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Huellas N.5, Mayo 2014

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

UNA EXTRAÑA ALEGRÍA
Queridos amigos, ¡feliz Pascua a todos! Hemos pasado la Semana Santa en Jarkov, Ucrania, casi todas las de mi casa para celebrar estos días junto a nuestros amigos ucranianos y algunos que han venido desde Italia. Este viaje lo habíamos pensado hacía mucho aunque, dadas las circunstancias, no decidimos si hacerlo o no hasta el último momento. 
Han sido días muy intensos, participando en las liturgias ortodoxas y católicas según el día. Me gustó particularmente la liturgia del sábado por la mañana, el descendimiento de Jesús al infierno... Cristo ha resucitado ya, y lo saben los muertos, pero no los vivos, no aún, pero de alguna forma nos llegan las voces, los ecos de la resurrección y, poco a poco, la esperanza se va haciendo certeza, la certeza que culminará en la celebración nocturna de la Pascua. Por la noche estuvimos en la vigilia Pascual en la iglesia ortodoxa de un querido amigo sacerdote de Filonenko y volvimos a casa a las 6 de la mañana. Durante la celebración, en el momento del evangelio, que a veces se lee en distintas lenguas, Nembrini leyó en italiano, y yo en español. El domingo descansamos y después fuimos por la tarde a la misa católica, a la que vinieron también todos nuestros amigos ortodoxos.
Dentro de toda la tensión de este momento, de todo el dolor, ver el rostro conmovido y agradecido de estos amigos por nuestra simple presencia aquí es un espectáculo. Y, sobre todo, para mí – y podría decir para todos los demás – ha sido también una experiencia increíble. No es fácil expresarlo con palabras, y de hecho la mayor parte del tiempo estaba en silencio, mirando y rezando. Cada día veía nuevos rasgos del rostro inconfundible del Señor y, en estos días, el camino de la pasión y la victoria sobre el miedo y la muerte se ha hecho carnal, y no es una metáfora. Cada vez que volvíamos a casa, lo primero que hacíamos era mirar las noticias, porque porque podía estallar la guerra en cualquier momento. La ciudad estaba tranquila, pero eso no garantiza nada, porque aquí todo cambia de un día para otro. Sin embargo, había entre nosotros una extraña paz – que no era inconsciencia – que sólo puede venir de la certeza de Su presencia. Y una extraña alegría que se sobreponía en todo momento al miedo. Él está, está entre nosotros porque ha vencido a la muerte y entiendes las palabras del salmo, «no tiemblo aunque tiemble la tierra, porque Tú estás conmigo». 
El lunes Nembrini dio una lección sobre Dante en el centro italiano que Filonenko, con otras dos chicas, han creado ligado a la universidad de Jarkov.
Los últimos días los pasamos en Kiev, donde estuvo también Mario Mauro, que tuvo un encuentro en la Academia y dio una rueda de prensa espectacular. Estuvimos paseando por la plaza del Maidán, donde están las tiendas y los restos de las barricadas. Entramos en la tienda-iglesia (impresiona verla, pequeña pero cuidada, silenciosa, con iconos ortodoxos junto a la foto del Papa Fancisco) y rezamos por nuestros amigos. Después hablamos con algunos de los voluntarios. Como nos decía Constantin en el EncuentroMadrid, seguirán allí hasta después de las elecciones. Pasando por el panel, a la entrada de la plaza, donde están las fotos de todos los fallecidos, junto a las velas y flores que la gente deja, ante una oración preciosa no podía contener las lágrimas... Eran rostros verdaderamente hermosos, miradas llenas de esperanza. Entre otras cosas llamaba la atención que en las fotografías se veía a chavales de 17 años y a gente de 75 (también mujeres).
