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Huellas N.1, Enero 2015

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

Te invito a cenar
SANTA CRUZ DE TENERIFE
Llevamos siete años participando en el Banco de Solidaridad que nació en nuestra parroquia de San José de Anchieta, en Santa Cruz de Tenerife. Todo empezó una tarde, cuando una mujer se acercó a nuestro párroco pidiéndole ayuda porque no podía dar de comer a su familia. A mediados del pasado mes de octubre, nuestro párroco, Joaquín, nos dice que va a celebrar una cena en Nochebuena con las personas que vienen a la parroquia a pedir comida y que, si queremos, estamos invitados. En ese instante me invade una alegría indescriptible, lo que menos esperaba y más ansiaba estaba sucediendo. Fue tal el impacto que me causaron aquellas palabras, que dije poco más que: «Cuenta conmigo y gracias». Enseguida unos cuantos amigos empezamos a preparar la que sería nuestra cena de Nochebuena. De cada encuentro que hemos tenido he salido conmovida al ver de qué modo en cada uno de nosotros se dilataba el deseo de participar (haciendo la cena, decorando el lugar, encargándose de buscar el modo más apropiado de servir, buscando villancicos que cantar, confeccionando unos delantales…). Nuestra alegría no se reducía solo a esos momentos, sino que se extendía a nuestra manera de ir al trabajo y vivir el día a día. Ha sido una gracia que la preparación coincidiera con el Adviento. Me di cuenta el día 23, cuando pedía al Señor que le pudiéramos acoger vivo y presente. Él se ha servido de esta cena para decirnos: «Mirad que este modo de vivir es el que se corresponde con lo que vuestro corazón espera y desea y Yo lo cumplo». El día 24 a las 17:30 ya estábamos en la parroquia para ultimar detalles, el día anterior algunos se habían encargado del montaje y la decoración de las mesas. Nuestro párroco había estado probando el funcionamiento del proyector que iba a utilizar para escuchar villancicos y ver imágenes. Esta fue otra sorpresa. Preparó una música de entrada espectacular, con la imagen de fondo del Manifiesto de Navidad que la acompañaba, en la que iban saliendo las palabras del Papa y de don Giussani. De pronto salen unas cosas que no entendemos, le preguntamos: «¿Qué es eso?». Y nos dice: «El manifiesto de Navidad en rumano. Y es que a la cena viene una familia de rumanos –Jorge, Ansioara y Alejandra–, que hace unos meses llegaron a nuestra parroquia pidiendo alimentos». Comenzamos a colocar el pan sobre las mesas, y a encender la cocina para ir calentando la comida. Sobre las 19:00 empezaron a llamar a la puerta, eran parroquianos que no podían asistir a la cena y nos traían comida, entremeses, postres, bebidas, que se acercaban simplemente porque querían ver cómo estaba todo colocado, fue un goteo continuo hasta las ocho. Del modo que fuera deseaban participar en lo que estaba sucediendo, hasta el punto de que hubo amigos que no podían quedarse porque sus familias les esperaban para cenar, y apuraron hasta el último instante allí con nosotros para servir las mesas antes de regresar a sus casas a celebrar el nacimiento de Cristo con sus familias. Porque eso es lo que celebramos, Su nacimiento. Y como aquella noche en Belén hace siglos, muchos quisieron compartirlo acudiendo a ver qué sucedía allí. A las ocho los treinta y cinco comensales ocuparon las mesas, mientras sonaba la música de entrada. La sorpresa de todos era patente, la belleza del lugar, el cuidado con el que todo estaba dispuesto, golpeaba a todos los que estábamos allí, y no había ni uno que no se conmoviera agradecido. Cenamos, hablamos, nos reímos, y a medida que iba transcurriendo la noche, Joaquín nos dijo que estábamos allí «celebrando que Cristo se ha hecho hombre y eso ha hecho posible que nos conociéramos y estuviésemos allí cenando, y eso es lo más importante que ha sucedido porque significa que, independientemente de la circunstancia por la que cada uno atraviese, la vida es un bien». Con velas encendidas y cantando villancicos fuimos luego a adorar al Niño antes de despedirnos y regresar a casa con el corazón lleno de alegría.
Chiqui

