IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.5, Mayo 2015

PRIMER PLANO

«Pertenecemos solo a Jesús»

Luca Fiore

Los atentados, el secuestro, el perdón. El párroco de los refugiados, PADRE DOUGLAS BAZI, cuenta por qué su gente no odia

Al padre Douglas Bazi le cuesta contar su historia. Un poco porque volver a esos momentos le hace sufrir, un poco para no añadir odio al odio en un Iraq que necesita de todo, excepto nuevas dosis de veneno. En 2006 trabajaba en una parroquia caldea de Bagdad. Lo capturaron, lo ataron, lo vendaron. Le partieron la nariz y los dientes a golpes de martillo. El primer sorbo de agua no llegó hasta el quinto día. Una pistola apuntada en la sien y una pregunta: «¿No tienes miedo a morir? Los demás nos suplican que no les matemos, y tú ¿por qué no lo haces?». Y él: «Los demás no saben qué es la vida y qué es la muerte». En julio de 2013 se trasladó a la iglesia de Mar Elia en Erbil, en el Kurdistán iraquí. Hoy sus parroquianos son, sobre todo, los refugiados de Mosul y Qaraqosh. Ciento cincuenta familias que han escapado de los horrores del Isis. En el centro hay una extraña alegría, que esconde heridas indecibles, como las suyas.

¿En qué pensó al escuchar las palabras del Papa sobre los cristianos perseguidos?
Cité sus palabras en mi homilía de Pascua. Dije que es tiempo de que el mundo entienda que la paz es la única opción. La única para salvar a la humanidad. El Papa nos lleva en el corazón y piensa en nosotros todos los días. Lo que verdaderamente nos preocupa no es que nos puedan matar, sino que nos olviden. Los cristianos refugiados de Mosul no están enfadados con Dios. Cuando les pregunto qué piensan de lo que ha pasado y está pasando, contestan: debemos rezar por nuestros enemigos, como nos dijo Jesús. Debemos perdonarles, porque no saben lo que hacen.

Pero esta gente lo ha perdido todo.
Sí, a veces dicen: el 6 de julio (el día de 2014 en que el Isis entró en Mosul; ndr.) lo perdimos todo. Pero yo contesto: no digáis eso, decid “el 6 de julio Dios nos salvó la vida”. Quizá la huida de Mosul no fue su tragedia, sino su salvación.

¿No tienen miedo a morir?
Si miras los vídeos de la gente asesinada por el Isis, ves a las víctimas en paz antes de la ejecución. Yo sé qué significa: algunas veces, estar muerto no es tan malo. Porque cuando mueres estás en las manos de Dios. Es mejor estar en sus manos que en las de cierta gente. Pienso en mí: me dispararon, hicieron saltar por los aires mi iglesia, he sobrevivido a numerosos atentados, me raptaron. Sin embargo, sigo deseando un futuro sin odio.

¿Cómo pueden vivir sin odio?
La única respuesta sensata es: porque somos cristianos. ¿Quién soy yo para quejarme? ¿Quién soy yo para decirle a Dios: por qué permites esto? Somos cristianos no solo cuando las cosas van bien. Me gustaría decirle al Papa Francisco: gracias por tus pensamientos y por tus oraciones. Pero le diría también: como cristianos en Iraq no nos rendiremos jamás. Yo soy sacerdote caldeo, sé que con mi misión pongo en riesgo mi vida. Pero el Señor me llama para que cuide a su pueblo. Por eso, me quedaré aquí, con mi gente.

¿Qué ha aprendido en estos años tan duros?
Después de mi secuestro, hace cinco años, no recuerdo haber dormido más de dos horas por la noche sin despertarme con pesadillas. Todavía hoy, sigo acostándome con una botella de agua al lado, porque me negaron el agua durante cuatro días. Sin embargo, yo creo que la Gracia de Dios no se transmite de una persona a otra o de una generación a otra sin el perdón. De lo contrario, transmitiríamos el odio y nuestro sentimiento de venganza.