El miércoles, de nuevo Nembrini habló de Dante. Y uno se pregunta: ¿cómo es posible que en esta situación esta gente se preocupe por montar este tipo de encuentros que para tantos de nosotros serían “culturales”? Pues precisamente porque son conscientes del valor cultural real de esta experiencia, porque es la experiencia de la Presencia, de la única presencia que puede construir de verdad la vida, que puede infundir el deseo de la paz en el corazón, porque no viven un dualismo, sino la certeza de que sólo Cristo – a través de la encarnación, que se hace efectiva tras la resurrección en nuestras pequeñas vidas – puede realmente cambiar el mundo. Por eso, en medio de una amenaza constante de guerra, nuestros amigos, en lugar de esconderse bajo la almohada, nos invitan a celebrar la Pascua – católica y ortodoxa – y organizan encuentros sobre Dante y Grossman, al tiempo que se reúnen con figuras representativas de la política o de la oligarquía para intentar defender y construir su país.
En la homilía de la noche de Pascua, el sacerdote dijo que la resurrección de Cristo debía ser de verdad el signo del Amor: «Amaos unos a otros, porque quien se ama sólo a sí mismo no tiene competencia, y termina solo. Si Cristo ha resucitado por todos, ¿por qué yo he de hacer diferencia entre ortodoxos y católicos, entre rusos, ucranianos, georgianos, italianos... como si Su amor no fuera para todos?».
Esta es nuestra única esperanza.
Isa, Moscú (Rusia)

UNA NUEVA PARROQUIA, UNA NUEVA CASA
Llegué a Santiago el 26 de agosto de 2013. Stefano llegó pocos días después. Los primeros meses vivimos en la casa de formación de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, tomando contacto con la parroquia poco a poco, hasta empezar a trabajar diariamente desde el 25 de febrero en la parroquia Divino Maestro en San Bernardo.
Hemos querido empezar mirando y escuchando, encontrándonos con cada una de las seis capillas y con cada grupo presente en la pastoral parroquial, y atendiendo a las prioridades de la parroquia: misas, oficina parroquial, visitar enfermos o difuntos en las casas, y muchos encuentros.
Empecé un breve curso de novios con una pareja que ha decidido casarse después de diez años de convivencia. Tienen cinco hijos de los cuales dos son de ella, de una relación anterior.
Desde hace tres años también tienen una casa digna. Me conmovieron cuando, poco a poco, se abrieron y me contaron su historia. Han vivido años en una casa de madera, pobreza absoluta, en un campamento sin agua, sin baño, sin luz y cuando llovía tenían que salir al tejado para tapar con plásticos que encontraban en la basura… siete años así, ahorrando plata para comprarse una casa más decente. Después, hace un año, les roban la furgoneta… pero ahora quieren casarse para decir: ¡Gracias a Dios por todo lo que les ha dado! Les di las gracias por contarme un poco su historia y añadí: “Ahora Dios os pide construir vuestro matrimonio y educar a los hijos con la misma pasión con la que se han sacrificado por la casa. Merece la pena”.
Otro día me llaman porque se ha suicidado un chico más o menos de mi edad. No tenía ni cuarenta años. Estaba enfermo de algo raro en los huesos y muy deprimido. Llegué a la casa de sus padres. Leí el evangelio del buen ladrón (dejando de lado todas las dudas que vienen a la cabeza cuando uno se suicida) y repetí a la familia las mismas palabras de Jesús en la Cruz: ¡Hoy estarás conmigo en el paraíso! Empecé a conmoverme y llegaron las lágrimas pensando en ese chico, mirando su rostro con los ojos todavía abiertos.
Media hora más tarde entré en otra casa para visitar a un abuelito postrado desde hace años por un derrame cerebral. Le hablé como si no estuviese completamente paralizado, como si no tuviese la traqueotomía y la bolsita del intestino… le dije que venía de Italia a regalarle el abrazo de Jesús con el sacramento de la unción. Con una fuerza increíble, él logró santiguarse y después se reía conmigo contestándome con los ojos a mis preguntas. La familia me decía que llevaban meses sin verle tan contento. Y yo pensaba en mis adentros: Lo que han recibido gratis, denlo gratis.
El 23 de marzo vino el obispo para la misa de la Toma de posesión. Al final dije estas palabras:
«Hoy el Señor me pide una responsabilidad nueva, me ha “regalado” una tarea nueva: ser padre de cada persona, de cada alma de esta parroquia. No niego los sentimientos de vértigo que siento frente a esta tarea, pero lo que más llena mi corazón es el gozo que el Señor regala a sus hijos.
