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Huellas N.6, Junio 2008

PRIMER PLANO - El riesgo de la fe

Habla el cardenal Zen. Se puede vivir así también en China

a cargo de Riccardo Piol

Se cumple un año de la carta que el Papa Benedicto XVI escribió a los católicos chinos. En vísperas de las Olimpiadas de Pekín, que pondrán a China bajo la mirada del mundo entero, el obispo de Hong Kong cuenta como vive la Iglesia en su país, entre muchos sufrimientos y una gran esperanza

¿Se puede vivir así también en China? «Por supuesto». El cardenal Joseph Zen Zen-kiun no puede creer lo que está oyendo y antes de responder repite para ver si ha entendido bien, «¿que si hoy en día se puede verdaderamente ser cristiano en China?». Me mira un instante por encima de las gafas, entre sorprendido y perplejo, luego sigue con su respuesta. Fiel al título del libro-entrevista que ha presentado en la reciente Feria del Libro de Turín, responde “Senza diplomazia”. Porque una de las características más notables y a veces motivo de crítica del arzobispo de Hong Kong es que no se calla. Dice que «hablar con franqueza es un deber importante porque si la verdad no se conoce nadie ayudará a esta realidad tan compleja». Por eso, dice sin rodeos lo que piensa sobre China y sobre la situación actual de los doce millones de cristianos –el 1% de la población– que allí viven y que ocupan un lugar especial en el corazón de Benedicto XVI. En este último año el Papa ha hecho referencias continuas a la patria del cardenal Zen: desde la famosa carta de mayo de 2007, hasta su reciente alusión a las próximas Olimpiadas, pasando por la Oración a Nuestra Señora de Sheshan, escrita para la Jornada de oración por la Iglesia en China, el pasado 24 de mayo. Con respuestas bastantes ambiguas por parte del Gobierno de Pekín.

Lo que sabemos por la prensa nos deja algo confundidos. En el Vaticano la orquesta filarmónica de Pekín toca un concierto en honor del Papa y todos hablan de apertura. Después llegan desde China noticias de la prohibición impuesta a los fieles que quieren ir de peregrinación a los santuarios marianos del país. ¿Cómo pueden explicarse señales tan contrapuestas?
La situación es compleja. Se trata de iniciativas diferentes que se plantean en planos diferentes. Se puede adivinar que actos de acercamiento y apertura, como el concierto, proceden desde lo alto, desde el gobierno de China, probablemente de los responsables de la política exterior. Mientras que los impedimentos y las prohibiciones proceden de la Asociación Patriótica y de la Oficina de asuntos religiosos, que controlan a la Iglesia oficial y vigilan a la clandestina, y que en estos años están trabajando en una dirección muy negativa. Sin restar importancia al gesto de amistad del concierto, hay que saber que existen otros muchos indicadores negativos. El 24 de mayo era el día de María Auxiliadora. El Papa invitó a todos a rezar por la Iglesia en China. Yo soy de Shanghái y soy salesiano, por eso lancé la idea de una gran peregrinación de la comunidad de Hong Kong al insigne santuario de Sheshan, en mi ciudad natal. Inmediatamente nos hicieron saber desde el Gobierno que no veían con buenos ojos la iniciativa. Entonces nosotros, para no generar confusión, retiramos el proyecto sin hacer ninguna tragedia. El problema está en que también se han prohibido las peregrinaciones en la China continental. Un sacerdote de la Iglesia clandestina ha hecho saber a un hermano suyo que vive en Taiwán que desde el 1 de mayo se le vigila durante las 24 horas: un control tan estrecho que un día sus vigilantes le impidieron salir de casa, y fueron ellos al mercado para hacerle la compra. Es el colmo de la limitación de la libertad, que no se puede explicar sino como un acto de boicot. Hay quien dice que no ha gustado la invitación a la oración que el Papa propuso en su carta. Dicen: «¿Por qué rezar por China? ¿Acaso tenemos problemas? Aquí todo va bien».

¿Entonces, un año después de la carta del Papa a los católicos chinos, parece difícil que la situación vaya a cambiar?
Las cosas no han cambiado mucho, pero quizá es que yo soy demasiado impaciente. Una situación que dura ya tantos años no es fácil que cambie de repente. Sin embargo, la baza más importante con la que contamos es la carta del Papa; y aunque yo tienda más a la impaciencia que a la paciencia, hay que dejar que el tiempo pase. A la larga producirá resultados.

