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Huellas N.11, Diciembre 2014

IGLESIA / Los viajes del Papa

La lógica del otro

Marina Ricci

Bartolomé I y el beso en la frente. La oración en la Mezquita. La mención a los yazidís delante del presidente Erdogan. Y ese grupo de cristianos en Estambul… Instantáneas de la visita a Turquía, donde ha sucedido algo que puede marcar la historia

La unidad “que precede a la unidad” se plasma en una imagen simbólica de este viaje a Turquía: el beso de Bartolomé I en la cabeza de Francisco al término de la oración ecuménica. La fuerza de los gestos prevalece sobre las discusiones teológicas. Francisco se inclina y pide la bendición del Patriarca de Constantinopla. Bartolomé no se atreve a trazar el signo de la Cruz sobre el Papa así que conmovido se inclina a su vez para besarle en la cabeza. Una escena tan sorprendente que si no fuéramos conscientes del peso de mil años de división entre católicos y ortodoxos, y otros cincuenta de comisiones, confrontaciones teológicas, pequeños y grandes gestos para romper el hielo, verdaderamente nos preguntaríamos dónde está el problema. De esta amistad entre dos hombres, un católico y un ortodoxo, que precede a la unidad y que permite saborear ya la belleza de esta extraña dinámica cristiana, Francisco habló en el discurso que pronunció al término de la Divina Liturgia, celebrada en Estambul, en la Iglesia Patriarcal, en la fiesta de san Andrés Apóstol.
«Encontrarnos, mirar el rostro el uno del otro, intercambiar el abrazo de paz, orar unos por otros, son dimensiones esenciales de ese camino hacia el restablecimiento de la plena comunión a la que tendemos. Todo esto precede y acompaña constantemente a esa otra dimensión esencial de dicho camino, que es el diálogo teológico. Un verdadero diálogo es siempre un encuentro entre personas con un nombre, un rostro, una historia, y no solo un intercambio de ideas. Esto vale sobre todo para los cristianos, porque para nosotros la verdad es la persona de Jesucristo (…), tampoco el diálogo entre cristianos puede sustraerse a esta lógica del encuentro personal».
Tampoco se sustrajo a esta lógica el patriarca Bartolomé en su relación con Juan Pablo II y Benedicto XVI, ni hoy con Francisco. Ya en 2006, durante el viaje al principio doloroso y luego en cambio triunfal de Benedicto XVI a Turquía, a causa de la crisis de Ratisbona, se podía notar la gran sintonía entre los dos jefes de las Iglesias hermanas. ¡Cómo olvidar la imagen de Bartolomé que, al terminar la visita, desde el balcón del Palacio del Fener, expresó toda su alegría levantando en alto el brazo de Benedicto!

Sentir juntos. Con Francisco parece que la sintonía ha ido creciendo y ese es el dato que salta a la vista una vez finalizado este viaje. Los actuales sucesores de Pedro y de Andrés “sienten juntos” qué es el cristianismo y juntos advierten de un modo dramático la urgencia de la historia, que hoy apremia con la crisis económica de Occidente y la deflagración del mundo musulmán. En este escenario, el ecumenismo trágico del martirio junto al de la caridad han mostrado con evidencia otras «unidades que preceden a la unidad», como también recordó durante los días de la visita el patriarca Bartolomé: «No podemos seguir permitiéndonos el lujo de actuar solos. Los actuales perseguidores de los cristianos no preguntan a qué Iglesia pertenecen sus víctimas. La unidad, por la cual tenemos mucho que hacer, se da ya en ciertas regiones, desgraciadamente, a través del martirio. (…) Porque, ¿para qué vale nuestra fidelidad al pasado, si esto nada significa para el futuro? ¿A qué´ sirve nuestro orgullo por todo lo que hemos recibido, si todo ello no se traduce en vida para el hombre y para el mundo, de hoy y de mañ~ana? (…) La Iglesia existe para el mundo y para el hombre, no para sí misma».
Palabras que bastan, con esa mención final al pecado de autorreferencialidad, para dar a entender el grado de sintonía que hoy existe entre Bartolomé y Francisco.
El resto, en la línea ecuménica de este viaje, son detalles importantes de un Papa que no tiene miedo a decir que respecto a la unidad la Iglesia católica no tiene otra exigencia que la profesión de la fe común, y de un Patriarca que no teme recordar que el primado de amor, honor y servicio, en el ámbito de la sinodalidad, es reconocido y respetado por la tradición común de ambas Iglesias. Ambos remiten al ejemplo del primer milenio cristiano, como en el pasado sugirió en varias ocasiones Benedicto XVI, para delimitar y resolver los nudos fundamentales del diálogo teológico.

