el tratamiento de fibrosis quística de un pequeño amigo llamado Juanito. En marzo de este año debí interrumpir todo por hacerme una cirugía tibial que me tuvo seis meses en recuperación. No se me ahorró ningún dolor, ni preguntas, ni impotencia por no estar junto a los alumnos, por no cantar, por no realizar lo que, en mis imágenes, era la seguridad de la vida. Lo más hermoso de estos seis meses en los que aprendí nuevamente a caminar –literalmente– es que ha surgido en mí la conciencia de ser iglesia allí donde estoy, en las circunstancias que me tocan. Se ha avivado mucho en mí el deseo, la necesidad de que mi vida sea útil. Los amigos me sostuvieron con ternura y me recordaron que la respuesta a este deseo ¡existe! y permite afrontar todo con una última serenidad. Cuando estuve mejor y pude dejar el bastón, recibí una invitación para ir a un Congreso de Educación en Tucumán. Para quienes amamos el canto latinoamericano, el nombre de esta ciudad suena como una fiesta, un lugar de canto, de luna, de montaña y amistad. Contacté de inmediato con Raquel, de la comunidad local de CL, con quien apenas nos habíamos saludado una vez. Y pensé atrevidamente que sería hermoso conocer a Carlos Podazza, reconocido músico tucumano, maestro de generaciones, compositor y gran guitarrista. Escribí a los dos. Las respuestas de Raquel y Carlos fueron las mismas: la alegría de la espera y la acogida generosa hacia alguien como yo, de quien sabían poco o nada. Cuando llegué a Tucumán, Raquel me acogió en su casa y compartió conmigo sus amigos, sus lugares amados y su hermosa ciudad. Desde el aeropuerto partimos a la montaña, donde me sentí parte de una amistad de siempre: el canto, la alegría, el afecto, mostraban una familiaridad sin distancia ni cálculos. Al regresar a la ciudad, Raquel me acompañó a conocer a Carlos a su centro cultural. Llegamos a un lugar abierto, donde cualquiera es bienvenido. Nadie nos preguntó nada, simplemente nos hicieron pasar, entre ensayos de jóvenes que tocaban diversos instrumentos. En unos minutos llegó Carlos, con la guitarra al hombro y la cara sonriente. Lo primero que me impresionó fue que él quiso contarnos sobre su vida, sus inquietudes, su amor por la música, su historia personal. Comenzamos a cantar canciones que ambos sabíamos. En torno a un café, Carlos compartía su música y su talento con la humildad de quien se dona al mundo a través de lo que ama. Preguntaba por Juanito, por nuestra música, por la amistad que ha nacido en su entorno, y mandó para él la hermosa música que ha compuesto. ¡Ya éramos amigos! Intentamos hacer juntos un tango, con la gran desproporción entre quien lo lleva en la sangre y quien intenta sumarse a esa intensidad. Carlos llamó a su esposa Patricia, para que nos hiciera escuchar un tango de verdad. Cuando ellos cantan juntos, el lugar se llena de una gran fuerza. Patricia tiene una voz firme, hermosa y apasionada, y unos ojos claros e intensos. «¡Qué bella es tu esposa!», le dije. Él se sorprendió, y me respondió que su vida como músico no ha sido fácil, que esta gran mujer lo ha acompañado y perdonado siempre. La familiaridad de este diálogo era sorprendente. Les agradecí su generosidad, pero Carlos me dijo: «No quiero que te vayas sin conocer a mi nieta». Llegó entonces Valentina, con su cabello largo y su inmensa sonrisa inocente. Comenzaron un canto que era además un diálogo en que se reían, y mirándose compartían una historia. No fui capaz de seguir la letra, porque los ojos de Carlos estaban tan llenos de devoción y amor por esta niña, que no pude evitar el llanto. Hasta el final de la canción, no paré de llorar. Cuando él se dio cuenta, se emocionó también y quedamos todos en silencio. Nos despedimos agradeciéndonos mutuamente esta nueva amistad y me fui junto a Raquel. Esa noche teníamos una cena con amigos y, mientras conversábamos, me llegó un mensaje de Carlos que decía: «Paula, me ha conmovido tu emoción, y agradezco a Dios esta ternura, este regalo de la vida». Me di cuenta entonces de que realmente nos habíamos conocido. Que no somos la suma de tantas vivencias difíciles, dolorosas o confusas que cada uno lleva consigo: somos esos ojos que se conmueven, somos esa ternura perdonada y rescatada por una Belleza nueva. Los amigos organizaron un recital en que Carlos cantó con su esposa, con su nuera y, por supuesto, con Valentina. Generosamente, me invitaron a cantar con ellos. La amistad con Carlos y con toda la comunidad de Tucumán me han hecho despertar y volver a mirarme con un amor nuevo y conmovido por existir. «Me han regalado un diamante, y no sé qué hacer con tanta luz», dice una canción que cantamos juntos esa noche, y que resume la sorpresa de la amistad imprevista y gratuita. Deseo no perder nunca cada uno de esos rostros que han vuelto a despertar mi corazón.