24 de diciembre. En el patio de la parroquia se prepara la cena 5 estrellas. Llego con mis dos ancianos y no dejan que mi marido me ayude. De inmediato tres sin hogar se hacen cargo de ellos. Me llaman Cristina. Yo no me sé sus nombres. A las 20h el párroco invita a entrar. La cena servida por ángeles, algunos vinieron del sur de la isla. Mientras en la pared se proyecta el Manifiesto de Navidad con un mensaje en español y en rumano. El párroco brevemente nos recuerda el Nacimiento del que hace posible el encuentro de esta noche. Se proyecta el canto de In notte placida, se continúa con nuestros villancicos y se termina con otra proyección de un bello villancico. Todos, todos, ayudamos a recoger. Comienza la Eucaristía con otro canto que nos habla del amor de Dios por nosotros. Antes de que termine la misa se encienden algunas velas que portan feligreses delante del Niño Jesús, que en brazos del párroco es llevado hasta el Belén de la entrada para ser besado por todos. Tanta iniciativa, tanta gracia parte de alguien que cada mañana dice sí. Y su testimonio llega a mí y reconozco con ello el amor de Dios por mi limitada humanidad.
Cristina

Cuando llegué a la parroquia con los langostinos que había preparado para colaborar en la cena, dos horas antes de la hora prevista para cenar, ya había tres personas sentadas afuera, esperando. Aurelio se levantó al verme y vino hacia mí; me abrazó sin dejar que soltara las bolsas que llevaba. En su sonrisa y en sus ojos, supe que él no habría faltado a aquella cena por nada del mundo. Este pobre reconoce igual que yo la Presencia que ha encontrado en este lugar, aunque él no pronuncie Su nombre. Me acerqué al banco donde permanecían los otros dos sentados. Ver a Rosalía me conmovió enormemente. Esa mujer que viene puntualmente cada mes, casi desde los inicios de nuestra caritativa, que tiene dos hijas y tres nietos, y cuatro hermanas que también vienen a por alimentos; ha venido sola a cenar con nosotros. Aurelio se entristece porque no me quedo a cenar y yo pienso en cuánto me gustaría quedarme. Aurelio, Rosalía, el otro que está sentado con ellos y yo compartimos la misma pobreza al ser igual de mendigantes. Lo que hoy venimos buscando a la puerta de esta parroquia solo se nos da por la infinita misericordia que ninguno merece. A través de ellos vuelvo a reconocer que eso es lo que celebramos esa noche: «La iniciativa de Dios que quiere acercarse a nosotros. Un milagro. Nuestra única esperanza».
Almudena

Ante la masacre
¿QUÉ QUIERE DECIR ESPERAR LA SALVACIÓN?
La noche anterior al trágico atentado de París, un grupo de amigos leímos juntos el artículo de Navidad de Julián Carrón. La consistencia de lo que nos habíamos dicho no evitó nuestra confusión, pero hay una frase que me hería como un dardo: «Por eso la Navidad nos invita en primer lugar a convertir la forma en la que concebimos de dónde puede venir la salvación, es decir, la solución de los problemas que nos plantea la vida cotidiana. Nos desafía a cada uno de nosotros con una gran pregunta: ¿de dónde esperamos la salvación?». Estas palabras, ante esta enorme tragedia, se hacen aún más urgentes. ¿Qué, quién puede salvarnos en una situación así? ¿Qué quiere decir esperar la salvación ante tal masacre? ¿Acabar con los criminales? ¿La justicia? ¿La libertad de expresión? ¿Qué todo vuelva a ser como antes? Todo eso es verdadero, pero no basta. Me doy cuenta de que a la pregunta de Carrón no puedo responder yo solo. Paradójicamente, ante tanto dolor, confusión y miedo, veo cumplirse en mí el sentido de celebrar hoy la Navidad: Dios, en la prueba, nunca nos deja solos. No sé hasta qué punto mi suerte estará ligada a la locura de este vacío. Pero en estas horas tan dramáticas me he dado cuenta de que me urge no vivir más “de las rentas”. La única posibilidad de vivir es –sin duda– la de reconocer que soy querido, amado, más allá de cualquier cosa que pueda sucederme. Repito, se hace aún más aguda y paradójica la evidencia de que Cristo encarnado es el único hecho que da consistencia a mi yo y que me permite mirar la realidad como Él me mira a mí, desde el primer instante. Ni siquiera todo el odio y el vacío que el mal difunde pueden disminuir este deseo de felicidad, de esperanza, de libertad. Decir “Cristo” no es decir una palabra vacía, sino reconocer y verificar si amo la vida como se me presenta más que a mí mismo. Soy profesor y, desde el primer momento después del atentado, he dicho a mis alumnos: «Mirad, si no queremos participar también nosotros de esta barbarie, la única posibilidad es amar lo que debemos hacer, es decir, estudiar, enseñar, mirar a los compañeros y a los profesores como un bien. Porque a través de esta mirada “estudiosa” (enamorada) podemos construir una nueva civilización». Haciendo así la verdadera “revolución de uno mismo”.
Silvio, París (Francia)

