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Huellas N.4, Abril 2015

PRIMER PLANO

El carisma: una ventana para ver todo el espacio

La naturaleza del carisma y su función, en un pasaje de don Giussani y en un momento decisivo para nuestra historia

El cardenal Ratzinger ha observado que «la fe es una obediencia de corazón a la forma de enseñanza a la que hemos sido confiados». El Espíritu de Dios puede realizar con Su imaginación infinita, Su libertad y movilidad infinitas, mil carismas, mil maneras de hacer al hombre partícipe de Cristo. El carisma representa precisamente la modalidad de tiempo y espacio, carácter y temperamento, psicológica, afectiva e intelectual, con la que el Señor acontece para mí e, igualmente, también para otros. Esta modalidad se comunica desde mí a otros, de manera que hay entre éstos y yo una afinidad que no tengo con todos los demás, un vínculo de fraternidad más fuerte, más específico. Éste es el modo en que Cristo permanece presente con nosotros día tras día hasta el fin del mundo, dentro de las circunstancias históricas que establece el misterio del Padre mediante las cuales nos permite reconocer y amar Su presencia.

El fenómeno de los Movimientos en la Iglesia, de todos los Movimientos que hay en la Iglesia, representa –como observa Juan Pablo II– el resurgir de la autoconciencia en el ámbito de la misma Iglesia. Efectivamente, igual que la humanidad vive dentro de cada casa que anima y embellece el amor, que el aliento de este amor caldea día tras día, también a la Iglesia la convierten en casa viviente, viva, cálida, llena de luz y de palabra, de afectividad, de explicación y de respuesta, los Movimientos. Éstos son las compañías unidas que crean los carismas, esos dones que el Espíritu otorga a quien Él decide, no por el valor de las personas, sino para que se cumpla su designio, el gran designio que tiene el Padre sobre el mundo, ese plan del Padre que tiene un nombre histórico: Jesucristo.
El Espíritu del Señor escoge temperamentos que se caracterizan por un compromiso más vivo, por una conmoción y comunicación más vivas de su experiencia a los demás. Así, pues, el carisma hace que la Iglesia resulte viva y está en función de la totalidad de la vida eclesial. Por su propia naturaleza todo carisma, basado en su identidad específica, está abierto a reconocer todos los demás carismas. Cada una de las modalidades históricas con las que el Espíritu nos pone en relación con el acontecimiento de Cristo es siempre algo “particular”, una modalidad particular de tiempo y espacio, de temperamento y de carácter. Pero se trata de una cosa particular que capacita para la totalidad. El carisma existe en función de la creación de un pueblo completo, es decir, totalizador y católico. Como veremos más adelante, totalizador y católico son precisamente los últimos confines que conforman la idea de pueblo.
Por utilizar una imagen, podríamos decir que el carisma es como una ventana a través de la cual se ve todo el espacio. La prueba de que un carisma es verdadero es que nos abre a todo, que no nos cierre. Por eso se equivocaría quien dijera que «estamos aquí para construir nuestro movimiento y no la Iglesia». Lo que hay que decir es, en cambio: «estamos aquí para construir la Iglesia conforme al empujón que el Espíritu nos ha dado al que llamamos Movimiento, siguiendo la obediencia, es decir, la escucha y la adhesión a la obra del Espíritu de Cristo, que hace suya la autoridad de la Iglesia».

La cuestión del carisma es decisiva porque es el factor que facilita existencialmente la pertenencia a Cristo, es una evidencia de la presencia actual del Acontecimiento, porque nos mueve. En este sentido el carisma introduce a la totalidad del dogma, ya que el carisma es la modalidad con la que el Espíritu de Cristo hace que percibamos su Presencia excepcional, el modo en que nos da el poder de adherimos a ella con afecto y sencillez; es viviendo el carisma como se ilumina el contenido objetivo del dogma. Los dogmas no se aprenden y, sobre todo, no influyen existencialmente en la vida si se los estudia sólo abstractamente. Los dogmas se aprenden y se viven al encontrar y seguir la vida de la Iglesia conforme al acento educativamente persuasivo y existencialmente fascinante del carisma. El carisma es, pues, la forma en que el Espíritu facilita y vuelve más consciente y fructífera la percepción del dogma, la percepción del contenido total del Acontecimiento.

(de L. Giussani, S. Alberto, J. Prades, Crear huellas en la historia del mundo, Encuentro, Madrid 1999, pp. 102–104)