Parece casi imposible escucharlo de quien ha sufrido tanto como usted.
No soy ningún héroe. Soy simplemente un cristiano. Mi tarea es hacerme cargo de la comunidad, de nuestra Iglesia. Además, si lo miras bien, la edad de oro de la historia de la Iglesia fue durante las persecuciones. Fue en aquellos momentos cuando los cristianos, de manera especial, mostraron al mundo el rostro de Jesús.

¿Cuál es el episodio que más le ha llamado la atención en estos meses?
Un hombre de Mosul me contó que cuando el Isis llegó a la ciudad, su vecino musulmán fue a llamar a su puerta y le dijo: «Tienes que irte y yo ocuparé tu casa. Si no lo hago yo, lo hará otro. Si te vuelvo a ver mañana, te mato». El hombre se preparó para partir, hizo sus maletas, su familia subió al coche. Pero antes se fue a llamar a la puerta del vecino. «¿No te dije que te mataría?». Y el cristiano: «Llevamos treinta años siendo vecinos, no quería irme sin despedirme». El musulmán se echó a llorar: «¡Quédate!, por favor. Te protegeré yo». Y el otro: «No, éramos vecinos. Ahora ya no lo somos. Se ha roto la confianza».

Hoy saltan las alarmas contra la posible desaparición de los cristianos en Oriente Medio.
A quienes se quejan por esto, respondo: nosotros no pertenecemos a esta tierra, nosotros pertenecemos a Jesús. Solo siendo conscientes de nuestra pertenencia podremos dar nuestro testimonio y ser útiles para el bien de nuestro país. Pero hoy nos encontramos ante un dilema.

¿Cuál?
La gente arriesga su vida y si quiere salvarla debe huir, pero así la comunidad cristiana desaparece. Por otro lado, si quieres que la comunidad siga presente en esta tierra, corres el riesgo de que sea el pueblo el que desaparece, a causa de una masacre. Yo digo: ¿por qué dejar a las ovejas en medio de los lobos? Otros dicen: «Nos quedaremos hasta derramar la última gota de sangre». Pero el futuro se construye transmitiendo a nuestros hijos el amor, la gracia y el perdón. No defendiendo estos discursos.

¿Y entonces?
Como decía antes, yo me quedaré con el pueblo. Aquí o en otro lugar. Mientras tanto, me ocupo de los más pequeños. Ellos son el futuro. Nuestra “venganza” será hacer crecer a estos niños de manera honesta, educándoles en la fe, en una mentalidad abierta. De lo contrario, seríamos nosotros los que crearíamos, Dios no lo quiera, el próximo Isis...

¿Cómo ha cambiado en estos años su relación con Jesús?
No soy un ángel. He cometido muchos errores en mi vida y me arrepiento. Sin embargo, si me miro, veo que todavía sigo vivo. Y entiendo que todavía puedo ser útil, puedo hacer el bien. El mensajero no es importante, lo que cuenta es el mensaje. Si Jesús sigue usándome para difundir el Evangelio, será un bien también para mí.

¿Qué puede hacer Europa por vosotros?
No nos estamos muriendo a causa de la falta de comida o de medicinas. Estamos preocupados por nuestro futuro. No se trata de un problema de tierra o de presencia en Oriente Medio. Yo pienso en las personas, en los iraquíes que sufren en el Líbano, en Jordania y en Turquía. Abridles vuestras puertas. Dejad que lleguen sanos y salvos. Y acogedlos.