Siento mías las palabras del Evangelio: Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos (Jn 4,38).
Es una alegría para mí seguir el trabajo de los párrocos que me han precedido desde el padre Elmer hasta el padre Hernán. Y por eso le doy gracias al Señor.
Ya en estas primeras semanas en la parroquia, el mismo Jesús me ha llenado el corazón de un gozo inesperado en muchas ocasiones, en muchos encuentros o escuchando testimonios conmovedores de conversión. He experimentado como los setenta y dos discípulos enviados adonde quería ir Él que volvían de la misión llenos de gozo.
Pero también a mí, como a los discípulos, Jesús me dice: ¡No te alegres por los milagros que ves! sino: ¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!
¿Cómo no desear esto para mí, para nuestra parroquia Divino Maestro y para cada uno de ustedes?
La felicidad en los ojos y en el corazón por ser amigos del Hijo de Dios.
Jesús de Nazaret, Redentor del hombre y centro del cosmos y de la historia – como había escrito el beato Juan Pablo II en su primera encíclica y testimoniado a lo largo de toda su vida – es ¡de verdad! lo mejor que hemos encontrado.
El encuentro con Él ha cambiado mi vida, nuestras vidas, para siempre.
Y este encuentro no es algo del pasado, sino algo presente. Tú y yo podemos hacer experiencia – ¡ahora! – de Jesús vivo, presente en medio de nosotros. Podemos verle, oírle, abrazarle… basta tener el corazón sencillo como el de los niños.
Le pido al Señor que nuestra parroquia sea ante todo esto: “una casa” donde sea posible encontrar a Jesús y estar con Él como los discípulos que estaban con Él todos los días para comprender cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo que supera todo conocimiento (Ef 3,17-19). Así – y sólo así – podremos crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad y vivir la plenitud del cristianismo, ser sus amigos, ser santos.
Y lo segundo que le pido al Señor es que esta casa y mi corazón (y el corazón de cada uno de ustedes) estén siempre abiertos. Abiertos para regalar a todos el “tesoro” que hemos encontrado, que es el mismo Jesús.
Que hagamos como la Samaritana que corrió a la ciudad y dijo a la gente: “¡Vengan a ver!”. Para que así todos salgan de la ciudad y lleguen a Su encuentro. El Evangelio sigue diciendo que después le rogaron que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él (Jn 4,28-30.40-41).
Ésta es nuestra única misión. Que nuestra parroquia sea una casa para mí y para todos. Que en nuestra parroquia Divino Maestro haya vida, porque la Iglesia es una vida.
Será un trabajo largo en el tiempo y de todos los días. Será un trabajo de unidad y de comunión (de las seis capillas porque somos “una” familia). Será un trabajo dictado mirando la realidad, lo que sucede. Será un trabajo de inteligencia, libertad y afecto de cada uno. Será el trabajo que cambiará nuestras vidas aburridas en la aventura fascinante de seguir a Jesús por las calles y plazas de nuestro barrio adonde quiere ir Él.
Quiero acabar pidiéndole a Dios algo grande.
Quiero repetir las mismas palabras de Benedicto XVI recién elegido Papa. Son palabras que desde aquel día me llenan el corazón y la mente por su frescura, por su verdad y su peso.
Por eso pido al Señor que haga de mí un humilde trabajador en Su viña.
Pido la intercesión y la ayuda de san José, de san Carlos Borromeo, de san Bernardo y de todos los santos de nuestra amada patria chilena.
A la Virgen María regalo mi corazón, y el de todas aquellas personas que encuentre por el camino, para que cada día sea un total hágase en mí según Tu palabra».
Alessandro Camilli, (Chile)

“ES BUENO QUE TÚ EXISTAS”
Estoy realmente sorprendido por lo que ha sucedido en el Consejo Diocesano de Laicos a raíz de la experiencia de nuestros universitarios en Madrid al repartir los manifiestos.