Paula Giovanetti, Santiago de Chile

ESOS TRES CHICOS CON DISCAPACIDAD…
Acabo de llegar de Encuentros Villavicencio. Me conmueve ver como el Señor se nos presenta, nos visita y desea el bien para cada uno. Hace algún tiempo, pasé por una crisis, que va y vuelve. Cada vez tengo más claro que no estoy a la altura de los acontecimientos e incluso que tengo miedo de mi libertad. Llegué a al evento con una incertidumbre grande, pero nuevamente experimenté la “compañía de Cristo” que hace nuevas todas las cosas. El segundo día de festival hubo una conversación con tres jóvenes con diferentes tipos de discapacidad cerebral. El primero, José Luis, un muchacho con parálisis cerebral provocada por haber sido atendido mal en su parto. Lo acompañaba una mujer (que además no era ni familiar suya) que dijo que desde que lo vio lo quiso; dijo que ella no sabría explicar por qué es así, que simplemente fue así, lo amó y ya está. ¡La preferencia del Señor es así de gratuita! Al igual que José Luis, yo no puedo nada, como él casi no puedo hablar, pero que soy preferido por Otro. El segundo caso, una mujer con dos hijas con una forma de autismo, hijas de un matrimonio cuyo padre fue asesinado por los paramilitares. La mamá lo contó llorando. Por supuesto, este dolor está y creo que estará toda la vida, sin embargo, y aunque sea difícil de explicar, era absolutamente conmovedor ver como la certeza del amor de Cristo crecía no obstante el dolor y la crisis. Esta mujer puede mirar a sus hijas y su realidad sin reducirla, comunica con su voz quebrada una ternura que es puro amor. Yo quiero tener esta mirada sobre la realidad. ¡Yo necesito vivir así! El tercer caso, un niño con síndrome de Down que es un ángel, se llama Daniel. Su simpatía y la verdad de sus padres ciertos y agradecidos a Dios por la condición de Daniel me gritaban en el corazón que todo tiene sentido. Para ellos la vida es un ahora que forma parte de la eternidad. Así, hoy llegué a Bogotá con el corazón hinchado y la necesidad de conversión. Aunque me da miedo mi libertad, tengo la certeza de que Él siempre sale a mi encuentro de la manera menos pensada y tal vez a través de los más “inadecuados”. Entendí que el sacrificio consiste en hacer sagrado cada momento de la realidad como han testimoniado estos “discapacitados”. Pido que Él permanezca en mi mirada.
Lucho, Bogotá (Colombia)

¿QUIÉN SOY YO PARA QUE TE ACUERDES DE MÍ?
Después de quedar con una amiga, memor Domini, una chica escribe este correo.
