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Huellas N.7, Julio/Agosto 2008

PRIMER PLANO - Hacia el Meeting

Lo que nos hace protagonistas de la historia

a cargo de Alberto Savorana

Apuntes que nos ayudan a comprender la propuesta de este año: “O protagonistas o nada”

El lema está tomado de un libro de don Giussani, Certi di alcune grande cose: «O protagonistas o nada: ser protagonistas no significa tener la genialidad o la espiritualidad que tienen algunos, sino tener un rostro propio, único e irrepetible en toda la historia y la eternidad». Don Giussani alude al concepto de persona, pero no de manera teórica, genérica y abstracta, sino extraordinariamente viva. Está hablando de cada uno de nosotros. Para la mentalidad común el protagonista es, como mucho, el genio, el divo, el que se distingue entre la masa. Para don Giussani se distingue entre la masa, es decir, se afirma con una identidad personal, el que tiene un rostro propio, el que es hijo.

El propio rostro no se descubre mediante un análisis, sino en un encuentro. El análisis no aporta nada a lo que somos, simplemente lo descompone en varias partes; un encuentro, en cambio, introduce una novedad. Don Giussani dijo que «el protagonista de la historia es el mendigo», el hombre que depende del encuentro, del “hecho” que le ha sucedido. Y ante alguien que le abraza dice: «Esto es verdad», aunque yo no sea capaz, aunque sea inmoral.

Entre otras cosas, esto hace posible toda búsqueda, incluso la más puramente científica, ya que la investigación científica sólo puede partir de un sujeto. En este sentido, se entiende que la creatividad y la educación sean temas centrales en este Meeting, ya que son los dos factores directamente implicados en la relación entre persona e investigación.

Hablar de la persona en su relación con la realidad retoma una cuestión sustancial, el conocimiento, que primero abordó Orígenes y luego san Agustín.

El título del Meeting implica una observación de método: no nos interesa definir en abstracto quién es protagonista, sino cómo puedo llegar yo a ser protagonista, qué quiere decir para mí ser protagonista. Y esto se debe describir siguiendo todos los pasos implicados: el protagonista es el hombre libre, la libertad nace del juicio, el juicio es seguir la verdad.

Fuera de la dependencia del Misterio, no hay persona, no hay protagonista. Esta observación tiene un valor metodológico. Es especialmente relevante en relación con dos tendencias –que parecen contrapuestas, pero que tienen el mismo objetivo– dominantes en la cultura actual: por una parte, el naturalismo, y por otra, el historicismo. Son dos formas de reducción del hombre que llevan al mismo resultado: el naturalismo reduce el yo a su soporte biológico; el historicismo lo reduce a la historia, a sus condicionamientos culturales y sociales. En ambos casos, ¿qué es lo que se pierde? La irreductibilidad del yo, con su nombre y su rostro. De hecho, don Giussani dice que Cristo introduce dos cosas: la palabra “persona” y su función respecto al Reino. De hecho, la religiosidad verdadera incide en la historia y es el fundamento de la libertad del yo que afronta todas las circunstancias.

A esta irreductibilidad se opone el único modo de concebir el protagonismo que ha generado la modernidad: el reconocimiento social, por tanto, la homogeneización con la mentalidad dominante, que es justo lo contrario de un yo protagonista, único.

La naturaleza del hombre y de su razón es la religiosidad. La religiosidad no es algo que se añade desde fuera. No es una vaga apertura al infinito, sino la disponibilidad a una posible revelación. Este es el problema cultural de hoy: la antropología como apertura a una posible revelación o como cierre en sí misma.

Cualquier joven quisiera ser protagonista, por ejemplo, saliendo en la televisión. Pero como sabe que no lo logrará, se vuelve escéptico y cínico. Por eso afirmar que cada uno de nosotros tiene un rostro único e irrepetible es la clave para atacar esta situación: de hecho, cualquiera entiende que subrayar el carácter único e irrepetible de sí mismo es fundamental.

En nombre de un concepto equívoco de protagonismo todo el mundo defiende las diversidades, los particulares. La consecuencia es que el yo se desmorona y prevalecen las contraposiciones donde se quisiera realizar la paz y la tolerancia. Solo la afirmación de la persona, la afirmación de la verdadera religiosidad, se contrapone al antagonismo.

Hay dos riesgos opuestos en los que todos podemos caer: por una parte, cargar las tintas sobre el esfuerzo que uno debería hacer para inventar su protagonismo; por otra, tirar la toalla, ya que estamos excluidos de un contexto “favorable” a nuestra realización. En este sentido, la palabra “protagonista” no se entiende sin la palabra “encuentro”. Cada cual se descubre protagonista a raíz de un encuentro, como le sucedió a Vicky, la mujer seropositiva de Kampala, a la que Rose le dijo: «Tú tienes un valor más grande que tu enfermedad y la muerte». Por tanto, no nos hace protagonistas una explicación, sino el encuentro con una persona que ya lo es.

Este meeting supone un desafío al formalismo, que es lo contrario del protagonismo.
¿Quién es protagonista? Responder a esta pregunta nos lleva a juzgar la historia de los últimos siglos. Desde el comienzo de la época moderna el protagonista es la persona autónoma, el divo. El resultado histórico de esta concepción salta a la vista: es la pasividad, no el protagonismo.
¿Por qué todos reconocen hoy una emergencia educativa? Porque crecen personas para las que la palabra “protagonista” no significa ya nada. Hemos llegado a un grado tremendo de destrucción de lo humano, es decir, de pérdida del propio “rostro”.
Un determinado planteamiento ha producido este resultado: el intento de ser protagonistas cortando la relación con lo real. Paradójicamente, esto ha producido un formalismo, lo contrario del protagonismo. Mark Steyn (un periodista norteamericano) a propósito de la masacre del Virginia Tech, habla de «La posición de default»: “por defecto” la posición es la pasividad. Este es el juicio histórico al que nos enfrentamos. Necesitamos responder a esta situación. ¿Qué puede despertar de nuevo el interés y hacernos protagonistas? Partir de nuevo del nexo con la realidad, lo único que nos hace protagonistas. El hombre se alimenta de la relación con la realidad, lo que está fuera de él le despierta constantemente. Si esto no sucede, no hay posibilidad de protagonismo.
La religiosidad es una relación humilde, sencilla, con la realidad. Cuando se deja tocar por lo real, la persona despierta de nuevo, secundando algo distinto a ella. No obstante, con el tiempo siempre decaemos. Sólo con sus fuerzas, el yo no consigue permanecer en pie. El único que puede despertarlo de nuevo y mantenerlo vivo tiene un nombre: Jesucristo. Hasta tal punto es cierto esto que los intentos históricos de vivir sin Cristo no han llevado al protagonismo, sino al formalismo, es decir, a la pasividad.
Para nosotros los cristianos, el Meeting es un testimonio de cómo la fe genera un protagonismo real, histórico, en todos los ámbitos: escuela, empresa, investigación, etc.
Los que se abrieron a Cristo (como el publicano del Evangelio, a diferencia de los fariseos), se convirtieron en protagonistas. Lo cual elimina de raíz el moralismo, porque ser protagonistas no es un problema de capacidad o coherencia, sino de sencillez y de humildad. Basta con dejarse vencer por el verdadero Protagonista. Es un desafío personal, porque cada uno puede “hablar de protagonismo” y después en su existencia ser formal, no vivir libremente, dependiendo de lo que los demás digan. Es un desafío para todos.
¿Por qué es el mendigo el protagonista de la historia? Porque ante el hecho, el hecho cristiano, es capaz de reconocerlo.