Nos habían solicitado una intervención sobre el tema de la familia, los miembros allí presentes estaban dubitativos en participar, levanté el brazo para hacerlo, con la intención de introducir el manifiesto “Es bueno que tú existas” al final. Pero ¡¡no me dio tiempo!! El delegado diocesano se adelantó y presentó el manifiesto, hablando también del testimonio de una universitaria de CL en relación a todo lo ocurrido con la entrega del manifiesto en la Universidad Complutense de Madrid. El manifiesto y el testimonio ya habían llegado por correo electrónico a todos los del Consejo por indicación del obispo, que estaba muy impresionado ante esta experiencia de «dar a conocer el Evangelio, no reaccionando a las provocaciones y agresiones, sino acogiendo a las personas que les respondían violentamente».
Cuando pude exponer lo que teníamos preparado, quise ante todo expresar que nosotros miramos al mundo con simpatía, ofreciendo lo que somos. Deseamos originar en el otro “una curiosidad deseosa suscitada por el presentimiento de lo verdadero”, que surge ante la belleza y el atractivo de lo que vivimos. Abrazando a las personas que tenemos ante nosotros, con el deseo de acompañarlas en la realidad concreta; y que lo que nos apremia es vivir la experiencia cristiana de forma integral, en la vida cotidiana, en la misión y la caridad. Leí también el texto de Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el Encuentro con un Acontecimiento, una persona que da un nuevo horizonte a la vida y con ello, una orientación decisiva».
Del testimonio de Rocío resalté los encuentros que han surgido con las personas contrarias al manifiesto y a la Iglesia, precisamente ante ese abrazo y atractivo impensables para el mundo. También cómo ha crecido la amistad entre los universitarios que se han implicado en la entrega del manifiesto. Sólo por esto ellos afirman que ha valido la pena.
Muchas de las intervenciones que siguieron expresaban la acogida, llena de agradecimiento y estupor, del testimonio de Rocío. El delegado diocesano de Medios dijo: «Estoy seguro de que lo que os estoy contando dentro de media hora se os habrá olvidado, pero lo que no olvidaréis es el testimonio de Comunión y Liberación en la Universidad». Muchos me dijeron que diera las gracias a Rocío por su testimonio y por dar a conocer al mundo lo que expresamos en el manifiesto. A todos los que decían que iban a difundir el manifiesto, yo les animaba primero a leerlo despacio y confrontarse con el mismo. Otra persona me invitó a ir a un encuentro con unos 80 jóvenes para leer el manifiesto o para darles un testimonio sobre mi vida en nuestro movimiento.
En el descanso del café, nuevamente se me acercó el obispo, insistiendo en que estaba impresionado por la forma de mostrar al mundo el evangelio, reiterándole que lo más impresionante para mí era cómo se había dado la posibilidad de generar nuevas relaciones con personas, dándoles la ocasión de conocer otro mundo dentro de este mundo.
El sí de los universitarios me ha hecho muy carnal lo que veíamos en Escuela de Comunidad: Dios salva al hombre mediante el hombre. Esta capacidad de abrazar al otro, a cada uno, sólo puede nacer de haber sido abrazados primero, de haber experimentado una pasión por nuestra humanidad que hace que podamos decir a nosotros y al mundo entero: “Es bueno que tú existas”.
Pepe Garrido, Córdoba (España)

VEINTICINCO HOMBROS
El 12 de marzo falleció mi esposa, Belén. En 2006 le diagnosticaron un cáncer de ovario en avanzado estado y el oncólogo le dio una esperanza de vida entre cuatro y ocho años. Casi se ha cumplido la última cifra. Luchamos lo humanamente posible contra el cáncer pero sabíamos que, en última instancia, el cáncer era la circunstancia que el Señor utilizaba para despertar nuestra persona y que solo reconociendo Su presencia a través del cáncer podríamos vivir humanamente la cuenta atrás.
Comprendimos con el tiempo que la parte más dura me tocaría vivirla a mí y a nuestros cuatro hijos, mientras que Belén había sido elegida por el Señor solo para Él, por lo que ella se sintió «privilegiada», palabra que me escandalizó al principio.
