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Huellas N.3, Marzo 2015

PRIMER PLANO / La Audiencia con el Papa Francisco

Un fuego vivo en San Pedro

José Luis Restán

La espera en la plaza. El encuentro con Cristo, hoy como hace dos mil años. Las palabras de un padre que nos acompañan con fuerza, provocando a cada uno, personalmente, a tomar postura ante el acontecimiento presente. Como ha hecho Julián Carrón con su comunicado de prensa al término de la audiencia

Diez de la mañana en una Plaza de San Pedro radiante y efervescente. Son muchos miles los que ya ocupan sus puestos, abrazados por la columnata de Bernini. Otros tantos afluyen desde la Vía de la Conciliazione, de todas las edades, lenguas y razas. Han pasado diez años desde la muerte de don Giussani, y sesenta desde que empezara aquella aventura en el Liceo Berchet de Milán, cuando el joven sacerdote lombardo desafió a sus alumnos a medir la exigencia de su corazón con la propuesta cristiana. Como si se anticiparan a lo que luego dirá el Papa, en los rostros y las conversaciones de esa mañana en San Pedro se refleja un fuego que está vivo y no la adoración de unas tristes cenizas.
La alegría de los encuentros y el cansancio de los viajes, indescriptibles en algún caso, llegando a Roma desde el fin del mundo, se ordena dentro de una plaza que ya late con un solo corazón y se expresa con una misma voz. El rezo del Ángelus, que se ha hecho memoria cotidiana para todos, chicos, familias, amigos; la polifonía de Tomás Luis de Victoria que ensancha el corazón; los laudes que disponen a escuchar las palabras del sucesor de Pedro. Un silencio denso de espera acoge la voz de Julián Carrón, que recuerda cómo describía don Giussani el camino del pueblo que vio surgir a su alrededor: «A medida que vamos madurando nos convertimos en espectáculo para nosotros mismos, y Dios lo quiera, también para los demás… Espectáculo de límite y de traición, y por eso de humillación, y al mismo tiempo de confianza inagotable en la gracia que se nos da y renueva cada mañana. De aquí procede ese atrevimiento ingenuo que nos caracteriza, que hace que concibamos cada jornada de nuestra vida como un ofrecimiento a Dios, para que la Iglesia exista en nuestros cuerpos y en nuestras almas a través de la materialidad de nuestra existencia».
Se suceden los cantos en las diversas lenguas de las comunidades que han surgido en 47 países de los cinco continentes: desde un Ave María en chino hasta The things that I see, pasando por Aconteceu, que evoca la forma en que el Misterio ha entrado en la historia de los hombres. Y entre canto y canto la lectura de algunos textos de Giussani, algunos con su propia e inconfundible voz, como el final de su testimonio ante Juan Pablo II en esta misma plaza, en 1998: «El Misterio, como misericordia, permanece como la última palabra, incluso sobre todas las oscuras posibilidades de la historia… El verdadero protagonista de la historia es el mendigo: Cristo, mendigo del corazón del hombre, y el corazón del hombre, mendigo de Cristo».
La entrada del Papa en la plaza suscita una enorme manifestación de afecto que se prolonga durante casi un cuarto de hora, tiempo que Francisco no quiso ahorrarse para llegar a todos los rincones, incluso hasta bien entrada la Vía de la Conciliazione, de modo que todos pudieran recibir su abrazo. Entretanto sonaba como homenaje de cariño Zamba de mi esperanza, una canción que habían aprendido durante las semanas previas todas las comunidades para ofrecerla especialmente a Francisco.

Encuentro y moral cristiana. El Papa comenzó recordando el bien que don Giussani había hecho a su vida personal y sacerdotal y destacando la importancia que para él tenía la experiencia del encuentro, «no con una idea sino con una Persona, con Jesucristo». Desde este punto Francisco recuperó una de las insistencias centrales de su magisterio, que Jesucristo «nos primerea, cuando nosotros llegamos Él ya nos está esperando». A continuación vino el subrayado de la misericordia, porque «solo gracias al abrazo de la misericordia de Cristo podemos sentir ganas de responder y de cambiar, puede surgir una vida diferente».
En este punto caliente de algunas discusiones eclesiales de esta hora, se percibe intensamente la sintonía de la educación de don Giussani con el magisterio de Francisco: «la moral cristiana no es el esfuerzo titánico, voluntarista, de quien decide ser coherente y lo logra, un tipo de desafío solitario ante el mundo… La moral cristiana es la respuesta conmovida ante una misericordia sorprendente, imprevisible, inclusive “injusta”, según los criterios humanos, de Uno que me conoce, que conoce mis traiciones y me quiere lo mismo, me estima, me abraza, me vuelve a llamar, espera en mí, se espera algo de mí. La moral cristiana no es no caer nunca, sino levantarse siempre, gracias a su mano que nos toma». El aplauso cerrado de la plaza mostraba un reconocimiento inmediato con esta sensibilidad.

