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Huellas N.2, Febrero 2015

DON LUIGI GIUSSANI (1922-2005)

«Era como encontrar a un starets»

Paola Bergamini

El actor Franco Branciaroli recuerda su amistad con el fundador de CL. «Una noche Giovanni Testori me dijo: “Voy a presentarte a una persona maravillosa”…». Los diálogos, el Miguel Mañara, las lecturas para los amigos. «Cambió mi forma de ver la vida»

«En la vida, si tienes suerte, en el mejor de los casos te encuentras con “una” gran persona. Yo tuve la suerte de vivir durante una década en compañía de dos: Giovanni Testori y don Luigi Giussani. Fueron unos años preciosos». Franco Branciaroli, año 1947, de gira con el Enrique IV de Pirandello, de la que es director y actor con la compañía teatral de los Incamminati, responde así, impetuosamente, como es propio de su carácter, a la pregunta: ¿quién es para ti don Giussani? Es la primera vez que habla de esto. A medida que va contando, uno comprende que aquellos años, aparte de preciosos, fueron también fundamentales tanto para el hombre como para el artista. Le dejaron algo dentro que le permite vivir y seguir adelante, incluso ahora que estos dos amigos ya no están, sin añoranza o nostalgia

Empecemos por el principio. ¿Cuándo conoció por primera vez a don Giussani?
Era 1986, el año del Confiteor (la obra teatral que Testori escribió expresamente para Branciaroli). Una noche Giovanni me dijo: «Voy a presentarte a una persona maravillosa». Llegamos, bajo la lluvia, a aquel colegio enorme a las puertas de Milán: el Sacro Cuore. Giussani nos estaba esperando en su estudio. Empezamos a hablar y por primera vez me encontré a un sacerdote que amaba el arte, el teatro. Le dije que era lector de von Balthasar y me contestó: «Balthasar es uno de nuestros puntos de referencia». Un tiempo después, en otra ocasión me habló de un texto, Miguel Mañara, que valía la pena llevar a escena. Yo no lo conocía. Lo leí y vi que era una representación sacra imposible de hacer en un teatro clásico, cerrado. Luego me vino una iluminación: el Meeting de Rímini. Le llamé y le dije: «Tengo una idea».

¿Y él qué dijo?
«Ven mañana a comer». Mira que nos habíamos visto contadas veces, su respuesta inmediata me sorprendió. Quedamos y le expuse mi idea: una representación sacra llevada a escena por las calles de Rímini. Claro que los costes serían muy elevados... A los pocos días, me llamaron del Meeting para discutir sobre el proyecto. Él se lo había comentado, había confiado en mí. Enseguida le cogí pasión, como si fuera un hombre de teatro, como un colega. Más de treinta mil personas participaron en la representación por las calles de Rímini hasta las cuatro de la mañana.

¿Cómo continuó su relación con él?
A menudo me invitaba a comer con algunos responsables del movimiento y me pedía que leyera, por ejemplo, las poesías de Leopardi. La última vez fue por su 80 cumpleaños, cuando recité precisamente un pasaje del Miguel Mañara. Me quería y todavía hoy me cuesta entender por qué. Me decía que veía en mí algo que ni siquiera yo veía. Me repetía: «Tú eres más grande de lo que piensas y lo mejor es que no lo sabes». Algo impensable para mí, que ni siquiera era del movimiento. Lo que me atraía no era la fascinación del gran teólogo sino del hombre de fe, que te hace percibir cómo la fe puede aclarar los enredos de tu existencia. Esos que tratas de explicar aferrándote a filósofos y sociólogos, como cualquier infeliz que trate de entender a Dios. Mientras que él los resolvía con la facilidad con que los habría resuelto mi abuela, una mujer de fe, pero además con una inteligencia portentosa.

¿De qué modo los resolvía?
Yo tengo a mis espaldas una educación católica. Giussani me decía: «No te tortures. El problema no es que tú desconfíes de la fe; es tu concepción de la fe la que desconfía de ti». Comprendo que es difícil de explicar, pero a mí todavía hoy me sigue pareciendo portentoso.

Resulta difícil de comprender...
Quizás así sea más claro: cuando dudas de la fe no es que esta desaparezca, sino que tú vas desapareciendo. Es una frase que conlleva una verdad enorme. Giussani era un hombre que perforaba todas las lógicas. Y lo mismo vale para la razón y la fe.

¿En qué sentido?
Si solo te fías de la razón, en un momento dado te tienes que parar. Más allá no puedes ir. Te la puedes saltar, pero corres el riesgo de volverte loco o violento. Giussani tuvo la capacidad de hacerme ir más allá, de creer en lo imposible. Para un hombre occidental medianamente culto, que usa los instrumentos que tiene a su disposición, se trata de abrazar la posibilidad de lo imposible. Y eso hizo él conmigo, no con una lección de filosofía sino con su testimonio, como él lo llamaba. Esto es el carisma. Me ayudó a fiarme de lo imposible.

¿Se puede decir que le hizo abrazar a Cristo?
Sí, mucha gente dice haber abrazado a Cristo, pero no es verdad. Para mí significó dejar de jugar con la razón y la fe. Hay que tener fe. Me lo hizo entender con su mismo ser. Yo me fié de él, y no es fácil explicar cómo ganó mi confianza. Él tuvo este poder. Fue como el starets de Los hermanos Karamazov. Un hombre que tiene la capacidad de hacerte decir: «Caramba, sí, es así».

¿Y qué cambió?
Cambió mi forma de ver la vida. Todo era como antes, y todo era distinto. Seguí amando los coches, la buena comida... pero cambió la perspectiva. Desde el encuentro con elstarets Giussani nació en mí una confianza en que es posible creer en lo imposible. Una apertura descomunal para no quedarte encerrado en los límites que tu cerebro establece. Esto es lo que Giussani provocaba en las personas que conocía. Yo he sido un afortunado porque me eligió y nunca me dejó. Es un hecho que me sorprende todavía hoy. Creo que vio en mí al artista, más bien la misión del artista: romper las barreras de la árida razón.

En su vida artística, ¿qué se ha quedado de la amistad con Giussani?
El coraje de la honestidad intelectual. Lo que significa elegir textos que den miedo, si se me permite la expresión; es decir, que susciten preguntas fuera de lo común. Esta es la misión de los Incamminati, la compañía teatral creada por Testori y que creció dentro de la amistad con él y con don Giussani. Un desafío continuo que nos permite seguir siendo hoy la mayor compañía de arte italiano. Por la confianza que tuvieron en mí, yo me quedé. Y sigo.