«SI ME VOY, ¿ADÓNDE IRÉ?»
Querido Julián: Llegué a los Ejercicios espirituales de los universitarios sin preguntas, con el corazón endurecido. Todo me molestaba, empezando por mí mismo, los amigos, los gestos, el silencio. Me había encerrado en el búnker de mis pensamientos. Luego, don Pino nos pidió que rezáramos, sea cual fuere nuestra situación personal, para que volviera a darse “el primer encuentro”. Entonces me pregunté: hace tres años, cuando no tenía ni idea de lo que eran unos Ejercicios ya que solo llevaba dos meses en el movimiento, ¿qué me pasó? ¿Qué es lo que me llamó la atención? ¿Un psicólogo, un filosofo, un gurú? Y ahora, tal como estoy, ¿qué necesito verdaderamente? ¿Una receta justa o un padre? ¿Necesito entenderlo todo o ser amado? A partir de ahí empezó a cambiar todo. Volví a sorprenderme por todo: ¿dónde encuentro cinco mil chicos en silencio a las 8 de la mañana? Yo que, hasta hace tres años, a esa hora de la mañana volvía a mi casa destrozado por el ruido y el alcohol después de una noche en la discoteca. Chicos del “servicio de orden” que desde las 7 se quedan fuera, al frío, para mí. Las sillas, el salón, los cantos, perfectamente preparados, para mí. Tú que no dejas nunca de amarme, esperarme, ayudarme. Todo gritaba el hecho de que soy querido y amado. Como Pedro ante Jesús, volví a responder de nuevo: «Señor, yo no sé por qué, no sé nada, se me escapan un montón de palabras y todavía no me entero del método, pero te amo. Si me voy de aquí, ¿adónde iré?».
Luca, Milán (Italia)

«NADA ME FALTA PARA SER FELIZ»
Todos los miércoles voy a la sesión de quimioterapia. Cada vez es una lucha. Cuando los médicos me dicen que la pueden poner, se me saltan las lágrimas, porque no es inmediato aceptar algo que no quieres, pues es una terapia pero te hace pasar un mal rato. «Lo más difícil para el hombre es aceptar que Otro se introduzca entre la realidad y yo y me permita entablar relación con ella» (don Giussani). ¡Qué verdad más grande! La experiencia me enseña que es posible solo cuando te das cuenta de que todos tus esfuerzos te dejan sola con tu nada. Entonces te sientes empujado a pedir ayuda a Otro. Durante una sesión, en que todo se me hacía cuesta arriba, leí estas palabras en el texto de don Giussani En camino: «Cuanto más vas en contra de lo que se opone a tu destino, tanto más libre eres. Por esto no hay que tener miedo a la fatiga. Cuanto más la aceptas, la deseas, la haces tuya por amor de Cristo, tanto más libre eres. Esa fatiga que te petrifica se puede quebrar. Si invocas al Espíritu, su fuerza viene y vence cualquier dureza». Estas palabras estaban escritas para mí. Recé y encontré paz. Salí de mi enfado y empecé a hablar con los enfermeros y a mirar a la cara a los demás enfermos. Me sorprende constatar cómo las circunstancias ponen de manifiesto mi necesidad de desplazar la mirada de la fatiga a lo que pasa a mi alrededor. Por ejemplo, mi madre que después de años sin pisar la iglesia decide ir a Roma para ver al Papa. Justo en una situación en la que me parecía imposible, todo empieza a hablarme. Es dramático, pero me hace respirar. Solo cuando me siento así de libre y amada, nada me falta para ser feliz.
María

