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Huellas N.4, Abril 2014

LOS DOS PAPAS / La canonización

Santos y Padres

Wlodzimierz Redzioch

Un evento único en la historia. El 27 de abril serán proclamados santos el Papa Roncalli y el Papa Wojtyla. Sus Pontificados han marcado la historia de la Iglesia y del mundo, cambiando la existencia de millones de hombres. En estas páginas, colaboradores y amigos recuerdan a JUAN PABLO II y a JUAN XXIII

Publicamos a continuación extractos de un libro de entrevistas a cargo del periodista polaco Wlodzimierz Redzioch. El volumen recoge 21 entrevistas a personas cercanas a Juan Pablo II y que le han acompañado durante los 27 años de su pontificado, entre 1975 y 2005.

BENEDICTO XVI
Papa emérito
Que Juan Pablo II fuera un santo, en los años de colaboración con él me ha parecido cada vez más claro. Sobre todo hay que tener en cuenta naturalmente su intensa relación con Dios, su estar inmerso en la comunión con el Señor de la que acabo de hablar. De aquí venía su alegría, en medio de las grandes fatigas que debía pasar y la valentía con la cual cumplió su tarea en un tiempo realmente difícil.
Juan Pablo II no pedía aplausos, ni miró nunca alrededor preocupado por cómo serían acogidas sus decisiones. Él actuó a partir de su fe y sus convicciones y estaba preparado también para sufrir los golpes.
La valentía de la verdad es a mis ojos un criterio de primer orden de la santidad. Solo a partir de su relación con Dios es posible entender también su incansable compromiso pastoral. Se dio con una radicalidad que no puede explicarse de otro modo.
Su compromiso fue incansable, y no solo en los grandes viajes, cuyos programas estaban cargados de encuentros, desde el inicio hasta el final, sino también día tras día, a partir de la misa matutina hasta la tarde noche. Durante su primera visita a Alemania (1980), por primera vez tuve una experiencia muy concreta de este enorme compromiso. Para su estancia en Munich, decidió que debía tomarse una pausa más larga a mediodía. Durante ese intervalo me llamó a su habitación. Le encontré recitando el Breviario y le dije: «Santo Padre, debe descansar»; y él: «Puedo hacerlo en el cielo».
Sólo quien está profundamente lleno de la urgencia de su misión puede actuar así. [...] Pero debo honrar también su extraordinaria bondad y comprensión. A menudo habría tenido motivos suficientes parar culparme o poner fin a mi encargo como prefecto. Y aun así me mantuvo con una fidelidad y una bondad absolutamente incomprensibles. (...)
Mi recuerdo de Juan Pablo II está lleno de gratitud. No podía y no debía intentar imitarlo, pero he intentado llevar adelante su herencia y su tarea lo mejor que he podido. Y por eso estoy seguro de que todavía hoy su bondad me acompaña y su bendición me protege.

EMERY KABONGO
arzobispo, fue su secretario particular
Es un modelo de cómo vivir la Misericordia. Él afrontaba todos los problemas, incluso los más complicados, con el espíritu de la Misericordia de Dios.
En una de sus parábolas, cuenta Jesús que un rey preparó un banquete nupcial para su hijo, pero que nadie respondió a la invitación... entonces el soberano mandó llamar a los siervos y les ordenó que fueran por las calles e invitaran a todo el que quisiera acudir a las bodas... El Padre celestial nos tiene preparado un banquete desde el comienzo de los tiempos porque quiere nuestra felicidad. Juan Pablo II era como el siervo de ese rey que iba por los caminos del mundo para invitar a todos al banquete de Dios. Pero para entrar en la fiesta, acordémonos de que hay que ir «vestido de boda»... Y el Papa explicaba con su vida que ese vestido no es más que el amor.

MIECZYSLAW MOKRZYCKI
arzobispo de Leópolis,
fue su secretario particular
Pienso que, humanamente, sufrió, pero era un hombre de fe solidísima e ilimitada confianza en su Señor. Mediante la oración lo confiaba todo, problemas o preocupaciones, por grandes o pequeñas que fueran, al Padre que está en los Cielos. Confiaba en Dios, seguro de que Él encontraría la solución mejor para cada cosa.
Como Vicario de Cristo le dolían los intentos de marginar a la Iglesia y de ir en contra de la moral cristiana, porque estaba convencido de que no se puede ofrecer al hombre una propuesta de vida mejor que la de Jesús.
Pero sigamos con la confianza. Me llamaba la atención en él su firme convicción de que la verdad se abre siempre camino y que al final vence. Por otra parte, el hombre que renegara de la verdad se negaría a sí mismo, acabando en el absurdo. Este apego a la verdad, esta vida en la verdad, la convicción de que su tarea (al igual que la de Jesús) era la de dar testimonio de la verdad, le daba la perspectiva adecuada para afrontar cada circunstancia.