KURDISTÁN
Los ojos de Erbil
«Viven en condiciones miserables. Y con un dilema aún mayor». El de optar entre convertirse o perderlo todo. «Solo al ir allí me he dado cuenta verdaderamente de lo que viven». El padre Bernardo Cervellera, misionero del PIME (Pontificio Instituto para Misiones en el Extranjero) y director de Asianews, que el pasado mes de agosto lanzó la campaña “Adopta a un cristiano”, viajó a Erbil para visitar a sus hermanos cristianos durante diez días, para «no olvidarles» como ellos nos piden.
Se encontró en medio de profesores, arquitectos, empresarios, profesionales de todo tipo que, cuando el Isis empezó a marcar las casas de los cristianos y a exigirles la jizia, el impuesto mensual, abandonaron toda su vida anterior, sus comodidades y sus bienes. Lo hicieron para salvaguardar su fe. «Es lo más importante para ellos, su proyecto de vida». A pesar de la pobreza extrema, hacen de todo para celebrar las fiestas religiosas: «Preparan la misa, los momentos de oración, los matrimonios, los funerales, con coros, decoración… Un cuidado maravilloso». Participó en la ordenación de un sacerdote ortodoxo de rito siríaco, en la catedral caldeo-católica de Erbil: «Las mismas personas paupérrimas que había visto en las tiendas de campaña, que no tienen nada, ese día llegaron a la misa con una elegancia impresionante. Las mujeres con largos vestidos negros, los chicos con pantalón y chaqueta prestados».
El joven nuevo sacerdote no tiene parroquia ni casa, vive su misión sacerdotal entre los refugiados. Él mismo es refugiado. Como refugiadas son ahora unas mujeres que, para no tener que dejar Mosul, fingieron haberse convertido al islam y aceptaron vivir bajo la sharía impuesta por el Isis. «Después de unas semanas, huyeron. Recorrieron decenas de kilómetros por el desierto y, nada más llegar a Erbil, no pidieron poder descansar sino ver al obispo. Para pedirle perdón y volver a ser aceptadas en la Iglesia católica».
El signo más luminoso de la fe de esta gente «es que no desesperan». Durante esos días, el padre Bernardo se reunió con muchos jóvenes: «Esperan. Realmente esperan. Aunque la política no les ayuda, ellos quieren construir, volver a casa y, sobre todo, testimoniar el cristianismo entre chiítas, sunitas, yazidíes».
Rami Sadik, estudiante cristiano, refugiado a los 22 años, se encarga junto a otros de los juegos y de la educación de los más pequeños en el campo de Ayun Erbil (“Los ojos de Erbil”). Estudiaba Ciencias del Deporte en su ciudad, Karamles, de donde huyó con su familia el verano pasado. Aquí no puede continuar sus estudios, los planes son diferentes, la lengua es distinta. «Pero no podemos abandonar Iraq», le dijo al padre Bernardo: «Nuestras raíces están aquí. Aquí están nuestra vida y nuestro futuro».

En los campos no piden dinero, comida, ayudas. «Es impresionante», continúa Cervellera: «Solo te piden que reces por ellos. Si yo pasara del bienestar a una indigencia así, se me vendría el mundo encima. Mientras que allí he visto una fe que da sentido a la vida, a toda la vida, incluso a las adversidades. Esto me ha cambiado. Ha puesto bajo una luz distinta los problemas que tengo que afrontar; frente a lo que ellos sufren, las contradicciones, los contratiempos y otras pruebas ahora me resultan nimias». Se trata de corazones que ponen de manifiesto el secreto oculto en todos los corazones, desvelan «el aburguesamiento en que habitualmente vivimos: en cuanto sucede algo, pensamos que Dios la ha tomado con nosotros. Para ellos, en cambio, Dios es la fuente viva que les mantiene con vida».
¿Cómo es posible tener una fe así? Él custodia la respuesta del padre Joseph, superior del monasterio de Qaraqosh: «Querido Padre, nuestra Iglesia nace de la sangre que los mártires derramaron en esta tierra. Para nosotros la nueva evangelización implica no sustraerse a las pruebas, incluso al martirio». «El martirio», señala Cervellera, «no es algo del pasado ni una posibilidad remota: es una dimensión continua de su fe. Y no es solo la sangre derramada de una vez por todas; es la que se derrama cotidianamente». El deseo que tienen de «permanecer» y vivir en medio de credos distintos «me lleva a desear construir comunidades cristianas abiertas a todos. He visto funerales de musulmanes abarrotados de cristianos. El martirio vivido hace comprender mejor que la fe abre al encuentro con todos».
La Iglesia caldea del Kurdistán, formada por 60/70.000 personas, ha tenido que hacerse cargo de al menos 130.000 refugiados: «Sin contar con los desplazados en aquella zona, que son más de 550.000. En el Líbano se habla de un tercio de la población total. Son como bofetadas en la cara ante la angustia y la cerrazón que sentimos cuando vemos esas barcas en el mar, ante nuestro miedo a ser invadidos. Verdaderamente, el mundo es un hospital de campaña, pero nosotros solo esperamos “que no lleguen hasta aquí”. Queremos defender la vida privilegiada que tenemos». Ha visto a sacerdotes, religiosas y laicos poner a disposición su vida, toda entera. «No han esperado a que llegara Cáritas, han abierto sus casas. En virtud de una fe sencilla, decidida y decisiva».
Para el otoño, está organizando, junto a otros sacerdotes de Erbil, un campo de trabajo para llevar a jóvenes italianos. En Asianews ha recordado a Jesús y a los cristianos perseguidos en Asia y en el mundo con palabras del profeta Isaías: «Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». Ese «enmudecer», ese «no abrir la boca» mientras sufren la maldad de los hombres: «En el silencio ante la muerte aceptada por amor, o infligida por el poder, Dios actúa. Una esperanza inquebrantable nace en la mañana de Pascua y un resquicio que se abre en el corazón basta para cambiar en un instante la vida entera».
(A. Stoppa)


