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Huellas N.10, Noviembre 2014

BREVES

La Historia

El camino de Omar

Quedamos en un bar. Un café rápido, luego cada uno sale con su taco de revistas bajo el brazo para ir a venderlas a la salida de misa, preparar con otros amigos la mesa de venta y también un aperitivo que ofrecer a los transeúntes. Allí, delante de la mesa, Stefano y Nazareno conocen a Zal, con otros dos amigos y un paquete de libros. Los cuentos africanos, las recetas de Senegal, los dibujos pintados por los niños... El mismo muestrario de quien sale a la calle todos los días para ganarse el pan.
Stefano lo conoce desde hace un tiempo, se han intercambiado también los teléfonos y Zal fue también a una cena con otra gente del movimiento. «Bueno, ¿qué tal? Veo que trabajas también de domingo...». Dos palabras sobre la familia, los amigos, alguna broma juntos: ellos dos vendiendo Tracce con el dvd sobre los sesenta años de CL, los tres africanos con el armamento de libros, pulseras y mercancía varia. «Venga, desplazaos un poquito más allá, hoy, para no hacernos competencia». «Amigo, pero tú no sabes vender; déjamelo a mí que soy un crack...». Risas, palmadas en el hombro. «Luego le regalo una copia a Zal y me despido», cuenta Stefano: «Oye, mírate el vídeo: habla de nosotros».

Termina la misa, las revistas –sorprendentemente– también. Pero a Stefano algo le sigue rondando en la cabeza por la tarde, cuando llega al centro de Milán, delante de los coros alpinos de los chicos del CLU y de los adultos que venden Tracce. «Pensaba en Zal y sus amigos. Ellos venden los libros para dar de comer a sus familias. Pero en el fondo es una manera de recordarle al mundo que existen, para afirmar su dignidad. Bueno, para mí ese domingo fue lo mismo. Estaba allí para decir quién soy. No me estaba ganando el pan, pero sí estaba compartiendo lo que me permite vivir».

El día después, un aviso en el móvil. Es un mensaje de Zal. La gramática chirría, la sustancia no. «Gracias por la revista. Y el vídeo. ¡Espectacular!». Stefano se para en la calle, con el teléfono en mano: «Piensa que yo todavía no lo he visto...». Le llama. «Hola, Zal. ¿De verdad lo has visto?». «Sí. Casi entero». Risas. Se pone a canturrear: «È bella la strada... La cantaste también esa noche, en la cena, ¿te acuerdas?». Luego se pone serio: «Me han dado ganas de volver pronto a mi casa, con mi familia. Porque mi lugar está allí».