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Huellas N.1, Enero 2015

CULTURA / Entrevista

La gran sospecha

Mattia Ferraresi

¿El valor de la civilización occidental? Hoy no está de moda, cuando no es explícitamente negado. Él, en cambio, lo estudia y va decididamente contracorriente. RODNEY STARK contesta la oposición entre modernidad y cristianismo. Y dice que el mundo es “irreligioso”…

Occidente es una palabra sospechosa. Evoca opresión y tendencias imperialistas, horrores coloniales y oscuros proyectos de dominación global, tanto que las conquistas que históricamente nacieron en el cauce de la tradición occidental –de la ciencia al arte, pasando por las libertades civiles y políticas, y por el libre mercado– tienen que reconducirse en el discurso público a otras tradiciones para no incurrir en el pecado capital del etnocentrismo. Las pretensiones de universalidad en el ámbito de la filosofía y la ciencia son en realidad los síntomas de ese complejo de superioridad con el que la cultura occidental ha alimentado su prepotencia durante siglos. Se llega al límite de presentar a Occidente como el más astuto y temible depredador del genio humano: los griegos reciclaron la cultura egipcia, la Europa cristiana robó la ciencia al islam y la tecnología a China. No es más que un corta-pega de lo mejor de la cultura global, perpetrado con medios ilícitos (a menudo violentos) y sin ni siquiera citar las fuentes. A partir de esta concepción, en las últimas décadas los cursos sobre la civilización occidental se han eliminado sistemáticamente en las universidades americanas y en las élites académicas la negación de la identidad occidental se ha convertido en una posición estándar. «Hoy está increíblemente pasado de moda estudiar o tan solo hablar de Occidente», escribe Rodney Stark en su último libro publicado en Italia por Lindau, con el título La victoria de Occidente. Stark nunca ha tenido miedo de ir contracorriente en el debate sobre Occidente. Ha refutado la superioridad tecnológica de la cultura asiática en el medievo, ha desmantelado la imagen de las cruzadas como guerras de conquista, incluso ha puesto en discusión la famosa tesis de Max Weber sobre la ética protestante como origen del capitalismo: un floreciente sistema bancario se había desarrollado en Europa mucho antes de la Reforma. En decenas de volúmenes y artículos, este eminente sociólogo que, dice, empezó a dedicarse a la religión “por casualidad”, ha explicado la contribución impagable de la civilización occidental, salpicada sin duda por contradicciones, desviaciones y errores, pero ciertamente un motor positivo para el desarrollo humano. Nacido en 1934 en Jamestown, en Dakota del Norte, en una familia luterana, Stark exploró a lo largo y a lo ancho (y en profundidad) el desarrollo del fenómeno religioso, rastreando aquellos vínculos entre la civilización occidental –con sus progresos y ambiciones universales– y el hecho cristiano que la cultura dominante tiende a obliterar o reducir. Si en ese proceso de desmantelamiento se admite que Occidente ha dado cierta contribución original a la civilización humana, el mérito se otorga a la modernidad secularizada, que liberó al hombre de las cadenas mentales del oscurantismo y de la superstición cristiana. Stark, que cuando en 2007 fue nombrado profesor en la Baylor University de Texas se definió como un “cristiano independiente”, propone una lectura opuesta: el cristianismo fue un factor decisivo en el desarrollo de las ideas, las instituciones políticas, los sistemas económicos, las conquistas civiles y el avance tecnológico que ahora el mundo exalta, pero solo a cambio de censurar su origen. Tal vez precisamente ahí radica la grandeza de la contribución de Stark: en haber sacado a la luz el vínculo entre cristianismo y cultura que siglos de ideología han intentado sepultar bajo gruesas capas de lugares comunes y dicotomías creados intencionadamente. Entre ellas, la radical oposición entre cristianismo y modernidad: aquí comienza nuestra conversación con el profesor americano.

A menudo el cristianismo se presenta como oposición a la modernidad. Usted sostiene, por el contrario, que la modernidad es un producto del cristianismo, aunque a veces se presente como una “verdad enloquecida”, citando una expresión de Chesterton. ¿De dónde nace su lectura?
La base fundamental de la modernidad es la fe en la razón y la convicción de que el universo tiene un orden racional, por tanto en cierta medida comprensible. Esta es una prerrogativa de Occidente, que se apoya en la concepción judeo-cristiana de un Dios creador racional. Su creación por tanto se basa en reglas racionales que pueden descubrirse mediante la observación y el uso de la razón.

