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Huellas N.6, Junio 2015

ORIENTE MEDIO

Custodiar el corazón en tiempos de guerra

a cargo de Costantino Esposito

Siria, la vida de los mártires de hoy y nuestra contribución, mirados con ojos «redimidos». Publicamos a continuación amplios extractos de un encuentro con el padre PIERBATTISTA PIZZABALLA, custodio de Tierra Santa

En los pueblos sirios amenazados por el Isis, la fe de los cristianos, que «son simples campesinos, pero saben muy bien quiénes son y lo viven». La carga de dolor que ha sacudido a todas las familias, sin excepción. Las bombas que no dejan de destruir asu paso. El papel de la religión. Y lo que todo eso suscita en él. El padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, al poco tiempo de volver de Alepo, intervino en el Centro Cultural de Bari el pasado 28 de abril, en un acto titulado “Una mirada redimida. Testigos de esperanza en escenarios de guerra”. Os proponemos algunas de sus respuestas.

Después de cuatro años de guerra y de muerte, hoy en Siria hay 10 millones de refugiados. ¿Cuál es la situación a nivel humanitario y cómo tratan de paliarla los que siguen allí?
La situación es absolutamente dramática. Siria ahora está dividida en tres zonas, no políticas sino de guerra. La parte noroccidental, la gubernatura de Tartus, es de mayoría alauita y está bastante tranquila. El resto del norte está bajo control de los rebeldes: divididos entre Jabhat al-Nusra, que sería Al Qaeda, y el Isis, el Estado islámico. El sur es como la piel de un leopardo, con manchas: en unas zonas el gobierno de Bashar al Assad, en otras la oposición. Vamos a detallar más la situación. En Siria las comunicaciones y las calles están cortadas. Las principales vías de comunicación están en manos de los rebeldes, las grandes ciudades, por ejemplo, tienen un único acceso. En las zonas controladas por Assad, hay electricidad unas seis horas al día. En el resto, cero. Alepo está totalmente sin agua. El único modo de conseguirla son los pozos privados pero, sin electricidad para sacarla, hacen falta generadores. El gasóleo es muy difícil de encontrar y es carísimo. Este año el invierno ha sido largo y duro, os lo podéis imaginar… Faltan las materias primas: falta todo. Y sobre todo caen las bombas. No sabes quién las lanza, por qué se disparan unos y otros, sales y no sabes si podrás volver. Aunque a salvo no estás nunca, porque también caen sobre las casas. Continuamente, día y noche. Empiezan al ponerse el sol y cada cinco, seis minutos, cae una bomba. En Alepo, que cuenta con una consistente presencia cristiana, la mayoría de las iglesias han sido destruidas, y también algunas mezquitas.

¿Qué se puede hacer frente a todo esto?
Yo estaba allí cuando cayeron las bombas en algunos barrios populares de cristianos armenios. Celebrando los funerales pude ver una carga inmensa de dolor e impotencia. Había muerto una familia entera: madre, padre y dos hijos. Pues bien, hay que multiplicar eso por miles de casos, todos los días, continuamente. Frente a todo esto, tenemos que ayudar todo lo que se puede. La frontera con Turquía está completamente abierta y todo llega desde allí, naturalmente mediante el contrabando, pero hay que tener dinero para comprar. Cada barrio tiene sus comités de organización para distribuir los víveres y recoger el dinero. Luego se intenta localizar las zonas donde poder instalar a los desplazados. Por ejemplo, cuando cayeron aquellos misiles hubo casi doscientos muertos, pero fueron muchas más las familias que se quedaron sin casa, porque las ondas de choque son muy destructivas. Había que encontrar lugares donde alojar a los desplazados: conventos, escuelas… Y allí había que organizar las cocinas, los colchones, etcétera. Hay un sistema de organización que intenta hacer frente a todo esto. Es todo lo que se puede hacer.