«HABÉIS PUESTO MI VIDA PATAS ARRIBA»
Caterina estudia en Kiev y comparte piso con Irina. Este verano la invitó al Meeting de Rímini y ahora Irina ha empezado a acudir a la Escuela de comunidad. En esta carta explica qué le ha pasado en estos meses.
Este verano, Rímini se ha plantado en mi vida de manera seria y duradera. Todo lo que he vivido imprime un orden y una dirección a toda una serie de hechos pasados y presentes, fuertemente entrelazados. Ingenuamente pensé que solo serían unas vacaciones como otras y que la aventura se acabaría nada más volver a casa. En cambio, no. Antes de partir, me habían contado muchas cosas sobre el Meeting, que había exposiciones interesantes, pero no es lo que más me llamó la atención. Primero: me quedé atónita por las relaciones entre los participantes, entre los amigos. Viendo esa apertura, esa alegría sincera que tenía la gente, me preguntaba todo el rato: «Pero yo, cuando estoy en mi tierra, ¿expreso de esta manera mis sentimientos cuando me encuentro con la gente? De acuerdo, me pasa cuando vuelvo a ver a ciertos amigos al cabo de un tiempo… pero aquí sois muchos». Me acordé de mis años de colegio cuando me costaba relacionarme y durante un largo período mi único deseo fue encontrar un verdadero amigo. Segunda observación: vi unas relaciones absolutamente increíbles en las familias. No puedo decir que no haya tenido una buena familia, mis padres son estupendos. Pero, de repente, me di cuenta de que ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que les dije que les quiero. Antes de llegar a Rímini sabía algo del movimiento, de sus comienzos, de sus iniciativas; pero muy poco. Allí percibí que hay algo que os reúne, que tenéis algo que os llena la vida, que le da sentido. Que este “algo” os da una alegría verdadera. Este es “el centro” hacia el que tendéis. En Rímini entendí que este centro es Cristo. Tercera observación: caí en la cuenta de que sé muy poco de Cristo y de la iglesia ortodoxa. Ya lo sabía antes, pero no le daba importancia. Allí algo me atrajo irresistiblemente hacia la Iglesia. Se ha vuelto interesante descubrir qué hay allí dentro, qué es lo que os hace tan libres como os he visto, qué es lo que mantiene juntos a una cantidad de gente tan distinta. Es algo que yo, de momento, no conozco y no entiendo muy bien. Y lo más interesante de todo esto es que no habéis intentado explicármelo, simplemente lo vivís, así en vuestra vida resplandece una presencia misteriosa. Cuarta observación: sois muchos, de edades y condiciones sociales distintas, pero no he visto las típicas relaciones “jefe / currante” o “profesor / estudiante”, donde siempre hay cierta formalidad. En cambio he visto una relación entre “amigo mayor de edad / amigo más joven”. Ni uno solo de mis profesores en la universidad me volvió la cabeza. Conclusión: habéis puesto mi vida patas arriba. O también podría decir que por fin habéis ordenado mi vida. Todavía hay muchas cosas que no entiendo y no sé qué me deparará el futuro, pero lo que vi en Rímini es algo grandioso e importante y estoy llena de curiosidad por ver qué pasará.
Irina, Kiev (Ucrania)