Cuando ingresó en el hospital por última vez comprendimos (ella antes que yo) que el día D estaba a la vuelta de la esquina. Poco a poco sus energías fueron disminuyendo tras ocho ininterrumpidos años de lucha a base de quimioterapia y la sensación de asfixia fue creciendo de día en día. «No he perdido la esperanza, he perdido la energía», comentábamos en esta última etapa. Yo le pedí al Señor que me diera fuerzas para abrazar la separación, reconocía que esa era su voluntad, pero ese abrazo yo era incapaz de darlo por mis fuerzas. Finalmente, Belén pidió la sedación pues le horrorizaba morir asfixiada y la simple respiración era una tortura para ella.
En ese instante decidí cerrar las comunicaciones con el exterior, no más visitas, no más llamadas, quería vivir ese momento solo con ella y la familia, en la intimidad. Veinticuatro horas después estaba destrozado. No tenía fuerzas para afrontar esa situación, yo también me asfixiaba en ella. Y mandé un SMS a un buen amigo: «Este es el momento más doloroso de mi vida. Tengo claro y quiero abrazar la voluntad de Cristo, pero al tiempo estoy destrozado. No dejo de llorar mientras te escribo. Nadie de la Fraternidad me acompaña en esta etapa. Tal vez sea por respeto humano. En todo caso, ¡socorro!». Al día siguiente recibí un SMS: «¡Hola, Pepe! Estoy libre toda la mañana para lo que necesites. Si quieres, puedo ir y acompañarte, rezar juntos Laudes, tomar un café, que tú salgas unos minutos y yo me quedo con Belén. Aquí estoy». Desde entonces me sentí libre en medio del drama. Cristo abrazaba toda mi persona contradictoria. Cuando los amigos aparecieron de inmediato y me hicieron la observación de que era yo quien había pedido la incomunicación, dije para mí: «¡Soy imbécil!». Desde entonces recibí muchos cientos de abrazos y la experiencia me demostró que solo la compañía de Cristo a través de la carne de la Iglesia me abrazaba y acompañaba en ese paso. ¡Cuántas veces hemos llorado abrazados! Tantas, que una noche le dije a Belén: «Estoy abrumado. Necesito un hombro para llorar. En el hospital Cristo me ha puesto veinticinco hombros».
Y entonces sucedió lo mejor, lo más bello que mis ojos han visto. Belén se despedía, agotada, pero contenta, con una sonrisa en los labios, sabiendo que su vida estaba cumplida y solo se completaría en la presencia de Cristo. Una sobrina de 14 años se sorprendía y constataba que su tía se moría, pero con una sonrisa que la desarmaba. Y empezaron las despedidas de los amigos, a quienes Belén abrazaba y liberaba donde más dolor sentían con expresiones como «A tu hijo, me lo llevo en el corazón». Y el amigo, lacrimoso, enmudecía mientras yo intentaba retener aquel instante bello que se repitió varias veces.
El día que falleció fue el día más doloroso de mi vida. Pero fue más bello que doloroso, pues experimenté el abrazo de Cristo en los amigos tantas veces que no sabría contarlas, que sostuvieron mi persona y percibieron mis compañeros de trabajo.
El 21 de abril hizo 25 años de nuestro matrimonio. Belén y yo anhelábamos poder celebrarlo. No pudo ser. Con los que más nos han acompañado en estos años celebramos una Misa de acción de gracias y una fiesta a continuación. Teníamos mucho que celebrar, no solo nuestros cuatro hijos sino sobre todo este cambio de la mirada que se produjo primero en Belén, luego en mí y en los que nos acompañan día a día, cambio que no es fruto de nuestra capacidad, al contrario, es una gracia inmerecida.
A día de hoy puedo decir que hay una herida en mi corazón. Pero no estoy destruido ni destrozado. Mi fe ha crecido en el dolor porque he percibido la presencia del Señor en la muerte y en la resurrección. Hoy estoy más despierto y consciente del problema de la vida, que no es otro que reconocer a Dios y abrazarle en las circunstancias. Por eso busco con más ahínco el significado de lo que me pasa y percibo que sin Cristo la vida no tiene sentido. Y en la medida en que lo hago me siento libre y en paz, pero eso tampoco lo genero yo sino Quien me hace en cada instante. Tanto es así que siento que la necesidad del otro también es mi necesidad y por eso siento la urgencia de abrazarle y acompañarle, tal como Otro está haciendo conmigo.
Pepe Caballero (Madrid)