KENIA
«Queremos estar preparados»
Quedaron para comer el lunes de Pascua, teniendo en los ojos todavía lo que había sucedido cuatro días antes en sus colegios del University College de Garissa, en la frontera de Kenia con Somalia, con los 148 muertos en el ataque terrorista de los fundamentalistas islámicos de Al Shabaab. Eran un reducido grupo de chicos del CLU de Nairobi, de varias universidades, que querían mirar de frente la provocación, el miedo, el dolor, pero también la novedad que el cristianismo ha introducido en sus vidas.
Lo cuentan dos de ellas, Daisy y Iunice, estudiantes de Ingeniería de la Jomo Kenyatta University de la capital. «Ahora, después de Pascua, no hay clases, porque es época de exámenes, y los que no viven en la ciudad han vuelto a sus casas». Durante esa comida, compartieron sus reflexiones. «Veintidós de los chicos de Garissa eran cristianos protestantes y fueron asesinados mientras rezaban. Habían oído los disparos, pero no dejaron de rezar», dice Daisy: «Nos quedamos todos impactados. Podríamos haber sido nosotros».
No es fatalismo. «Es evidente que la vida aquí es bastante precaria de por sí. Hace tiempo, pasé por un lugar donde, pocos minutos antes, un autobús había saltado por los aires», explica el padre Gabriele, misionero de la Fraternidad de San Carlos en Kenia, que acompaña a los chicos junto con Simon Kingori.

Además, ahora crece el miedo de ataques a los cristianos. Hace poco, un estudiante entró en una biblioteca con una capucha en la cabeza y los chicos huyeron por las ventanas. En otra ocasión, explotó un transformador eléctrico en la universidad y algunos estudiantes murieron al lanzarse desde un sexto piso. «Es cotidiano. Lo que ha sucedido en Garissa podría sucederme a mí», explica Daisy: «Tal vez la primera reacción es pensar cómo ponerse a salvo, cómo huir. Pero comprendes que no es ese el punto. Con los compañeros, con el WhatsApp, en los días después de la masacre, se discutió mucho. Alguno hablaba de estrategias, de cómo limitar el número de muertos en caso de ataque: “Nos enfrentamos a ellos todos juntos, así mueren solo los de delante”, escribió un chico musulmán. Yo escribí lo que es valioso para mí. Es decir, que yo no me doy la vida. Y por esto, porque Alguien me la da instante tras instante, es preciosa. Pueden suceder muchas cosas, también morir en un ataque al centro comercial o en la universidad. El riesgo es real. Pero todo esto me lleva a vivir cada momento más intensamente. Cuando quedamos para comer, lo vimos claro: queremos estar preparados». Todos tienen el problema de vivir: «Pero no todos piensan en el valor de la vida misma. Solo alguno, el día después, me escribió, privadamente, para darme las gracias».
Todos tenemos miedo, es evidente; pero no hay rabia o rencor en las palabras de Daisy. Ni tampoco en las de Iunice: «Después de los hechos de París, una amiga me recordó la exhortación del Papa, con la invitación a rezar por la conversión de los terroristas. De hecho, yo hoy deseo que estos terroristas puedan encontrar a Cristo, como yo. ¿Pero cómo es posible? Solo viviendo, solo testimoniando una vida». Vivir es el único camino. Un juicio que emergió también en aquella comida, al volver a leer el artículo de Julián Carrón sobre los atentados de París. Solo la indefensa belleza de la vida cristiana puede vencer la violencia. Podrías buscar estrategias o aprender el Corán en árabe, para intentar salvarte si te ponen a prueba para ver si eres cristiano o no… «Pero no quiero», añade Iunice: «Si me tocara a mí, quiero presentarme delante de Dios como cristiana, hasta el fondo. Leal con la experiencia que estoy viviendo. Y le pido a Cristo que manifieste su poder para que pueda afrontar todas estas circunstancias terribles. Le pido que me convierta. De otro modo, si no es verdad para mí, ¿qué podría comunicar a los que tengo alrededor? Mi tarea no es hacer sermones o discursos. Mi tarea es vivir seriamente todos los días, con alegría, porque Cristo está conmigo. Nadie puede dar a otro lo que no tiene él primero».
(P. Perego)