Pero ¿cómo fue recibida la carta en su país?
Contrariamente a lo que esperábamos, en un primer momento el Gobierno no criticó violentamente la carta, que se le había enviado con anterioridad. El día de su publicación se podía incluso descargar en Internet. Lástima que al día siguiente esto fuera imposible. Pero nos esperábamos una reacción peor.

¿Y cómo reaccionó la comunidad católica?
Se produjo un gran entusiasmo, sobre todo entre los sacerdotes más jóvenes. Se promovieron seminarios de estudio y encuentros. Pero luego llegó la reacción de la Asociación Patriótica y de la Oficina de Asuntos Religiosos: empezaron a quejarse, convocaron sesiones de adoctrinamiento para los fieles y los sacerdotes de la Iglesia oficial que ellos controlan. Es una pena que no hayan apreciado la sinceridad y la amistad del Papa, pero quizá yo era demasiado optimista al pensar que esta resistencia no se iba a dar. No se puede uno imaginar lo que es el control del Gobierno sobre la Iglesia, es un control muy estrecho, es total. No me refiero sólo al nombramiento de obispos sin la aprobación de Roma, sino a la misma vida de la Iglesia. Por ejemplo: quien convoca la Conferencia Episcopal son los órganos del gobierno, en realidad es una farsa. Para los obispos y los sacerdotes es una esclavitud y una humillación continua a la que es difícil sustraerse.

En su carta, el Papa invita a la Iglesia china a la unidad. Teniendo en cuenta las divisiones producidas y sostenidas por el Estado, ¿puede darse esa reconciliación?
La Iglesia en China es una. Casi todos los obispos más ancianos no regulares [nombrados sin la aprobación de Roma; ndr] han pedido al Papa su legitimación porque saben que están en contra de la unidad de la Iglesia. Casi todos los obispos están con el Santo Padre. Pero en estos momentos es muy importante no equivocarse a la hora de distinguir las dos cosas: por un lado la invitación a la reconciliación y por otro el problema de la inserción o no en la estructura oficial del Gobierno. Hoy se nos llama a la reconciliación de las almas y de los corazones, partiendo de que tanto los miembros de la Iglesia clandestina como los de la Iglesia oficial comprendan que la Iglesia es universal y que el Papa es el padre común de esta gran familia. Unirse también en una misma estructura es otra cuestión. Dado que la Iglesia oficial está estrechamente controlada y no parece que el Gobierno haya cambiado su política religiosa, no se considera que sea ahora el momento de que los fieles de la Iglesia “subterránea” salgan a la luz, porque eso significaría renunciar a la pequeña libertad de la que gozan en la clandestinidad. Supondría someterse al control del Gobierno.

Al oírle hablar de clandestinidad, de Iglesia “subterránea”, de control, uno se pregunta: ¿se puede ser cristiano en la China de hoy?
¡Por supuesto que se puede! La situación no es de libertad completa, pero se puede ser cristiano. Hemos sufrido mucho y seguimos sufriendo. Pero la historia de nuestra Iglesia está llena de testigos que han dado su vida por la misión y por comunicar su fe. Mirarlos a ellos, a los que están más lejanos en la historia y a los más recientes, constituye la fuerza de nuestra comunidad. Pero además hay otro aspecto…

¿A qué se refiere?
Se lo dije al Papa en la primera reunión de la Comisión para la Iglesia en China: «Los comunistas tienen miedo de la Virgen de Fátima porque es “anticomunista”, pero lo que no saben es que María Auxiliadora es más poderosa y luchará: ¡Consiguió la victoria en Lepanto y en Viena!». Yo le rezo para que nos sostenga e ilumine a nuestros dirigentes, para que puedan comprender que nuestro país, junto al progreso económico, necesita un progreso espiritual.