COMPARTIR
Hace poco más de un año que colaboro con el Banco de Solidaridad. He conocido a muchas familias yendo a sus casas para entregarles mensualmente la caja de alimentos. He mantenido ciertas discusiones con otros organismos de voluntariado y realidades locales; crece la colaboración con Cáritas; he vivido momentos de enfado y también de riqueza de ideas a la hora de afrontar los “problemas técnicos y organizativos” con los amigos con los que hago esta caritativa. En medio de todo esto, me doy cuenta cada vez más del deseo que alberga el corazón de cualquier hombre: el deseo de compartir el sentido de la vida. Hace tres semanas, fui con un amigo a llevar la caja de alimentos a una chica de 30 años. Tiene dos hijos (de seis meses y año y medio) y su marido está en prisión. Mientras íbamos en el coche, me repetía la frase “conocida”: «Compartir la necesidad de los demás para compartir el sentido de la vida» y pensaba que no debía hacer más que entregar el paquete sin preguntar nada, por discreción. Nada más presentarnos, nos trató como si fuéramos viejos amigos. Nos contó toda su vida, las dificultades de una familia con graves problemas económicos (en casa les faltan hasta los muebles) para integrarse en una ciudad tan fría como Milán, el amor por sus hijos y la preocupación por su buen crecimiento y educación. Mientras hablaba, me sentía totalmente fuera de lugar con mi paquete en las manos. Pero cuando le dije: «No te preocupes, te traeré también ropa para los niños», me respondió: «No, no hay problema, venid solo a verme, mis hijos tienen aún ropa para un tiempo, no querría quitársela a otros...». Me descolocó: tenía delante a una chica con mil problemas, pero para quien compartir era una experiencia cotidiana, con una gran apertura y el deseo de comprender. Te puedo asegurar que es ella la que ha tenido verdadera caridad hacia nosotros (y de esto te das cuenta cuando vuelves al trabajo a hacer lo mismo de siempre, pero con un puñal clavado en el pecho, que te hace disfrutar cien veces más de lo que eres). A finales de diciembre, tuvo lugar la jornada de recogida para el Banco de Alimentos. Pocos días antes habíamos ido a tomar una cerveza con unos estudiantes de los cursos superiores y les contamos lo que hacemos en el Banco de Solidaridad, quiénes somos, las familias a las que ayudamos, etc. Más de diez estudiantes colaboraron en la iniciativa. La semana siguiente, quedamos para comer una pizza y los chicos decidieron proponer a sus compañeros de clase donar regularmente algo de comida para el Banco de Solidaridad: harán recogidas periódicas en su colegio y algunos vendrán a visitar las familias a las que asistimos. De todo esto, me queda el amor y la atención que Cristo tiene hacia mí a través de mis amigos y de las personas que conocemos llevándoles las ayudas. Y el deseo sincero de compartir con todos el sentido de la vida.
Mauro, San Donato / Milán (Italia)

EL COMUNISTA Y LA CENA
Quería contaros mi amistad inesperada e “imposible” con Lorenzo, un profesor de mi departamento. También él italiano. Primero nos encontramos en el ascensor, luego un día comimos juntos y enseguida tuve claro que no sentía ninguna simpatía por CL: es miembro del sindicato comunista, declaradamente ateo, etc. Así que decidí esperar un tiempo antes de decirle quién soy. Al cabo de unas semanas, él descubre que no tengo novia y me invita a tomar una cerveza para presentarme a una compañera de su novia que, mira tú por dónde, forma parte de nuestra comunidad de Montreal. Él se quedó atónito al ver que la conocía. Entendí que había llegado el momento de hablarle de mí. Fue realmente divertido. «Lorenzo, hay cosas de mí que no sabes…». «Ale, vale, he entendido, eres católico, no pasa nada… ¡No me digas que eres de CL!». «Lorenzo, no solo yo; ella también». Así supo también que pertenezco a los Memores Domini. De manera insospechada, lo que podría haber sido el final de una relación dio paso a una amistad más estrecha. Recientemente, de vuelta de un viaje, me dijo: «Ale, de verdad, ¿sabes que te he echado de menos?» (lo mismo me había pasado a mí). Paso a paso ha empezado a conocer también a mis amigos. Después de la proyección pública del vídeo por el 60 aniversario de CL, Un camino hermoso, adonde vino a cambio de que yo fuera a una manifestación sindical de los suyos, le invitamos al concierto de Navidad. Entre serio y divertido nos dijo: «Ni hablar. Luego pensáis que me estoy convirtiendo». Una noche, cenando con Mark, uno de mis compañeros de casa, cuando nos traen la cuenta, nos ve comentar cómo pagar y en el acto nos pregunta: «¿Pero vosotros ponéis en común vuestro dinero?». «Sí». Empezó a hacernos un montón de preguntas sobre cómo funcionan estas cosas en los Memores Domini. A la salida del restaurante, me dice: «Ale, para mí, que soy comunista, no es para nada obvio poner en común con mi novia el dinero… y vosotros lo hacéis de verdad». Quizás, hace quince años, si hubiera encontrado a Lorenzo en la universidad, fácilmente lo habría tratado como un enemigo ideológico. Hoy no.
Alessandro, Montreal (Canadá)