Sin embargo, la razón parece perderse cuando se cree autosuficiente.
No nos debe sorprender que el hombre pueda abusar de la razón y que nuestras conquistas científicas puedan convertirse en el terreno sobre el que crece un orgullo ilimitado, es uno de los pecados capitales. Cuando leo a intelectuales antirreligiosos, como por ejemplo Richard Dawkins, lo que más me llama la atención es su increíble arrogancia y el hecho de que no se den cuenta de la desproporción entre sus pequeñísimos conocimientos y las maravillas del universo.

Usted dice que Occidente, históricamente, ha vencido, ¿pero sigue venciendo hoy? Justo después del colapso de la Unión Soviética, parecía que la historia caminase hacia la difusión natural del modelo occidental en términos políticos, económicos e ideales, pero basta mirar a nuestro alrededor para comprender que no ha sido así.
La civilización, conformada por valores ilustrados e instituciones liberales, siempre es precaria. Especialmente ahora que la modernización tecnológica inventada por Occidente se ha difundido, pero casi siempre sin la civilización. En realidad, también en Occidente podría desaparecer la civilización, como sucedió en la Alemania nazi y en la Unión Soviética, dejando naciones enteras llenas de aviones y carros armados, pero yermas de moralidad.

¿Está diciendo que la civilización no se conquista de una vez para siempre?
Desgraciadamente, mucha gente en los países democráticos de Occidente ha olvidado, o nunca ha reflexionado adecuadamente, la necesidad de defender a la civilización de una barbarie así, hoy igual que entonces. Peor aún, son demasiados los que dan por descontado los privilegios y parecen incapaces de ver la necesidad de un sacrificio.

¿Cuál es el origen de esta actitud?
No creo que se trate de un fenómeno nuevo. Durante años hemos vacilado cuando se trataba de detener a Hitler y Stalin. Lamentablemente, quien ha aprendido de la experiencia de que era necesario detener la opresión no ha conseguido transmitir la misma urgencia a las generaciones más jóvenes. Por ello, demasiados jóvenes americanos y europeos piensan que la Guerra Fría fue un gran malentendido y no quieren molestarse por problemas lejanos, situados en Ucrania u Oriente Medio. Hace poco leí que un tercio de los jóvenes ingleses no sabe quién es Churchill. En 2006, dos tercios de los americanos entre 18 y 24 años no eran capaces de situar Iraq en el mapa.

Ha estudiado a fondo las transformaciones religiosas en Norteamérica. ¿Cómo está cambiando la relación de los estadounidenses con el fenómeno religioso? Se habla de un retorno a la necesidad religiosa, acompañado por una profunda crisis de las iglesias tradicionales.
El punto de observación menos favorable para tratar de entender lo que sucede en EEUU es una sala de profesores donde los docentes hablan entre sí y solo leen cosas escritas por ellos mismos o por periodistas que viven tan aislados como ellos del mundo real. A pesar de que todos ellos esperan un cambio en el sentimiento religioso en EEUU, este se mantiene increíblemente estable. La participación en la vida de las iglesias permanece estable desde hace cincuenta años, más del 80% de los americanos cree en los ángeles, la mayoría reza (un tercio reza más de una vez al día) y los ateos son el 4% de la población desde 1944, el primer año en que hubo datos significativos.

¿De dónde nace el error de perspectiva?
Habitualmente, la falsa impresión de la secularización la generan líderes religiosos que han perdido la fe o están totalmente alejados del sentir común, pero la tendencia de estabilidad permanece, porque estos líderes guían denominaciones que están perdiendo fieles rápidamente, quienes se dirigen a las iglesias que han “mantenido la fe”.

Europa parece decididamente más secularizada.
Sí, es verdad. Pero es mucho más una crisis de las iglesias que un hecho de irreligiosidad. Y eso en parte se refleja en la falta de competencia entre iglesias. Allí donde muchas iglesias trabajan para sus miembros, como siempre ha sucedido en EEUU y ahora también en América Latina, se nota un nivel de religiosidad más profundo. Ahora estoy trabajando sobre las perspectivas religiosas europeas en un libro que se publicará el próximo otoño y que lleva el significativo título de The Global Religious Awakening: the Triumph of Faith Over Secularity (ndt, “El despertar religioso global: el triunfo de la fe sobre la secularización”).