El fuego de la memoria. Después, Francisco abordó la cuestión neurálgica de la vitalidad del carisma, de su actualidad, contraponiéndola a la tentación de dejar que se “petrifique”. Comenzó reconociendo que «después de sesenta años, el carisma original no ha perdido su frescor y vitalidad», para advertir inmediatamente que «el centro es uno solo, es Jesucristo... La referencia al legado que les ha dejado don Giussani no puede reducirse a un museo de recuerdos, de decisiones tomadas, de normas de conducta. Comporta, en cambio, fidelidad a la tradición, y fidelidad a la tradición, como decía Mahler, significa tener vivo el fuego, no adorar las cenizas».
El sucesor de Pedro resumió todo esto en un apasionado llamamiento: «¡Mantengan vivo el fuego de la memoria de aquel primer encuentro y sean libres!». Y desde ahí lanzó su invitación a la misión, «a ser los brazos, las manos, los pies, la mente y el corazón de una Iglesia en salida». Como después reconoció Julián Carrón, fue así, «en salida», como nació realmente el movimiento, respondiendo a la búsqueda del corazón de los hombres en todos los ambientes. En un comunicado dirigido a todo el movimiento, Carrón afirmaba que «el modo en que el Papa nos ha abrazado quedará grabado para siempre en nuestra retina… nos ha hecho entender que el centro es uno solo, Jesucristo… Solo esta experiencia de la mirada de Cristo nos impedirá sucumbir a cualquier tentación de autorreferencia y nos permitirá descubrir en cada hombre que encontremos el bien que porta, como nos ha enseñado siempre don Giussani».

Lo que nuestros ojos han visto. Antes de despedirse de la plaza, Francisco se acerca a un grupo de amigos argentinos y su rostro refleja la calidez de la amistad, el color de su tierra natal. Luego saluda a un grupo de presos que llevan unos años participando en una comunidad de CL y han obtenido el permiso para participar en la audiencia con el Papa. Las pantallas gigantes muestran rostros curtidos que al verse escuchados y abrazados rompen a llorar, uno tras otro. Al igual que Mateo, el publicano (Francisco acababa de recordar el cuadro extraordinario de Caravaggio), el encuentro con la humanidad de Cristo hace saltar sus lágrimas. El mismo encuentro de hace dos mil años, vivo hoy en el abrazo misericordioso del Papa.
Es momento de abandonar la plaza lenta y alegremente, sin atisbo de nostalgia, conscientes de una vida sostenida por el encuentro con Cristo presente, el fuego vivo, necesitada de florecer siempre de nuevo. Y como había escrito Carrón, eso solo puede ocurrir si mantenemos el vínculo con Pedro que don Giussani inoculó en nuestra sangre.


El comunicado de prensa
Las declaraciones de Julián Carrón al término de la audiencia

Más de 80.000 personas, procedentes de 47 países de todo el mundo, se dieron cita en la plaza de San Pedro para participar en la audiencia concedida por el Papa Francisco a Comunión y Liberación, en el 10º aniversario de la muerte de don Giussani y en el 60º del inicio del movimiento de CL.
Al comentar las palabras del Papa que acababa de escuchar, don Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, declaró:
«Hoy en la plaza de San Pedro hemos vivido de nuevo la experiencia del encuentro con Cristo. Le hemos visto primerear delante de nuestros ojos mediante la persona y la mirada del Papa Francisco. La misma mirada que hace dos mil años conquistó a Mateo, ¡hoy!
Hoy hemos experimentado qué es la caricia de la misericordia de Jesús. Llevaremos grabado para siempre en nuestra retina el modo en que el Papa nos ha abrazado. Nos ha ayudado a entender que “el centro es uno solo, es Jesucristo”, cuya experiencia nos permitirá no reducir el carisma a un “museo de recuerdos” y “mantener vivo el fuego, no adorar las cenizas”.
Solo la experiencia de esta mirada de Cristo –que genera “sorpresa”, “asombro” y nos hace sentir “ligados a Él”– impedirá que sucumbamos a cualquier tentación de autorreferencia y nos permitirá descubrir en cada hombre que encontremos el bien que porta, como siempre nos enseñó don Giussani.
Esta experiencia nos dispondrá para vivir el cristianismo como “principio de redención, que asume lo nuevo, salvándolo”».