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Huellas N.5, Mayo 2014

SAN PABLO / Fe y sociedad

Ya no hay esclavo ni libre

José Miguel García

El Apóstol pide a Filemón que trate como un hermano a su esclavo Onésimo. Las suyas son cartas escritas a amigos. Parece poca cosa, ante el poder del Imperio, pero aquellas líneas contenían una semilla que revolucionaría la historia
 
Hace ya algunos años, durante mis clases de Orígenes del cristianismo en la Universidad, un estudiante puso en evidencia las presuntas incoherencias y contradicciones del cristianismo con el fin de probar la falsedad de la propuesta de vida que hace la Iglesia. Entre ellas sacó el tema de la esclavitud. Su pregunta altanera puedo resumirla en estos términos: «¿Cómo es posible que el cristianismo predique la igualdad entre los hombres y sin embargo justifique la esclavitud? Pues Pablo en sus cartas reclama a los esclavos la obediencia y fidelidad a sus amos». En efecto, en varios pasajes de sus cartas, el Apóstol aconseja a los esclavos comportarse bien con sus amos: «Esclavos, obedeced a vuestros amos de la tierra con respeto y temor, con la sencillez de vuestro corazón, como a Cristo. No por las apariencias, para quedar bien ante los hombres, sino como esclavos de Cristo que hacen, de corazón, lo que Dios quiere, de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres” (Ef 6,5-7).

¿Qué solución? Mirando estas cartas se puede ver con claridad una de las dinámicas más potentes de la presencia cristiana en el mundo. Se trataba de escritos “privados”, enviados a amigos o comunidades de amigos. Grupos insignificantes comparados con el aparato cultural y jurídico del Imperio. Pero esas cartas contenían la semilla de algo que, a lo largo de los siglos, cambiaría la historia en este punto decisivo.
Para comprender el modo de proceder de Pablo, quizá es necesario contextualizar la institución social de la esclavitud en el mundo antiguo. Entre los estudiosos se habla de que alrededor de la mitad de la población era esclava; la mayoría de los esclavos procedía de botines de guerra. Ciertamente la economía se apoyaba en gran medida en los trabajos que ellos realizaban. Es difícil imaginar que el cristianismo naciente sintiera la urgencia de atacar la institución de la esclavitud. Se trataba de un problema gigante, cuya solución exigía un cambio radical de la sociedad. Por lo demás, semejante intento hubiera sido inútil, pues el poder romano lo habría aniquilado al considerarlo un ataque a la estabilidad social. Baste recordar la revuelta de los esclavos, guiados por Espartaco, contra la cual Roma desató toda su furia hasta acabar con ella. Además, no son las grandes proclamas o propuestas revolucionarias las más eficaces para mejorar el orden social.