EL BAUTIZO DE ROSALÍA
Taipéi, Universidad Católica Fu Jen. Cada martes por la tarde a las cinco y media, en la sala de Asistencia espiritual de la Facultad de Letras, un pequeño grupo de estudiantes se reúne con nosotros los sacerdotes para un encuentro en el que hablamos de nuestra vida, al que sigue invariablemente la cena en uno de los muchos locales cercanos a la Universidad. Es gracias a estos encuentros que hace tres años conocimos a Rosalía. Taiwanesa, de familia taoísta, Rosalía tomó este nombre cuando estudiaba español en la Universidad Católica. En realidad ella no ha participado nunca directamente en nuestros encuentros. De hecho, trabajaba en la Asistencia espiritual, así que, mientras nosotros cantábamos o hablábamos, ella, sentada en el ordenador, escuchaba todo. Siempre estaba contenta de vernos. Así una vez, después del encuentro, la invité a cenar con nosotros. Se iluminó: «Hoy no puedo, pero la próxima vez voy sin falta». Así fue. No solo, vino con Patricia, una colega bautizada hace pocos años, graduada en francés. Poco tiempo después, Rosalía expresó su deseo de bautizarse. Después de un periodo de catequesis, durante el cual la acompañaba fielmente también Patricia, en la noche de Navidad de 2012 recibió el bautismo en nuestra parroquia de San Francisco Javier en Taishan. La madrina naturalmente era Patricia. Pasado el verano, me la encontré en la Universidad, con Patricia. Inmediatamente esta me dice «Shen fu [padre], Rosalía quiere casarse dentro de un año, pero no quiere hacerlo en la iglesia, ¡dile algo!». Pregunté a Rosalía si era su chico no católico que no quería. Me contestó que la razón estaba ligada a su situación económica. Pensaban ir a vivir a Australia, donde Mike, el futuro marido, estaba acabando un doctorado. «Quisiéramos casarnos por lo civil y posponer algunos años las fiestas». Replico: «Casarse en la Iglesia es casarse delante de Dios, no tiene nada que ver con el dinero y las fiestas. Si queréis os puedo casar incluso en mi despacho de párroco. Lo importante es que queráis confiar vuestro amor a Dios». «Si es así, entonces sí quiero», me respondió. La invité al curso prematrimonial. Rosalía es muy inteligente, en el curso entiende todo enseguida (a pesar de mi chino) y hace preguntas muy pertinentes. Una vez, hablando de la apertura a la vida, ella me dice: «Shen fu, yo no sé si queremos tener hijos, porque es posible que les transmita una enfermedad que tengo». Yo me quedo un momento sin palabras, después la miro y le pregunto: «¿Pero tú eres feliz por vivir, por estar en el mundo, no obstante tu enfermedad?». A su respuesta afirmativa, algo conmovido, prosigo: «Yo también me alegro de que tú existas, y seré feliz por conocer a tus hijos». El 28 de marzo de este año, primer sábado después de Pascua, Rosalía y Mike se casaron en Taishan. A primeros de mayo, se trasladaron a Australia. El día 22, Rosalía me escribe: «Querido shen fu, aquí en Australia es invierno, hace mucho frío; cada día debo hacer la compra y cocinar, en Taiwán lo hacían todo mis padres. Mi marido está esperando la nota de su tesis y el permiso de residencia para empezar a trabajar. No sé cómo será el futuro, pero se lo confío todo a Dios».
Padre Emanuele, Fraternidad San Carlos