¿Quién soy yo, Señor, para que te acuerdes de mí? Con estas palabras me despedía en silencio mientras te veía bajar por la rampa del parking. ¿Quién eres, amiga? ¿Quién eres que no puedo contigo? ¿Quién eres tú que provocas este silencio en mí? ¿Quién eres tú que traes esta quietud a mi alma? ¿Quién eres tú para mostrar la eternidad con ese descaro y ponerme delante de ella con esta facilidad? ¿Quién eres para traer a mi aquello que siempre he esperado? ¿Quién eres tú que con tu presencia despejas todas las oscuridades y limpias mis ojos de un soplido? ¿Quién eres tú que traes esa luz que todo lo alumbra? ¿Quién eres tú para condensar tanta belleza en un instante y ponerla delante de mí? Me dijiste: «No nos preocupemos de lo que decimos, sino de lo que somos». Y yo me preguntaba quién eres tú y la única respuesta es: una niña, una niña que porta Su mirada, porta Su corazón, porta Su innegable presencia, porta Su esperanza, porta Su cielo porque eres y vives niña, una pureza que me hace arrodillarme, que me conmueve el alma y me hace sentir un pudor inaudito, una niña que sólo discierne la verdad, la humanidad del ser. Me basta con mirarte a los ojos para ser yo. Es tal mi estupor y agradecimiento que enmudezco. Solo cabe el silencio.
Carta firmada

¿QUÉ PUEDE VENCER A LAS BOMBAS Y A LA MUERTE?
Ha pasado ya un mes desde que regresé a Damasco, y ahora trataré de contaros como vivo en esta ciudad. Más concretamente, os hablaré de nuestra vida, de nuestra única vida en Dios. Al principio me resultó muy difícil: tenía que enfrentarme a muchos desafíos, a muchos peligros. Tenía que poner a salvo a mi familia y hacerme con lo necesario para vivir: agua, artículos de primera necesidad, medicinas. Y así empezó mi batalla contra el mal, en la que Jesús me ha acompañado en todo momento. Todas las mañanas, cuando me despierto, abro los ojos y miro el icono de Jesús que tengo frente a mi cama. Antes de salir de entre las sábanas, le pido que me dé la fuerza del Espíritu Santo para poder terminar el día sin peligro. Después le pido por mis hijos, para que pueda volver a verlos. Cuando se van al colegio escucho el ruido de los proyectiles, de los misiles, y me quedo paralizado, mi corazón empieza a latir con fuerza y me sumerjo en la oscuridad. Pero de pronto, vuelvo a fijarme en el icono de Jesús y el terror pasa. Verdaderamente siento su mano apoyada en mí y escucho su voz que me dice: «No tengas miedo, sé fuerte, Yo estoy contigo». Salgo de casa y me monto en el coche para ir al hospital. A mi alrededor se escuchan fuertes explosiones. Antes de arrancar miro la cruz que cuelga del retrovisor y le pido a Cristo que me guarde, a mí y mi familia. Por el camino veo niños que van al colegio. Se ríen y bromean alegremente, sin prestar atención a las explosiones y yo empiezo a reírme con ellos. El camino a mi trabajo pasa por un barrio controlado por los terroristas. Es uno de los límites del peligro, pero la cruz que tengo frente a mí me da las fuerzas y la esperanza. Recuerdo los rostros de mis hermanos en Rusia: su voz, sus ojos que hablan, sus sonrisas me sostienen en estos duros momentos y me recuerdan la presencia de Jesús.
En el hospital recibo a los pacientes: hay que buscar el modo de ayudarles sin medicamentos, porque no tenemos suficientes. Yo trato de hablar con ellos en una lengua común que aprendí en Rusia. No es el ruso, no, es la lengua del amor, la lengua de Jesús. Un día, estaba en casa con mi familia hablando por skype con mis hermanas de la casa de Memores Domini de Moscú. De pronto, escuchamos una fuerte explosión: había estallado una bomba a quinientos metros de nuestra casa. Y después otras más. Mi mujer y mis hijos tenían mucho miedo, pero seguimos hablando con mis hermanas y mis hijos les pidieron que les mandaran unas canicas. Incluso en una situación así, yo no sentí miedo y me sentía a salvo. Por alguna razón estaba seguro de que la fuerza de la vida vence a las bombas y a la muerte. Para mi asombro, diez minutos después de que cesara el rumor de las bombas, mis vecinos empezaron de nuevo a accionar las bombas (de agua) para conseguir agua (llevábamos cinco días sin ella). Todos estaban animados y habían apartado ya el terror de las explosiones, ¡y mis hijos pedían canicas! Vivir en Siria es realmente difícil, aterrador, pero cuando veo los ojos llenos de fe y de esperanza de la gente que me rodea recibo la fuerza para sobrellevar todas las dificultades.