La súplica. No obstante, el cristianismo naciente introducía una novedad en el mundo que, en el tiempo, cambiaría la sociedad. La novedad era Cristo, que desvelaba la dignidad del hombre y realizaba la igualdad. Por eso, en sus cartas Pablo no sólo aconseja a los esclavos la obediencia a sus amos por amor a Cristo, sino también insta a éstos a tratar bien a sus esclavos apelando de igual modo a Cristo: «Amos, comportaos también vosotros del mismo modo, dejándoos de amenazar; sabéis que ellos y vosotros tenéis un amo en el cielo y que ese no es parcial con nadie» (Ef  6,9).
Seguramente el escrito paulino más significativo respecto a la esclavitud sea la carta a Filemón. Cuando la escribió, Pablo estaba en cárcel, acompañado por Timoteo, colaborador suyo, y Epafras, el fundador de las comunidades cristianas de Colosas, Hierápolis y Laodicea. Es probable que la Iglesia doméstica de Filemón, a la que se dirige al comienzo de su escrito, se encontrase en Colosas, pues Epafras manda sus saludos a Filemón. Además, Onésimo, el esclavo huido de su casa, llegó desde Colosas (según leemos en Col 4,9). El porqué Onésimo había huido de su amo no está dicho explícitamente en el escrito, pero podemos deducir que había perjudicado de alguna forma a su amo. Es probable que el daño ocasionado hubiese sido bastante grave, pues recurre pidiendo ayuda a un amigo de su señor, buscándole incluso en la prisión. Seguramente conocía bien la gran ascendencia que Pablo tenía sobre su amo. Incluso es posible que supiera que el Apóstol era la máxima autoridad de la comunidad religiosa a la que pertenecía Filemón.
El contenido de esta misiva, después de los saludos y acción de gracias, es la intercesión por Onésimo. En la carta, Pablo afirma con claridad la conversión de Onésimo al cristianismo. Allí también llegó a ser un colaborador suyo en la predicación del Evangelio (v.13; Col, 4,9). Sabiendo que todo esclavo huido tenía que ser restituido a su amo, Pablo lo reenvió a Filemón, pero suplicándole lo acogiese no sólo como esclavo, sino como hermano.
En la carta no encontramos una reflexión sobre la esclavitud, pero el modo de abordar el problema concreto de la huida de Onésimo manifiesta con claridad que la fe introduce una concepción nueva de la realidad y, por tanto, un modo nuevo de relacionarse con ella. Pablo no hace ninguna proclama acerca de la abolición de la esclavitud, pero en su modo de tratar a Onésimo y en el reclamo que hace a su amo Filemón de recibirle como hermano introduce un nuevo orden, una sociabilidad diferente a la que se vivía en aquella época. Tal como afronta el problema de Onésimo, Pablo actúa superando las grandes barreras de la sociedad de aquella época. Es Cristo quien las elimina: «Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío ni griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,27-28).
En este escrito, Pablo expresa con claridad que la fe en Cristo crea una nueva relación entre los hombres: «Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión… Quizá se apartó de ti por un breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor» (v.10.15-16).
Esta novedad en las relaciones cercanas es el inicio del cambio social. Como nos recuerda don Giussani, «el mundo cambiará por un fragmento de mundo ya cambiado. Cualquier otro intento de cambio en el mundo que nos rodea, si no parte de lo que está más próximo, no es realista, y la proximidad más cercana es la de encontrarse unos junto a otros conmovidos por el mismo acento del anuncio cristiano, es decir, por la misma vocación». Es decir, dominados por la iniciativa de Cristo que siempre nos precede.
También la gran preocupación de Pablo es que todos los cristianos miren y afirmen por encima de todo a Cristo. Por ello, puede llegar a decir: «Que cada cual permanezca en la vocación a la que ha sido llamado. Si has sido llamado siendo esclavo, no te preocupes, aunque, si tienes la posibilidad de ser libre, aprovéchala. Pues el que ha sido llamado en el Señor siendo esclavo es liberto del Señor; de igual modo, el que ha sido llamado siendo libre, es esclavo del Señor. Habéis sido comprados a buen precio. No os hagáis esclavos de hombres. Hermanos, que cada cual permanezca en la situación en la que fue llamado» (1Cor 7,20-24).

Hasta la ley. Lo decisivo en nuestra vida es seguir a Jesús en la situación que cada cual vive. Todos en Cristo son uno y Él es el Señor de todos. En la comunidad cristiana no es el status social o lo que uno posee lo que define a la persona, sino la pertenencia a Cristo. Por eso, también los esclavos serán ordenados sacerdotes y ejercerán tareas de gobierno. Sabemos que Pío I (siglo II) y Calixto I (siglo III), ambos esclavos, fueron elegidos obispos de Roma. Sobre todo en los siglos siguientes se demostrará cómo esta concepción cambia también lo que está alrededor, la sociedad. Hasta combatir la esclavitud también legalmente.
Estas cartas parecerían poca cosa. Pero en realidad, el cambio verdadero del hombre, la posibilidad de construir una sociedad más justa, tiene su origen en Cristo Jesús, pues sólo en Él la humanidad se desvela y se cumple. Fuera de esta relación, cualquier intento de solución de los problemas humanos es mentira e introduce una violencia mayor. Por el contrario, Su Presencia reconocida y amada cambia la historia.