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Huellas N.7, Julio/Agosto 2015

EDITORIAL

La pregunta de fondo

En el corazón de la encíclica Laudato si’ se encuentra una pregunta fundamental, entre las múltiples cuestiones que aborda el Papa Francisco: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?». No se trata de una pregunta que se refiere solo al ambiente, explica el Papa, «porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes».
Si esta pregunta «se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra? (…) Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra».

Vivimos semanas intensas, a la sombra de hondas preocupaciones que nos interpelan a todos (el yihadismo, la persecución de los cristianos, la radicalización del escenario político, la crisis griega). El debate sobre los fundamentos de la vida social, en primer lugar la familia, sigue en primer plano. Así como el papel de Europa y los llamados “nuevos derechos”. Ciertas evidencias elementales que, hasta hace un tiempo, eran un patrimonio compartido por personas con distintas visiones de la vida, vacilan cada vez más. Sin embargo, en ese paso de la encíclica, el Papa señala una cuestión dramática de la que nadie puede evadirse: «¿Para qué trabajamos y luchamos?». ¿Qué ayuda podemos aportar al mundo, a nosotros mismos y a nuestros hijos?

La primera reacción puede ser limitarse al hacer: analizar, tomar iniciativas, obrar. Por supuesto, todo esto es necesario, pero no bastaría. Necesitamos una perspectiva más aguda, más profunda.
En estos días muchos han podido ver el vídeo de la entrevista a una niña de diez años de Qaraqosh (Iraq), refugiada en Siria tras la llegada del Isis. Se llama Myriam. Lo ha perdido todo, la casa, la escuela, los amigos. No puede hacer nada, pero tiene una fe que lo cambia todo. ¿Los terroristas? «Le pido a Dios que les cambie y les perdone». ¿Volver a casa? «Si Dios quiere. Él sabe lo que es bueno para nosotros». ¿El dolor? «Aunque aquí estamos sufriendo, Él nos da lo que necesitamos en cada momento». Y lo dice sonriendo, más aún, pidiendo y cantando.
Mirar a esta niña nos ayuda a responder a las preguntas del Papa. Verla (el vídeo está en YouTube), preguntarse de dónde viene una fe así, qué es lo que genera un yo de este tipo (¡con tan solo diez años!), que puede sonreír y no desesperar en una situación extrema como la suya, nos permite comprender para qué estamos los cristianos en el mundo.

También en este Huellas os ofrecemos algún testimonio al respecto, desde Alepo, un hospital de Londres o los claustros universitarios. Son hechos que, en su sencillez, muestran qué es el cristianismo y qué aporta en medio de un mundo que se derrumba. En suma, hechos que dicen «para qué nos necesita esta tierra»: para poder volver a levantarse siempre, para volver a empezar.