Jornada nacional de recogida de alimentos
«TOMAD, QUE ENTRE POBRES NOS ENTENDEMOS»
Estos últimos meses han sido un enjambre de dificultades y de situaciones indeseables. Lo último fue el agravarse del estado de salud de mi padre. Se me planteaba una alternativa entre la rabia y una queja estéril ante las circunstancias, o seguir ese camino, que otros me testimonian como posible, que espero me conduzca a una conversión de corazón. El día de la Jornada de recogida de alimentos, tenía que recoger el resultado del TAC de mi padre. Me sorprendió verme sin angustia, porque participar en ese gesto de caridad era una manera de esperar con paz. Ver a gente necesitada como lo estaba yo en ese momento (por ejemplo, una anciana que caminaba con dificultad apoyada en una muleta y que nos entregó un sobre diciendo: «Tomad, que entre pobres nos entendemos») me hizo caer en la cuenta y amar lo que dice don Giussani: «Quien reconoce la presencia del Señor vive mejor, no resuelve todos sus problemas, pero los afronta mejor».
Teodoro, Bríndisi (Italia)

Una gracia muy especial
EL PRIMER AMOR
Quería compartir con ustedes una gracia especial que me está siendo concedida en este tiempo de Adviento que nos acerca a la Navidad. Saben que desde hace años, por serios problemas de salud, vivo en el Hogar Sacerdotal (Flores), donde soy atentamente cuidado según mis necesidades. Esto, más otros factores y sobre todo gracias al poder de la gracia del Señor, me ha llevado a una significativa mejoría que me permitió retomar ya hace un tiempo mis actividades pastorales. Pero ahora, respondiendo a la provocación del Papa Francisco: «Salgan a las periferias» (Evangelii gaudium), he comenzado a servir los fines de semana a la diócesis de Merlo-Moreno, donde a dos horas de viaje de mi casa hay parroquias sin presbítero que las asista. Lo mío, como diría la Madre Teresa, es «una gota en el océano», pero si yo no fuera, faltaría esa gota. El joven obispo de esta diócesis es monseñor Fernando Maletti, un corazón verdaderamente apostólico, «un buen pastor con olor a ovejas». Es muy atento y cariñoso con los curas y con los laicos, que a su vez suelen ser muy humildes y generosos. Yo “desembarqué” en la diócesis justo el día en que se celebraba a su patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, con una gran fiesta popular y una multitud de gente. Ni bien llegué y, cuando salía de la estación del ferrocarril Sarmiento, ¿a quién me encuentro en la calle? ¡Al mismísimo obispo caminando y saludando a su gente! Ya llegado a la sacristía, me salió al encuentro para saludarme con mucho entusiasmo una señora que, 40 años atrás, trabajaba con mi viejo en el Instituto Fahy de “La Reja”, localidad a la que mi obispo me envió a pastorear. Así es como ahora, de lunes a la mañana a sábado a la mañana, sirvo en San José de Flores, lugar por el que pasa muchísima gente y muy variada, y los sábados a la tarde y domingos estoy en La Reja, donde hay desde dos “cantris” hasta algún asentamiento muy precario. Pero todos tienen mucha necesidad de Cristo, que es lo que yo voy a llevar. Y voy también para aprender de ellos ya que, como bien se advierte en este tiempo de Adviento/Navidad, Dios se hace especialmente presente a los humildes. Recen mucho por mí como yo me comprometo a rezar por ustedes.
Padre Francis, Buenos Aires (Argentina)