Suleiman, Damasco (Siria)

Primer Encuentro Asunción
“DE MI VIDA A LA DEL SEÑOR CARLOS”
Con el lema “Un corazón libre. Un pueblo vivo”, el pasado viernes 9 y sábado 10 de octubre, se celebró la primera edición del Encuentro Asunción. Colaboré en la organización del evento y me pidieron que compartiera la impresión que causó en el pueblo paraguayo la visita del Papa Francisco en el mes de julio, planteando sus palabras y sus propuestas como desafío para la agenda de acción de todos y cada uno de los paraguayos. A pesar de la llovizna permanente que cayó sobre Asunción durante esos dos días, la respuesta de la gente que acudió al evento, de los ponentes y de los voluntarios invitados a colaborar en la preparación, fue algo asombrosamente bello. El sábado 10 llegué al lugar del evento a las 17:00 h para ultimar los detalles de la velada. Me acerqué al portero del local a pedir que abriera el depósito del salón donde estaba la muestra sobre la vida de don Gius para sacar algún material que habíamos guardado la noche anterior. Mientras me ayudaba a sacarlo, me sorprendió con una pregunta: «Señora, ¿esto se encuentra en algún libro?». Dos veces le pedí que me aclarara a qué se refería pues no entendía su pregunta. Me señaló los paneles colgados por las paredes: «Lo que está aquí, señora, ¿está en algún libro o revista? Estuve leyéndolo y me parece muy interesante y me gustaría instruirme». Le expliqué que hay varios libros que reflejan la experiencia de don Giussani, que los paneles están colgados en internet y que la historia de este sacerdote italiano ayuda a mucha gente a caminar en la fe. Pedí a los chicos del CLU que estaban arreglando los paneles de otra exposición sobre la libertad, que con el viento se habían movido, que le acompañaran a hacer el recorrido de ambas exposiciones. Luego ya le perdí de vista, pues tenía que ocuparme de los detalles de las conferencias que arrancaban a las 18:00 h. El martes siguiente, llamé al local a preguntar por el nombre del portero que estuvo el sábado por la tarde. Me preguntaron si había habido algún inconveniente y les respondí que absolutamente nada, pero que tenía que entregarle algunos documentos. Me indicaron que llamara a las 13:30 h y me dieron su nombre, Carlos. Llamé a la hora indicada y pedí hablar con el señor Carlos, de portería. Me hice conocer y le recordé que él me había pedido algunos materiales, entonces quería saber su horario de trabajo para acercarle los materiales. «¿En serio me dices, señora? ¿Me los vas a poder traer? Gracias…». Providencialmente, tenía conmigo dos números de Huellas e imprimí los paneles de la muestra “De mi vida a la vuestra”. Al salir de la oficina, pasé por el local y busqué al señor Carlos. Le entregué los materiales, le expliqué qué es la revista Huellas, le di la impresión de la muestra sobre don Giussani y un material editado por la Parroquia San Rafael bajo la dirección del P. Javier de Haro, con los discursos del Papa durante su visita al Paraguay. A medida que le entregaba los materiales, se le iluminaban más los ojos y me repetía: «¡Qué bueno, qué interesante todo!». Me despedí de él, diciéndole que esperaba que los materiales pudieran ayudarle y que le iría llevando otros más adelante. «Señora, demasiado te agradezco, ¿cuánto te debo? Nunca trajeron aquí esta clase de cosas». Toda la tensión y las carreras de la preparación del evento valieron la pena por la pregunta que me hizo el señor Carlos y por su mirada agradecida. La fórmula: propuesta-aceptación-seguimiento por la que el Señor nos llama en nuestra vida cotidiana, funciona siempre, ya desde los tiempos de Abrahán.
Milagros, Asunción (Paraguay)