¿Hasta qué punto la religión tiene que ver con este conflicto?
En Oriente Medio la religión lo impregna todo. No existe una idea de laicidad análoga a la de los países occidentales. La pertenencia religiosa es pertenencia identitaria. Por tanto, decir que la religión no tiene que ver y que es solo una guerra entre tribus, es verdad, pero no es toda la verdad, porque el elemento religioso es también cauce del elemento identitario. Uno puede ser ateo, pero es un ateo cristiano, hebreo, musulmán, suní, chií… No cabe duda de que el factor religioso se instrumentaliza, pero no se puede negar que influye en este conflicto. Y ante todo, se trata de una guerra dentro del islam, entre sunitas y chiítas. Entre los Emiratos Árabes, de mayoría suní, y los chiítas, que hacen referencia a Irán. Siria está en el corazón de todo esto: es de mayoría suní, pero está gobernada por los alauitas, una minoría chií. Así que tenemos a Irán, Iraq, Siria y sur del Líbano que son chiítas (los sunitas lo llaman “la franja del mal” y la quieren quebrar para llegar a Siria). Luego está el elemento internacional, porque los Emiratos se dirigen hacia el mundo occidental, mientras que los chiítas hacen más referencia a Rusia. Pero ahora no quiero hablar de política. No soy de los que abogan por un choque de civilizaciones. No hay civilización que pueda identificarse con lo que está sucediendo y, sobre todo, es peligroso que Occidente vuelva a estos modelos del pasado que no darían lugar a nada positivo. Por lo que respecta a la persecución de los cristianos, hay que decir que los cristianos no son el primer objetivo, pero están en el punto de mira. Cuando se pretende homologar el territorio a una sola identidad, el que es diferente se queda fuera. Es un choque contra las civilizaciones: es una reacción dramática, fuera del tiempo y de la historia de un amplio sector del islam respecto a los desafíos que la modernidad plantea, en el sentido de instancias políticas, morales, éticas, sociales, económicas. También hay que decir que, si existe una intención clara y directa contra los cristianos, no nace de la nada; hay una formación, una enseñanza, un modo de pensar que lo alimenta. En su conjunto, el islam no es esto, pero existe un contexto cultural que genera estas formas enloquecidas de actuar.

Hablando de la vida de la gente, ¿cómo puede la religión favorecer una cultura del encuentro y de la paz?
En una guerra la gente vive mal. Pero debemos mirar más allá y tratar de leer los signos positivos que existen, porque todas las guerras crean ocasiones de encuentro y relaciones. Hay que tener en cuenta que en Siria casi todas las familias tienen un muerto, o un herido, o un desplazado, familias enteras que se habían labrado un futuro allí y que han tenido que dejarlo todo. Hay diez millones de sirios que ya no viven donde vivían antes de que empezara la guerra. Han tenido que desplazarse. Y desplazarse no significa simplemente cambiar de lugar, sino reconstruir la propia vida desde cero. El trabajo, la casa, la escuela. Chicos que habían empezado la universidad en Alepo, han tenido que huir con sus familias, interrumpir los estudios y empezar a trabajar para llevar algo a casa… Perspectivas truncadas. Todo ello con una carga de dolor tremenda. Con la frustración que genera mirar hacia el futuro y no saber cómo acabará todo esto. Son dinámicas muy lentas y muy graves, con secuelas muy profundas. Dicho esto, ninguna situación de este tipo puede durar eternamente. Y cuando acabe, habrá que empezar a reconstruir. Los musulmanes seguirán allí; los cristianos, aunque sean perseguidos, también permanecerán. Oriente Medio, por tanto, empezará por donde está ahora. Desde ya no podemos permitir que el odio se convierta en el único lenguaje ni en el criterio de lectura de los hechos.

¿En qué sentido Oriente Medio volverá a empezar por donde está ahora?
Yo he visto a los desplazados de Alepo: pobres hombres que vivían en chozas y aun así han hecho sitio a los que se han quedado sin techo. Sin conocerlos de nada. Pero unidos en una necesidad común: «No tenemos nada, pero no tener nada, ya seamos cuatro u ocho, es igualmente nada. Nos apoyamos en lo que podemos, por lo menos estamos juntos». Esto es lo que sucede entre cristianos y musulmanes. Por eso, no todo está perdido. Y creo que hay que empezar por aquí. Hay guerras; hay quienes las fomentan, porque hay quien proporciona armas y no las da gratis; seguramente hay grandes intereses de por medio; y está el Isis, que decapita a los cristianos y también a los musulmanes, a todos lo que no están de su parte. Lo que yo sé, como religioso, es que puedo estar allí al lado de la gente, ayudar. Tal vez no siempre tengo algo que darles, pero puedo estar allí, compartir su dolor con una palabra, con un gesto de amor. No se puede hacer otra cosa. Hace falta pan, agua, electricidad, pero también hace falta corazón. La reconstrucción, el futuro, la vida nace de aquí. La guerra no puede aniquilarnos. Es imposible. Siempre habrá alguien que siga pensando con su cabeza y amando con su corazón. No debemos pensar en grandes hazañas, sino en la realidad cotidiana, en los pequeños pueblos cristianos del norte de Siria, donde los terroristas han dicho: «Tenéis que eliminar las cruces, tenéis que eliminar las imágenes, nada de vino, nada de celebraciones», y los cristianos han obedecido, pero siguen conservando el vino para celebrar la misa, aunque sea peligroso, y las cruces las han enterrado en un lugar específico, porque «un día las recuperaremos y las amaremos aún más, porque serán un signo que refleja nuestra vida». Son campesinos, pero saben muy bien, con claridad, quiénes son. Lo saben y lo viven. Y ese es el punto desde donde se puede volver a construir.