STANISLAW GRYGIEL
filósofo
Juan Pablo II no pronunciaba condenas, simplemente confesaba su fe en la Iglesia, esperando que todos llegaran a madurar, y él con ellos. Para Wojtyla la libertad del hombre era res sacra. Esta concepción le venía de lo que vivió en primera persona en las tinieblas de la ocupación de Polonia por parte primero de los alemanes, luego de los rusos. (...)
No era la palabra escrita la que trataba de dar a los demás, sino que procuraba que su vida misma se convirtiera en palabra, siguiendo lo que Dios mismo había querido al elegirle como Pastor. Creo que el trabajo pastoral a menudo se asfixia bajo el exceso de papeles: ejercer como pastor significa «pastorear», estar con la grey. Cristo no escribió ni una línea, Él es la Carta viviente enviada por el Dios vivo. Es Él quien permanece con nosotros, no alguno de sus textos. A los hombres vivos Él envía hombres vivos. No es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt 22, 32).
Veía a la Iglesia como un gran, primordial movimiento. Ya en Polonia había tenido ocasión de conocer algunos movimientos. Nos visitaban, de incógnito, representantes de algunos movimientos de Occidente, en particular de Comunión y Liberación, de Notre Dame de la Vie y de los Focolares. El Metropolita de Cracovia cultivaba la relación con ellos. Recuerdo de manera particular la figura del padre Francesco Ricci, de Forlí, discípulo de don Giussani. Tres años después de su muerte, Juan Pablo II me dijo: «Yo rezo por el padre Francesco Ricci todos los días en la misa». Para el cardenal Wojtyla cada parroquia debía ser un movimiento. Si no, no sería una verdadera parroquia. Para él cualquier grupo de personas reunidas por la Eucaristía que celebra el sacerdote era un movimiento eclesial. Sin la presencia de la Eucaristía los movimientos no se distinguirían de un grupo político.

PAVEL PTASZNIK
fue jefe de la sección polaca
de la Secretaría de Estado
La oración era el motor de su existencia. Rezaba incesantemente, en cualquier situación. En primer lugar era fiel al rezo de las tradicionales oraciones cotidianas, incluido el Santo Rosario, la lectura del breviario, la adoración y la meditación. Además, todos los jueves practicaba lo que llamamos «hora santa», una hora de adoración eucarística, y los viernes el vía crucis. Lo hacía también durante los viajes apostólicos, de manera que los organizadores debían tenerlo en cuenta.

CARDENAL CAMILLO RUINI
fue vicario para la Diócesis de Roma
y presidente de la CEI
Se puede decir de alguien que es «un hombre de Dios» si Dios es señor de ese hombre, si se ha «apoderado» de él, si lo ha hecho suyo. Karol Wojtyla fue «un hombre de Dios», porque Dios fue el corazón de su vida. Es muy significativo que el Papa indicara en la Santa Misa el fulcro de cada uno de sus días. Habla de su relación con Dios. En el ámbito de los grandes escenarios internacionales, llamaba la atención su capacidad para leer la historia desde la perspectiva divina (pensemos en la encíclica Centesimus annus). Pero también en las circunstancias más inmediatas y cotidianas él asumía este punto de vista. En él la oración y la acción estaban íntimamente ligadas: era un hombre que vivía delante de Dios y que actuaba tratando siempre de interpretar Su voluntad. (...)
Si queremos encontrar la clave más profunda de su Pontificado, debemos volver la mirada a su relación con Dios y a cómo la plasmó en la acción pastoral y en la incidencia sobre las vicisitudes históricas. Tenía una convicción de fondo: la secularización no es un dato fatal e irreversible, no es inexorable que el mundo y la historia se alejen cada vez más del Creador. Cuando le conocí, ya en 1984, estaba convencido de que de alguna manera estaba cambiado el curso de la historia y que la oleada más fuerte de secularización ya se encontraba a nuestras espaldas. En su grito: «¡No tengáis miedo!» vibraba esta convicción de fondo.


EL LIBRO
Junto a Juan Pablo II,
de Wlodzimierz Redzioch
(BAC, Madrid 2014 pp. 240 – 20,00 €).