PAKISTÁN
Gill, el abogado de los cristianos
En febrero, le pararon tres hombres armados: «O te quitas de en medio, o tendrás que asumir las consecuencias…». En noviembre, se salvó de un atentado. Unos meses antes, habían asaltado su casa y herido de un disparo a su hermano. Ahora, ha decidido mudarse con su familia de Bjai Pehru a la cercana Lahore, para pedir protección oficial a las autoridades. Sardar Mushtag Mesih Gill, 34 años, es el director del grupo de abogados Legal Evangelical Asociation Developement (LEAD) y uno de los abogados más comprometidos en las batallas legales de cristianos acusados de blasfemia. «Hasta el momento, me he ocupado de cuatro casos de blasfemia, consiguiendo todas las veces, con la ayuda de Dios, la libertad bajo fianza». Gill se define como «abogado activista». Esto le permite seguir los casos más delicados: «Muchos de mis colegas creen que no vale la pena arriesgar la vida por los honorarios».
Su vocación viene de lejos. Ya cuando estaba en primaria, se dio cuenta de que era un ciudadano de segunda clase: «Había un distribuidor de agua fresca y nos dijeron que solo podían beber los musulmanes. Un compañero cristiano bebió y el maestro nos convocó: “Yo os respeto y para mí sois como los demás, pero algunos de vuestros compañeros vienen de familias que no piensan así”».

Ya licenciado en Ingeniería electrónica, vio que le negaron el trabajo hasta tres veces por tener un nombre cristiano, “Mesih”, que en urdu significa “Cristo”. Volvió a estudiar en la universidad para llegar a ser abogado. «El artículo 19 de nuestra Constitución dice que todos los ciudadanos gozan del derecho a la libertad de expresión, pero es un derecho sujeto a “las restricciones razonables que impone la ley para la gloria del islam”».
Participó en el entierro de las 14 víctimas del atentado del 15 de marzo contra dos iglesias de Lahore. Cuenta que, justo después de que explotaran las bombas, la policía detuvo a dos sospechosos y los metió en una furgoneta. Pero la muchedumbre asaltó el vehículo, mató a golpes a los dos musulmanes y quemó sus cadáveres. «En el Parlamento se dijo que la reacción de los cristianos fue un acto de terrorismo más grave que el que lo había provocado. ¡Es una locura! Si los responsables de la venganza son realmente cristianos, se trata de un comportamiento terrible, pero sigue siendo una represalia, de ninguna manera terrorismo. Habrá que procesarles por este delito, no por otro». Gill no los justifica: «Siento vergüenza por lo ocurrido, porque nosotros, los cristianos, debemos utilizar medios pacíficos, no ceder a la violencia. Dios es amor. Solo Jesús fue capaz de amar verdaderamente a los demás y, por ello, nosotros le seguimos. Es la fe lo que me da confianza y valor para seguir viviendo en este país. El mismo Jesús nos avisó de que nos odiarían a causa de su nombre, por nuestra fe».
Gill es protestante pero, cuando leyó las palabras que el Papa pronunció en Pascua, se sintió confortado: «Es un consuelo ver que él está con nosotros; nos hace sentir que hay gente que se interesa por nosotros. Y eso nos da fuerzas».
(L. Fiore)