¿Qué quiere decir, en una región donde los cristianos son perseguidos, «custodiar» no solo los signos históricos de la presencia de Cristo sino también la presencia de la experiencia cristiana?
Custodiar significa llevar en el corazón: amar esa realidad. Custodiar la experiencia cristiana significa hacerla propia. No se trata solo de custodiar las piedras que te hablan de Jesús, hay que custodiar la memoria viva de Jesús. Custodiar el Calvario no significa solo permitir que se celebre en el Calvario, sino custodiar el sentido del Calvario. El Calvario es Cristo en la cruz: es perdón, es reconciliación, es entrega de sí. Custodiar es amar, ante todo: no puedes custodiar una realidad que no amas. Para entender quiénes son los Custodios hay que pensar más bien en una madre o un padre, que custodia su familia porque la ama, cuida de ella, la quiere custodiar y hacer crecer en todos sus aspectos. Traducido a la realidad concreta, para no reducirlo a algo sentimental, significa estar con la gente, ayudar, sostener las escuelas, los hospitales, vivir la caridad cristiana. Si pienso ahora por ejemplo en Siria, es sencillamente estar allí. Nadie nos obliga a estar, pero tan solo quedarse con ellos ya es muy importante. Un fraile que fue secuestrado decía al volver: «Si yo me voy, mi gente se irá». «Pero estás solo». «No, no estoy solo, está mi gente». Mi gente. Resumiendo, no es simplemente estar allí haciendo cosas, sino estar con una cierta actitud: una actitud libre, serena. Uso siempre la palabra redimida, porque significa que, en primer lugar, tú has sido redimido, has experimentado tu salvación personal, y esto se convierte en vida, en el criterio con que lo vives todo. Si estás enamorado, lo ves todo de otra manera. Si tienes una fuerza –la luz y el calor que recibes de Otro, que no nace de ti–, eso te permite ver claro también en medio de las dificultades, tener una mirada libre que no te deja embrutecerte, sino que en cierto modo te obliga, te impulsa a ver al otro como un bien o, al menos, como una realidad con la que tienes que hacer cuentas para poder construir lo que sea, en cualquier caso.

Decía usted que el corazón de la presencia cristiana es «un amor: un amor que no depende de que cambien las cosas sino de que existan esas personas». ¿Puede ayudarnos a entenderlo mejor?
Para un franciscano, el conocimiento pasa siempre por la experiencia, nunca es una actividad abstracta. Me enviaron a Tierra Santa hace 25 años. No quería ir, pero mi superior me dijo: «Mientras yo sea provincial, tú debes obedecer. Así que obedece». Por tanto bajé, y él tenía razón… ¡Valía la pena! Siempre vale la pena. Allí empecé a valorar, sobre todo a conocer esa realidad que no conocía. Solo hablaba italiano, no sabía nada. Me encontré con una realidad compleja, a veces hostil. Tenía 25 años, y a los 25 años quieres cambiar el mundo, necesitas el mundo para sentirte útil. En cambio, nada más llegar, no había mucho que hacer para mí. Al principio no fue fácil. Mi primera pregunta fue: ¿por qué lo hago? ¿Por qué me quedo aquí? Los demás, sobre todo los judíos, me preguntaban: ¿por qué estás aquí? ¿Dónde dice el Evangelio que tengas que estar aquí? Me interrogaban continuamente sobre cuestiones de fe. Pronto empecé a valorar el lugar donde estaba: después de las primeras durezas y dificultades, empecé a ver también mucha belleza y radicalidad, que me llamó la atención. Poco a poco este interés se convirtió en una forma de participar en una realidad que te cautiva y que amas. Aunque no todo te gusta. En Oriente Medio hay muchas relaciones que son reprobables, pero en su conjunto es una realidad que amas, que sientes tuya. Y basta, no hace falta añadir mucho más. Te gustaría cambiarla precisamente porque la amas, pero al final te das cuenta de que cuando la amas, la amas y basta. Para amarla no necesitas que cambie. Tratas de aportar tu contribución, pero formas parte de esta realidad y ella forma parte de ti. Y así está bien.