Desde la larga marcha de Mao al Politburó
Con 1.320 millones de habitantes, la Republica Popular China es el Estado más poblado del planeta. Su situación política actual data de 1949, cuando el Partido Comunista Chino (PCC) tomó el poder y confió la presidencia a Mao Zedong, que guiaría el país hasta 1976. El presidente actual es Hu Jintao, secretario del PCC, partido único con 70 millones de afiliados. El centro del poder radica en la comisión permanente del Politburó, formada por 9 miembros, que define la política y nombra a los dirigentes. En los últimos años 100 millones de personas (la mayoría de entre 15 y 35 años) han emigrado desde el campo a ciudades como Pekín, Shanghái y Cantón, en pleno boom, creando fuertes desequilibrios sociales. El Gobierno controla el inmenso territorio (9.596.960 km²) a través de funcionarios distribuidos de manera capilar y gracias a un sistema legal muy rígido que va desde el control demográfico (según las estimaciones la “política del hijo único”, que grava a los que tienen más hijos e incentiva los abortos, ha evitado en treinta años 350 millones de nacimientos), a la censura de la información (recientemente se han bloqueado las páginas de la CNN y de la BBC; reglas muy rígidas que afectan también a la televisión, al cine y a los periódicos, con frecuentes boicots a las producciones extranjeras), o la represión violenta (véase las recientes intervenciones del ejército en el Tíbet).


“Oficial” y “clandestina”, dos vidas paralelas
Cuando en 1949 el Partido Comunista tomó el poder y fundó la República Popular, comenzó la persecución de la Iglesia católica. Desde 1952, tras la expulsión de Pekín del Nuncio Apostólico, la nunciatura, que se trasladó en un primer momento a Taipei (Taiwán), fue suprimida. Existen desde entonces dos Iglesias paralelas. Una es la “oficial”, ligada a la Asociación Patriótica, que depende directamente del Gobierno y nombra los obispos, que ejercen su empleo sin la aprobación de Roma. Y luego está la Iglesia llamada “clandestina”, no reconocida, y como tal, bajo especial vigilancia por parte del Gobierno, que sigue estando perseguida hoy en día y continúa siendo fiel a la Iglesia de Roma. Muchos católicos clandestinos se han visto recluidos en las cárceles chinas: obispos, sacerdotes y religiosos “subterráneos” han sido frecuentemente objeto de ataques, detenciones u obligados a asistir a “sesiones de estudio” (jornadas de lavado de cerebro para forzarles a que se adhieran a la Asociación Patriótica). Se calcula que en China hay entre 12 y 15 millones de católicos con 74 obispos oficiales (algunos de ellos no reconocidos por Roma) y 46 clandestinos (en 2006 diez de ellos se encontraban bajo arresto domiciliario y 3 en la cárcel). Unos 2.700 sacerdotes, de los cuales casi dos tercios son clandestinos. Y el mismo porcentaje se da entre las religiosas (unas 5.000).


Un fuerte crecimiento, entre luces y sombras
China se encuentra en el 4º lugar entre las potencias económicas mundiales. Tras EEUU, Japón y Alemania. Pero sus índices de crecimiento (10-12% de media anual) hacen prever que en el 2050 será la primera en la clasificación. Sólo una pequeña parte de la población se beneficia de los frutos de este crecimiento, con una fuerte desigualdad en la distribución de la riqueza entre las áreas metropolitanas y las zonas rurales, y una renta per cápita de unos 5.300 dólares, la novena parte de la norteamericana. La inflación es creciente (8.6% en el primer trimestre de 2008). En este tiempo, China se ha convertido en la “fábrica del mundo”: hoy los mercados globalizados (medios de transporte, electrónica, micro- electrónica, informática, teléfonos, juguetes y ropa) están invadidos de productos chinos. El desarrollo vertiginoso y las inversiones continuas de las multinacionales han hecho que crezca de manera preocupante la demanda de energía y de materias primas: hoy en día China representa el segundo mercado energético del mundo, con un crecimiento del consumo de más del 10% anual. La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (en 2001) y la designación de Pekín como sede de los Juegos Olímpicos del 2008 son hitos importantes en las relaciones entre China y Occidente. Las Olimpiadas comienzan el 8 de agosto, pero la polémica y las manifestaciones a favor de los derechos humanos siguen la antorcha olímpica paso a paso. Alternándose propuestas de boicot con posturas de distensión y apertura.