Cuerpos y dolor. El encuentro del Papa con el presidente Recep Erdogan, al contrario que con Bartolomé, ha marcado visiblemente las distancias mostrando dos intenciones distintas. La del presidente turco, de atraer a una platea internacional y ostentar en su discurso de bienvenida el papel y las ambiciones de Turquía en el escenario medioriental. La de Francisco, de llegar al punto más cercano, en virtud de las circunstancias, al conflicto tal vez más peligroso y trágico de esta “tercera guerra mundial por partes” que se desarrolla desde hace tiempo y de la que ya ha hablado otras veces. El discurso de Erdogan fue prácticamente ignorado por los medios internacionales y duramente criticado en su país por la prensa más cercana a la oposición, que lo definió como una “rueda de prensa” inapropiada para la ocasión.
En cambio Francisco no reivindicó ningún papel, solo el de una mirada a la realidad animada por la compasión hacia los hombres.
«La situación en Oriente Medio es verdaderamente trágica, especialmente en Iraq y Siria. Todos sufren las consecuencias de los conflictos y la situación humanitaria es angustiosa. Pienso en tantos niños, en el sufrimiento de muchas madres, en los ancianos, los desplazados y refugiados, en la violencia de todo tipo. Es particularmente preocupante que, sobre todo a causa de un grupo extremista y fundamentalista, comunidades enteras, especialmente –aunque no solo– cristianas y yazidís, hayan sufrido y sigan sufriendo una violencia inhumana a causa de su identidad étnica y religiosa. Se les ha sacado a la fuerza de sus hogares, han tenido que abandonarlo todo para salvar sus vidas y no renegar de la fe. La violencia ha llegado también a edificios sagrados, monumentos, símbolos religiosos y al patrimonio cultural, como queriendo borrar toda huella, toda memoria del otro».
¿Quién dedica hoy una sola palabra a los yazidís, devolviendo rostro, cuerpo, dolor a una realidad extraña por desconocida? Pero tal vez sea precisamente esa mención a los yazidís lo que haga torcer el gesto a aquellos que, en estos días, han acusado a Francisco de no defender con suficiente vigor a los cristianos perseguidos y se han rasgado las vestiduras porque el Papa ha rezado en la Mezquita Azul de Estambul. Una postura que se debe a la pérdida de la memoria, que olvida las polémicas suscitadas por los labios de Benedicto XVI que susurraban en ese mismo lugar, en 2006, una oración análoga. Y ese titular-comentario del diario turco Milliyet: “Como un musulmán”.

La mano tendida. La última fotografía del viaje es la de un pequeño grupo de cristianos que estuvo esperando hasta última hora, ante la sede del Vicariato apostólico de Estambul donde el Papa se alojaba esa noche, a que Francisco regresara. Es una instantánea para amantes de ese trozo turco de Tierra Santa, sobre el que dio sus primeros pasos el cristianismo y que ha tenido también algunos mártires recientes, como el sacerdote Andrea Santoro y el obispo Luigi Padovese.
Por paradójico que pueda parecer, son ellos, los católicos de la antigua Asia Menor, numéricamente irrisorios, un poco ajados como los mosaicos supervivientes de la Basílica de Santa Sofía, sometidos a mil dificultades y constricciones como sus hermanos ortodoxos, siriacos, armenios y protestantes, los que constituyen esa mano tendida hacia el mundo musulmán en Turquía. Esos que, después de la marcha de Francisco, se quedan, y deben ser amados, recordados y sostenidos.


«Para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, “la Iglesia que preside en la caridad”, es la comunión con las Iglesias ortodoxas»
de la intervención en la Divina Liturgia, Estambul