¿Qué le permite amar y basta?
El amor no tiene pretensiones. Cuando tú amas a una persona, la amas por lo que es. No porque te sirva para algo, porque te dé algo o porque haya “un porqué”. La amas y basta. En mi experiencia es así. Poco a poco, estando allí, en aquella realidad, pude conocerla, entrar en ella, amarla. Luego hay experiencias, encuentros, relaciones, que se van dando. No caminas solo. En mi caso ha habido muchas relaciones fallidas, pero también otras –pocas, pero ricas e intensas– que me han dado muchísimo, que me han cambiado la vida. Siempre estaré en deuda con aquellos judíos y cristianos que me animaron, me hicieron crecer, me ayudaron a leer, me aportaron perspectivas, puntos de vista distintos. Sin darte cuenta, te sorprendes formando ya parte de esa realidad. Naturalmente, hay muchas cosas que quieres cambiar o que en parte has cambiado, pero si no cambian no te quedas frustrado, porque esas relaciones te alimentan igualmente, te dan la vida. No dependes de los resultados. Para mí, religioso, todo esto se convierte en experiencia de fe, está dentro de una relación más grande. Mi vida de fe, después de esas relaciones, cambió radicalmente. Porque sus preguntas pasaron a ser también las mías. Todo eso creó un contexto que no es perfecto, no es ideal, que debe crecer continuamente, pero que te alimenta, que amas y que, aunque no sea completo, aunque quieres que cambie, también sacia tu sed.

¿Qué podemos hacer nosotros?
Concretamente, se puede hacer más bien poco, se puede ayudar económicamente con las pocas organizaciones que siguen operativas, pienso en Siria. Pero los que tengan fe, sin duda pueden rezar. Y otra cosa más: creo que es importante hablar. Hoy los medios tienen un papel muy importante, pero después de las primeras noticias en los periódicos, después de las primeras semanas, ya no se habla más. Como si ya no existiera. Hoy es real lo que sale en los periódicos, no lo que sucede. Hay que hacer comprender también a los medios que lo que sucede es real. Aunque ellos no lo cuenten. Por tanto, es importante hablar, en los medios, en la política, en la comunidad internacional. Tenemos una sensación constante de impotencia.

¿Qué relación hay con los demás movimientos cristianos?
En Oriente Medio, como sabéis, las relaciones entre las comunidades cristianas no eran ideales. Pero el Papa Francisco ha usado esta expresión: «El ecumenismo de la sangre». Estos bárbaros, cuando matan a los cristianos, no saben distinguir al católico del ortodoxo: les matan por ser cristianos. Esto ha unido mucho a las iglesias, que ahora se encuentran mucho más fácilmente y tratan de actuar juntas en la medida de lo posible. El fraile del que hablaba antes se quedó solo. En esa zona, el suyo es el único pueblo católico, todos los demás son ortodoxos, pero él también va allí a celebrar la misa, porque todos se lo piden: ven a dar sepultura a nuestros muertos, ven a bautizar, ven a celebrar la misa. En guerra, a ningún cristiano le interesa si eres católico u ortodoxo. La guerra ha hecho caer muchas barreras.

¿Qué le permite levantarse por la mañana y hacer lo que tiene que hacer, sabiendo que difícilmente podrán realizarse sus proyectos? Y una cosa más: ¿qué nos puede ayudar a nosotros, en nuestra situación de comodidad, a vivir la fe?
Respondo a las dos cosas a la vez. Todo pasa por la experiencia. Cualquier cosa. La fe que tú has recibido de niño no se convierte en tuya mientras no llegue a ser tu experiencia de vida. Se queda ahí como una realidad tal vez hermosa, pero no llega a ser una experiencia que te toca hasta el fondo de tu ser, que te da forma. Esto vale para todo. Para vosotros que estáis aquí, pero también para nosotros que estamos allí. Comodidad o guerra, bien o mal, lo que te da fuerza –la fuerza te viene de dentro– no te lo dan los otros. Los que dan la vida por el Señor tienen circunstancias ciertamente únicas y particulares. Pero lo que importa, en cualquier caso, es la experiencia: tu vida cambia si la fe ha calado dentro de tu experiencia, si no se queda en una idea, en algo abstracto, que ni te viene ni te va, en resumen, que no te saca de ti mismo. Es así para nosotros y para vosotros: tú sabes que las cosas no cambiarán de la noche a la mañana, pero tienes ganas de vivir. Y las ganas de vivir prevalecen sobre todo lo demás. Además, ¿quién dice que las cosas no cambiarán? Yo tal vez no cambie el destino de la guerra en Siria, pero cambiaré lo poco que pueda hacer: habré hecho el bien a esa mujer que se había quedado sin gas o a esa familia que ya no tenía nada para comer. Algo cambia. No hay ninguna circunstancia que me pueda impedir vivir en plenitud. Las circunstancias me pueden apresar, puedo incluso estar en la cárcel sin ver a nadie, pero nadie me puede quitar las ganas de vivir y de luchar. Hay algo que llevas dentro, siempre, y que nadie te puede quitar. Pero lo tienes que llevar dentro. Eso nace de la experiencia, es algo interior, que te ayuda también a mirar todo lo que te rodea, con la mirada de uno que no está muerto. Si uno deja de luchar, deja de soñar, deja de mirar, de creer que algo se puede hacer, está muerto por dentro. Mientras estás vivo por dentro, nada te puede parar.