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Huellas N.1, Enero 2014

PRIMER PLANO / La economía según el Papa / 1

Un banco de pruebas para la sociedad

Alessandro Banfi

El Santo Padre se plantea los problemas de los analistas punteros. Del crecimiento que crea desigualdad a la especulación financiera, la autonomía de los mercados y la exclusión social. Sobre estos temas la Evangelii Gaudium es un texto de vanguardia, porque propone de nuevo la doctrina social de la Iglesia

Deng Xiao Ping decía que todavía no se puede dar un juicio definitivo sobre las consecuencias de la Revolución Francesa. En el fondo han pasado sólo dos siglos. La afirmación, un tanto paradójica, me vino a la cabeza nada más leer la extraordinaria Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, que el Papa Francisco ha propuesto a toda la Iglesia y a la humanidad. Verdaderamente el impacto de su inesperada elección y, luego, su predicación suponen un hecho histórico cuyas dimensiones son difíciles de calcular.
Hay muchas cosas que sorprenden. Vale la pena detenerse en el segundo y cuarto capítulo, que aun partiendo del tema principal, el de la evangelización, constituyen una profundización sobre la doctrina social, y tocan todos los temas clave del mundo actual.
El Papa toma como punto de partida el espíritu de los tiempos, no por un análisis sociológico sino por «discernimiento evangélico», y traza en el segundo capítulo el «contexto» social en el que la Iglesia actúa. Ahora bien, en opinión de Bergoglio el mundo actual está viviendo un «giro histórico», debido sobre todo al progreso del conocimiento y de la información; pero al mismo tiempo es un mundo más que cruel, en el que «la economía mata»: «No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano obligado a vivir en la calle mientras lo sea la bajada de dos puntos en la bolsa». La llama, en la Exhortación, la «economía de la exclusión»: el ser humano es «un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar». Y subraya su aspecto de novedad histórica: los últimos, aquellos que más sufren esta crueldad aséptica, anestesiada por la cultura del bienestar, no son oprimidos, sino propiamente aislados: «Queda afectada, en su misma raíz, la pertenencia a la sociedad en la que se vive». Los excluidos «no son “explotados”, sino desechos, “sobrantes”». Los pobres del mundo actual son estos «excluidos que siguen esperando».
De hecho, es una situación, en cierta manera, nueva. Y en la base hay un mecanismo de crecimiento, dirían los economistas, que crea desigualdad. «Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz», escribe el Papa: «Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera».

Como Joseph Stiglitz. Parecen oírse los ecos de la polémica más actual entre los grandes economistas. El premio Nobel Joseph Stiglitz ha dedicado uno de sus últimos ensayos, El precio de la desigualdad (Taurus, 2012), precisamente a este tema. Es decir, a la deformación de un modelo de desarrollo sin precedentes históricos, que incluso cuando crea riqueza, la crea para unos pocos, aumentando las distancias entre las naciones y entre ricos y pobres dentro de las naciones. Pero al mismo tiempo, el reclamo de Bergoglio es oírle proponer de nuevo, de manera vigorosa pero casi elemental, la doctrina social de la Iglesia: «¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos». La economía, pero también las finanzas, deben volver «a una ética en favor del ser humano».
No es aún una política económica, como reconoce el mismo Bergoglio: «No he intentado ofrecer un diagnóstico completo, pero invito a las comunidades a completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la conciencia de sus desafíos propios y cercanos». Un poderoso impulso a la reflexión y a la elaboración de ideas, pero sobre todo a comportamientos prácticos por parte de las comunidades y de las personas. Y sin embargo, en el capítulo cuarto de la Exhortación, la reflexión sobre la «dimensión social de la evangelización» profundiza en algunos temas, subrayando la relación entre la fe y el compromiso social.
Aquí la riqueza de los matices es tal que nos limitaremos a señalar algunos pasajes. El origen del razonamiento tiene una radicalidad: la propuesta del Reino de Dios en la tierra tiene consecuencias históricas y sociales. «Se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos». Y prosigue: «La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia». Por consiguiente, no se trata solo de derecho de expresión del cristiano y de los pastores de la Iglesia en el terreno social, sino de una contribución indispensable para la vivencia humana. Y aquí Bergoglio cita al santo de quien ha tomado el nombre y a la última “beata social”: «¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? », pregunta, para insistir: «Una auténtica fe – que nunca es cómoda e individualista – siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra».
Luego se centra en la que denomina «la inclusión social de los pobres», a la que dedica muchas páginas llenas de contenido. Con algunos pasajes que hacen que se comprenda bien el valor que los pobres tienen para la fe. «La Iglesia debe llegar a todos, sin excepciones», es verdad: «Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc 14,14)». Son aquellos que reclaman un amor total, gratuito. Se trata de una especie de test del modo con que miramos al otro. Por eso «no deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, “los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio”». Así como «la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica», sigue recordando el Papa: «Dios les otorga “su primera misericordia”». Y «esta opción – enseñaba Benedicto XVI – “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”». En absoluto sociológica: se trata precisamente de una cuestión que tiene que ver con la fe y con el conocimiento.
Sin embargo otras cosas sorprenden desde la primera lectura. Por ejemplo, lo que constituye una verdadera oración por los políticos: «Pido a Dios», escribe en el párrafo 205, «que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común».

El Pesebre de Greccio. Y luego algunas «tensiones bipolares», que a su vez merecerían una profundización. Sugestiva, por ejemplo, la afirmación de un principio que parece sobrepasar la física: el tiempo es superior al espacio. En el sentido de que el espacio es el límite, mientras que el tiempo es el horizonte final. «Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae». Éste es «un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo». Y añade: «Este principio que permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos». Y aquí abre un razonamiento que parece recordar otra tensión bipolar, identificada por don Luigi Giussani hace años, aquella entre hegemonía y presencia. Porque «darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios». Tras una espléndida cita de Romano Guardini, he aquí la cita evangélica: «La parábola del trigo y la cizaña (cf.Mt13, 24-30) describe un aspecto importante de la evangelización, que consiste en mostrar cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo». Y además otras, también muy familiares, «la realidad es superior a la idea», o «el todo es superior a la parte».
Michael Gerson ha escrito en el Washington Post, comentando la Exhortación: «Francisco está demostrando que la fe cristiana no es una ideología, sino que juzga todas las ideologías, incluidas aquellas que se justifican en nombre de la libertad. No debería sorprender durante el tiempo de Navidad, dada la revolución que ha llegado, inesperadamente, entre los humildes y los pobres».
No en vano fue precisamente san Francisco quien se inventó el Pesebre en Greccio. Para recordar a los hombres de su tiempo en qué medida la pobreza era el carácter fundamental de aquel extraordinario hecho histórico. El primer Papa de la historia que ha tomado su nombre como sucesor escribe hoy: «Todo el camino de nuestra redención está marcado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del “ de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan».